viernes, 20 de febrero de 2015

Capitulo 80




Todavía de pie, yo enroscada en él, su miembro duro como el cemento se cuela en mí antes de que pueda pestañear. Yo me agarro fuerte porque ya me tiene a un tris de llegar. Joder. Pero Peter se desata, me tira en la cama y sin piedad ni miramientos, se arrodilla ante mí y me penetra como si fuera la última vez que pudiera hacerlo. En alguna embestida casi hasta me hace daño, pero intento que no se me note porque si no parará y yo le mato si lo hace. Gemimos como locos, nos importan una mierda las habitaciones colindantes. Para una noche que no tenemos que contenernos por los niños, no vamos a estar mordiéndonos la lengua por adultos que ni conocemos. Creo que tengo tres orgasmos, no lo sé. Ya pierdo la cuenta en los polvos salvajes. 

–Me vuelves loco. 

Sí, y tú a mí, pero no puedo ni hablar. Me muevo y me siento encima de él, pero de espaldas, y al rato él se sienta conmigo. Esta postura, embarazada, es de las que más me gustan. Me resulta cómoda y placentera: los dos sentados. Alzo mi brazo y le acaricio el cuello y el pelo que deja entrever algunas canas. Peter acaricia tiernamente mis pechos hinchados, sabe que los tengo sensibles. Uno, otro, uno, otro hasta bajar una mano a mi sexo. Me gira la cabeza y me besa ronroneando. Empieza a acelerar el ritmo y cada vez subimos los muslos más arriba, más arriba, más arriba. Casi nos ponemos totalmente de rodillas con cada embestida. Los contrastes de Peter no han cambiado con los años y sigue deleitándome con una brutal mezcla de sexo salvaje y sexo tierno, incluso a veces en el mismo momento. Sus embestidas me hacen vibrar y poco a poco me voy dejando llevar, hasta que un orgasmo me atrapa y mis convulsiones hacen que el suyo llegue también, violento y demoledor, entre gritos de mi hombre. 

Adoro sus gemidos. Adoro cómo grita. Los sonidos graves que salen de lo más profundo de su masculinidad me encienden. Al sentirle llenándome siempre me invade una sensación tan placentera que me hace estallar enseguida. Y no solo físicamente, también emocionalmente: le siento a él. Le siento en mí. Colmándome. Y no solo cuando hacemos el amor, sino también cuando estamos con los niños, cuando nos damos duchas los dos juntos, cuando bailamos en nuestra habitación o cuando nos lavamos a la vez los dientes. Él siempre está en mí. Él me llena, me completa. Sin él ya no sería la misma. Pero no me asusta sentir algo así, ni reconocerlo. No siento miedo por necesitarle, no siento miedo por quererle de una forma tan arrolladora y descomunal. Al contrario, me da fuerza para seguir; me da ganas de seguir luchando. Su amor y él siempre cogen mi mano, siempre tiran de mí cuando yo me caigo. Y sé que Peter nunca me decepcionará. Soy consciente de la cantidad de vueltas que puede dar la vida, pero cuando tengo a Peter dentro de mí, no hay nada ni nadie que pueda convencerme de que no voy a envejecer junto a él. 

Peter. Mi vida. 

 Una tierna ducha después, me pongo un camisón de raso verde que me compré hace unos meses y él solo los calzoncillos. Hace calor. Me tumbo en la cama mientras Peter se saca una cerveza del mini bar y pone algo de música. Sonrío. Suena un grupo que está muy de moda ahora y que a Peter le vuelve loco, pero no recuerdo como se llaman. Es igual; me gustan y me gusta escuchar música con él y que esa costumbre nuestra no nos haya abandonado. Me acerca un zumo y se tumba a mi lado, acurrucándome en su pecho. Nos pasamos la siguiente hora riéndonos y haciendo planes para las vacaciones. Vamos a ir con los peques a un pueblecito de la Costa Azul. Uno de esos lugares idílicos, tranquilos y familiares. Después iremos todos con mis suegros dos semanas al pueblecito aragonés de donde es mi suegra y al que van a veranear siempre. A los niños les encanta ir allí y corretear libres entre animales y campos, jugar con otros niños, con sus primos, montar en bicicleta… Y a nosotros nos encanta poder escaparnos solos tres días de esas dos semanas a París. 

Peter me da una palmadita en el culo y se levanta hacia el baño. Yo me quedo tumbada boca abajo en la cama y levanto un poco una pierna para acomodarme. Y ese gesto y el olor a sexo por toda la habitación me… despiertan. Y se me ocurre una cosa. Lentamente, empiezo a tocarme. Boca abajo y con la pierna en ángulo recto, me acaricio esperando a que Peter salga del baño. A ver si le gusta. A la que sí le gusta es a mí, ¡madre mía! Empiezo a gemir tímidamente dándome placer a mí misma. No puedo parar de desearle, desear que salga, que me toque él, que me lama y que me… 

–Joder, Paula. Ven aquí. Dios, eres un sueño hecho realidad. 

Me agarra las piernas y tira de mí hacia él, para acomodar todo mi sexo en su boca. Oh, Dios. Me lame y acaricia despacio, mientras yo me quito rápidamente el camisón. De repente se mueve, me levanta un poco el culo y se pone tumbado boca arriba, debajo de mi sexo. Va desnudo, aunque no sé cuándo se ha quitado los calzoncillos. No me importa; yo sigo encima de su cara y muevo mis caderas enroscándolas y desenroscándolas, sintiéndome muy sexy, muy lasciva y muy deseada. Peter gime debajo de mí; no sé quién de los dos se deleita más. Bueno sí lo sé cuando el orgasmo comienza a hacer acto de presencia y en un par de lametones explota en su boca haciéndome gritar a mí y a gemir a él. 

–Así, nena, sí; córrete. 

Sí, sí, no me lo digas dos veces. Pongo mis manos sobre mi cabeza, a lo soy súper sensual y disfruto de las convulsiones. Peter no me quita ojo y por sus dilatadas pupilas sé que le gusta lo que ve. Y eso siempre eleva mi autoestima a niveles estratosféricos. 

–Date la vuelta. 

Bueno pues me doy la vuelta y nada más recolocarme él tira de mí, saboreando de nuevo mi sexo, y dejándome a mí a dos milímetros del suyo. Mm. Y como yo ya voy servida, me recreo, oh sí. Lamo su pene grande y duro y la chupo como si no hubiera un mañana, concentrándome más en darle placer a él que en recibirlo. Peter empieza a gritar roncamente pero no detiene sus atenciones a mi sexo jadeante, que, ante mi sorpresa, empieza a revivir. Tanto que un orgasmo réplica me llega de nuevo. ¡Dios! 

–Gírate. Quiero vernos mientras me corro en tu boca. Rápidamente me giro y vuelvo a succionar hasta que segundos después, llena mi boca y mi garganta de él mientras me coge la cabeza y me tira suavemente del pelo. Peter en deliciosa esencia. 

 Nos dormimos en la posición de embarazo habitual: él detrás de mí con su mano extendiéndose por mi vientre y la mía encima de sus dedos, como protegiendo a nuestro retoño. Su otra mano cae sobre nuestras cabezas y nuestras piernas se entrelazan. Ya no sé dormir bien si no es abrazada a él.  

Por la mañana, tras una dosis de tierno sexo matutino, volvemos a nuestra casa. Cuando estamos entrando en la cuidad, llamo a mi suegra y nos informa de que los niños han pasado buena noche y de que todavía no se han despertado. Nos insiste en que nos demos el gusto y vayamos a desayunar a la pastelería monísima debajo de nuestra casa, y que yo redecoré hace poco, recibiendo un premio local. Bueno, es pronto así que decidimos hacerle caso. 

Yo como cual cerda. Chocolate con churros, media napolitana y un café con nata. Peter se parte de risa y me dice que solo hoy, que luego engordo y no hay quien soporte mis lamentos. Cuando salimos de la cafetería el sol ya calienta insoportable. Es un despejado y bochornoso día de Julio y prometimos llevar a los niños a la playa a pasar el día. Me desperezo estirándome en la calle y, sonriendo, Peter me rodea el cuello con el brazo y aprieta mi hombro, envolviéndome. Me besa la sien. Llegamos al portal cogidos de la mano. Saco las llaves del bolso y noto que Peter me mira sonriente. 

– ¿Qué? 

Me rodea la cintura con los brazos, dejando descansar sus manos en mi culo. 

–Eres única Lali Espósito. Haces que la vida contigo no sea una vida cualquiera.  

Y tras besarme como solo él sabe hacerlo, restriega su nariz contra la mía mientras yo le acaricio sonriendo la cara. 


FIN

Espero que os haya gustado tanto como a mi, ojala nos volvamos a leer. Muchisimas gracias.
Mil besos!



Capitulo 79



Me pongo un vestido rojo de seda que compré para la ocasión. El embarazo ya se me nota un poco, pero el vestido tiene el corte un poco holgado así que le va bien. Es corto a la rodilla, de un solo hombro y volante en todo el escote. Llevo el pelo por encima de los hombros por pura moda y pura comodidad, así que me lo dejo suelto.

Peter acuesta a los niños contándoles un cuento. Cuando termino compruebo que no se me notan el bustier palabra de honor y las braguitas de encaje a juego que me ha regalado Peter. Me hubiera puesto los ligueros que las acompañan, pero entre que es Julio y que el embarazo me da mucho calor, prefiero no hacerlo y evitar sudar como un pollo con medias. Me calzo mis zapatos de novia y pienso en que dentro de nada mis tobillos volverán a no aguantar los tacones. Cojo un bolso plano dorado y me bajo a la habitación de los peques. Duermen juntos, sí, porque ellos quieren. Y a nosotros no nos importa. Se tienen todos los celos del mundo y discuten como locos, pero no pueden vivir el uno sin el otro. Les arropo y les acabo de contar el cuento. Mientras que Peter se ducha y se arregla. 

Llegan mis suegros y Peter baja. Dios, Peter. Solo verle bajando las escaleras sigue dejándome sin respiración. Y encima se ha puesto camisa y pantalón de traje. Está para comérselo. En concreto para comérmelo yo. Entre saludos, agradecimientos, comprobación de teléfonos, advertencias y adioses, nos vamos con una pequeña maletita con ropa para mañana a disfrutar de nuestra noche. Y aunque estamos cansados y nos encantaría poder dormir, nos hemos prometido amarnos hasta quedarnos sin genitales.

La cena es exquisita y ya nos vamos calentando. Estamos en un reservado con velitas y toda la parafernalia que ponen en los restaurantes un poco buenos cuando dices mesa para dos. Pasamos de formalidades y nos sentamos el uno junto al otro, en lugar de enfrente, en un banco acolchado con terciopelo. Y como estamos que lo tiramos, no paramos de meternos mano bajo el mantel y de darnos besos libidinosos que hacen que los camareros tengan que carraspear para retirar los platos. Pero como tenemos más pudor que hace unos años, decidimos parar de sobarnos como adolescentes y simplemente nos deleitamos en las miradas y sonrisas que nos regalamos.

 –Lali. Tenerte a ti a mi lado, sencillamente, hace que todo sea más fácil. Tú eres mi Norte, que me guía; y mi Sur, que me evade. Lo eres todo, nena. 

–Mojabragas… 

Nos damos un besito tierno entre sonrisas. 

– ¿Qué hubiera pasado si no llegas a hablar con mi padre aquel día en tu despacho? 

–Que hubiéramos encontrado otra manera de seguir adelante. Yo tenía muy claro que tu marcha no era un final. Creo que el día que te besé por primera vez ya supe que llegaríamos a hoy. Yo sabía que contigo no habría fin. 

Mi hombre. 

–Y luchaste mucho por mí cuando mi madre murió. 

–No. Los dos luchamos por nosotros; por eliminar demonios y por mantener lo que teníamos. 

–Sí, la verdad es que sí. Siempre miré por nosotros. 

–Lo sé. Y así seguirá siendo, cariño. Tú y yo siempre lucharemos por nosotros y nuestros hijos. 

Me acaricia el vientre y ese gesto tonto sigue emocionándome. Terminamos la cena y conducimos hacia el hotel, que está en un pueblecito cercano con vistas al mar. Como yo no puedo beber alcohol, Peter se ha pedido apenas una copa de vino así que conduce él; lo prefiere y yo paso de discutir otra vez por su estúpida manía de conducir siempre él. Nos vamos riendo e insinuándonos en el coche, como si no diéramos por hecho que vamos a folletear… Y como hay unos treinta minutos por autovía hasta el hotel y el embarazo me tiene más salida que un mono, me acerco a él y comienzo a acariciarle el paquete mientras susurro marranadas. Le pone a cien. Le desabrocho la cremallera y saco su miembro duro. Lo toco de arriba abajo. Peter jadea «nena» Y visto que me sigue el rollo, hago realidad una de mis fantasías (y de las suyas) y me agacho como puedo hasta llegar a poder metérmelo en la boca. Peter gime pero no aparta los ojos de la carretera. Yo se lo chupo excitadísima, sin importarme nada más. Durante un segundo pienso en accidentes y en mi madre, pero Peter ha aminorado la velocidad y la autovía es una recta desértica. Sigo a lo mío un ratito más. Y tras ese ratito, él empieza a gemir. Y al poco noto su semen caliente corriendo por mi garganta. 

– ¡Pero cómo se me ha ido la pinza así! Podríamos haber tenido un accidente. 

–Nena, iba a setenta, es una recta y no hay nadie en la autovía. Te hubiera parado si hubiera visto un coche cerca. No os pondría en riesgo jamás. Ni por una mamada, por muy bien que las hagas. 

Me guiña un ojo mientras toca mi vientre y yo me muero de amor. 

 Llegamos al hotel y, tras registrarnos, subimos a la habitación. Nos besamos con ansia en el ascensor; sus manos ya están apretujándome el culo y yo noto su paquete creciendo contra mí. Ni siquiera miramos la habitación cuando entramos; nada más cerrar la puerta, le quito la camisa y le desabrocho y bajo los pantalones. Él se los quita junto con los zapatos, calcetines y calzoncillos. Le miro el cuerpazo de infarto y me sigo quedando sin respiración. Él coge mi vestido y me desnuda. Gruñe al ver la lencería que me ha regalado y mi ligeramente abultado vientre. 

–Joder, qué buena estás. Y cómo me gusta tu tripita. 

–No sé yo… 

–Me gusta, porque lo que hay dentro es mío y amo que esté. Mm. 

Me aprieta el culo y me muerde el labio. 

–Lo sé. ¡No vas a parar! 

Se ríe y volvemos a besarnos. Con fuerza. Nos quemamos los labios y la lengua en un beso lascivo y erótico que me lleva casi al cielo. De repente Peter se aparta dejándome boqueando y me quita el bustier… a zarpazos. Y como eso no le es suficiente, rompe también mi braguita mientras gruñe. No puedo más, así que cojo su pene para introducírmelo. Necesito su miembro dentro de mí YA. Él sonríe mientras me besa y me coge en brazos, llevándome a la cama con mis piernas enroscadas en su cadera. 

– ¿Ansiosa, nena? 

–Mucho, fóllame con todas tus fuerzas. 

–Tus… órdenes son deseos para mí. Y sí, mi orden de fóllame con todas tus fuerzas es uno de sus mayores deseos. 

Y cumple, vaya si cumple.



Continuará...

Capitulo 78



Nada más oír las llaves en la cerradura, los niños van corriendo a su encuentro. Él los coge a ambos en brazos ¡mi hombretón! y oigo cómo les deleita con besos y arrumacos. Cuando entra al salón y me ve se descojona de la risa; pero ya me conoce, cada año es lo mismo. 

– ¿Qué hace mami, qué lleva puesto? 

–Su vestido de novia de ti. 

Dice Carla, muy pizpireta. Es tremenda. Tiene cinco años e Peter y yo ya estamos temblando. No para de coleccionar bailes inventados moviendo el culo, pintalabios y novios. Su padre se pone cardíaco cada vez que nos cuenta que algún niño de su clase le ha dado un beso en la boca. Ole mi hija. Pero es que nos ha salido súper guapa y súper graciosa. Y no es porque yo sea su madre, es que la jodía es igual que su padre, por suerte. 

–Papi… Mami.

 Es prácticamente todo lo que Mateo dice por ahora. Eso y caca. Otro jodío. Le está costando arrancar a hablar, pero con tres años sabe hacerse entender perfectamente y es el rey de la guardería. Tiene un genio de mil demonios y una determinación que nos deja boquiabiertos. Menudas adolescencias nos esperan. 

Peter se sienta a mi lado y me da un beso. Me susurra al oído si ya puedo sentarme y yo me río y casi hasta me sonrojo. La dosis de sexo nocturno de ayer me dejó K.O. Mira que llevamos buen ritmo y estoy entrenada, pero de vez en cuando sale una noche que, joder, me deja sin poder sentarme en un día. 

–Estaba a punto de enseñarle las fotos de la boda a los niños. 

– ¡Sí, sí! ¡Las fotos! Papá, ¿me las enseñas tú? 

Miro a Peter con fingida cara de asesina. ¡Será carota! Peter ahoga una risa y se la sienta encima mientras va pasando fotos y explicándole cada una. Yo siento a Mateo en mi regazo pero aguanta dos fotos y en seguida se baja. Es un terremoto hiperactivo que no sabe estar quieto. Claro que para él ver las fotos de boda de sus padres es un auténtico aburrimiento. Le saco su kit de pintura y comienza a pintar y dibujar. A Carla en cambio le encanta verlas. Dice que de mayor se casará con su padre con mi vestido de novia. Edipo, lo llaman. Su padre babea, todo sea dicho. 

 Nico, Euge y Gas, la miman, los tres juegan con ella y los tres se mean de risa con sus payasadas. Gas dice que en su próxima vida quiere ser mi hija. Euge dice que no quiere que se acerque a su hijo porque le quitará la virginidad y luego se comerá su cabeza, como una mantis religiosa. Pero lo cierto es que los dos peques se llevan, de momento, estupendamente y a nosotras se nos cae la baba al verlos. Ya hemos pensado hasta como nos vestiremos el día de su boda… ¡Qué poca faena tenemos a veces! 

Carla nos hace mil preguntas, como por qué no invitamos a Mateo a la boda. Tratamos de explicarle que Mateo todavía no había nacido. Me pregunta si estaba en mi tripita, como el hermanito que llevo ahora. Le decimos que todavía no, pero no profundizamos más en el tema. Ya nos hizo varias preguntas incómodas cuando le dijimos que iba a tener un segundo hermanito o hermanita.  

Carla estuvo presente en nuestra boda, que tuvimos que retrasar, porque efectivamente se engendró en algún momento de esa semana en la que Peter y yo volvimos a estar juntos. Al paradisíaco mes de nuestra reconciliación, confirmamos que el olvido de la píldora (y ya no volver a tomarla) había traído un retraso de regla, un dolor descomunal de tetas y dos palitos rosas en un test de embarazo. Evidentemente no voy a decir que nos sorprendimos, así que cuando vimos los palitos nos miramos cómplices y sonrientes. Nos emocionamos. Pero seré completamente sincera y diré que también sentimos algo de vértigo. Emocionados y felices, pero con una sensación de vértigo que se fue eliminando conforme nos metimos en la rueda de la patenidad 

Con Mateo fue distinto, claro. Mateo fue buscado y engendrado en Ibiza.

Este embarazo, sinceramente, no nos ilusionó tanto al principio. Teniendo ya dos hijos, aventurarse con un tercero es casi inconsciente. Tan inconsciente como nosotros, que somos unos calentorros. Pero aquí estamos, de nuevo embarazados de tres meses y medio y deseando verle la carita a Nuria o a Leo. Mi padre no sale de su asombro con nuestra facilidad para procrear.

La relación con mi padre fue mejorando muchísimo, sobre todo desde que llegaron los nietos, a los que adora y por los que se desvive. Viene a menudo a verlos o vamos nosotros a verle a él.

Cuando terminamos de ver las fotos me meto en el baño para arreglarme. Esta noche Peter y yo nos vamos de cena romántica de celebración de aniversario. Y como hacer cinco años es un poco especial, hemos cogido una habitación en un hotel para pasar ahí la noche. Mis suegros vienen a dormir a casa para quedarse con los niños, que ya están bañados por mí y dispuestos a cenar de manos de su padre. La verdad es que de vez en cuando nos gusta poder desaparecer y dedicarnos una noche entera solo a nosotros… sin niños rondando. Y mis suegros encantados de tener que ocuparse de nuevos nietos porque son ultra niñeros y nuestras sobrinas ya son mayores. Así que de cuando en cuando vienen a nuestra casa, nuestra porque al final decidimos comprarla, y nosotros podemos disfrutarnos más tranquilamente.



continuará...

jueves, 19 de febrero de 2015

Capitulo 77




Hoy es nuestro aniversario. Hacemos cinco años de casados. ¡Madre mía cinco años ya! Y como cada año hago mi inamovible tradición: me pongo mi vestido de novia mientras veo las miles de fotos de nuestra boda en el portátil. 

El vestido, reconozcámoslo, es un vestido precioso e híper sexy; y aunque ahora haya pasado de moda, en aquel momento causó sensación. Es de Delphine Manivet y en su línea es sencillo, blanco roto, sin volumen y de caída recta pero ajustado a la cadera. El escote es redondeado, de tirantes, y lo que es el cuerpo cae holgado por el torso hasta ceñirse en la cadera con un bordado simulando un cinturón. Por detrás tiene la espalda totalmente al aire, hasta casi la indecencia. Solo la cubren los tirantes que se cruzan en dos finas cintas a la altura de los omoplatos, haciendo un pequeño lazo que cae por el vestido. Muy sencillo pero con personalidad. 

Gas me regaló unos peep toes dorados de Valentino con un lazo en la punta y un tacón de vértigo. Euge me regaló un preciosísimo conjunto de Agent Provocateur, con corpiño, culotte y liguero, todo de encaje negro y transparencias, que me puse en cuanto llegamos a casa.  Y yo le regalé a Peter un álbum boudoir lleno de fotos mías con lencería híper sensual, posturitas indecentes en escenarios bucólicos, y algunas incluso totalmente desnuda. Cuando se lo enseñé casi le da un patatús. Me tuvo toda la noche gimiendo… Pero a lo que íbamos. 

Me peiné muy sencilla, con mi pelo enrollado en un moño bajo, tipo boho chic y una diadema muy retro, acorde con el vestido y los zapatos. A decir verdad toda la boda parecía sacada del Pinterest. Fue una boda al aire libre en pleno Julio. En el precioso jardín de un antiguo palacete que el marido de Betty tiene en propiedad y suele alquilar para bodas y eventos. Los invitados se quedaron con la boca abierta al ver la belleza de todo el complejo que, adornado con la impresionante decoración, tenía ese aire bucólico y vintage que te hacía creer que estabas en un libro de cuentos. Aunque creo que lo que más les gustó fueron los litros de champán francés que se sirvieron sin medida. Madre mía, qué familia y amigos más borrachos tenemos. 

Y no sé si fue por el calorcito que hacía o porque la gente estaba realmente feliz por nosotros, pero está claro que nuestros invitados estaban contentos, desinhibidos y con ganas de fiesta. Y se la dimos. ¡Ya lo creo que se la dimos! En el baile, en un emparrado más cerrado con tarima, lo dimos todo. Me olvidé por completo de que tenía que hacer caso a este grupo de invitados o al otro y me centré en disfrutar de mi noche. Bailé con mis amigos y con los de Íñigo como una loca; Rafa me pilló por banda y bailamos entre risas el «Vivir mi vida» de Marc Anthony (qué bien baila mi cuñado, madre mía); canté como si no hubiera un mañana; lloré de risa con las tonterías de nuestra gente; y hasta, hasta me atreví a bailar, con todos los invitados haciéndonos corro, un tango con mi padre que nos hizo emocionarnos. El favorito de mi madre: «Por una cabeza» de Gardel. 

Recordé a mi madre. Muchas veces. Y me emocioné cuando, en la comida, Peter dijo unas palabras de agradecimiento y mencionó lo preciosa que estaba y lo que mi madre estaría disfrutando viéndome tan feliz. Sonreí al pensarlo mientras trataba de no derramar lágrimas. Fue un momento muy emotivo. 

También nuestro baile nupcial lo fue. Bailamos la canción «Halo». Sí, la de Beyoncé. La que dije a Peter la primera vez que hicimos el amor. Supongo que se convirtió en nuestra canción. Al fin y al cabo, él derribó todos mis muros sin casi percatarme de ello. También hubiéramos podido elegir «Sex on Fire», que conste, pero no era momento. Eso sí, sonó y la bailamos juntos como si no hubiera nadie con nosotros. Creo que a todos los invitados que sabían un poco de inglés les quedó claro que somos una pareja sexualmente activa. 

Y sí, hubo polvo en el baño habilitado para minusválidos. ¡No seríamos nosotros si no! Él sentado en el retrete con los pantalones bajados, y yo encima suyo con todo el vestido remangado y las carísimas bragas color carne cortadas al láser en la mano. No fue nada glamuroso, desde luego, ni romántico. Pero fue nuestro. Fuimos nosotros dos divirtiéndonos el uno con el otro en nuestro día y nuestra fiesta. El glamour y el romanticismo vinieron cuando llegamos a casa e hicimos el amor varias veces entre susurros, caricias, encajes negros de Agent Provocateur y baño de espuma con copas de Moët & Chandon. Las cosas que Peter me hizo y me dijo esa noche fueron tan especiales e importantes para mí, que no las contaré nunca. Quedarán para siempre entre nosotros dos, formando parte de nuestra intimidad. Solo diré que él hizo que esa noche de bodas fuera absolutamente mágica. 

 Peter está a punto de llegar a casa. Hoy ha tenido un juicio y no ha ido todo lo bien que esperaba, pero estoy segura de que remontará. Afortunadamente ganó aquel juicio importante de hace seis años. Eso le trajo una satisfacción personal indescriptible y varios nuevos clientes importantes. Peces gordos, como dice él. Además, heredó el bufet y nada más tenerlo en sus manos lo modernizó. Contrató a más gente, tocaban más campos y se abrieron a las nuevas tecnologías, convirtiéndolo en un exitoso bufet moderno y completo. 



continuará....

Capitulo 76



Él me agarra la cintura, baja las manos al culo y las mueve a mis muslos. Un ejército de cosquillas placenteras invade mi entrepierna a su contacto. Le agarro el pelo, le rodeo el cuello. No quiero hacerle daño pero me cuesta horrores no abalanzarme sobre él y desnudarle a mordiscos. Le beso el cuello y los lóbulos. Jadea y me roza el sexo con la punta de los dedos. Vuelvo a besarle despacio, con cuidado. Peter se inclina hacia delante un poco y toma mi camisón por el bajo, arrastrándolo hacia arriba. Me acaricia el vientre con los pulgares, la cintura y, apartándose ligeramente, me saca el camisón por encima de la cabeza. Suspira al ver mis pechos y sin dilación los besa y toca a su antojo. Yo intento no moverme mucho para no golpearle sin querer, pero estoy frenética y excitada a más no poder. Se deleita en mis pezones y gime y gruñe, volviéndome loca. Luego vuelve a mi boca y sus manos me acarician todo el cuerpo. 

–Mía. 

–Tuya. 

Sonrío. Ya le siento y todavía no estamos del todo desnudos. 

Sigo restregándome contra su erección y sin esperar más agarro su camiseta y se la quito con cuidado. Dios, sus abdominales, su cuerpazo. Como hipnotizada le acaricio, le toco y magreo y paseo mi boca por su pecho. Suspiramos. Nos besamos con cada vez menos cuidado y sus manos tocan mi sexo por encima de las bragas ya mojadas. Sonríe al notarlo. Sin pestañear, mis braguitas acaban rasgándose y rompiéndose entre sus manos. Cuando se deshace de ellas me acaricia el sexo despacio. Echo la cabeza hacia atrás y gimo. Me besa el cuello y me toca más fuerte. Gimo su nombre y un dedo se cuela en mi interior. Estoy tan apunto ya… Me muerdo el labio y él hace lo mismo. Me levanto un poco y entre los dos bajamos su pantalón de pijama y calzoncillos, que acaba quitándose con los pies. Coge su pene por la base y lo restriega en mi sexo, humedeciéndolo más. Poco a poco empiezo a bajar sobre su miembro. Voy bajando un poco más y luego otro poco y al cabo de unos segundos vuelvo a tenerle dentro de mí después de meses soñándole. Oh Dios, ¡por fin! Me siento tan llena de él… Le siento a él. Y esta canción. Y su olor. 

–Lali. Mi vida. 

Le miro a los ojos porque no me quiero perder ni una mueca, ni un guiño. No quiero pestañear y que desaparezca. Él me devuelve la mirada. Es tan intenso que me quedo sin respiración. Y poco a poco comienzo a moverme. Lentamente primero; acostumbrándome a él, sintiéndole, saboreándole. Él me agarra las caderas y mueve sus manos con ellas. Arriba, abajo… Delante, detrás… Establezco un ritmo que va cada vez más rápido hasta que comienzan los gemidos profundos de ambos. Cuando creo que voy a morir de placer y de amor, Peter de repente se levanta conmigo en brazos y todavía dentro de mí. 

– ¡Cuidado, cariño! No debes…, oh… hacer movimientos… mmm… bruscos. 

Él sonríe y me lleva hasta el sofá. Me tumba y trata de tumbarse encima de mí, pero me doy la vuelta porque así seguro que se hace menos daño. Vuelvo a estar encima y empiezo a moverme rápido, desenroscando mis caderas y botando en él, que me agarra los pechos y la cadera gimiendo; hasta que el orgasmo me invade y lo siento recorrer mi cuerpo entero, desde los pies hasta la nuca, explotando en todo mi ser. Dios. Se me llenan los ojos de lágrimas de puro éxtasis y pura dicha. Sí, soy feliz. Le sonrío y me sonríe. Cuando mi orgasmo se aleja, me agarra un brazo y tira de mí. Con cuidado me recuesto en su pecho y le beso con todo el amor que soy capaz de dar en un beso. Seguimos moviéndonos un poco más lento hasta que mi cuerpo vuelve a reaccionar. Apoyo la cabeza en su cuello y él me agarra fuerte del pelo con una mano y del culo con la otra. Y empieza a moverse. A moverse de verdad. Entra y sale de mí con la velocidad del rayo y la fuerza de un huracán. Grito cada vez más fuerte. 

–Así, grita, nena. Quiero oírte gritar. Gime para mí. 

No tengo ni que pensarlo. Los gemidos entrecortados salen de mí con cada embestida que me da y en menos de lo que me doy cuenta, tengo otro orgasmo más intenso incluso que el primero. Peter me agarra el culo con las dos manos y sin darme opción giramos y se tumba sobre mí. Sus manos siguen en mis nalgas y comienza a moverlas sincronizado con sus penetraciones profundas. Gruñe y gime hasta que en un par de golpes secos, se corre conmigo entre jadeos animales. 

Nos quedamos callados acompasando respiraciones. Sigue encima de mí, balanceándonos ligeramente, mientras acaba de eyacular. Me encanta sentirle llenándome y cómo su cara pasa de total tensión a absoluto relax. Cae desplomado en mi cuello y nos quedamos unos segundos más en silencio, abrazados. Sonriendo. 

–La… 

– ¿Mm? 

–Te quiero. 

–Yo también te quiero. 

Se incorpora un poco, hasta que su boca roza la mía y sus brazos rodean mi cabeza. Sigue dentro de mí. 

–Quiero estar contigo cada día de mi vida. Quiero seguir discutiendo contigo y haciendo el amor contigo todos los días, hasta que me muera. 

Me besa con cuidado. 

–Quiero…, quiero que seas la madre de mis hijos. Quiero estar a tu lado en todo lo que nos depare la vida porque quiero envejecer a tu lado. Se me hace un nudo en la garganta de emoción. 

–Yo también lo quiero, mi vida. 

–Yo… no tengo anillos de brillantes. No tengo un enorme ramo de flores. No tengo algo espectacular pensado que puedas contar orgullosa por los siglos de los siglos ni voy a ponerme ahora de rodillas. Pero aquí, completamente desnudo en cuerpo y alma, abrazándote, todavía dentro de ti y sintiéndome tuyo y a ti mía, Lali Espósito… 

Me mira fijamente, emocionado. 

– ¿Quieres casarte conmigo? 

¡¡¡Dios!!! Le miro incrédula y loca de contenta. Tardo tres segundos en reaccionar. 

– ¿Es… es en serio? 

Peter asiente sonriendo. Se le ve tan seguro. 

–Totalmente en serio. ¿Te casarás conmigo? 

Nos reímos los dos. 

– ¡Dios mío! 

Le abrazo. Y lloro, obviamente. Nos besamos con cuidado de su nariz. Me agarra y se tumba sobre el sofá, yo caigo ladeada a su lado. Me abraza por la cintura y el cuello. Mi pierna se enrosca en su cadera y yo no puedo parar de sonreír y de abrazarle emocionada y eufórica. 

– ¿Y bien? 

– ¡Oh, Dios! ¡Sí! 

Él se ríe y me llama bruja y soy la mujer más feliz de la tierra en este nuevo día. 


Continuará...

Capitulo 75



Al llegar a casa corre disparado a la cocina y se toma los calmantes como si fueran el pan delo día. Yo mientras llamo a mi padre para contarle lo que ha pasado. Es una conversación tan normal… Y también llamo a Euge a ver si me dice cómo ser una enfermera eficiente en dos minutos. Me dice que muchos mimos y Nolotiles y que se pasará antes de cenar por casa para ver cómo va la herida. Casi me da miedo: igual se asusta al ver al gruñón mitad Shrek mitad orco que ha poseído a Peter. 

Mientras él habla con sus padres, subimos a la habitación. Cuelga y se encamina hacia la ducha jurando en hebreo y gesticulando como un loco. Yo me quito las botas y el abrigo y rebusco en la cómoda algún camisoncito de los míos, a ver si así se le va el mal humor un poco. Encuentro uno blanco roto de seda apartado en un rincón. No lo había visto nunca y lleva la etiqueta. ¿De dónde has salido tú, monada, de un catálogo de La Perla? Pero no, es de Intimissimi; cortito, con un escote de vértigo y la espalda al aire con tirantes híper finos cruzados. Me lo quedo mirando tratando de hacer memoria de cuándo lo compré y justo Peter sale de la ducha oliendo a limpio pero con la cara todavía llena de ronchas de sangre. 

–No sé cómo coño lavarme la puta cara. 

Se la acaricio. 

–Ven, yo te la lavaré. 

Sonríe y me mira de arriba abajo. Ve que llevo el camisón en la mano y la ropa ensangrentada. Me abraza, manos en culo. 

–Tranquila. Ve a darte una ducha. Ese camisón era un regalo, por cierto; aunque pensaba envolverlo y dártelo de forma más… ceremoniosa. 

– ¿Ah, sí? ¡Me encanta que me compres cositas sin venir a cuento! 

–Mm. Me gusta mimarte. 

Ronronea y pasa la punta de su lengua por mis labios. Uf. 

– ¿Te gusta el regalito? 

– ¡Claro! Es precioso. 

Sonreímos. 

–Póntelo; estoy deseando vértelo. 

–Mejor esta noche. Estas cosas no son para llevarlas para estar por casa. 

Y qué mirada lasciva me echa, por Dios. 

–Póntelo. 

Asiento, resignada. Sonríe. 

–Te esperaré abajo. Haré algo rápido de comer mientras; es tarde para pedir. 

–Ni se te ocurra. De todo me encargo yo. Soy tu enfermera particular. 

–Mmm ¿Mi enfermera sexy? 

–Sexy y ensangrentada. 

–Mi chica gore… 

Me besa fugazmente. El Nolotil debe haber hecho efecto y está más relajado así que entre risas me meto en la ducha. Mi ducha. Me deleito en la sensación de bien estar que tengo al estar en mi casa. En el que siento mi hogar, a pesar de no haber vivido aquí más que unos meses. Porque mi hogar es él.

¡Le mato! Bajo al salón y le veo trayendo a la mesita del sofá una ensalada de tomate, queso, huevo y no sé cuántas cosas más. Suena música clásica en el iPad. No, es la «Exogenesis: Symphony part III, Redemption», de Muse; una de mis favoritas, que dice «vamos a empezar de nuevo». 

– ¡Pero qué haces! Te dije que no hicieras nada, Peter. ¡Siéntate! Te vas a marear y debes descansar. 

Al acercarme a él me coge del brazo y me atrapa, agarrándome. 

–Eh fierecilla, estoy bien ¿vale? Solo es una ensalada. 

Pongo cara de resignada. 

–Estás impresionante con ese camisón. ¿Notas lo mucho que me gusta verte así? 

Pega su erección en mi cadera y eso remueve mi entrepierna. Sonrío. 

–Como mojabragas no tienes precio. 

–Mmm. Te besaría nena, pero tengo la cara de un cerdo degollado. 

–Anda ven. Voy a lavártela. 

Le siento en una de las sillas de la mesa del salón. Voy a por un par de toallas de aseo al baño y bajo de nuevo. Lleno dos cuencos de agua templada y los pongo encima de la mesa, a su lado. Me pongo frente a él y sumerjo una toallita en el cuenco. La escurro y se la paso muy despacio por la frente. Cierra los ojos e inspira. Abre un poco las piernas y yo avanzo un paso entre él. Vuelvo a mojar la toallita y la vuelvo a pasar con cuidado por su frente. 

– ¿Te duele? 

–No. Sigue. 

Ronronea y sonrío. 

Vuelvo a la carga y esta vez la paso por las sienes. Me acerco un poco más para quitarle una manchita más incrustada y automáticamente él me abraza los muslos. Doy un respingo al sentirle. Me gusta. Cuando acabo con la sien derecha le doy un beso. Inspira fuerte. Vuelvo al cuenco, pero él ya no me suelta. Voy a la otra sien y repito la misma operación. 

–Parece que me estés curando las heridas de guerra. 

Sonreímos. Sus manos se mueven hacia mi culo, por debajo del camisón. Solo eso ya me hace gelatina. 

–Pues controle sus manos, soldado, o acabaré inevitablemente con las mías en su nariz. 

–Mmm. Concéntrese, enfermera sexy. 

No me suelta. Nos reímos tiernamente y susurramos más tonterías mientras le limpio la cara con sumo cuidado. Dejo sus labios para lo último. Cojo la otra toalla limpia y la sumerjo en el cuenco limpio. Se la paso muy despacio por su boca. La miro fijamente. Ansío besarla. Ansío sentirla en mi cara, en mi cuello y en mis pechos y en mi sexo. Jadeo inconscientemente y él se mueve un poco. Me coge una pierna por el muslo e insertando la suya en medio, me abre hasta que me siento a horcajadas sobre él. Sonríe y yo pongo los ojos en blanco, sonriendo también. Sigo limpiándole su cara, hasta quitarle toda la sangre. 

–Tienes unos labios que invitan a ser besados ¿lo sabías? 

–Pues por mí no te cortes, nena; tienen hambre de los tuyos. 

Le acaricio el pelo y le doy un tierno besito en la boca. 

– ¿Ya está? 

–No quiero hacerte daño en la nariz. 

–Entonces bésame muy despacio y muy lento. 

Sonreímos. Allá voy. Paso mi lengua por sus labios primero. Despacio. Acerco mis labios a los suyos y saboreo primero el superior y luego el inferior, como hizo él ayer conmigo. Paso mi lengua entre ellos y poco a poco, entre besitos que van y vienen, se abre paso hasta llegar a la suya. Le beso con mucho cuidado de no hacerle daño, muy contenida, pero eso solo hace aumentar la excitación y las ganas de besarle más y más y más. 

Él me abraza la cintura y me atrae más hacia él. Me muevo para encajarme y casi le golpeo la nariz pero él sortea el golpe pasando sus labios por mi cuello. Gimo. Sube una mano hacia mi pelo y me lo agarra mientras devora mi cuello y vuelve a mi boca. Me da un «beso Peter» con toda su plenitud y yo le respondo moviendo mi pelvis de atrás a delante inconscientemente, restregándome.

Continuará...

Capitulo 74



Una hora después el partido está más que ganado y casi acabado. Al final me ha gustado. Lo que más: ver a Peter disfrutando tanto de algo. Su entusiasmo es contagioso, como el de un niño pequeño. Y, sí, también verle así de buenorro y guapérrimo y fornido y pensar que es todo y solo mío. Lo que te haré luego, cariño. Solo de pensarlo se me ¡JODER! 

Me llevo las manos a la boca y ahogo un grito. El corazón me late fuerte. Un tumulto de piernas sudorosas forma un círculo en torno a Peter. No veo nada pero el golpetazo que le han dado le ha tumbado. Jaleo, pitidos del árbitro y un par de chicos que van corriendo a la caseta que hay en el lateral. Hay un hueco y veo a Peter con la cara completamente ensangrentada, sentado en el suelo. Creo que si me pinchan, no sangro. Alguien se quita la camiseta y se la pone en la nariz. Quiero ir pero no quiero parecer una novia pesada. De todas formas, salto la valla. Los chicos que habían ido a la caseta vuelven con un maletín de la Cruz Roja. Un botiquín. Y me acerco corriendo, no puedo evitarlo. Espero que Peter no se sienta avergonzado, pero es que no sé qué pasa y me pueden los nervios. Me hacen un huequito y me arrodillo a su lado mientras un chico le pone vendas y demás cosas del botiquín. Tiene lo que parece la nariz rota. No para de sangrarle a borbotones. Le caen lagrimones de dolor pero no se queja. Creo que está mareado. El círculo se dispersa para dejarle respirar. 

–Ya he parado la hemorragia, pero debes ir al hospital por si la llevas rota, colega. 

– ¡Me cago en la puta! ¡Joder! 

Y lo dice con tan mala leche que hasta los que le han atendido se apartan un poco. 

–Vamos, Peter, vamos al hospital. 

Le digo levantándome mientras un compañero y yo le ayudamos a él. 

–Puta mierda. Tengo la bolsa en la caseta. 

Se pone lentamente de pie y un chico y yo le agarramos para ayudarle a andar. Él apoya los brazos en nosotros pero camina por su propio pie. Yo intento mantener la calma pero me cuesta al ver su cara de dolor, sus manos y brazos llenos de sangre y la nariz como si fuera un balón de pilates. Otro mastodonte viene con la bolsa de deporte de Peter. 

–Creo que lo he metido todo. Si no, alguno de nosotros cogerá lo que sea. Espera guapísima, deja que le lleve yo, que te pesará mucho, bombonazo. 

–Deja de ligar con mi novia, Charlie. 

Se ríen y cojo la bolsa. 

–Tranquilo, puedo sin problemas; pero gracias. 

–De nada, encanto. 

– ¡Lárgate, mojón! 

– ¡Que no tengas nada roto, guapetón! 

Nos montamos en el coche y dando mil gracias a su fornido amigo nos vamos pitando. 

Voy lo más rápido que puedo y con pavor absoluto a atropellar a alguien, como a mi madre. Freno un poco. Voy preguntándole si se marea, tratando de tranquilizarle, pero sé que está cabreado con el mundo así que le dejo estar. 

Llegamos a Urgencias y le cuelan sin esperar. Yo espero fuera. Mierda. Sala de hospital. Olor a hospital. Gente pasando el rato mirando el móvil. Gente hablando. Gente llorando. Gente nerviosa. Gente que mira mi chaqueta y mi camiseta ensangrentada. Hospital. La última vez que estuve en uno mi madre murió. Médicos, enfermeras, auxiliares, batas de todos los colores. Empiezo a marearme. No, Lali, sé fuerte. Solo es un hospital. 

 Al cabo de dos larguísimas horas mi chico camina hacia la sala de espera. Lleva un apósito en toda la nariz y aun así, está tan rabiosamente guapo que todas le miran. Claro, tan alto, fuerte, guapo, con uniforme negro y sucio… sí nenas, yo también me lo estoy tirando mentalmente. Pero es mío. Ja. Me levanto como una escopeta y voy hacia él.

 – ¿Y bien? 

–No está rota, no me van a dejar la napia de Tom Cruise. 

–No seas idiota. ¿Entonces? 

–Ha sido solo una fractura leve de nariz. Lo que pasa es que sangra como una condenada. La tendré hinchada y dolorida unos días y luego como si nada. 

Respiro tranquila y le abrazo con lágrimas en los ojos. Sí, estoy sencible, qué pasa. 

–Menos mal. Cuando te he visto tan ensangrentado me he asustado. 

–No pasa nada, nena, estoy bien. La sangre es muy escandalosa pero nada más. 

– ¿Tienes que tomar algo? 

–Sí, calmantes. Joder, te he puesto el abrigo perdido. 

–Me importa una mierda. 

Sigo abrazada a él. 

–Esa boquita. Anda, vamos a la farmacia y a nuestro hogar dulce hogar a fornicar como cerdos. 

Le doy un manotazo y finge un dolor inmenso. Le miro como una leona, gruñendo, y entre risas salimos del hospital. Por el trayecto de vuelta su optimismo ha ido cayendo. Le duele más la nariz, claro, y mucho. Así que gradualmente ha ido pasando de decir un par de inocentes tacos a terminar espetando todo tipo de juramentos contra el que le ha dado el golpetazo, contra no sé quién del equipo y contra el campo que estaba no sé cómo. Por Dios, Peter, qué genio. 


contunuará...

Capitulo 73



Cuando llegamos le miro sorprendida. ¡Traidor! Él se ríe. 

– ¿Para qué creías que era la bolsa de deporte, nena? 

Aparca y nos adentramos en un pequeño complejo deportivo hasta llegar a un campo de tierra. De fútbol, creo. Los deportes y yo… Peter me dice que espere tras una valla baja. Él se va hacia una caseta que hay en un lateral del campo. Pues nada, espero aquí. Voy a presenciar mi primer partido de rugby.

Peter empezó a jugar al rugby unas semanas después de que mi madre falleciera. Yo me ponía como loca de rabiosa contra él cada vez que iba a entrenar o a jugar, porque era tiempo que no estaba conmigo. Sí, así era yo. Y él lo dejó un tiempo y yo me sentí fatal. Le estaba apartando de todo lo que le gustaba hacer por pura rabia mal canalizada. Por eso decidí alejarme de él. Evidentemente yo nunca he sido de esas novias que tienen que estar todo el día con la pareja, al contrario. Me encanta que tenga sus aficiones al margen de las mías y que cada uno disfrute de su espacio en soledad o con amigos. Creo que es fundamental para una pareja, para aportar cosas y para crecer como persona y pareja, tener hobbies o momentos que no incluyan al otro. Y además con Peter no tendría más remedio porque no para. El rugby le sienta bien: canaliza su rabia, su energía y su agresividad fácilmente. Además ve a otra gente y se distrae. Así que cuando le pedí que lo retomara poco antes de nuestra ruptura, sé que se sintió aliviado y lo cogió con muchas ganas. Incluso le dije que me encantaría verle jugar algún partido. A ver, no es que quiera venir de cheerleader ya siempre, ni él tampoco desde luego, pero algún que otro partidito sé que le hace ilusión. Y aquí estoy.

No hay ni Perry viéndolo. ¡Qué vergüenza! Bueno, hay un par de niños que deben ser los hijos de algún jugador cuya madre debe haber suplicado por un rato en la gloria. Me apoyo en la valla baja y veo a Peter a lo lejos, saliendo de la caseta. Está para comérselo con un uniforme negro, su pelo revuelto y su barbita, escuchando concentrado al que parece el entrenador. Unos segundos después veo que mira por el campo. Cuando me ve sonríe con su sonrisa perfecta que me derrite. De repente me sobran el entallado chaquetón beis tan primaveral y los pantalones de campana y la camiseta y el sujetador y las bragas. Uf, qué calor. Viene corriendo hacia donde estoy. Se para frente a mí, separados por la valla baja, y agarrándome la cara me da un besito. Me sabe a gloria. 

–Me encanta que estés aquí. 

– Y a mí me encanta estar aquí. Estás para comerte. 

Sonreímos. 

–No te asustes por las hostias ¿vale? Son normales. 

–Vale, lo intentaré. Pero más les vale que no te den fuerte o saltaré. 

–Oh, mi héroe. 

Hago cara de fuerza y saco músculo y nos reímos. Me da otro beso y vuelve a su lugar. El equipo hace piña y comienza el partido. 

No entiendo nada del mecanismo del juego. Ni idea de cuándo es falta, cuando hay punto y demás reglas. Pero aplaudo cuando veo que Peter choca la mano con sus compañeros o celebra algo con un golpe al aire con el puño cerrado. Tanto él como los demás están cada dos por tres en el suelo. Sí que se dan leches, sí. Un par de veces inspiro hondo, han sido fuertes. Pero se levantan enseguida como fornidos vikingos. De vez en cuando me mira y me guiña un ojo o me sonríe. Está sudoroso. Me lo comería entero, tan ibérico, tan atlético, sudando, con manchas de tierra por todo el cuerpo. Dios, qué hombre.

 En el descanso mi hombre viene a saludarme otra vez. Me da un besazo lleno de adrenalina. Está eufórico. ¿Cómo pude negarle esto? Pone las manos en mi culo y restriega su nariz contra la mía. 

– ¿Todo bien por aquí? 

–Todo fenomenal. Pero dile al rubito que se ande con ojo; si te da una leche más, le meto cuatro. 

–Mi chica dura. 

Me besa gruñendo. 

–Lo bueno de este deporte es que te das hostias como panes y luego lo celebran   todos juntos. Se llama tercer tiempo. 

– ¡Cuánta deportividad! Oye, ¿y a los chicos les parecerá bien que yo me una a al tercer tiempo o prefieres que te espere en casa ardiente y sudorosa? 

Se ríe a carcajadas. 

–Me encanta que quieras venirte, nena. Y me encantará que los conozcas y veas el ambiente de buen rollo que hay entre equipos. Pero si piensas que después de no tenerte en semanas voy a compartirte un solo minuto con unos jodidos jugadores, vas fina. Luego de ducharrme, tú y yo nos iremos a comer y luego nos entregaremos al fornicio para recuperar el tiempo perdido. 

Nos reímos. Los jugadores en cuestión nos miran. Mejor dicho, me miran. A Peter le da enteramente igual. Me encanta. Uno de ellos le silba indicándole que tiene que volver. Me da un cachete en el culo y me guiña un ojo. Qué hombre se pone mi hombre jugando entre hombres.

Continuará...

Capitulo 72



Un cosquilleo suave y placentero me recorre el cuello y se expande por todo mi cuerpo, pero algo me oprime las piernas y creo que tengo un brazo dormido. Abro lentamente un ojo. Cuánta luz y qué calor. Sonrío y lo vuelvo a cerrar. 

Estoy en casa. 

Peter duerme profundamente a mi lado, pegado a mi cuello. Sus piernas envuelven las mías, aprisionándolas. Todo su cuerpo está entrelazado con el mío. Me muevo ligeramente y él queda medio encima de mí, con la cabeza en mi hombro. No quiero despertarle así que intento ser más sigilosa que una pantera. Miro hacia arriba y veo a través de la ventana abuhardillada la plena luz de la mañana. Respiro hondo. Adoro despertarme así: con Peter abrazándome y la ventana sobre la cama señalando un nuevo día. 

Un nuevo día. 

Mientras Peter sigue resoplando en mi cuello, yo recuerdo nuestra charla de ayer. Nos acostamos a las cinco y media de la mañana… hablando. Sí. Hablamos de todo. De todo. Le conté todo lo que me dijo mi padre, lo analizamos en profundidad; y aunque sé que necesito darle más vueltas yo sola, me ayudó terriblemente destriparlo con él. Me contó su conversación con mi padre y lo que le llevó a tomar esa decisión «necesitaba que volvieras con todas las heridas cerradas y sabía que esa grieta siempre se interpondría en tu felicidad». Dios, cuánto le quiero. Hablamos de nosotros, de cómo habíamos estado estas semanas, lo tristes y desesperados, lo estúpidos que habíamos sido. Pero no hubo más perdones ni lo sientos. Los dejamos atrás. Finalmente, cansados y mentalmente agotados, nos fuimos a la cama. Sonrío cuando me acuerdo que nos tumbamos y nos quedamos mirando,sonriéndonos como bobos. Estábamos pegados, abrazados el uno frente al otro y me quedé dormida mientras Peter me acariciaba la cara. Recuerdo que a los minutos me desperté buscándole y él seguía mirándome. Me besó en los labios y me dijo un «duerme, preciosa» que me llegó al alma. Me muero por hacer el amor con él, pero me gustó que anoche solo habláramos. Lo necesitábamos más que los gemidos. 

Miro de soslayo el reloj despertador y veo que son las nueve menos cuarto. Solo he dormido tres horas. Y lo noto, porque estoy reventada. Peter da suaves ronquidos, debe haber dormido menos que yo, que ya es decir. Y no sé por qué, ese sonido gutural que normalmente odio e incluso se lleva algún que otro codazo, esta mañana me relaja. Estoy en casa y estoy con él. Y al rimo de sus respiraciones vuelvo a adormecerme. 

 Un ruido sordo y corto me despierta dándome un susto. ¿Qué? Me incorporo instintivamente y me froto los ojos. ¿Dónde está Peter? Vuelvo a oír ruidos en la planta de abajo así que supongo que se ha levantado y ronda por ahí. Bien, pues ya es hora de levantarse Lali, que son las ¡once! de la mañana. 

¡A por tu nuevo día! 

Bajo las escaleras todavía algo adormilada y veo desde el pasillo que Peter se mueve por la cocina. Avanzo despacio contemplando de refilón lo sexy que está con sus vaqueros lavados a la piedra y su camiseta blanca de macarra canalla. Mmm mi malote. Me miro de arriba abajo y me doy cuenta de que mi novio está de anuncio y yo llevo un pijama cutre que improvisé ayer basado en una camiseta vieja y medio rota de Peter y unos descoloridos pantalones cortos de algún perdido conjunto de pijama. Una piltrafa, vamos. 

–Eeeyy, buenos días dormilona.

 Le miro con carita de sueño y sonriendo. 

–Hola… me he quedado frita. No te he oído levantarte. 

Se acerca, me agarra de la cintura y me da un besito. Y yo le doy otro. Mm. 

–Quería dejarte descansar, sé que has dormido poco. 

– ¿Qué es todo esto?

 Señalo la cantidad ingente de bollería que hay en una bandeja.

 –Nuestro desayuno. Recién sacado del horno de la pastelería de abajo.

 ¡Me lo como! A Peter digo. 

 Peter insiste -y prácticamente me ordena- que vaya acomodándome en las ideales sillas que compré al poco de mudarme aquí, mientras él acaba de preparar las cosas del desayuno. Creo que lo ha hecho porque quiere que esté unos minutos a solas… pensando. Pero yo no puedo pensar en nada ahora mismo. Estoy en una terraza inmensa en la que hice un gran trabajo de decoración. Podría salir perfectamente en cualquier anuncio o catálogo. Es ideal con su tarima y sus macetas colocadas estratégicamente y una mesita de desayuno y un cenador y unas lamparitas. Y el sol calentito en mi cara. Y mi piel oliendo a Peter. Y ahora quiero café. 

 – ¿Qué te apetece hacer hoy? 

–Nada en especial. ¿Tienes algo pensado? 

–No, pero quizá debería ir a hablar con mi padre. 

–Vale, podemos ir ahora o después de comer, cuando tú quieras.

 –Mm. Igual mañana mejor. A comer. Así hablaremos con más tiempo. 

–Bien. 

Se queda callado unos segundos y de reponte alza las cejas sonriendo, como si se acabara de acordar de algo. Mira el reloj y sonríe. 

–Entonces ya sé qué vamos a hacer hoy. 

Se levanta de un salto. ¿Eh? 

–Date prisa y cámbiate, La, vamos a llegar tarde.

 –Pero… 

¿Y la dosis de mimitos y…? Debo llevar la pregunta escrita en la cara.

–Luego. Tenemos toda la tarde y toda la noche para eso. Corre. 


Continuará...

Capitulo 71




No sé cuánto rato estamos así, abrazados fuertemente sin hablar, sin mirarnos. Solo abrazados sollozando y oliéndonos mutuamente el cuello. Su olor. Ese olor a colonia salvaje y varonil mezclado con olor a Peter, a ternura y a hogar. A contraste, como todo él. Mi amor. De vez en cuando nos balanceamos ligeramente, volviendo al mundo. Y volvemos a perdernos en ese abrazo en el que podría quedarme eternamente. Es tan intenso, tan descomunal que no es necesario adornarlo con te quieros ni con besos ni con palabras. Algo tan simple como dos cuerpos entrelazados dice todo lo que hay que decir. 

Pero al cabo de lo que creo que han sido años nos vamos recomponiendo poco a poco. Peter gira ligeramente la cara y me da un beso largo y lento en el punto donde se junta la mejilla con la mandíbula y el oído. Me pone la piel de gallina y una oleada de cariño y de amor y de deseo estalla como un tsunami en mi cuerpo. Vuelvo a llorar. De felicidad. 

–Mi vida. 

Alzo la cara, sonriendo. Porque volver a olerle y sentirle y notar sus labios y estar en nuestra casa y saber que me ha perdonado me convierten en la única persona del mundo que podría volar. Ya, ya, ¡estoy de un pastel! Pero me siento tan pletórica y tan serena… Como nunca. Peter sonríe y a mí se me para el corazón. Qué guapo es, Dios mío. Me seca las lágrimas con los pulgares y recorre mis labios con sus yemas después. Me da un tierno pero casto besito en la boca. Mm. Y otro más. Mi cara entre sus manos, sus dedos acariciando mi sien y sus labios pegados a los míos. Ya me podría morir. Le abrazo fuerte. Me acaricia la cabeza y me envuelve en sus brazos. 

–Ya está, mi pequeña, ya está. 

Le miro como miraría a Dios si se me apareciera. 

–Lo siento, mi amor. Lo siento tanto… 

–Shhh. No caben más lo sientos ni perdones aquí. Aquí, 

Y con el dedo índice hace un círculo imaginario entre su cuello y el mío. 

–no hay sitio para esas cosas. Aquí solo hay sitio para ti y para mí y para todo lo bueno que generamos juntos. 

Sonrío con los labios cerrados y él me besa la comisura. Electricidad. Restriega su nariz contra la mía.

 –No volveré a dejar que te vayas. Fui un gilipollas.

Aprieta los dientes. Le acaricio la cara.

 –Aquí ya no hay sitio para esas cosas. 

Sonríe. Sonrío. 

Y me besa. 

Primero el labio superior. Muy despacito. Luego el inferior. Pasa su tímida lengua por uno y luego por el otro. Eso despierta en mí más ganas de llorar y una excitación sin precedentes. Me da un beso, yo se lo devuelvo. Otro más largo. Yo le doy otro. Y finalmente nuestras lenguas se besan húmedas y cálidas. Se reconocen al instante, encajan a la perfección. Solo su lengua. Solo la mía. Nos fundimos en ese beso como solo nosotros sabemos darnos. Lleno de tantas cosas que olvido donde estoy o qué ha pasado. Ese beso es Peter y yo y no hay nada más importante. Ese beso es el más bonito que me han dado en la vida.

Le agarro del cuello, entierro mis manos en su pelo. Cuánto he echado de menos esto. Él me rodea la cintura con su brazo, atrayéndome más incluso hacia él. Casi no puedo respirar de la opresión pero no me importa. Quiero estar dentro de él. La otra mano me coge la cabeza y la mueve siguiendo la cadencia del beso, que se vuelve poco a poco necesitado y pasional. Respiramos acelerados y suspiramos en nuestras bocas pero somos incapaces de despegarnos. Quiero denudarle, quiero desnudarme, quiero que entre en mí, quiero sentirle y sentirme a mí misma en él y que él se sienta en mí. Le deseo, le necesito y le ansío. Y él a mí porque noto su erección en mi cadera y sé que él debe notar mis pezones duros en su torso. Gimo. Y entonces él se aparta.

 –Nena… 

Me acaricia con el pulgar el labio inferior. Sus ojos… madre mía. Si el deseo y el amor se pudieran hacer físicos serían esos dos ojos entrecerrados que se clavan en mí. Respiro hondo. 

–Soy el puto hombre más feliz de la tierra. 

Me levanta un poco del suelo y me da una vuelta. Chillo. Parecemos dos críos pero me da igual. Yo también soy la puta mujer más feliz de la tierra. 

Cuando me baja, nos calmamos un poco y vuelve a mirarme. 

– ¿Cómo estás?

 –Pues estoy enamorada, feliz, emocionada, 

Peter mueve la cabeza de un lado a otro con cada sentimiento que digo, como contándolos. 

–nerviosa, cachonda, preocupada, anonadada, confusa, enfadada y liberada. 

–Mm. Y liberada. Me gusta. 

Sonrío. 

–Lo sé. 

–Eso son muchos sentimientos que digerir. 

Asiento con la cabeza. Me da un rápido beso y se aparta. 

– ¿Café o vino? 

Sonrío otra vez. Son más de la una de la madrugada y mi novio me pregunta qué quiero beber para enfrentarme a una noche de conversación interminable con él. 

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