jueves, 19 de febrero de 2015

Capitulo 73



Cuando llegamos le miro sorprendida. ¡Traidor! Él se ríe. 

– ¿Para qué creías que era la bolsa de deporte, nena? 

Aparca y nos adentramos en un pequeño complejo deportivo hasta llegar a un campo de tierra. De fútbol, creo. Los deportes y yo… Peter me dice que espere tras una valla baja. Él se va hacia una caseta que hay en un lateral del campo. Pues nada, espero aquí. Voy a presenciar mi primer partido de rugby.

Peter empezó a jugar al rugby unas semanas después de que mi madre falleciera. Yo me ponía como loca de rabiosa contra él cada vez que iba a entrenar o a jugar, porque era tiempo que no estaba conmigo. Sí, así era yo. Y él lo dejó un tiempo y yo me sentí fatal. Le estaba apartando de todo lo que le gustaba hacer por pura rabia mal canalizada. Por eso decidí alejarme de él. Evidentemente yo nunca he sido de esas novias que tienen que estar todo el día con la pareja, al contrario. Me encanta que tenga sus aficiones al margen de las mías y que cada uno disfrute de su espacio en soledad o con amigos. Creo que es fundamental para una pareja, para aportar cosas y para crecer como persona y pareja, tener hobbies o momentos que no incluyan al otro. Y además con Peter no tendría más remedio porque no para. El rugby le sienta bien: canaliza su rabia, su energía y su agresividad fácilmente. Además ve a otra gente y se distrae. Así que cuando le pedí que lo retomara poco antes de nuestra ruptura, sé que se sintió aliviado y lo cogió con muchas ganas. Incluso le dije que me encantaría verle jugar algún partido. A ver, no es que quiera venir de cheerleader ya siempre, ni él tampoco desde luego, pero algún que otro partidito sé que le hace ilusión. Y aquí estoy.

No hay ni Perry viéndolo. ¡Qué vergüenza! Bueno, hay un par de niños que deben ser los hijos de algún jugador cuya madre debe haber suplicado por un rato en la gloria. Me apoyo en la valla baja y veo a Peter a lo lejos, saliendo de la caseta. Está para comérselo con un uniforme negro, su pelo revuelto y su barbita, escuchando concentrado al que parece el entrenador. Unos segundos después veo que mira por el campo. Cuando me ve sonríe con su sonrisa perfecta que me derrite. De repente me sobran el entallado chaquetón beis tan primaveral y los pantalones de campana y la camiseta y el sujetador y las bragas. Uf, qué calor. Viene corriendo hacia donde estoy. Se para frente a mí, separados por la valla baja, y agarrándome la cara me da un besito. Me sabe a gloria. 

–Me encanta que estés aquí. 

– Y a mí me encanta estar aquí. Estás para comerte. 

Sonreímos. 

–No te asustes por las hostias ¿vale? Son normales. 

–Vale, lo intentaré. Pero más les vale que no te den fuerte o saltaré. 

–Oh, mi héroe. 

Hago cara de fuerza y saco músculo y nos reímos. Me da otro beso y vuelve a su lugar. El equipo hace piña y comienza el partido. 

No entiendo nada del mecanismo del juego. Ni idea de cuándo es falta, cuando hay punto y demás reglas. Pero aplaudo cuando veo que Peter choca la mano con sus compañeros o celebra algo con un golpe al aire con el puño cerrado. Tanto él como los demás están cada dos por tres en el suelo. Sí que se dan leches, sí. Un par de veces inspiro hondo, han sido fuertes. Pero se levantan enseguida como fornidos vikingos. De vez en cuando me mira y me guiña un ojo o me sonríe. Está sudoroso. Me lo comería entero, tan ibérico, tan atlético, sudando, con manchas de tierra por todo el cuerpo. Dios, qué hombre.

 En el descanso mi hombre viene a saludarme otra vez. Me da un besazo lleno de adrenalina. Está eufórico. ¿Cómo pude negarle esto? Pone las manos en mi culo y restriega su nariz contra la mía. 

– ¿Todo bien por aquí? 

–Todo fenomenal. Pero dile al rubito que se ande con ojo; si te da una leche más, le meto cuatro. 

–Mi chica dura. 

Me besa gruñendo. 

–Lo bueno de este deporte es que te das hostias como panes y luego lo celebran   todos juntos. Se llama tercer tiempo. 

– ¡Cuánta deportividad! Oye, ¿y a los chicos les parecerá bien que yo me una a al tercer tiempo o prefieres que te espere en casa ardiente y sudorosa? 

Se ríe a carcajadas. 

–Me encanta que quieras venirte, nena. Y me encantará que los conozcas y veas el ambiente de buen rollo que hay entre equipos. Pero si piensas que después de no tenerte en semanas voy a compartirte un solo minuto con unos jodidos jugadores, vas fina. Luego de ducharrme, tú y yo nos iremos a comer y luego nos entregaremos al fornicio para recuperar el tiempo perdido. 

Nos reímos. Los jugadores en cuestión nos miran. Mejor dicho, me miran. A Peter le da enteramente igual. Me encanta. Uno de ellos le silba indicándole que tiene que volver. Me da un cachete en el culo y me guiña un ojo. Qué hombre se pone mi hombre jugando entre hombres.

Continuará...

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