Capitulo 48
Creo que han pasado tres
meses. Tres. Y digo creo porque no soy muy consciente del tiempo que transcurre.
Quise volver al trabajo cuanto antes, para centrarme, así que un día después
del funeral volví al estudio a intentar trabajar. Me fue bien, al menos me pude
centrar en algo. Los clientes se me hacían muy cuesta arriba al principio pero
poco a poco fui capaz de controlar mis estados de ánimo y a parecer la Lali decoradora chic de siempre. Lo hice tan bien que solo Betty notaba mi verdadero
estado depresivo. Ha estado tan pendiente de mí todo este tiempo… Vino al
tanatorio y si no vino al funeral es porque lo hicimos en la más estricta
intimidad. Me ayuda hablar con ella, desde su experiencia, pero la veo poco y
solo en horas de trabajo.
Estoy instalada
temporalmente en casa de mis padres, básicamente por mi hermano, que está
incluso peor que yo. Voy y vengo en el día, en el coche que tenía mi madre,
chupándome casi cuatro horas de viaje en total. Pero al menos duermo algo más
tranquila acompañando a mi hermano y tratando de enseñarles a él y a mi padre a
hacer las cosas que mi madre siempre delegó en las mujeres. Hace un par de
semanas mi padre me insistió para que volviera a mi
propia casa pero yo no quise, aún veo indefenso y perdido a Raúl. También a mi
padre y lo cierto es que me da pena. Lo que una mujer hace en su familia no se
aprecia hasta que deja de hacerlo. Lleva el timón.
Absolutamente. Me dice que
lo importante es que Peter y yo estemos juntos y que ellos ya se las apañarán,
pero me resisto a creerle. Solo un poco más.
Peter y yo… Nos vemos
menos, claro. Al principio él se empeñó en venir a casa de mis padres conmigo
pero le convencí para que no lo hiciera. Hacer cuatro horas de coche al día
enajena a cualquiera y sé que Peter no lo hubiera soportado. Además él aquí no
conoce a nadie y estaría permanentemente rodeado de tristeza, y yo necesito que
esté fuerte para mí. Finalmente desistió y me hizo caso, así que solo nos vemos
un rato antes de volverme a marchar. Si trato de alargarlo, acabo llegando a
casa de madrugada e Peter se enfada porque no quiere que conduzca tan tarde y
sola. Así que por A o por B nos hemos visto como una pareja de novios de
dieciocho años. Los fines de semana se viene conmigo, pero no tenemos intimidad
en casa de mis padres y apenas hacemos otra cosa que ver películas, dar paseos
y algún café. Algunos sábados nos quedamos en nuestra casa y salimos a cenar
con sus amigos o los míos, tratando de hacer vida normal, como el día que
celebramos su cumpleaños. Pero me cuesta lo indecible sonreír y estar con
gente. Es, sencillamente, insoportable; así que normalmente esas noches acaban
con una discusión de las de aúpa, principalmente porque cargo contra él sin
piedad.
Y sé que todo esto hace
mella en nuestra relación. Él dice que no, claro, que está conmigo y lo estará
pase lo que pase; que capearemos el temporal y que, aunque me echa
terriblemente de menos, entiende que estoy donde debo estar. Luego vuelve a la
carga con mudarse él también y empezamos a discutir. Y ese es el problema:
discutir. Estoy tan nerviosa e irascible que solo soy un manojo de mal humor.
Todo me sabe mal, todo lo tomo por el lado negativo, todo… lo que hace o dice
Peter. Constantemente le reprocho cosas, le grito, me enfado con él, le riño o
suelto perlitas que sé que le hieren. No tardo ni dos segundos en pedir perdón
y en tratar de suavizarlo, pero el mal ya está hecho y al final le digo otra
lindeza mayor. Y me siento culpable, claro. Porque él suele aguantar
estoicamente mis arrebatos. Suele. A veces no los soporta y se enfada, me grita
o trata de pararme los pies. A veces incluso se va y deja de hablarme unas
horas porque no puede más. Y eso hace que yo vuelva a la carga. Que mi mal
humor crezca y crezca en espiral. Sí, con él siempre estoy de mal humor. O
triste y llorosa. O rabiosa. O no sé cómo estoy.
Así que me dejo llevar
por las emociones que voy sintiendo cada día. Y eso lo paga Peter y nadie más.
De puertas para afuera lo llevo «muy bien». La gente me dice que se me ve fuerte y que estoy
tirando muy bien para adelante, saliendo, trabajando y haciendo vida normal. No
saben que todas las noches se me hinchan los ojos de tanto llorar y que por las
mañanas tengo ataques de ansiedad. No saben que cada día grito a mi novio y le
echo la culpa de todos los males de este mundo y me quejo de todo lo que hace,
hasta cuando se suena la nariz delante de mí. No saben que hemos hecho el amor
una sola vez desde que mi madre nos dejó y solo lo hice por él, el otro día,
cuando celebramos con una cena romántica nuestro primer año juntos. Como
realmente no tenía ganas, la cosa me salió rana y se me notó enseguida, claro;
y él se cabreó por querer hacerlo solo por complacerle, y yo porque él se
cabreara. No saben que le insulto, que le reprocho continuamente cosas, que le
mataría cada dos minutos y que le lloro arrepentida después. No saben que soy
una inmadura, débil e infantil.
Sé que Peter habla con
Euge y Nico. Que comentan cómo me ven. Pero sé que no les cuenta que la mayor
parte de los días no puede ni respirar, porque hasta que haga eso me molesta.
Sé que no les dice que la mayor parte de los días consisten en discutir o
llorar o ambas. Sé que no les dice que hace acopio de toda su paciencia y todo
su amor para que yo no estalle y que estoy insoportable. Sé que no les dice que
me estoy comportando como lo hizo mi madre. Y sé que le ha pedido consejo a su
padre, puesto que su madre cayó en una fuerte depresión cuando su abuela
falleció, pero ignoro qué le dice o qué le aconseja; aunque intuyo que la
palabra clave es paciencia. Paciencia. Y paciencia es algo que Peter no tiene,
como yo. Mi hombre perfecto está desbordado y perdido. No sabe qué hacer. No
sabe cómo tratarme. No sabe cómo acertar. Y un hombre impaciente e impulsivo
que no sabe cómo actuar es peligroso. Sé que me va a dejar. Tarde o temprano se
quemará y me dejará por agotamiento. Y no hay cosa que más me duela y me dé más miedo: pensar
que Peter me va a dejar por mi puta culpa. Y lo peor es que sé que me lo
merecería, porque estoy siendo la persona más odiosa de la tierra con él.
A Euge la veo muy poco.
El poco tiempo libre que tengo lo uso para enfadarme con Peter. Pero hablamos
cada día y tratamos de vernos un ratito de vez en cuando. Me hace sonreír
porque ya se le va notando el embarazo. Está de unos cinco meses pero como ella tenía un
vientre más plano que mi tabla de planchar, solo se le ha empezado a dibujar
una curvita. Está emocionada y yo me siento culpable por no poder disfrutar con
ella al cien por cien de lo más bonito que le ha pasado en la vida. Me ha
sugerido ir al psicólogo, para que me ayude a encararlo. Lo he pensado, pero a
la postre no me la va a devolver así que no sé. Además, solo han pasado tres
meses. Lo normal es que esté como estoy ¿no? Quiero darme tiempo, que me den
tiempo. Me recuperaré. Aprenderé a vivir sin mi madre. Pero necesito tiempo.
Admito que he leído algo en internet. Se supone que estoy en el periodo del
duelo y todavía gestionando el hecho de hacerme a la idea. Un año, dicen. Y
llevo tres meses.
Todavía no me he asumido
que mi madre no está. Todavía no me creo del todo que no la vaya a volver a
ver, que no voy a volver a besarla, a abrazarla, a reñir con ella. A veces me
enfado internamente muchísimo con la vida y hasta con ella porque seguro que
cruzó sin mirar; también conmigo, por no haber estado a su lado ese día; o con
mi padre por lo mismo. Pensar en ella me duele. Recordarla me duele. No solo
emocionalmente sino también físicamente. Me dan ataques de ansiedad y
taquicardias.
Y así estoy. Cada día
sin saber dónde estoy pero aparentando saberlo perfectamente. Es agotador.
Besos
@onlyespos_
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