Capitulo 47
Nos quedamos mirando. No
sabemos dónde estamos, qué ha pasado. Hace unas horas yo me despertaba feliz al
lado de Peter, susurrándole te quiero, y ahora mi madre ha muerto.
Mamá.
El psiquiatra nos habla
pero sinceramente, yo no le escucho. Raúl pone atención. Mi padre está ausente.
Yo estoy absorta.Peter no para de acariciarme la mano y la espalda y de
decirme que está aquí. Solo dice eso. No necesito más. Después del psiquiatra
vienen más médicos a informarnos que los órganos han sido enviados con éxito y
que si queremos, podemos verla, aunque nos advierten que puede ser
desagradable. Aceptamos al unísono verla otra vez.
Dios. Nada más verla nos
echamos a llorar todos, incluido Peter. Se escucha su nombre, de boca de mi
padre, y mamás de las nuestras. Su cara está llena de golpes y moratones. Dios
mío mamá, ¿pero a cuánto iba ese hijo de puta? Mi padre apoya la cabeza en su
regazo y la llora con un llanto desgarrador que dice más que mil palabras. No
puedo con esa imagen y me caigo. Peter me sujeta. Yo me acerco al otro lado y
le cojo una mano y se la beso. Está fría como el hielo. Lloro y le beso la
cara. Le susurro al oído que la quiero con toda mi alma y que me perdone por
todo lo que no pude hacer por ella. Lloro. Le digo que ha sido la mejor madre
del mundo y que cien veces que naciera, cien veces querría que ella fuera mi
madre. La que nos daba cariño. La que nos daba amor. La que nos hacía reír. La
que se preocupaba por nosotros. La que no podía vivir sin su familia. La que me
reñía con ya 33 años.
Mamá.
Raúl se coloca al lado
de mi padre y apoya la cabeza en su cuello, susurrándole sus propias palabras.
Íñigo está detrás de mí y me agarra los hombros y me los aprieta. Está aquí.
Conmigo.
Pronto llega una
enfermera y nos señala que se la tienen que llevar ya. Nos indica que los de la
funeraria están de camino. Todos la miramos una última vez y le decimos adioses
y te quieros. Nos abrazamos los tres y lloramos a pleno pulmón. Busco a Peter con la mirada. Está detrás de mí, agarrándome la cintura y apoyando su cabeza en la mía. Está
aquí. Está conmigo. Lloramos y lloramos. No sabemos cuánto rato pasa. No
hablamos ni decimos nada. No nos lo creemos. Creo que el psiquiatra ha dicho
algo del estado de shock y la negación. Bueno pues estaremos allí porque yo no
sé dónde estoy.
Llegamos a casa de mis
padres sobre las diez de la noche, arrastrándonos. Todo es tan repentino que ni
me percato de que la casa huele a ella, de que su ropa está desperdigada por
los sillones y de que parece que vaya a verla sentada en su lado del sofá,
viendo Ana Rosa mientras critica al famoso de turno.
A duras penas hemos
lidiado con la funeraria. A decir verdad, Peter ha lidiado con ellos. Yo
también un poco. Mi padre está ausente y mi hermano se le ve muy joven para
tomar según qué decisiones. Porque una de las cosas que no te avisan cuando
algo así ocurre es que esa misma tarde en la que tú estás muerta de dolor y
rota por dentro, tienes que elegir un vestido para ponérselo en el ataúd.
Tienes que elegir ataúd. Tienes que elegir entierro o incineración. Tienes que
elegir entierro eclesiástico o no. Tienes que decidir esquela. Tienes que
llamar a un sinfín de gente. Tienes que decidir cosas que te la soplan tanto
que solo quieres gritar y salir corriendo. Así que yo iba decidiendo sin pensar
mucho e Peter concretando detalles con ellos. Por una vez agradezco el carácter
mandón de mi novio.
Como un acto reflejo nos
cambiamos de ropa y vamos todos al salón. Yo me enciendo un cigarro. Mi padre
me pide otro. Mi hermano se enciende el suyo e Íñigo nos imita. Vaya familia de
carreteros, digo. Y nos reímos, aunque sin ganas. No decimos mucho más. Solo
que mañana será un día duro y que mejor no pensemos en pasado mañana.
Finalmente, nos vamos a nuestros dormitorios agotados, pero sabemos que nadie
va a dormir.
En la cama Peter me
acurruca y me abraza fuerte y me besa el pelo. Yo me evado en su suave mecido y
pienso en qué tengo que hacer ahora. Qué tengo que pensar. Qué tengo que
sentir.
–La, lo siento tanto…
No me puedo creer lo que ha pasado. Es tan injusto.
Lloro.
–Lo siento cariño. No
pretendía…; lo siento. Si no quieres hablar no pasa nada mi amor, no hablamos.
Si quieres llorar, lloramos. Que salga lo que tú sientas.
Peter y su don de decir
lo necesario.
–Es que no sé qué está
pasando. No me lo creo, así de sencillo. No puede ser.
–Lo sé, pequeña. Es una
injusticia y tan repentino. Tan imposible de digerir. Mírame Lali.
Me levanta la cabeza
hasta que mis enrojecidos ojos le miran.
–Lo conseguiremos, mi
vida. Lo superaremos juntos. Poco a poco, un día lo habremos superado sin
darnos cuenta.
–Yo no creo que lo supere nunca.
–Claro que sí. No hoy ni
mañana, ni dentro de un mes. Pero al final lo harás, porque yo estoy contigo y
no te voy a dejar caer.
–Siento que ya he caído
a algún sitio. Muy frío y muy oscuro.
Me agarra la cara con las
dos manos, bajando a mi altura.
–Pues te sacaré de allí.
Cuando llegue el momento saldremos de allí. Ahora no te preocupes por eso.
Ahora no sabes dónde estás ni qué sientes y es normal. Eres como una pelota de
pingpong rebotando contra las paredes sin control. No te presiones, llegará el
momento de sentarse a pensar y poder hablar. Tú, de momento, solo haz lo
imposible por levantarte por la mañana. El resto ya irá viniendo, pero
levántate cada día. ¿Lo harás?
Asiento entre sollozos
silenciosos.
–Bien. Esa es mi chica.
Te quiero, Lali. No te voy a dejar ni a sol ni a sombra.
Y una parte muy
recóndita de mí, replica mentalmente «lo harás».
Besos
@onlyespos_
3 comentarios:
Siguee!!!
Si en verdad piensas que no vas a llevar bien la novela, haz un maraton ahora y ya la acabas no? Pienso que es lo mejor...
Las cosas que dice lali me dejan pensando, que va a pasar?? Sigue subiiendoo!!!
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