martes, 17 de febrero de 2015

Capitulo 67



–Cuando tu madre se quedó embarazada de Raúl, ella y yo estábamos separándonos. 

Exhalo. ¿Qué? ¿Cómo que se iban a separar? Yo tenía unos diez años. No recuerdo nada raro. No recuerdo peleas ni gritos ni cosas así. 

–Todavía no habíamos firmado nada ni concretado nada, pero teníamos claro que así no podíamos seguir. Tu madre y yo hacía muchos años que ya no nos queríamos. 

Madre mía.

 – ¿Por qué me cuentas esto? ¿Qué está pasando?

 –Déjame hablar, Lali, por favor. Si no te lo cuento del tirón no seré capaz y creo que es necesario. 

Nos quedamos callados unos segundos. Finalmente, vuelve a coger aire y sigue hablando. 

–Como decía, nos estábamos separando, pero en algún momento de confusión, quizá algún arrebato…, bueno ya me entiendes, Raúl se concibió y decidimos intentarlo de nuevo. 

–Pero yo nunca vi nada raro. No os peleabais. 

–Lo sé. Precisamente por eso. No todos los matrimonios que fracasan lo hacen a base de peleas y reproches. Algunos, sencillamente, ni se molestan en eso. Supongo que es incluso peor. Tu madre y yo nos respetábamos y nos queríamos como personas que habían compartido muchos años juntos y una hija, pero nada más. 

Como Marcos y yo. Dios. Cuando se trata de tus propios padres qué difícil es digerirlo. 

–Así que en vista de que otro hijo venía en camino decidimos seguir. Pero las cosas fueron peor de lo que habíamos imaginado. Delante vuestro aparentábamos normalidad para no preocuparos, pero detrás era un infinito campo de batalla. El campo de batalla de la ignorancia. Al principio era soportable, podíamos con ello, pero conforme los años pasaban se fue haciendo insufrible. Hubo un tiempo en el que pensamos en la separación de nuevo, pero Raúl aun era un niño y tú empezabas Arquitectura; no queríamos ni alejarte a ti de los estudios ni traumatizar a Raúl, así que decidimos seguir… ignorándonos. 

–Estar juntos por los hijos. 

–Sí. Por vosotros. Creíamos que era lo correcto y lo bueno para vosotros, pero nos equivocamos. Aunque he de decir que en esos años también tuvimos muchos buenos momentos que nos hicieron pensar que hubiéramos sido idiotas si nos hubiéramos separado. Digamos que tu madre y yo aprendimos a convivir juntos. Y todo estaba calmado hasta que me quedé sin trabajo. 

Lo recuerdo. La fábrica donde trabajaba mi padre quebró y todos los empleados fueron a la calle. Recuerdo que fueron meses muy oscuros en los que mi padre estaba como ausente. Unos meses después se fue de casa. Trago saliva. Sé a dónde llegará esto. 

–Supongo que no lo afronté como un hombre y en lugar de salir a buscar trabajo, me quedaba en casa viendo la tele y bebiendo cerveza o vino. Tú estudiabas fuera y Raúl estaba en el colegio así que tu madre y yo estábamos todo el día solos en casa. Y entonces empezaron las discusiones. Entonces sí discutíamos. Al principio eran discusiones normales: un poco de levantamiento de voz, algún reproche…, pero poco a poco fueron elevando el tono y nos convertimos en animales. Tu madre me reprochaba que no buscara trabajo o que me pegara el día borracho. 

Abro mucho los ojos ¿borracho? No recuerdo ver a mi padre borracho. Él se da cuenta de mi perplejidad. 

–Sí, borracho. Y cada día más. Lo disimulaba cuando Raúl o tú estabais en casa pero el resto del tiempo solo quería beber y olvidar. 

– ¿Eras alcohólico? 

–No exactamente. No se puede decir que fuera adicto, pero sí que durante esa época no quería controlarlo. Y tu madre, con razón, se ponía de los nervios. Y cuando tu madre se ponía de los nervios… 

–Tú bebías más. 

Esto escuece. 

–Exacto. No quiero justificarme, ni verter mierda sobre ella, pero tú sabes cómo era tu madre y cómo se ponía cuando los nervios la poseían. 

–Insoportable. 

Me sale solo y me siento culpable nada más decirlo. 

–Sí. Fueron muchas las veces que intenté suavizarla, pero todo era en vano. Tu madre tenía sus propias frustraciones con las que lidiar y yo no me preocupé lo suficiente de solucionarlas. Digamos que nos dejamos llevar sin hacer nada por nuestros demonios hasta que estos eran uno más en la familia. Nos estábamos haciendo demasiado daño. Y me sentí culpable. Y cada día que pasaba me sentía más culpable. Dejé de beber, empecé a buscar trabajo, quise volver al buen camino. Pero no sirvió de nada. Tu madre y yo ya habíamos estallado y no había nada que nos parara. Las discusiones siguieron y las peleas iban a más. 

Hace una pausa y se enciende un cigarro. Yo hago lo mismo. 

–Una tarde, Raúl estaba esa semana en un curso de esquí, 

Doy una larga calada. La semana en la que él se fue. 

–Tu madre y yo volvimos a pelear. Y fue una pelea muy gorda, llena de mucho odio y de mucho dolor. Cuando la pelea terminó, yo me marché dando un portazo y fui directo al bar de abajo a beber. Sé que hice mal y sé que todo hubiera sido distinto si yo hubiera ido simplemente a dar un paseo, pero lo que hice fue emborracharme hecho una furia. Por la noche volví a casa, completamente borracho. Tu madre al verme se descontroló por completo. Volvimos a pelear muy salvajemente. Ella me dio una bofetada y yo la traté de apartar dándole un empujón. 

Me mareo solo de oírlo. El sudor frío me ha helado la sangre. 

–Le hice daño, no medí la fuerza. Estaba enfadado por su bofetón y borracho y le di un manotazo para apartarla. Pero lo que yo creí que fue un manotazo para líbrame de su ira resultó ser un empujón contra la esquina del mueble del salón que le quitó la respiración y le hizo moradura. Inmediatamente le pedí perdón, traté de ayudarla. Me sentía ruin y aunque sabía que había sido un accidente, la palabra maltratador sonaba constantemente en su boca, alterándome más. Se volvió loca, completamente ida, y salió corriendo de casa. Fue a casa de su hermano, que entonces aún vivía. Yo me quedé en casa desesperado sin saber qué hacer. Me sentía una mierda, incapaz de manejar un matrimonio fracasado, una situación laboral precaria y unas peleas que empezaban a ser violentas por ambas partes. Y me entró miedo. 

–Y te fuiste. En lugar de esperarla y que se calmaran las cosas, te largaste. 

Lo digo mirando a la nada. Inerte. En shock. 

–Sí. Fui un cobarde y cogí una bolsa, metí todo lo que pude y me fui de casa dejando una nota. No sabía qué estaba haciendo, ni pensé claramente las consecuencias de lo que hacía. Estaba tan enfadado, enrabietado y fuera de mí que no pensé en lo que pasaría. 

–Ni pensaste en Raúl. Ni en mí. 

–Nunca creí que se me iría tanto de las manos. En el fondo pensaba que a la mañana siguiente todo volvería a ser como siempre y quedaría en una pelea más. 

–Pero no fue así. 

–No. A la mañana siguiente intenté volver a casa pero me sentía tan culpable y tan ruin que no tuve valor. Y al día siguiente tampoco. Y al siguiente tampoco. Y mi cobardía tomó el mando y cada día era más complicado que el anterior. 

Ahogo un sollozo. Me he propuesto no llorar y voy a conseguirlo. 

–Al final reuní valor y empecé a llamaros por teléfono. Desde el minuto uno os eché terriblemente de menos. No me podía creer lo que os había hecho. A los tres. Solo tenía vuestra imagen en mi cabeza y sabía que nunca me perdonaríais. Pero aun así, intenté volver. Os quería con locura, a pesar de haber sido un miserable. La continuación, bueno, ya la sabes. Al final tu madre y yo nos reconciliamos. La verdad es que las cosas mejoraron algo. Ya no había peleas, habíamos vuelto a nuestro estado de ignorarnos, pero ella me restregaba continuamente cualquier cosa y eso me mataba. Sé que tu madre se sentía culpable por haberme perdonado. Sin embargo aprendí a callar y a pasarlo por alto. Lo que más me dolía era que tú no me perdonabas. 

Trago saliva con dificultad. No puedo hablar. 

–Te echaba de menos, hija. Veía tu dolor y me mataba. Raúl era más niño y quizá me perdonó por necesidad de un padre. Pero tú eras más fuerte y no podías ni mirarme a la cara. Y ese fue el peor castigo. Merecido. Pero castigo. 

–Yo… no podía. Me sentí tan traicionada… Abandonada. 

Lo digo con un hilito de voz. 


Continuará...

Besos

0 comentarios:

Publicar un comentario

:3

:3

Wonderland life Designed by Ipietoon © 2008

Back to TOP