Capitulo 28
—Mis súbditos —dijo Peter—.
Algunos pidieron venir para poderte conocer, y otros han sido buenos conmigo en
el pasado.
—Oh, ¿están muertos?
—Sí, aunque
obviamente no en la forma en que tú lo defines.
Yo los
observaba, fascinada, tratando
de adquirir cualquier
indicio de que
no eran exactamente iguales
a los vivos.
Algunos bailaban arcaicamente,
pero aparte de eso, no
pude encontrar una sola diferencia. Mirando alrededor, mis ojos se posaron en
Afrodita. Por lo menos se veía feliz de estar allí.
—Y uno de ellos me
quiere muerta —dije. Peter se puso rígido junto a mí, y esa fue toda la
confirmación que necesitaba.
—No te preocupes —dijo—. Estás a salvo conmigo.
—¿Sabes quién
es? —dije y él negó
con la cabeza—.
¿Qué pasa con
la persona que se
supone que se hará cargo por ti si yo fallo? ¿Podría ser él? ¿O ella?
Él hizo una
mueca.
—De alguna manera
creo que no. —Y eso fue todo lo que diría sobre el tema.
Era casi medianoche
cuando Peter se levantó y todos se callaron.
Mi espalda me estaba matando, y aunque no había dado un paso en horas, me dolían
los pies por los tacones que Hera me había obligado a usar. Estaba preparada
para que todo esto terminara, pero en lugar
de llevarme hacia
la puerta, Peter
nos guió de
regreso hacia el
escenario. Mis piernas temblaban
debajo de mí, y era un milagro
que lograra mantenerme
en posición vertical.
—Esto será fácil
—dijo en voz baja—. Todo lo que tienes que hacer es decir sí y aceptar las
semillas.
Desconcertada, lo
seguí hacia arriba
de las escaleras,
casi cayendo de
bruces cuando llegamos a la cima.
Por suerte me agarró y me estabilicé, esperando que él hablara.
—Mariana Esposito —dijo Peter con
una voz atronadora
que me hizo estremecer—.¿Estás de
acuerdo en permanecer en la Mansión
Eden por el otoño
y el invierno,
para tomar las pruebas como te
sean dadas por los miembros del
consejo, y que debes pasar, para aceptar el papel como Reina
del Inframundo?
Todo el mundo dentro
del salón de baile estaba en silencio. Ninguna presión ni nada.
—Sí.
Un pequeño plato
apareció en su mano, con seis semillas dispuestas cuidadosamente en el centro.
Tomé la primera entre mis dedos, mirando a Peter por aprobación. Él asintió con
la cabeza alentadoramente, y puse la semilla en mi boca, tratando de no hacer
una mueca.
Odiaba las semillas…
ni siquiera comía sandía a causa de ellas. Desafortunadamente las semillas
míticas no sabían nada mejor.
Me las
tragué rápidamente, tratando
de ignorar la sensación viscosa
mientras se deslizaban por
mi garganta. Tenía
nauseas, pero me
las arreglé para
mantener la boca cerrada. Después de que la sexta semilla
fue tragada, la multitud estalló en aplausos, pero eso no
era nada en comparación con la
manera en que Peter me
miraba, su expresión extrañamente suave.
Lo que sea
que esto fuese,
significaba más para
él de lo que
comprendía.
Fue entonces cuando
ellos finalmente me sacaron de mi miseria. Artemisa y Hera estaban a mi lado y
me ayudaron a bajar las escaleras antes de que me diera cuenta de lo que estaba
sucediendo. La multitud se apartó para dejarnos pasar, y manos que no llegué a
ubicar en cuerpos llegaban a
través de las
paredes de hombros
y torsos para
tocar mi pelo,
mi vestido… incluso unos
pocos lograron tocar
mi cara. Eventualmente
mis guardias se unieron a nosotras, escudándome de ellos.
Fue humillante.
—¡Oh, Lali,
es tan lindo!
—dijo Afrodita frenéticamente mientras
ella, Artemisa, Hera y yo asíamos nuestro camino de vuelta hacia mi
dormitorio—. Dijo que su nombre es Xander, y es bellísimo e inteligente y
divertido y lindo...
—Ya has dicho eso
—dije, pero ella continúo como si no hubiera dicho nada.
—¡Y dijo que me
mostraría algunos trucos de magia alguna vez! Quiero decir, sé que la magia es
una actividad que le gusta a los geek, pero aun así es en cierto modo
divertido, ¿sabes? De alguna manera tonta.
Artemisa habló sin
parar durante tanto tiempo que cuando
llegamos a mi habitación, incluso Hera
parecía menos que
entusiasta. Por suerte
Artemisa, quien me
estaba empezando a gustar más y más, vino a mi rescate.
—Lali necesita
dormir —dijo ella,
bloqueando el camino
de Afrodita dentro
de mi habitación—. La puedes ver
mañana.
Afrodita entrecerró
los ojos, y sentí una pelea avecinándose.
—¿Quién lo dice?
—Yo —dijo Artemisa, irguiéndose
en toda su
estatura, era unos
buenos quince centímetros más alta
que Afrodita—. Artemisa
tiene cosas más
importantes de las
que preocuparse que escucharte parlotear acerca de Xander. Y
Xander tiene cosas más importantes que hacer que escuchar.
Artemisa dijo la
última parte un poco más fuerte de lo estrictamente necesario, haciendo a su voz resonar
hacia abajo por el
pasillo. Oí una
tos avergonzada en
la distancia, y me las
arreglé para reprimir una sonrisa.
—Lo siento,
Afrodita —dije, destrozada
entre querer ser
una buena amiga
y querer que mi
cabeza dejara de
martillear—. Podemos hablar
de eso mañana,
¿está bien? Realmente estoy cansada.
Artemisa miró a Afrodita.
—Lo que sea.
Después de que Afrodita
dejó el lugar
furiosamente en una
rabieta, Artemisa y Hera giraron hacia mí a la expectativa.
Suspiré.
—Ustedes, también,
chicas. Puedo desvestirme, lo prometo. Aprendí a hacerlo hace años.
Artemisa
resopló.
—Buena suerte
con ese corsé
—dijo ella alejándose
sin decir otra
palabra. Hera se ofreció a quedarse y ayudar, pero la
ahuyenté también. En el peor de los casos, usaría unas tijeras contra la
maldita cosa. Tal vez eso detendría a Artemisa de tratar de forzarme dentro de otro
por un tiempo.
Continuara...
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