viernes, 26 de septiembre de 2014

Capitulo 27




Artemisa estaba en lo cierto. Aunque yo era escéptica acerca de Afrodita o lo que Peter había hecho o  lo  que  él  me  había  dicho,  esto  —estar  con  mi  madre,  hablándole,  consiguiendo  otra oportunidad—  era demasiado  vívido  para ser  un  sueño. Era  demasiado  real para  ser mi imaginación.
—Me  dio  más  tiempo  contigo  —dijo  mi  madre,  tirando  de  mí  en  un  abrazo—.  ¿Cómo podría no creerle después de eso?
Caminamos en silencio, terminando nuestros perros calientes y tirando las envolturas en la  basura  mientras  nos  dirigíamos  hacia  el  centro  del  parque.  Ella  mantuvo  su  brazo alrededor  de  mis  hombros,  y  yo  envolví  mi  brazo  alrededor  de  su  cintura,  sin  querer dejarla ir.
—¿Mamá? —dije—. Tengo miedo.
—¿De qué?
—De  las  pruebas.  —Miré  fijamente  al  suelo—.  Él  dijo  que  tengo  que pasarlas todas… ¿qué pasa si no puedo? ¿Qué ocurre entonces?
—¿Y  que  pasa  si  puedes?  —Frotó  mi  espalda  con  dulzura—.  ¿Qué  pasa  si  eres exactamente lo que Peter ha estado esperando todo este tiempo?
Parecía  absurdo,  pero  la  forma  en  que  había  sonado  hablando  acerca  de  perder  a  su esposa… Afrodita había estado en lo cierto. Tal vez era un Dios todopoderoso con el poder de resucitar  a  los  muertos,  pero  también  era  un  hombre  muy  solitario.  Yo  sabía  como  se sentía ese tipo de pérdida y soledad, y si había algo que pudiera hacer para que alguien más dejara de sentirse de esa manera, lo haría.
Tal vez elegirme, no había sido un accidente después de todo.
Mi vestido para el baile no era sólo feo… era doloroso. Para mi horror, Artemisa se salió con la suya y me metió en un corsé, y pasó casi media hora amarrándolo lo más fuerte que pudo.
Yo no era nada colaboradora, exhalando cuando debería haber estado inhalando, pero le llevó muy poco tiempo averiguar lo que estaba haciendo.
—Puedo esperar hasta que tomes un respiro —dijo—. Tienes que hacerlo eventualmente.
—¿Por qué necesito un corsé? —dije—. ¿Moriste en el siglo XVIII o algo así?
Ella se burló. 
—Difícilmente. Creo que se ven bien, y me gusta torturarte. Ahora aguántalo.
La única  persona  que Artemisa no  forzó  en un corsé fue  Afrodita,  quien lucía  impactante  con  un vestido  azul  que  hacía  juego  con  sus  ojos,  y  mientras  ella  me  ayudaba  a  atravesar  los pasillos,  traté  de  inhalar  tan  lenta  y  tan  profundamente  como  mi  corsé  me  lo  permitía.
Podría pasar por esto. Sólo eran un par de horas, y luego se habría terminado.
—¿Lista? —dijo Afrodita mientras rebotaba en la punta de sus pies. Nos quedamos fuera del salón de baile, a la espera de ser anunciadas. Artemisa y Hera, quienes ya estaban dentro, se habían tropezado por todas partes entre ellas mismas esa tarde, dándome instrucción tras instrucción  sobre  cómo  comportarme.  Mantenerme  derecha,  saludar  a  todos  con  una sonrisa,  ser  cortés,  no  decir  nada  que  pueda  meterme  en  problemas,  no  mencionar  el mundo exterior, no le decirle a nadie cómo me siento acerca de todo esto, y bajo ninguna condición ser yo misma. Bastante fácil.
—No  creo  que  tenga  opción  —murmuré.  Se  suponía  que  debía  entrar  en  la  sala inmediatamente  después  de  que  fuera  anunciada.  Pequeños  pasos,  había  dicho Hera, asegurándome de ponerme de puntas mientras camine. Cuando había mencionado el hecho de  que  nadie  sería  capaz  de  ver  mis  pies  debajo  del  satén  y  el  encaje,  ella  me  había ignorado—. ¿Qué pasa si el que mató a las otras chicas trata de matarme?
—Voy a estar ahí todo el tiempo —dijo Afrodita—. Así como Peter y el consejo. Si cualquiera trata de matarte, tendrán que pasar por todos nosotros. Ahora no te olvides de respirar.
Un  desmayo  sería  el  camino  perfecto  para  salir  de  esto,  pero  conociendo  mi  suerte, simplemente celebrarían otro baile una vez que me recuperara.
Dos hombres a cada lado de las puertas las abrieron para nosotras, y mi corazón latía tan fuerte que probablemente lo oyeron al otro lado de la habitación. Por un momento no pude distinguir nada en la luz tenue del salón de baile, pero pronto pude ver el interior. La sala era enorme, más grande que la cafetería de la Preparatoria Eden y el gimnasio combinados, y  las  únicas  fuentes  de  luz  provenían  de  los  candelabros.  Todos  estaban  vestidos  tan
sofisticadamente  como  yo lo estaba, y tuve la  clara  impresión de  que  éste  era  el  evento social del siglo.
Y cientos de pares de ojos estaban enfocados directamente en mí.
—¿Lali? —dijo Afrodita. Debo de haberme tambaleado, porque ella me tomó por el codo, su agarre más fuerte de lo que esperaba—. Lali, respira.
Adentro y afuera, adentro y afuera… ¿por qué era esto más difícil de lo que se suponía que era?
—¡Lali, haz algo! —siseó Afrodita—. Todo el mundo está mirando.
Ése era el problema.
Ser el centro de atención nunca había sido lo mío. Una vez, en la escuela primaria, mucho antes de que mi madre se hubiera enfermado, mis supuestos amigos me habían convencido de realizar una rutina de baile para el concurso de talentos de la escuela. Ni siquiera podía dar un paso hacia el escenario, había estado muy nerviosa, y cuando ellos me empujaron en frente de toda esa gente, había vomitado de inmediato justo en el medio del teatro. No fue mi momento de mayor orgullo.
Esta vez, mi única salvación era el hecho de que no había nada en mi estómago para subir.
Puedo hacer esto, pensé. Un pie delante del otro… es todo lo que te va a tomar.
—De  acuerdo  —dije  dando un  paso  hacia  adelante. El silencio  que  había  caído  sobre la multitud se convirtió en susurros nerviosos, y con cada movimiento que hice, pude sentir lo abrasador de sus miradas.
—Damas y caballeros —dijo el heraldo—. Les presento a la señorita Mariana Esposito.
Aplausos  descontrolados  llenaron  el  aire,  y  si  no  me  había  sentido  lo  suficientemente humillada  antes,  ahora  me  quería  morir.  Por  lo  menos  Afrodita  todavía  estaba  a  mi  lado  y agarrando  mi  codo.  Cada  mal  pensamiento  que  alguna  vez  había  tenido  sobre  ella  se evaporó. 
—Mira, Lali… ¡los guardias! Míralos —susurró con emoción—. ¿No son bellísimos?
Por  el  rabillo  del ojo vi  a  los  dos  hombres  que había notado  en  el  desayuno  la  mañana anterior. Ella había dicho que ellos irían conmigo a todas partes, pero esta era la primera vez que los había visto desde entonces. El hombre de cabello oscuro me estaba dando —no, a  Afrodita—  una  sonrisa  tímida.  El  rubio  estaba  tan  quieto  como  antes,  viendo  la  multitud diligentemente.
Para  mi  alivio,  vi  a  Peter  en  la  parte  superior  de  una  plataforma  en  el  otro  lado  de  la habitación. Bajo la luz baja, se veía tan atractivo como siempre, pero mientras él llamó mi atención, no fue lo que la mantuvo. Detrás de él había catorce tronos… verdaderos, tronos de la vida real. Ninguno de ellos estaba ocupado, pero no tenían que estarlo. Comprendí de inmediato. El consejo estaba aquí.
Si Peter tenía razón y lo imposible era posible, entonces esas catorce personas era de lo que estaban hechos los mitos, y se suponía que yo… ¿qué? ¿Me acercara a ellos, les diera la mano y me presentara?
De alguna manera me mantuve en movimiento. Antes de que pudiera procesar todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor, habíamos llegado a la plataforma, y Hera me estaba ayudando a subir los escalones con el pretexto de tratar con el largo borde de mi vestido.
Una vez estuve de pie por mi cuenta en la parte superior, Peter se acercó a mí, inclinando la cabeza en señal de saludo.
—Lali. —Su suave voz no hizo nada más que calmarme—. Te ves hermosa.
—Gr-gracias  —tartamudeé,  tratando  de  hacer  una  reverencia.  No  funcionó  demasiado bien—. Veo que no te hicieron usar un vestido.
Peter  se echó a reír. 
—Incluso si lo hubieran hecho, yo no me hubiera visto tan encantador como tú.
Me tendió la mano, y la tomé, sin tener otra opción si no quería caer de bruces. Peter me llevó al centro de la plataforma, nuestras espaldas frente a la audiencia.
—Mi familia —dijo con un gesto vago hacia los tronos.
— ¿Son invisibles? —susurré.
Él me dio una sonrisa irónica. 
—No, están entre nosotros. Desean permanecer en el anonimato.
Asentí con la cabeza y forcé una mueca, esperando que pasara por una sonrisa. Así que no los  conocería  cara  a  cara  después  de  todo.  Eso  era  infinitamente  más  aterrador;  lo  que significaba  que cada persona que  conociera  esta noche  sería  un  evaluador potencial. Tal vez desmayarse no era tan mala idea.
Pasé la noche sentada junto a él en otra plataforma más pequeña, viendo a todos los demás divirtiéndose. Me preocupaba que alguien pudiera saltar y  tratar de ahorcarme, y no me atrevía  a  tomar  cualquiera  de  los  alimentos  o  bebidas  que  pasaban  alrededor,  pero mientras  Peter  estuviera  allí,  me  sentía  segura.  O  al  menos  tan  segura  como  podríaestarlo.  Me  quedé  quieta,  negándome  a  echar  un vistazo a los tronos vacíos. Yo  podría hacer esto, les gustara o no. Tenía que hacerlo.
Vi  a  Afrodita  bailar  con  el  guardia  de  cabello  oscuro,  que  parecía  divertirse  más  de  lo  que alguien de guardia debería. Él era lindo, pero yo tenía la furtiva sospecha de que el único hombre  con el  que me estaría  permitido salir estaba  sentado a  mi  lado, sin hacer  ruido.
Alejé  el  pensamiento. Nuestro  acuerdo  fue que me quedaría  aquí,  no  que haría  algo  tan ridículo  como  casarme  con  él,  reina  o  no.  Aunque  cuanto  más  pensaba  en  ello,  más  me preguntaba si ser su llamada reina significaba casarme con él, también.

— ¿Quién es todo el  mundo? —dije finalmente. Nadie se acercó a  Peter y a mí, pero de vez en cuando alguien se detenía delante de la plataforma y se inclinaba en una reverencia.

Contuniará... 

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