viernes, 26 de septiembre de 2014

capitulo 30


Yo  tengo  una  familia  —dijo  él,  pero  antes  de  que  pudiera  corregirme, continuó—.  Si quieres decir niños, entonces no, nunca creí que tendría eso en mi futuro.
—¿Pero es lo que quieres?
Sonrió débilmente.
—He estado solo por un largo tiempo. Esperar algo más en los años venideros sería una estupidez. 
A  pesar  del  hecho  de  que  sólo  se  veía  un  par  de  años  más  viejo  que  yo,  no  podía imaginarme  qué  tan  viejo  era  en  realidad…  no  estaba  segura  de  si  quería  saberlo, realmente. Pero, ¿cómo alguien podría vivir por tanto tiempo y estar solo? Apenas pude manejar  el  par  de  noches que había pasado en  casa  sin  mi  mamá. Multiplica  eso  por  la eternidad… no podía entender eso. 
—¿Peter?
—¿Si?
—¿Qué te sucederá si no paso?
Estuvo  en  silencio  por  un  largo  rato,  sus  dedos  corriendo  ociosamente  a  través  de  las líneas de seda de su traje. 
—Desapareceré —dijo silenciosamente—. Alguien más se hará cargo de mi reino y, por lo tanto, ya no tendré razón para existir.
—Así que morirás. —La gravedad de la situación me golpeó con fuerza, y miré a un lado, incapaz de mirarlo. No era solamente la vida de mi madre la que dependía de mi habilidad para pasar esos exámenes.
—Desapareceré  —corrigió—.  Los  vivos  mueren,  y  sus  almas  permanecen  en  el Inframundo por la eternidad. Sin embargo, mi tipo no tiene alma. Dejamos de existir por completo, sin que un pedazo de nosotros permanezca. Uno no puede morir si nunca vivió en primer lugar. 
Apreté mi puño alrededor de la manta. Era entonces incluso peor que morir.
—¿Quién?
Me dio una mirada desconcertada.
—¿Quién qué?
—¿Quién se queda con tu trabajo si te das por vencido?
—Ah. —Sonrió con tristeza—. Mi sobrino.
—¿Quién es? ¿Cuál es su nombre? ¿Está en el consejo?
—Sí, está en el consejo —dijo Peter—, pero me temo que no puedo decirte su nombre.
—¿Por qué no? —Parecía que nadie estaba dispuesto a confiarme la verdad en este lugar, y mientras podía entender que Hera no me diera toda la historia, Peter sabía. Peter debería decirme. 
Aclaró su garganta y al menos tuvo la decencia de mirarme a los ojos.
—Porque  me  temo  va  a  molestarte  y  ya  eres  lo  suficientemente  infeliz  como  estás.  No deseo hacerlo peor
Me  quedé  en  silencio  mientras  intentaba  pensar  en  quién  podría  ser  que  me  molestara.
Nadie me vino a la mente.
—No lo entiendo.
No  había  nada  que  pudiera  decir  contra  eso,  y  debió  saberlo,  porque en  lugar  de observarme expectante, regresó a su libro. Lo miré, buscando alguna señal de que no fuera humano. Los ángulos de su cara eran demasiado simétricos para ser normales, su lisa piel
desprovista  de  incluso  una  pista  de  barba,  su  cabello  negro  espeso  como  el  carbón  que colgaba un centímetro sobre sus hombros, y el desconcertante color de sus ojos… eran lo que  sus  ojos  hacían,  estanques  con  remolinos  de  plata  que  parecían  moverse constantemente. En la débil luz, casi brillaban. 
No fue hasta que aclaró su garganta que me di cuenta de que estaba mirándolo. Aunque todavía  estaba  molesta  por  el  hecho  de  que  no  me  confiara  la  verdad,  quería  romper  la tensión, así que dije lo primero que se me vino a la mente.
—¿Qué haces durante el día? Quiero decir, cuando no estás aquí. ¿O siempre estás aquí? 
—No estoy siempre aquí. —Deslizó un marcalibros entre las páginas de nuevo y colocó su novela a un lado—. Mis hermanos y hermanas y yo, todos, tenemos deberes que atender.
Yo gobierno a los muertos, así que la mayor parte del tiempo lo paso en el Inframundo, tomando decisiones y asegurándome de que todo vaya bien. Es mucho más complicado que eso, por supuesto, pero si pasas, aprenderás los pros y los contras de lo que hago.
—Oh. —Mordí mi labio—. ¿Cómo es el Inframundo?
—Todo a su debido tiempo —dijo, estirándose para colocar su mano brevemente sobre la mía. Su palma estaba cálida, y luché contra la necesidad de temblar ante su toque—. ¿Qué hay de ti? ¿Qué disfrutas hacer con tu tiempo?
Me encogí de hombros.
—Me  gusta  leer.  Y  dibujar,  aunque  no  soy  muy  buena  en  eso.  Mamá  y  yo  solíamos cultivar juntas, y me enseñó cómo jugar con cartas. —Lo miré—. ¿Sabes cómo jugar?
—Soy adecuado en un par de juegos, aunque no sé si todavía son populares.
—Quizás  podamos jugar  algo alguna  vez  —dije—. Si  vas a estar  aquí todas  las noches, quiero decir.
Asintió. 
Caímos  en  silencio  otra  vez.  Se  veía  cómodo,  recostado  en  la  cama  como  si  lo  hubiera hecho cientos de veces antes. Por todo lo que sabía, lo había hecho, pero no quería pensar en eso. No era la primera, pero sería la última. 
Rechazarlo no nos haría ningún bien a ninguno de los dos —mi corazón latió fuertemente en  protesta  con el  pensamiento—  y, desde  que  estaba  atrapada  aquí por  seis  meses, no tenía ninguna intención de caer en su lado malo. Estaba, sin embargo, exhausta.
Luché contra mí misma por varios segundos, yendo y viniendo entre lo que estaba bien y lo que quería. Debía hablar con él, hacerle más preguntas, llegar a conocerlo, pero todo lo que quería hacer era dormir, lo que no llegaría a hacer si se quedaba, incluso si no hacía ningún  ruido.  Sin importar  lo  que  dijera  acerca  de  deberes  y  expectativas,  esa  clase  de ansiedad no iba a desaparecer durante la noche.
—Peter —dije suavemente. Había regresado a leer su libro, pero en un instante sus ojos estaban sobre los míos—. Por favor no te lo tomes a mal, pero estoy muy cansada.
Se  levantó,  llevando  su  libro  con  él. Sin  embargo,  en  vez  de  verse  molesto  o  herido,  su expresión era tan neutral como siempre.

—Ha sido un largo día para ambos.
—Gracias.  —Le brindé una sonrisa agradecida esperando que aliviara cualquier aspereza que no estuviera sintiendo.
—Por supuesto. —Caminó hasta la puerta—. Buenas noches, Lali.
Era  una  cosa  tan  pequeña,  pero  el  rastro  de  afecto  en  su  voz  hizo  que  mis  mejillas  se sonrojaran.
—Buenas noches —dije, esperando que no pudiera ver mi sonrojo a través de la habitación.
—Así  que  te  gusta.  —No  era una  pregunta,  y miré  a  mi sonriente  madre mientras  nos sentábamos en un banco, viendo pasar a personas trotando y a gente paseando a sus perros.
—No  dije  eso  —dije,  andando sin  ganas.  A  mi  lado  mi  madre  se  sentó serena,  como  si estuviera cenando  con  la realeza en  vez  de pasando la tarde  en Central  Park—. Sólo no quiero que muera, eso es todo. Nadie más debería morir por mi culpa.
—Nadie ha muerto por tu culpa —dijo ella, corriendo sus dedos a través de mis cabellos y cepillándolos  lejos  de  mis  ojos—.  Incluso  si  no  pasas,  no  será  tu  culpa.  Mientras  lo intentes lo mejor que puedas, todo estará bien.
—Pero  ¿cómo  puedo  hacer  mi  mayor  esfuerzo  cuando  ni  siquiera  sé  cuáles  son  las pruebas?  —Coloqué  mis manos entre mis  rodillas—.  ¿Cómo se  supone  que  voy a hacer esto?
Envolvió su brazo alrededor de mis hombros. 
—Todo  el  mundo  cree  en  ti  excepto  tú  misma,  Lali  —dijo  gentilmente—.  Quizás  eso deba decirte algo.
Incluso  si  todos  creían  en  mí,  eso  no  significaba  que  estuvieran  en  lo  correcto,  y  no significaba que fuera a tener éxito. Todo lo que significaba era que por encima de todo lo demás,  tenía  que  preocuparme  por  decepcionarlos,  también.  O  en  el  caso  de  Peter, forzarlo a un retiro temprano de su existencia entera.
—Pero te gusta, ¿cierto? —dijo mi madre luego de que varios minutos pasaran. Estiré mi cuello para verla, sorprendida de ver una preocupación real en su rostro. 
—Es simpático  —dije con precaución, preguntándome a dónde iba con esto—. Creo que podríamos ser amigos.
—¿Piensas que es lindo? 
Rodé mis ojos. 
—Es un Dios, madre. Por supuesto que es lindo.
Una sonrisa mezclada con una mueca se esparció a través de sus ojos. 
—Ya era tiempo de que admitieras que es un Dios.
Me encogí de hombros y miré lejos.
—Es  medio  difícil  pretender  que  no  lo  es  ahora.  Pero  es  amable,  así  que  supongo  que mientras no intente volverme una pila de cenizas, podría acostumbrarme a esto.
—Bien.  —Artemisa  me abrazó y me dio un beso  en la sien—.  Me alegro de que te guste. Él podría ser bueno para ti, y no deberías estar sola.
Suspiré sin cuidado, sin molestarme en corregirla. Si la hacía feliz pensar que me gustaba Peter de esa forma, entonces así sería. Artemisa se merecía un poco de felicidad antes de que me convirtiera en una gran decepción. 
Yo esperaba que los días en la Mansión Eden pasaran muy despacio, pero su reiteración los hacía pasar muy rápido. 

Continuara... 

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Capitulo 29


Aliviada por finalmente estar sola, cerré la puerta y le eché llave. Pateando mis zapatos en una esquina, desate mi vestido, más que lista para poder respirar correctamente de nuevo.
Sintiéndome como si estuviera  a punto de colapsar, moví hacia atrás la cortina sobre  mi cama y me tragué un grito.
Otra persona ya estaba en ella.
Jadeé. Recostado a un lado de mi inmensa cama estaba Peter, vestido con un traje de seda y una camisa de pijama de botones, con un libro grueso en su mano. En vez de saludar o disculparse, me miró como si hubiera interrumpido una parte buena. 
—¿Qué…? ¡Ésta es mi cama! —Ya que todavía estaba usando el corsé, respirar todavía era un problema—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Leyendo —dijo, sentándose—. ¿Quieres ayuda con eso?
Fue entonces que me di cuenta de que estaba prácticamente agarrando mi vestido en un intento por liberar mis pulmones de su prisión. No me dio tiempo para contestarle. Estuvo a mi lado en un instante, sus hábiles manos deshicieron el encaje más rápido de lo que yo jamás habría podido. 
Ya  —dijo  él  una  vez  que  había  terminado  y  que  finalmente  podía  respirar profundamente otra vez—. Todo listo.
—Necesito, necesito cambiarme —dije atontada, agarrando mi vestido en el frente.
—No miraré.
Se acomodó de nuevo en la cama y abrió su libro de nuevo, dejando claro que no iba a irse en ningún momento cercano. Tropecé hasta la parte opuesta de la habitación, dónde estaba la pantalla de cambios donde me vestía. Asegurándome de agarrar los pijamas más oscuros que pudiera encontrar, me cambié con rapidez, ignorando el ruido del vestido mientras lo deslizaba sobre mis caderas.
Emergí menos de un minuto después, enrollada en un traje grueso. Esto era una locura, ¿pensaba que  iba a  dormir aquí? Esto no era parte del  trato. Y si iba a tomar esa cama, entonces yo iba a tener que encontrar otra. Dormiría en el suelo si tenía que hacerlo. De cualquier manera, no me iba a quedar aquí con él. 
—¿Qué estás  haciendo aquí? De verdad, quiero decir —dije, acercándome a la cama con precaución—. No sólo leer. Sé que estás leyendo. Quiero decir, puedo ver eso, y… —Me detuve—. ¿Por qué estás aquí?
Peter marcó la página y volvió toda su atención hacia mí. Todavía era tan desconcertante como lo había sido ayer en el jardín, pero estaba vez estaba demasiado molesta y cansada como para que me importara.
—Estoy aquí porque el consejo decidió que tengo que pasar tiempo  contigo cada noche, tanto como lo permitas. Si deseas que me vaya, entonces lo haré. De otra forma, si no lo pides, me quedaré.
Lo miré, con mi estómago retorciéndose con nudos. 
—¿Quedarte la noche? ¿Toda la noche? 
Levantó una ceja. 
—Estoy  seguro  de  que  esta  noche  me  pedirás  que  me  vaya  mucho  antes  de  que  eso  se vuelva una posibilidad.
—¿Qué tal de otras noches? —chillé—. ¿Tú… se supone que tengo que…tengo que hacer eso?
Nunca antes había hecho eso con nadie. No había tenido tiempo para tener citas mientras mi madre estaba enferma, y mucho menos de enseriarme, y no tenía intención de empezar ahora.  Si  pensaba  que  hacerme  comer  un  par  de  tontas  semillas  significaba  que  me controlaba ahora, él estaba esperando otra cosa.
Sonrió y yo me sonrojé. Lo menos que podía hacer era no tratarme con una idiota. 
—No, eso no es un requerimiento, y tampoco lo será nunca.
Tuve  que  detenerme  de  suspirar  aliviada.  Él  era  más  allá  de  atractivo, pero  ninguna cantidad de belleza me iba hacer comprometerme en eso. 
—¿Entonces por qué estás aquí?
—Estoy aquí porque deseo conocerte mejor. —Me miró—. Me intrigas, y si tienes éxito pasando los exámenes que el consejo coloque ante ti, un día serás mi esposa.
Abrí y cerré mi boca, tratando de conseguir algo que decir.
—Pero…tú dijiste que no tendría que casarme contigo.
—No —dijo con paciencia—. Dije que no te estaba proponiendo matrimonio. Todavía no lo hago. No hay necesidad a menos de que pases. Si lo haces, entonces sí, serás mi esposa durante seis meses del año.
Me removí. 
—¿Y si no quiero ser tu esposa?
Se mantuvo quieto, con su sonrisa desapareciendo. 
—Entonces sería una cosa bastante simple para ti fallar a propósito.
La sequedad en su voz me hizo sentir culpable inmediatamente.
—Lo siento, no quise decir…
—No te disculpes. —Su tono de voz todavía estaba falto de emoción, y sólo me hizo sentir peor—. Ésta es tu elección. Si en algún momento pido demasiado de ti, entonces podrás irte.
Y mi madre moriría. 
Cerré mis puños con tanta fuerza que mis uñas se clavaron en mis  palmas,  y fue mucho después que se me ocurrió algo que decir… un ofrecimiento de paz, por lo menos. Quizás si pretendía que casarme con él era una posibilidad, él no se vería tan vacío. 
—¿Qué pasa entonces? —dije—. ¿Si nosotros nos —casamos— tendré que, ya sabes?
—No.  —Peter  se  descongeló  ligeramente  mientras  se  concentraba  en  mí  de  nuevo.
Estaba  segura  de que  podía  ver directamente  a través  de mí—.  Serás  mi esposa  sólo  en nombre  y  en  título,  y  no  te  lo  pediré  si  no  es  necesario  para  que  el  Inframundo  te reconozca como su gobernante como reconoció a Perséfone. No espero que me ames, Lali.
No me atrevo a esperar a que tú me veas de otra forma que no sea tu amigo, y sé que me debo  ganar  incluso  eso. Entiendo  que  ésta  no  sea  tu  vida ideal,  y  no  deseo  hacerlo  más difícil para ti de lo que ya lo es. Mi único deseo es ayudarte a pasar estas pruebas.
Y detener a cualquiera que tratara de matarme. Con precaución me encaramé en el borde de la cama. Todavía  había suficiente distancia entre nosotros para sentirme segura, pero incluso el aire que nos separaba se sentía como si chisporroteara. 

—¿Qué hay del amor? ¿No quieres, ya sabes, a nadie? ¿Una familia y esas cosas?

Continuara... 

Capitulo 28



Fui instruida para asentir con mi cabeza a cambio, una vez y tan regiamente como fuera posible. Estaba demasiado asustada para hacer algo más.
—Mis súbditos —dijo Peter—. Algunos pidieron venir para poderte conocer, y otros han sido buenos conmigo en el pasado.
—Oh, ¿están muertos?
—Sí, aunque obviamente no en la forma en que tú lo defines.
Yo  los  observaba,  fascinada,  tratando  de  adquirir  cualquier  indicio  de  que  no  eran exactamente  iguales  a  los  vivos.  Algunos  bailaban  arcaicamente,  pero  aparte  de  eso,  no pude encontrar una sola diferencia. Mirando alrededor, mis ojos se posaron en Afrodita. Por lo menos se veía feliz de estar allí.
—Y uno de ellos me quiere muerta —dije. Peter se puso rígido junto a mí, y esa fue toda la confirmación que necesitaba.
—No te preocupes  —dijo—. Estás a salvo conmigo.
—¿Sabes  quién  es?  —dije  y  él  negó  con  la  cabeza—.  ¿Qué  pasa  con  la  persona  que  se supone que se hará cargo por ti si yo fallo? ¿Podría ser él? ¿O ella?
Él hizo una mueca. 
—De alguna manera creo que no. —Y eso fue todo lo que diría sobre el tema.
Era casi medianoche cuando Peter  se levantó y todos se callaron. Mi espalda me estaba matando, y aunque no había dado un paso en horas, me dolían los pies por los tacones que Hera me había obligado a usar. Estaba preparada para que todo esto terminara, pero en lugar  de  llevarme  hacia  la  puerta,  Peter  nos  guió  de  regreso  hacia  el  escenario.  Mis piernas  temblaban  debajo de mí,  y  era  un  milagro  que  lograra  mantenerme  en posición vertical.
—Esto será fácil —dijo en voz baja—. Todo lo que tienes que hacer es decir sí y aceptar las semillas.
Desconcertada,  lo  seguí  hacia  arriba  de  las  escaleras,  casi  cayendo  de  bruces  cuando llegamos a la cima. Por suerte me agarró y me estabilicé, esperando que él hablara.
—Mariana Esposito  —dijo  Peter  con  una  voz  atronadora  que  me  hizo estremecer—.¿Estás  de  acuerdo  en permanecer  en  la  Mansión  Eden  por  el  otoño  y  el  invierno,  para tomar las pruebas  como  te  sean  dadas por los miembros del consejo, y  que  debes pasar, para aceptar el papel como Reina del Inframundo? 
Todo el mundo dentro del salón de baile estaba en silencio. Ninguna presión ni nada. 
—Sí.
Un pequeño plato apareció en su mano, con seis semillas dispuestas cuidadosamente en el centro. Tomé la primera entre mis dedos, mirando a Peter por aprobación. Él asintió con la cabeza alentadoramente, y puse la semilla en mi boca, tratando de no hacer una mueca.
Odiaba  las  semillas… ni siquiera  comía sandía a causa  de ellas. Desafortunadamente las semillas míticas no sabían nada mejor.
Me  las  tragué  rápidamente,  tratando  de  ignorar  la  sensación  viscosa  mientras  se deslizaban  por  mi  garganta.  Tenía  nauseas,  pero  me  las  arreglé  para  mantener  la  boca cerrada. Después de que la sexta semilla fue tragada, la multitud estalló en aplausos, pero eso  no  era  nada  en comparación  con  la  manera  en  que  Peter  me  miraba,  su  expresión extrañamente  suave.  Lo  que  sea  que  esto  fuese,  significaba  más  para  él  de  lo  que comprendía.
Fue entonces cuando ellos finalmente me sacaron de mi miseria. Artemisa y Hera estaban a mi lado y me ayudaron a bajar las escaleras antes de que me diera cuenta de lo que estaba sucediendo. La multitud se apartó para dejarnos pasar, y manos que no llegué a ubicar en cuerpos  llegaban  a  través  de  las  paredes  de  hombros  y  torsos  para  tocar  mi  pelo,  mi vestido…  incluso  unos  pocos  lograron  tocar  mi  cara.  Eventualmente  mis  guardias  se unieron a nosotras, escudándome de ellos. Fue humillante.
—¡Oh,  Lali,  es  tan  lindo!  —dijo  Afrodita  frenéticamente  mientras  ella, Artemisa,  Hera y  yo asíamos nuestro camino de vuelta hacia mi dormitorio—. Dijo que su nombre es Xander, y es bellísimo e inteligente y divertido y lindo...
—Ya has dicho eso —dije, pero ella continúo como si no hubiera dicho nada.
—¡Y dijo que me mostraría algunos trucos de magia alguna vez! Quiero decir, sé que la magia es una actividad que le gusta a los geek, pero aun así es en cierto modo divertido, ¿sabes? De alguna manera tonta.
Artemisa habló  sin  parar  durante  tanto tiempo que  cuando  llegamos  a mi habitación,  incluso Hera  parecía  menos  que  entusiasta.  Por  suerte  Artemisa,  quien  me  estaba  empezando  a gustar más y más, vino a mi rescate.
—Lali  necesita  dormir  —dijo  ella,  bloqueando  el  camino  de  Afrodita  dentro  de  mi habitación—. La puedes ver mañana.
Afrodita entrecerró los ojos, y sentí una pelea avecinándose. 
—¿Quién lo dice?
—Yo  —dijo Artemisa,  irguiéndose  en  toda  su  estatura,  era  unos  buenos  quince  centímetros más  alta  que  Afrodita—.  Artemisa  tiene  cosas  más  importantes  de  las  que  preocuparse  que escucharte parlotear acerca de Xander. Y Xander tiene cosas más importantes que hacer que escuchar.
Artemisa dijo la última parte un poco más fuerte de lo estrictamente necesario, haciendo a su voz  resonar  hacia abajo  por  el  pasillo.  Oí  una  tos  avergonzada  en  la  distancia, y  me  las arreglé para reprimir una sonrisa.
—Lo  siento,  Afrodita  —dije,  destrozada  entre  querer  ser  una  buena  amiga  y  querer  que  mi cabeza  dejara  de  martillear—.  Podemos  hablar  de  eso  mañana,  ¿está  bien?  Realmente estoy cansada.
Artemisa miró a Afrodita. 
—Lo que sea.
Después  de  que  Afrodita  dejó  el  lugar  furiosamente  en  una  rabieta,  Artemisa  y  Hera  giraron hacia mí a la expectativa. Suspiré. 
—Ustedes, también, chicas. Puedo desvestirme, lo prometo. Aprendí a hacerlo hace años.
Artemisa resopló. 

—Buena  suerte  con  ese  corsé  —dijo  ella  alejándose  sin  decir  otra  palabra.  Hera  se ofreció a quedarse y ayudar, pero la ahuyenté también. En el peor de los casos, usaría unas tijeras contra la maldita cosa. Tal vez eso detendría a Artemisa de tratar de forzarme dentro de otro por un tiempo.

Continuara...

Capitulo 27




Artemisa estaba en lo cierto. Aunque yo era escéptica acerca de Afrodita o lo que Peter había hecho o  lo  que  él  me  había  dicho,  esto  —estar  con  mi  madre,  hablándole,  consiguiendo  otra oportunidad—  era demasiado  vívido  para ser  un  sueño. Era  demasiado  real para  ser mi imaginación.
—Me  dio  más  tiempo  contigo  —dijo  mi  madre,  tirando  de  mí  en  un  abrazo—.  ¿Cómo podría no creerle después de eso?
Caminamos en silencio, terminando nuestros perros calientes y tirando las envolturas en la  basura  mientras  nos  dirigíamos  hacia  el  centro  del  parque.  Ella  mantuvo  su  brazo alrededor  de  mis  hombros,  y  yo  envolví  mi  brazo  alrededor  de  su  cintura,  sin  querer dejarla ir.
—¿Mamá? —dije—. Tengo miedo.
—¿De qué?
—De  las  pruebas.  —Miré  fijamente  al  suelo—.  Él  dijo  que  tengo  que pasarlas todas… ¿qué pasa si no puedo? ¿Qué ocurre entonces?
—¿Y  que  pasa  si  puedes?  —Frotó  mi  espalda  con  dulzura—.  ¿Qué  pasa  si  eres exactamente lo que Peter ha estado esperando todo este tiempo?
Parecía  absurdo,  pero  la  forma  en  que  había  sonado  hablando  acerca  de  perder  a  su esposa… Afrodita había estado en lo cierto. Tal vez era un Dios todopoderoso con el poder de resucitar  a  los  muertos,  pero  también  era  un  hombre  muy  solitario.  Yo  sabía  como  se sentía ese tipo de pérdida y soledad, y si había algo que pudiera hacer para que alguien más dejara de sentirse de esa manera, lo haría.
Tal vez elegirme, no había sido un accidente después de todo.
Mi vestido para el baile no era sólo feo… era doloroso. Para mi horror, Artemisa se salió con la suya y me metió en un corsé, y pasó casi media hora amarrándolo lo más fuerte que pudo.
Yo no era nada colaboradora, exhalando cuando debería haber estado inhalando, pero le llevó muy poco tiempo averiguar lo que estaba haciendo.
—Puedo esperar hasta que tomes un respiro —dijo—. Tienes que hacerlo eventualmente.
—¿Por qué necesito un corsé? —dije—. ¿Moriste en el siglo XVIII o algo así?
Ella se burló. 
—Difícilmente. Creo que se ven bien, y me gusta torturarte. Ahora aguántalo.
La única  persona  que Artemisa no  forzó  en un corsé fue  Afrodita,  quien lucía  impactante  con  un vestido  azul  que  hacía  juego  con  sus  ojos,  y  mientras  ella  me  ayudaba  a  atravesar  los pasillos,  traté  de  inhalar  tan  lenta  y  tan  profundamente  como  mi  corsé  me  lo  permitía.
Podría pasar por esto. Sólo eran un par de horas, y luego se habría terminado.
—¿Lista? —dijo Afrodita mientras rebotaba en la punta de sus pies. Nos quedamos fuera del salón de baile, a la espera de ser anunciadas. Artemisa y Hera, quienes ya estaban dentro, se habían tropezado por todas partes entre ellas mismas esa tarde, dándome instrucción tras instrucción  sobre  cómo  comportarme.  Mantenerme  derecha,  saludar  a  todos  con  una sonrisa,  ser  cortés,  no  decir  nada  que  pueda  meterme  en  problemas,  no  mencionar  el mundo exterior, no le decirle a nadie cómo me siento acerca de todo esto, y bajo ninguna condición ser yo misma. Bastante fácil.
—No  creo  que  tenga  opción  —murmuré.  Se  suponía  que  debía  entrar  en  la  sala inmediatamente  después  de  que  fuera  anunciada.  Pequeños  pasos,  había  dicho Hera, asegurándome de ponerme de puntas mientras camine. Cuando había mencionado el hecho de  que  nadie  sería  capaz  de  ver  mis  pies  debajo  del  satén  y  el  encaje,  ella  me  había ignorado—. ¿Qué pasa si el que mató a las otras chicas trata de matarme?
—Voy a estar ahí todo el tiempo —dijo Afrodita—. Así como Peter y el consejo. Si cualquiera trata de matarte, tendrán que pasar por todos nosotros. Ahora no te olvides de respirar.
Un  desmayo  sería  el  camino  perfecto  para  salir  de  esto,  pero  conociendo  mi  suerte, simplemente celebrarían otro baile una vez que me recuperara.
Dos hombres a cada lado de las puertas las abrieron para nosotras, y mi corazón latía tan fuerte que probablemente lo oyeron al otro lado de la habitación. Por un momento no pude distinguir nada en la luz tenue del salón de baile, pero pronto pude ver el interior. La sala era enorme, más grande que la cafetería de la Preparatoria Eden y el gimnasio combinados, y  las  únicas  fuentes  de  luz  provenían  de  los  candelabros.  Todos  estaban  vestidos  tan
sofisticadamente  como  yo lo estaba, y tuve la  clara  impresión de  que  éste  era  el  evento social del siglo.
Y cientos de pares de ojos estaban enfocados directamente en mí.
—¿Lali? —dijo Afrodita. Debo de haberme tambaleado, porque ella me tomó por el codo, su agarre más fuerte de lo que esperaba—. Lali, respira.
Adentro y afuera, adentro y afuera… ¿por qué era esto más difícil de lo que se suponía que era?
—¡Lali, haz algo! —siseó Afrodita—. Todo el mundo está mirando.
Ése era el problema.
Ser el centro de atención nunca había sido lo mío. Una vez, en la escuela primaria, mucho antes de que mi madre se hubiera enfermado, mis supuestos amigos me habían convencido de realizar una rutina de baile para el concurso de talentos de la escuela. Ni siquiera podía dar un paso hacia el escenario, había estado muy nerviosa, y cuando ellos me empujaron en frente de toda esa gente, había vomitado de inmediato justo en el medio del teatro. No fue mi momento de mayor orgullo.
Esta vez, mi única salvación era el hecho de que no había nada en mi estómago para subir.
Puedo hacer esto, pensé. Un pie delante del otro… es todo lo que te va a tomar.
—De  acuerdo  —dije  dando un  paso  hacia  adelante. El silencio  que  había  caído  sobre la multitud se convirtió en susurros nerviosos, y con cada movimiento que hice, pude sentir lo abrasador de sus miradas.
—Damas y caballeros —dijo el heraldo—. Les presento a la señorita Mariana Esposito.
Aplausos  descontrolados  llenaron  el  aire,  y  si  no  me  había  sentido  lo  suficientemente humillada  antes,  ahora  me  quería  morir.  Por  lo  menos  Afrodita  todavía  estaba  a  mi  lado  y agarrando  mi  codo.  Cada  mal  pensamiento  que  alguna  vez  había  tenido  sobre  ella  se evaporó. 
—Mira, Lali… ¡los guardias! Míralos —susurró con emoción—. ¿No son bellísimos?
Por  el  rabillo  del ojo vi  a  los  dos  hombres  que había notado  en  el  desayuno  la  mañana anterior. Ella había dicho que ellos irían conmigo a todas partes, pero esta era la primera vez que los había visto desde entonces. El hombre de cabello oscuro me estaba dando —no, a  Afrodita—  una  sonrisa  tímida.  El  rubio  estaba  tan  quieto  como  antes,  viendo  la  multitud diligentemente.
Para  mi  alivio,  vi  a  Peter  en  la  parte  superior  de  una  plataforma  en  el  otro  lado  de  la habitación. Bajo la luz baja, se veía tan atractivo como siempre, pero mientras él llamó mi atención, no fue lo que la mantuvo. Detrás de él había catorce tronos… verdaderos, tronos de la vida real. Ninguno de ellos estaba ocupado, pero no tenían que estarlo. Comprendí de inmediato. El consejo estaba aquí.
Si Peter tenía razón y lo imposible era posible, entonces esas catorce personas era de lo que estaban hechos los mitos, y se suponía que yo… ¿qué? ¿Me acercara a ellos, les diera la mano y me presentara?
De alguna manera me mantuve en movimiento. Antes de que pudiera procesar todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor, habíamos llegado a la plataforma, y Hera me estaba ayudando a subir los escalones con el pretexto de tratar con el largo borde de mi vestido.
Una vez estuve de pie por mi cuenta en la parte superior, Peter se acercó a mí, inclinando la cabeza en señal de saludo.
—Lali. —Su suave voz no hizo nada más que calmarme—. Te ves hermosa.
—Gr-gracias  —tartamudeé,  tratando  de  hacer  una  reverencia.  No  funcionó  demasiado bien—. Veo que no te hicieron usar un vestido.
Peter  se echó a reír. 
—Incluso si lo hubieran hecho, yo no me hubiera visto tan encantador como tú.
Me tendió la mano, y la tomé, sin tener otra opción si no quería caer de bruces. Peter me llevó al centro de la plataforma, nuestras espaldas frente a la audiencia.
—Mi familia —dijo con un gesto vago hacia los tronos.
— ¿Son invisibles? —susurré.
Él me dio una sonrisa irónica. 
—No, están entre nosotros. Desean permanecer en el anonimato.
Asentí con la cabeza y forcé una mueca, esperando que pasara por una sonrisa. Así que no los  conocería  cara  a  cara  después  de  todo.  Eso  era  infinitamente  más  aterrador;  lo  que significaba  que cada persona que  conociera  esta noche  sería  un  evaluador potencial. Tal vez desmayarse no era tan mala idea.
Pasé la noche sentada junto a él en otra plataforma más pequeña, viendo a todos los demás divirtiéndose. Me preocupaba que alguien pudiera saltar y  tratar de ahorcarme, y no me atrevía  a  tomar  cualquiera  de  los  alimentos  o  bebidas  que  pasaban  alrededor,  pero mientras  Peter  estuviera  allí,  me  sentía  segura.  O  al  menos  tan  segura  como  podríaestarlo.  Me  quedé  quieta,  negándome  a  echar  un vistazo a los tronos vacíos. Yo  podría hacer esto, les gustara o no. Tenía que hacerlo.
Vi  a  Afrodita  bailar  con  el  guardia  de  cabello  oscuro,  que  parecía  divertirse  más  de  lo  que alguien de guardia debería. Él era lindo, pero yo tenía la furtiva sospecha de que el único hombre  con el  que me estaría  permitido salir estaba  sentado a  mi  lado, sin hacer  ruido.
Alejé  el  pensamiento. Nuestro  acuerdo  fue que me quedaría  aquí,  no  que haría  algo  tan ridículo  como  casarme  con  él,  reina  o  no.  Aunque  cuanto  más  pensaba  en  ello,  más  me preguntaba si ser su llamada reina significaba casarme con él, también.

— ¿Quién es todo el  mundo? —dije finalmente. Nadie se acercó a  Peter y a mí, pero de vez en cuando alguien se detenía delante de la plataforma y se inclinaba en una reverencia.

Contuniará... 

capitulo 26


El resto de la mañana no fue mucho mejor, y por la tarde fue cien veces peor. Después del almuerzo, Artemisa se unió a nosotras, como una sombra silenciosa deambulando por la casa, y la  tensión  que  causaba  me  daba  ganas  de  arrancarme  los  cabellos.  Afortunadamente después de unas pocas y dirigidas miradas, se encargó de evitar a Afrodita por completo, y Afrodita se encargó de ignorar a Artemisa.
Fue reconfortante tener Afrodita allí. Artemisa era una pieza conocida de la realidad que solía usar de ancla, la prueba que necesitaba para que todo esto no fuera una alucinación elaborada.
Hizo más fácil creer que no me estaba volviendo loca. Tal vez eso era con lo que Peter contaba.
Mientras vagábamos por los pasillos, explorando las innumerables habitaciones, me quedé cerca  de  Afrodita.  No parecía  importarle,  e  incluso me  tomó  del brazo  y  me  condujo  de un lugar a  otro, describiendo  cada habitación  que pasábamos  como si  estuviera tratando  de venderme  una  casa.  Hera  se  nos  unió,  pero  Artemisa  siguió  manteniendo  su  distancia.  A pesar  de la  tensión, la  tarde estuvo  realmente  divertida. No  fue  hasta que  estuvimos de regreso  en mi  habitación que  se  hizo insoportable,  todo por  las  noticias entregadas  por Hestia en medio de la tarde.
— ¿Un cotillón? —dije, mi corazón hundiendo—. ¿Te refieres a un baile
A nadie más parecía importarle. Hera chilló, e incluso Artemisa parecía emocionada. 
— ¿Un  baile?  —dijo  Afrodita,  aplaudiendo  las  manos  con  entusiasmo—.  No  tengo  nada  que ponerme… ¿qué se supone que debo hacer?
— ¿Invadir otro armario? —dijo Artemisa. Ambas la ignoramos.
—Un baile formal mañana  por la noche  —dijo  Hestia—, organizado por el consejo en tu honor. La mayoría de las veces es planificado para el solsticio de invierno, pero ya que eres la última y todos tan ansiosos de conocerte, se ha anticipado.
—¿Quieres  decir  que  no  tiene  nada  que  ver  con  el  hecho  de  que  la  mitad  de  las  chicas fueron asesinadas en su baile y Peter quería asegurarse de que ella sobreviviera a él antes de invertir más tiempo? —dijo Artemisa inocentemente.
Hestia la miró y se volvió hacia mí. 
—Considéralo tu introducción en la sociedad.
Suspiré y traté de ignorar lo que Artemisa había dicho. Peter no dejaría que eso me sucediera.
No si yo era su última oportunidad. 
—No necesito ser introducida en la sociedad. La sociedad y yo nos hemos encontrado por años sin conocernos, muchas gracias.
—¿Todo el consejo vendrá esta vez? —dijo Hera nerviosa.
—Esto es por Peter —dijo Artemisa con una mueca—. ¿Realmente cuestionas que alguna vez querrán conocerla?
—¿Quienes están en el consejo? —dije—. ¿Por qué son tan terribles?
—No lo son —dijo Artemisa mientras se sentaba en un sillón, manteniendo su distancia—. Son familia  de  Peter.  Sus  hermanos  y  hermanas  y  sobrinos,  aunque  él  y  sus  hermanos  y hermanas realmente no están relacionados por sangre. Más bien se adoptaron entre sí ya que comparten el mismo creador y son los seis dioses originales, pero es como se llaman a sí mismos. Es como una descripción tan buena como cualquier otra.
—¿Como Zeus y esas cosas? —dijo Afrodita desde su lugar en mi cama—. ¿El tipo rayo?
Casi podía ver el humo comenzar a salir de los oídos de Artemisa. 
—¿Estás loca o sólo eres increíblemente estúpida?
Afrodita inhaló. 
—Ninguno, gracias. ¿Hera? ¿Es el tipo rayo?
—Sí, ese es él —dijo Hera desde una butaca, donde se había colapsado por la noticia—.
Es hermano de Peter.
Mordí mi labio, sin saber qué decir. Me costó mucho creer todo esto para empezar. Añade al  Rey  de  los  dioses,  y  a  cualquier  posibilidad  concebible  que  tenía  de  tomar  esto  en serio… salió volando por la ventana. Además, no tenía ninguna duda de que si realmente empezaba a creer lo que estaban diciendo, me habría desmayado sobre el terreno, y eso era lo último que quería. Por ahora, eran familia de Peter. Una familia que daba miedo, muy intimidante  y  muy  grande,  pero  aun  así  su  familia.  Podría  ignorar  la  parte  de  los relámpagos mientras tanto.
—Nueva regla —dije,  tragando  el nudo en  la  garganta—.  Nadie habla de ellos a menos que pregunte. Me están volviendo loca, y no puedo hacerlo si me estoy volviendo loca, así que… mejor no lo hagan. No hasta que el baile haya terminado. ¿De acuerdo?
Ninguna de ellas parecía muy desdichada con esto, y todas asintieron, incluyendo a Afrodita.
—No estamos autorizadas a decirte mucho de todos modos —admitió Hera. Fruncí el ceño, pero no luché contra ello. Si Peter no me lo decía, entonces tendría que averiguarlo por mi cuenta.
—Una cosa —dijo Artemisa—. Lo último que diré sobre ello, pero que realmente debes saber.
El consejo será el que decida si realmente pasas las pruebas. Y si no pasas, serán los que decidan qué hacer contigo después.
Mi cabeza daba vueltas, y dije en voz baja: 
—¿Lo que  harán  conmigo  después?  Pensé que Peter  había  dicho  que  no sería  capaz de recordarlo.
—¡Oh, no te preocupes! —dijo Hera, mirando fulminante hacia Artemisa—. No lo harás. No te lastimarán ni nada, o al menos no creo que lo hagan. —Vaciló—. Nadie realmente llegó hasta ese punto antes.
La  forma  en  Artemisa  la  miró  me  hizo  pensar  que  no  estaba  recibiendo  toda  la  verdad.  Mi estómago se revolvió con violencia y, por un momento, pensé que iba a enfermarme. Si no les gustaba, estaba jodida, y no quedaría nadie para preocuparse por lo que me hicieran.
En baile?  —La  risa  tintineante  de  mi  madre  se  alzó  sobre  la  gente  que pasábamos en la concurrida calle de Nueva York, quienes se apresuraban
a  nuestro  alrededor  en  su  camino  a  casa  o  al  trabajo  u  otros  lugares importantes—. Ellos realmente no te conocen en absoluto, ¿verdad?
—No es gracioso. —Metí mis manos en mis bolsillos, mirando al otro lado de la calle en Central Park—. ¿Qué pasa si la familia de Peter me odia?
—Siempre  es  una posibilidad,  supongo.  —Metió  su brazo por  mi codo y  me  atrajo más cerca—. Sin embargo, lo dudo mucho. ¿Quién podría odiarte?
Rodé mis ojos, negándome a hablar de la parte en la que al parecer alguien dentro de la casa quería verme muerta. 
—Tú eres mi mad
re. Se supone que debes decir eso.
—Es verdad. —Artemisa sonrió—. Aunque eso no significa que no lo quiera decir.
Cerca de allí un coche tocó la bocina con impaciencia en el tráfico lento, y mi madre y yo éramos  constantemente  empujadas  a  medida  que  nos  dirigíamos  por  la  acera  a  nuestro propio  ritmo,  no  el  rápido  caminar  que  los  otros  peatones  utilizaban.  Cerré  mis  ojos  e incliné  la cabeza  hacia  arriba, inhalando profundamente.  El olor  era  excepcionalmente  a Nueva  York, y me  recordó lo mucho  que extrañaba la  ciudad. Cuánto echaba  de  menos estar aquí con mi madre. 
—Él cree que es un Dios.
—¿Lo hace? —Mi madre levantó una ceja—. Trajo de vuelta a Afrodita, ¿no?
Antes  de  que  pudiera  responder,  ella  vio  a  un  vendedor  de  perros  calientes.  Traté  de decirle  que  no  tenía  hambre,  pero  ella  no  lo  estaba  escuchando.  Dos  minutos  después, volvimos  a  entrar  en  el  parque,  ambas  sosteniendo  perros  calientes.  El  suyo  estaba cargado  con  todos  los  ingredientes  que  el  vendedor  tenía;  yo  me  quedé  con  la  salsa  de tomate.
—Dijo que estuvo casado con Perséfone —dije de mala gana. Incluso a mí, me parecía una locura
—Entonces  eso  lo  convertiría  en  Hades  —dijo  ella  de  forma  tan  realista  que  le di una mirada perpleja. Lamentablemente se dio cuenta. 
—¿Qué?
—¿Realmente le crees? —dije.
—¿Y tú no? ¿Qué más necesita hacer para demostrártelo, querida? —Artemisa se inclinó y me dio un beso baboso en la frente—. Tú siempre has sido demasiado práctica para tu propio bien.
—Pero.  —Tomé  una  respiración  profunda,  tratando  de  enfocar  mis  pensamientos—. ¿Pero por qué? ¿Por qué le crees?
Artemisa hizo un gesto de ancho, barriendo al parque que nos rodeaba. 

—¿De qué otra forma puedes explicar esto?


¡¡Hola!! Muchísimas,muchísimas gracias por las firmas, aunque solo sean dos por lo menos alguien me firma y me emociona bastante ya que pensaba que nadie leía la novela, veo que hay gente que lee la novela y como dijo la anónima es injusto, por eso voy a subir la novel hasta que termine.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Capítulo 25


Me  quedé como  una idiota durante  un minuto, tratando  de averiguar  cómo salir.  Había una  gran  ventana  en  la  pared  del  fondo,  pero  estábamos  a  tres  pisos  de  altura.  Saltar probablemente  no  sería  un  suicidio,  pero  dolería.  Aparte  de  la  puerta,  no  había  otras salidas, así que lo único que podía hacer era esperar.
Quitándome los zapatos de mis adoloridos pies, tomé un  asiento en  la  mesa y crucé los brazos sobre mi pecho. La silla era incómoda, y la habitación estaba caliente, pero al menos ya no tenía que caminar en aquellos tacones.
El denso olor a incienso llenó el aire, haciéndome estornudar. Mirando por encima de mi hombro, alcancé a ver una cara familiar, y amplié mis ojos. Detrás de mí estaba Atenea, la recepcionista de la oficina del instituto, vestida con una túnica blanca similar a la de Afrodita.
Fluía detrás de ella y era impresionante, pero no era nada en comparación con su cabello.
A pesar de que antes había sido rojo, ahora era de un rubí intenso, tan brillante en la luz del sol que casi brillaba. No podía ser natural.
—Hola, Lali —dijo con una sonrisa amistosa—. Es bueno verte de nuevo.
Vacilé.
—¿Qué bueno verte de nuevo, también?
Ella  se  sentó  frente  a  mí  con  el  tipo  de  gracia  por  la  cual  una  bailarina  habría  dado  su brazo derecho, y no pude evitar sentir una punzada de amargura. ¿Qué se suponía que me iba a enseñar, cómo ser hermosa?
—¿Hay  alguien  más  de  Eden  aquí  del  cual  deba  saber?  —dije.  Primero  Hestia, y ahora Atenea… ¿estaba por aparecer misteriosamente Ares, también?
Las comisuras de sus labios se torcieron en una sonrisa divertida. 
—Supongo  que  tendrás  que  esperar  y  ver,  ¿no?  Perdón  por  el  subterfugio,  querida.  Te prometo que fue sólo para lo mejor.
—Sí, me doy cuenta —gruñí. No me gusta saber que he sido engañada—. ¿Entonces tú me enseñarás? ¿Cálculo, ciencia y esas cosas?
Ella rió, sonando como carillones de viento. 
—Algo más fresco. Algo mucho, mucho más fresco. Peter quiere que estés preparada en caso de que pases, y eso significa aprender sobre las personas. Cómo trabajan, cómo se ven a sí mismos y cómo se ven unos a otros, por qué toman ciertas decisiones… psicología, en su mayoría. Algo de astronomía y astrología. Aparte de eso, lo más importante, necesitas aprender sobre este mundo. No sólo del Inframundo, sino todo esto.
—¿Mitología? —La palabra se sintió pesada en mi lengua.
—No hay mitología  aquí —dijo con  un guiño—. Mientras siempre  lo recuerdes, estarás bien.  —Aparentemente de la  nada  sacó un grueso libro y  lo puso sobre  la  mesa, el cual gimió.
—¿Tengo que leer esto? —dije.
—No te preocupes —dijo—. Tiene imágenes.
De alguna manera eso no era muy tranquilizador. 
—¿Por qué tengo que aprender todo esto?
Ella  no  tuvo  oportunidad  de  responderme. En  cambio,  la  puerta  sin  manija  se  abrió,  y gritos ininteligibles llenaron la habitación. Me levanté tan rápido que casi derribo la silla.
Atenea pareció molesta, pero permaneció sentada y no habló.
Artemisa, Hera y Afrodita tropezaron en la habitación, cada una aparentemente decidida a ser la primera  en  entrar.  Afrodita  lucía  un  vestido  rosa  que  habría  quemado  antes  de  usar,  y  Artemisa irrumpió detrás de ella, furiosa
—¡No puedes tomar cosas que no te pertenecen! —gritó Artemisa, con el rostro encendido con furia.
—Lali, dile —declaró Afrodita.
—Lo siento —dijo Hera, abriéndose camino hacia el frente—. Traté de detenerlas, pero ellas no quisieron escuchar…
—Ella es la que no quiso escuchar —dijo Artemisa, apuntando a Afrodita.
—¿Discúlpame? Tú eres la única que no me estaba escuchando.
Parecía que estaban dispuestas a arrancarse las gargantas. Abrumada, finalmente encontré mi voz, y di un paso adelante. 
—Basta, ustedes dos. ¿Eso es por el vestido?
Ambas se quedaron en silencio, y pude sentir las olas de resentimiento saliendo de ambas. Hera fue la que contestó. 
—Tu amiga entró a tu habitación en busca de algo de ropa, y Artemisa dijo que no podía. Pero tu amiga dijo que le diste permiso, y no tenía nada que ponerse, pero Artemisa dijo que había otras cosas, y que si esperaba un rato, podría…
¡Yo estaba desnuda, y esta pequeña puta quería que me fuera! —dijo Afrodita, trasladándose para ponerse de pie a mi lado. Por el rabillo de mi ojo, la vi mirando a Artemisa, cuya expresión era perfectamente lisa ahora que se había calmado.
—Ella estaba en tu habitación —dijo Artemisa con frialdad—. No se permite estar allí sin mi permiso.
—Es  mi  habitación  —dije—.  Parece  lógico  que  si  yo  digo  que  puede  estar  allí,  puede estarlo, ¿verdad?
Artemisa se quedó en silencio. Suspiré. 
—Está  bien,  escuchen…  Afrodita  puede  entrar  a  mi  habitación  cada  vez  que  quiera,  ¿de acuerdo? Pero necesita su propia habitación, si hay alguna disponible.
Afrodita resopló. 
—Todo el lugar está lleno de habitaciones.
La ignoré. 
—Y necesitará cosas para usar. Sólo sean amables, ¿de acuerdo? ¿Por favor?
La mirada en el rostro de Artemisa me heló la sangre.

—Como desees, Su Alteza —dijo secamente antes de girar sobre sus talones y alejarse. Si no estaba segura de si me odiaba antes, ahora lo sabía. Estaba condenada a estar atrapada en corsés y faldas de aro por los próximos seis meses.
—Aquí —dijo Hera en voz baja—. Me llevaré a Afrodita y encontraremos una habitación para ella.
Afrodita se erizó. 
—No soy una niña. No tienes que tomar mi mano.
—Está bien, Hera  —dije—. Puedo hacerlo una vez que haya terminado aquí. Necesito explorar este lugar de todos modos. Puedes venir si quieres.
—Está bien —dijo Atenea, sonando irritada—. Sólo lee las páginas que te he marcado para mañana. Haré que alguien lleve el libro a tu habitación.
Asentí, sin saber qué decir. Mirando a Afrodita, sentí una punzada de culpabilidad; era mi culpa que estuviera aquí desde el principio y tuviera que aguantar todo esto. Tal vez Artemisa no se llevaba  bien  con  nadie, pero  tenía  que  asegurarme  de  que  Afrodita  no fuera  completamente miserable.  El  hecho  de  que  estuviera  atrapada  aquí  no  significaba  que  ella  tuviera  que pagar el precio, también.

Continuara...

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