martes, 17 de febrero de 2015

Capitulo 65



La idea que tuvo Peter le llevó otros tres días de darle muchas vueltas. No estaba seguro de qué quería conseguir con eso, ni qué haría con lo que saliera de allí, pero tenía que intentarlo al menos. Estaba cansado, muy cansado. Le había dado a Lali el tiempo que le había pedido, había intentado mantenerse al margen sin alejarse demasiado, entendiendo que ella necesitaba resolver muchas cosas en su cabeza antes de comprender lo absurdo de la situación, pero ya no podía más. 

Durante esas tres semanas casi se había muerto sin ella.

 Los días le pasaban lentos y desquiciantes. Se le confundían con las noches que pasaba en vela fumando, oyendo la música de ella o directamente llamándola porque no podía más. La echaba de menos como se echa de menos un brazo amputado: era incapaz de soportar el dolor y la ausencia. El vacío se apodero de él y de su casa y no había rincón que no le recordara a ella. «Lali. Mi Lali» Estaba en todas partes: bailando en el salón; cocinando mientras él la abrazaba por detrás; maquillándose en el baño; leyendo en la terraza con una manta y una buena copa de vino; vistiéndose, poniéndose la ropa interior no siempre cuidada mientras él la observaba encandilado sin que ella se diera cuenta; recostada entre sus brazos mientras se daban un baño; quedándose dormida en su regazo mientras veían documentales de animales; retorciéndose de placer encima del sofá, al pie de la escalera, en la cama, en la alfombra frente a la chimenea, en la ducha… Su casa ya no era suya. Era de ella. Y sin ella no podía estar allí. 

Quería irse, a casa de su hermano o de algún amigo. Lo que fuera con tal de no tener que vivir sin ella en su hogar, pero se quedó por si ella volvía un día en mitad de la noche, diciéndole que había sido todo una estupidez. Lali podía hacer ese tipo de cosas impulsivas y atolondradas; es lo que más le gustaba de ella: su espontaneidad. Sin embargo, nunca volvió y eso le hizo entender que esta vez, realmente, ella necesitaba encerrarse en los confines oscuros de su psique y aclararlos. «Un puto psicólogo, joder. Tu madre ha muerto, tu padre te abandonó y tu ex novio te dejó por otra. Es lógico que no sepas dónde coño estás», pero ella decía que debía llegar a todas las conclusiones sola. «Jodida Lali». Luchó contra sus repetitivos impulsos de ir a buscarla y arrastrarla a casa de la forma que fuera. Quería hacerlo; cada día incluso bajaba al garaje y ponía en marcha el coche rumbo a casa de sus padres. «Tanta paciencia y tanta tontería». Pero luego se arrepentía y volvía a casa pensando que si hacía eso, ella se volvería a ir tres días después. 

Y cuando creía que las cosas empezaban a mejorar, que hablaban de nuevo con fluidez y que ella estaba más serena, la vio saliendo del bar con Marcos. Quiso matarle. Directamente. Su mente dibujó el momento exacto en el que le clavaba un machete en los testículos, se los retorcía y se los hacía tragar. Estaba celoso, confuso, sin saber qué estaba ocurriendo entre ellos ¿Lali le había llamado? ¿Querría saldar viejas deudas? ¿Querría volver con él? ¿Aun sentía algo? Y entonces vio como él la abrazaba y le daba un beso. Quiso matarle de nuevo. Las aletas de la nariz se le estiraron hasta un punto imposible y oía su propia respiración ronca y entrecortada. Vio la cara de sorpresa de Lali ante el contacto y eso le calmó un poco: estaba incómoda. Pero también vio cómo la miraba él: con ternura, con cariño, con… «Hijo de puta». No entendía nada, pero no podía pensar. Todo estaba yendo muy rápido, su cabeza no daba abasto con las vueltas que daba a las mismas preguntas. Solo sentía su instinto animal saliendo reluciente de cada poro de su piel, desvistiendo al Peter civilizado y dando a conocer al hombre primario en estado puro. Quería darle una paliza. Sin piedad. Había incluso cerrado sus puños de forma inconsciente. Y entonces Lali le vio. Y Marcos se marchó. Y él se quedó con toda esa rabia recorriéndole el cuerpo entero sin poder sacarla.

 Y se fue corriendo para no soltar a la bestia delante de ella. 

 Durante tres días evitó hablar con Lali. Sabía que la estaría volviendo loca, pero una parte de él no sentía pena alguna. «Que se joda, ella me ha vuelto loco a mí tres putas semanas». Ella no dejaba de llamarle y mandarle emails y mensajes llenos de explicaciones que no necesitaba escuchar. Lo que necesitaba era pensar en qué hacer con ella, cómo actuar, qué decir. Así que ignoró sus súplicas de llamarla y se centró en pensar qué podía hacer para que ambos olvidaran todos los miedos que se habían interpuesto en su relación. No fue fácil. Estaba demasiado enfadado todavía por haberla visto en los brazos de Marcos y esa imagen repetida constantemente en su cabeza no le dejaba concentrarse en nada más. Una parte de él sabía que estaba siendo injusto: ella nunca le sería infiel, y menos con alguien que le hizo lo mismo; pero su parte más visceral no dejaba de visualizar el suspiro de alivio que le vio dar a Lali cuando él la abrazó. «Alivio. Marcos le dio alivio». 

Esa misma noche llegó a emborracharse tanto que apenas supo donde estaba. Se despertó por la mañana en casa de su hermano y recordó vagamente que había estado bebiendo con Gas. Recordó los mensajes de voz y su teléfono hecho trizas contra la pared.«Cojonudo». Y su voz llena de furia diciéndole que no quería verla en su puta vida. «Mierda». Cuando fue a casa para cambiarse de ropa, supo que ella había estado allí hasta hacía escasos minutos: la casa aún olía a ella. A su perfume, a sus lágrimas. Podía oír hasta sus gritos desesperados por saber dónde estaba. Leyó una nota que ella le había dejado «Volveré cada día para esperarte» pero no podía verla todavía. Si la veía se lanzaría a su cuello poseído por la rabia y el deseo y el lío sería mayor. Necesitaba alejarse y pensar. Por primera vez en tres semanas entendió lo que ella había sentido para dejarle. Recogió algunas cosas y se fue a un hotel. 

Y pensaba que estaba haciendo bien y que esto le enseñaría a ella a no dejarse llevar por la deriva de sus ralladas… hasta que la vio plantada en su despacho. Casi se le cae el alma en ese momento. Estaba más delgada, con la cara acongojada, agotada hasta la extenuación, disimulando sus ojeras con maquillaje y temblando. Y era culpa suya. «Soy un puto cretino. ¿Tanto te costaba responderle?». Pero aun así la seguía viendo preciosa. «Jodidamente preciosa». Cuando ella empezó a vomitar su discurso y elevó la voz, su pene dio un respingo. «Mi Lali ha vuelto». Y cuando le dijo que no quería acabar follándola encima de la mesa, vio como sus pezones se endurecían y se sonrojaba. Ella no se dio cuenta, pero tuvo una erección. «El efecto Lali», como él llamaba al irrefrenable deseo que sentía cada vez que la veía excitada y a las ganas de abrazarla tiernamente cada vez que la miraba a esos ojos tiernos. 

Luego ella le acarició la cara. Le encantaba cuando le hacía eso. Se sentía querido. Y después trató de besarle. Durante unos segundos se debatió si besarla o no pero sabía a qué les conduciría eso. Solo de pensarlo «Joder, mi polla otra vez saludando». La deseaba tanto… Pero sabía que esa no era la solución. Los problemas volverían a asomar por la puerta tras haber vaciado todos sus flujos. No, necesitaba hacer las cosas bien. Necesitaba pensar. Necesitaba hacer algo más que palabras. Necesitaba entender más allá de lo que ella le contaba. 

 Y allí estaba ahora, sentado en su despacho pensado si lo que había decidido hacer serviría de algo o sería todo en vano. «Bueno, al menos ella está esperando que vuelva así que siempre podemos intentarlo de otra forma». Pero tenía miedo de volver y que ella se marchara de nuevo. No, había que resolver todos los temas y todas las grietas para que cuando volvieran, lo hicieran sin miedos a perderse de nuevo. 

La voz de Miriam le devolvió a la realidad de su despacho. 

–Peter, Gerardo está aquí. 

Se levantó y salió a recibirle. Tras los saludos corteses iniciales, se encaminaron los dos al despacho. Peter cerró la puerta y le pidió a Miriam que no le pasara llamadas. 

–Gracias de nuevo por venir, Gerardo. ¿Quieres tomar algo; café, agua…? 

–Un café me iría bien. 

Le miraba serio. Bien, pues serio sería.

– ¿Has traído lo que te pedí? 

–Sí, creo que está todo. 

Peter salió unos minutos del despacho y preparó dos cafés. Cuando volvió a su despacho, Gerardo ya se había sentado en una de las sillas frente a su mesa y estaba distraído contemplando el ambiente. No tenía un gran despacho con lujos, sofás o sillones; tan solo una mesa de nogal bastante grande, un sillón de oficina para él, dos cómodas sillas para visitas y una planta de pie. El resto de paredes estaban vestidas con algunos cuadros y decenas de estanterías con cientos de libros de derecho y economía. 
En realidad es muy acogedor. Se lo decoró Lali. Se miraron frente a frente un segundo mientras Gerardo bebía tranquilamente un sorbo de café. Rompió el hielo. 

-Bien, Peter, pues tú dirás. 

–Verás, necesito tu ayuda. 

Gerardo frunció el ceño. 

– ¿Para qué?

 –Para recuperar a tu hija. 


Continuará...

1 comentarios:

Anónimo 17 de febrero de 2015, 13:29  

Sigueee

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