Capitulo 49
Sentada en el sofá de
nuestra casa con una taza de té humeante y un cigarrillo, reflexiono sobre todo
esto mientras espero a que Peter salga de un juicio. Los odio. Nunca sabes
cuándo van a terminar y no tengo forma de contactar con él. Ya estoy enfadada
sin darme cuenta, y él, evidentemente, no tiene la culpa. Pero estoy cabreada
como una mona así que intento tranquilizarme con mi cigarrillo y mi taza de té
y me digo a mí misma que si no paro esto, se va a largar. Tiemblo solo de
pensarlo. Si Peter me dejara yo…
No puedo ni planteármelo. Y le odio por eso.
He llegado a un punto de dependencia atroz. Quizá me dé tanto pavor sentirme
dependiente que hago daño inconscientemente a la persona que necesito. Como una
especie de venganza. O quizá solo es mi manera de expulsar la rabia.
Rabia. Mares de rabia. Y
me imagino la situación al revés y consintiendo que Peter me riñera a todas
horas, me gritara, me insultara, me echara broncas, me dijera que no a todo y
luego que sí y luego que no otra vez y que todo lo que hago está mal. Pienso
que eso lo aguantas unas semanas pero luego te agotas. Lloro. Pobre Peter ¿cómo
puedo estar haciéndole esto? No puedes seguir así, Lali, me digo. No puedes
seguir haciéndole este daño. Si no sabes cómo pararlo tendrás que… La puerta se
abre.
– ¡Hola nena!
–Hola.
Peter entra en el salón,
se sienta a mi lado y me da un beso en los labios. Me sonríe y acaricia la
cara. Lo intenta con todas sus fuerzas y yo me muero de pena porque solo tengo
ganas de calzarle una hostia por llegar tan tarde.
– ¿Cómo está mi chica?
–Aburrida, joder.
–Lo siento cariño, he
venido en cuanto he podido.
–Ya. ¿Qué tal el juicio?
–Un coñazo y agotador.
Tenemos la siguiente vista en menos de dos semanas. Estamos poniendo toda la
carne en el asador, así que espero ganarlo, pero está difícil.
–Genial.
–Sí.
Silencio incómodo. Me
siento como una mierda. Me está hablando de su día a día, del caso más
importante que ha tenido entre manos y sé lo emocionado y asustado que está
ante este reto. Meses atrás está conversación habría durado horas. Hablaríamos sobre sus miedos,
su forma de afrontarlo y los entresijos de su trabajo. O del mío, según el que
tocara ese día. Pero ahora, sencillamente, me da igual. Dios, Lali, lo vas a
perder por tu culpa.
– ¿Te apetece que
vayamos a dar un paseo, La?
– ¿Con este frío?
Evidentemente no.
Digo con toda mi mala hostia.
–Pues, ¿Quieres ir a ver
la exposición de Magritte; al cine? Nos da tiempo antes de que te vuelvas.
– ¿Qué pasa, no te
apetece estar a solas conmigo?
Suspira.
–No empieces. No es eso,
por Dios. Solo proponía hacer algo por si te apetecía, pero por mí perfecto que
nos quedemos en casa.
–Ya, seguro. ¿Te agobio
verdad? Te saco de tus casillas y no puedes más.
Lo digo con pena,
sollozando. Él se acerca y me abraza la cintura.
–Ey, vamos nena.
–Soy insoportable.
–Claro que no, cariño.
Estás destrozada, que no es lo mismo.
–Peter, si quieres
dejarme, aunque sea por un tiempo yo… lo entenderé.
–Uf, Lali, empiezo a
cabrearme, eh.
–Lo siento.
–No pasa nada pero no
vuelvas a decir eso ¿vale?
–Vale. Perdona.
Sonríe y yo hago un
amago de sonrisa. Se acerca más a mí y me besa. Un besito. Luego otro. Y otro
más. Y me besa como siempre besa él. Es el mejor momento del día, cuando es un
día bueno: sus besos. Me llegan al alma y me dan la vida. Pero quizá porque
tengo muchas cosas en la cabeza, nunca puedo pasar de ahí. Lo he intentado eh,
y muchas veces lo he deseado hasta quemarme, pero luego me pongo y me siento
como culpable y tenemos que parar, con la consiguiente bronca a él por haberlo
intentado. ¿Quizá sea yo misma la que no me dejo superarlo? Es posible. Quizá
la idea del psicólogo no es mala, después de todo. Peter para ese beso y se
aparta un poco. Veo su erección saludando desde el bulto del pantalón. Frunzo
el ceño. Siempre insistía un poco.
– ¿Por qué paras? ¿Ya no
me deseas?
–Lali…
–Di. ¿Es eso, no?
Vuelvo a ser un orco
cabreado.
–Claro que te deseo
nena, cómo no te voy a desear. Te deseo cada día.
– ¿Y porqué paras si
tienes tantas ganas? ¿Qué pasa, que cuando me voy llamas a alguien para que te
sacie lo que yo no puedo?
–No sigas por ahí porque
empiezo a cansarme y la vamos a tener y no quiero tenerla.
–No sé que es peor, que
no me desees, que no quieras tenerla o que quieras buscarte a otra.
– ¡¿Pero qué cojones
dices, por Dios?!
Lo dice como harto,
cansado, enrabietado. Lloro.
– ¡Que ya no me
deseas!
–Joder, Lali, ¡basta!
Te lo pido por favor ¡Basta! Estoy cansado, estoy agotado, llevo quince horas
encerrado en un juzgado y hoy no puedo lidiar con tus dudas infundadas sobre si
te deseo o no. ¿Quieres hablar de lo de tu madre? Hablemos todo lo que
necesites. ¿Quieres llorarla? Lloremos todo lo que tú quieras. Hagamos lo que
tú quieras. Pero te suplico, te suplico, que no empieces con movidas paranoicas
de si me busco a otra o si no te deseo o si pollas ¡joder!
Besos
@onlyespos_
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