lunes, 16 de febrero de 2015

capitulo 59



Jadeo como una loca. Me va a dar un infarto y fijo que con estos tacones me rompo un tobillo. Voy corriendo todo lo rápido que puedo calle abajo tras Peter y sus zancadas de atleta. Está lejos pero puedo ver como tiene los puños cerrados, a pesar de ir corriendo. Ese gesto y la cara roja de ira que tenía cuando nos hemos visto me demuestran que está más que enfadado: está decepcionado. Herido. 

– ¡Peter! 

Pero no me escucha, claro. Las personas a mi alrededor me miran pero yo solo veo como esa espalda de nadador se aleja cada vez más y más. Cómo corre el cabrón y en qué baja forma estoy yo. Le llamo al móvil pero no contesta. Veo que ni siquiera lo escucha o no lo quiere ni mirar, una de dos. Supongo que sabe que soy yo, pero no dejo de intentarlo. Al final dobla una esquina y le pierdo de vista. ¡Mierda!. Llego a esa esquina segundos después pero ya no hay ni rastro de él. Ni lejos, ni cerca, ni por los portales, ni dentro del único bar que veo en la calle. Nada. Probablemente habrá parado a un taxi y se habrá marchado enajenado. ¡Por Dios, Peter

Repaso mentalmente. Mi novio o ex novio, no sé cómo llamarlo, me ha visto saliendo de un bar con mi ex-ex novio, dándonos un abrazo y un beso en la mejilla. ¿Tampoco es para tanto, no? ¿O sí? Claro que sí, joder, Lali, ¿eres tonta o te lo haces? Le dejas, le dices que necesitas estar sola, que quieres recomponerte y que no quieres verle todavía, pero te ve saliendo de un bar con tu ex, al que él pegó un puñetazo y amenazó si volvía a tocarme. Y encima dándome un abrazo y un puto beso mejillero. Y encima dejando que lo hiciera. Dios. 

Le sigo llamando hasta que al final se desconecta la llamada y ya me sale el buzón de voz. Uf, qué mal, ha apagado el móvil. 

–Soy yo. Peter, déjame que te explique por favor. No había quedado con él ni nada, me lo he encontrado de casualidad y se ha acercado. Me ha dado el pésame, y me ha dicho que quería disculparse por lo de la boda y explicarme un poco por qué me dejó. Ha dado su visión de todo y me ha dado igual, porque desde que te conocí no me importa. Nunca nos quisimos. Ninguno de los dos. Porque lo que hubo entre él y yo no tiene ni punto de comparación con lo que he sentido por ti desde que te vi.

 Piiiiii. Fin. Vuelvo a llamar. 

–Ni punto de comparación. Se lo he dicho y en paz nos hemos ido y nos hemos despedido. El abrazo y el beso en la cara solo han sido un adiós. Me ha incomodado y lo he terminado. Debí haberlo evitado, pero simplemente me pilló por sorpresa y me alejé en cuanto reaccioné, te lo juro, cariño. Te juro que mientras hablaba yo solo estaba deseando terminar la conversación para llamarte y contártelo y decirte lo mucho que te amo y lo estúpida que he sido por dejarte y que no puedo más. 

Lloro. Piiiiii. 

–Y decirte que siento todo lo que te he hecho y que me muero por estar contigo porque te echo terriblemente de menos. Por favor, por favor, créeme. Jamás te haría lo que sea que hayas imaginado. Por favor, llámame. 

No lo hace, claro. Así que cuando me deshago rápidamente de mi siguiente cita con un cliente, corro hacia su casa. Como sé que si llamo no responderá, entro directamente; aún tengo llaves. Subo corriendo con el corazón en la boca. No hay nadie en casa. Casa. Nuestra casa. Solo entrar es una bofetada a los sentidos. Huele a él, a su colonia y a su cuerpo. Huele a recuerdos de tardes enteras hablando y escuchando música, de noches en vela haciendo el amor, de risas en la cocina, de películas en la televisión quedándome dormida en sus brazos. Noto el sabor del café que me dejaba preparado por las mañanas, cuando me dormía, y del donuts que siempre se encargaba de comprar para mí en la pastelería de abajo. Veo los postits que llegó a haber en el marco de la puerta de nuestra habitación, diciendo «Te quiero, bruja» y otro más en la del salón «Te deseo» y uno en la de entrada «Mueve el culo, nena, vas a llegar tarde». Sonrío. Recorro cada habitación evocando la música que sale de ellas. Porque en cada rincón de esta casa ha sonado la música de nuestros besos, de nuestros abrazos, de lágrimas de los días malos y de risas de los días buenos. Cada puerta me recuerda un sueño juntos, una ilusión compartida, un plan, un viaje.

 –Estoy en casa, en nuestra casa. ¿Dónde estás? Por favor, llámame. Por favor, vuelve. 

Te esperaré aquí hasta que vuelvas. Son las doce de la noche y todavía no ha llegado. Ahora estoy preocupada. He llamado a mi padre a decirle que hoy no iba a dormir, que me quedaba aquí. El pobre se ha alegrado pensando que me quedaba para estar con Peter. Al final le conté que lo había dejado y se quedó muy chafado, creo que le apreciaba de verdad. Pero no le cuento nada de Marcos y de lo que me ha llevado a estar aquí hoy. 

Le he dejado cinco mensajes más en el buzón de voz, no ha habido respuesta. Haciendo acopio de todo mi valor he llamado a Dani, su hermano, pero lo tiene apagado. También Lidia, su hermana, así que al final he llamado a Leticia. No le he querido decir nada, solo que estaba preocupada porque Peter no había vuelto a casa. Por su reacción parece que no saben nada de mi ruptura. Supongo que Peter no les ha contado nada porque esperaba que volviera enseguida. Me dice que no sabe nada y que Eloy va a tratar de localizarle.

 Espero nerviosa la llamada de Leticia o de Eloy o de Dani o de Lidia o de Peter. Me enciendo un cigarro y otro y otro. Los encadeno uno con otro, no puedo más. Doy vueltas del salón a la cocina, subo al dormitorio, vuelvo al salón, voy al baño, a la cocina de nuevo. Creo que han pasado dos minutos exactos. Qué miseria. 

Miro y remiro mi móvil. Vamos, vamos, suena. Pero no lo hace así que llamo a Peter de nuevo, vuelve a salir el buzón de voz. 

–Estoy muy preocupada, por favor, dime al menos que estás bien.

 Nada. Mierda. Otro cigarro. Al final no puedo más y llamo de nuevo a Leticia. Pero no lo coge ¡¿Me quiere alguien decir qué coño está pasando?! 

Intento tranquilizarme. Quizá esté en el juicio. No, ya hubiera salido. Quizá esté en el bufet. Corriendo llamo allí. Nadie lo coge. Llamo otra vez. Nada. Vale, no está en el bufet o está allí y no quiere responder porque sabe que soy yo. Lloro. Quizá esté en casa de sus padres, tratando de tranquilizarse antes de hablar conmigo. Quizá no haya escuchado mis mensajes y se esté volviendo loco imaginando que Marcos y yo hemos vuelto a salir juntos o algo así. Quizá sí los haya escuchado y no me crea. O me crea pero esté tan enfadado que no me quiere ver más. ¿Qué estás haciendo Peter? Cierro los ojos y me acaricio la nuca. Te conozco, Lanzani, estás hirviendo por dentro. Chasqueo la lengua, esto no pinta bien. 

Por fin el teléfono fijo suena. Corro como un guepardo hacia el aparato.

 – ¿Peter? 

Sueno desesperada. 

– ¿Quieres dejar de alarmar a mis amigos y a mi familia? No voy a volver a mi casa así que lárgate de allí; no quiero verte en mi puta vida. 

Cuelga de inmediato. 

Y lo que siento es lo más parecido a la muerte que se me ocurre.


Contnuará... 

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