sábado, 19 de julio de 2014

Capitulo 21


Hera pensó un momento antes de caer en la cuenta. 
— ¡Oh! La última. La última chica, quiero decir. La última que Henry tuvo aquí.
¿Había otra chica? 
— ¿Cuánto tiempo hace de eso?
Hera intercambió una mirada con Artemisa, que permaneció en silencio. 
— ¿Veinte años, tal vez?
Así que al parecer Peter había sido un niño la última vez.
A menos que él estuviera diciendo la verdad sobre gobernar la muerte, pero yo no estaba dispuesta a aceptar eso. 
— ¿Por qué tengo que estar aquí entonces? ¿Por qué no está ella aquí?
—Porque ella…
Artemisa golpeó su mano sobre la boca de Hera con tal fuerza que el sonido retumbó en la habitación. 
—Porque ella no era la chica —dijo bruscamente—. No es nuestro trabajo explicarte esto, Mariana.  Si  quieres  saber  por  qué  estás  aquí,  pregúntale  a  Peter.  Y  tú…  —Miró airadamente hacia Hera.
—Oh —dije suavemente mientras otra idea se me ocurrió—. Él… él dijo que todos aquí estaban muertos. ¿Es verdad? ¿Ustedes dos están…?
Ni Artemisa ni Hera se mostraron sorprendidas por mi pregunta. En cambio Artemisa retiró su mano, dejando que Hera respondiera.
—Todos  aquí  están  muertos, sí —dijo, frotando su  mejilla  y  dándole  a Artemisa una mirada sucia—. O son como Peter, quien nunca estuvo vivo en el primer lugar.
— ¿Cuándo… uh, naciste?
Hera inhaló. 
—Una señorita no revela su edad.
Artemisa resopló, y Hera la fulminó con la mirada.
—artemisa es tan vieja que ni siquiera sabe en qué año nació —dijo Hera, como si eso fuera algo de lo cual avergonzarse. Sacudí mi cabeza, estupefacta,  sin saber si  debía realmente creerme todo esto o no.
Artemisa no dijo nada. En cambio, abrió otra puerta, revelando finalmente una gran habitación con  una  mesa  tan  grande  que  podrían  fácilmente  haberse  sentado  treinta  personas.  Mi cabeza estaba girando por la  historia de Hera, y me tomó un momento darme cuenta que la habitación ya estaba llena de personas.
—Tu  jurado  —dijo  Artemisa  secamente—.  Criados,  tutores,  cualquier  persona  con  la  cual alguna vez tendrás contacto. Todos querían conocerte.
Me detuve en seco en la entrada, sintiendo que la sangre desaparecía de mi rostro. Había docenas de pares de ojos mirándome y, de repente, estuve dolorosamente consciente de mí misma.
— ¿Se quedarán aquí mientras como?  —susurré. No podía pensar en una mejor forma de hacerme perder el apetito.
—Puedo despacharlos, si lo deseas —dijo Hera, y asentí. Saltó hacia adelante y, con dos palmadas de sus manos, la mayor parte de ellos comenzaron a salir en fila. Unos cuantos que manejaban los alimentos permanecieron, junto con dos hombres que estaban a un lado, cada  uno equipado  con armas  formidables. El  alto y  rubio  estaba  tan quieto  que  podría haber sido una estatua, y el moreno estaba inquieto, como si estar quieto y silencioso era algo en lo cual no era muy bueno. Él no podía tener más de veinte años.
—Siempre  serás  protegida  —dijo  Artemisa,  y  yo  la  miré,  sorprendida.  Debe  haberme  visto observando. Artemisa siguió adelante con la gracia de un ciervo e hizo un gesto a un lugar al pie de la mesa—. Tu asiento.
La seguí, tratando fuertemente de no tropezar con el dobladillo de mi largo vestido, y me senté. Ahora sólo había una docena de personas en la habitación, pero todos aún estaban mirándome.
—Su desayuno, Su Alteza —dijo un hombre, dando un paso adelante para colocar un plato tapado  delante  de  mí.  Ella  levantó la  tapa,  sin  darme  la  oportunidad de  hacerlo  por  mí misma. Lucía tan aburrida como lo había hecho en mi habitación.
—Um,  gracias  —dije,  desconcertada.  ¿Su  Alteza?  Tomé  un  tenedor,  preparada  para atravesar  en  un  pedazo  de  fruta  y  comerlo,  pero  una  mano  pálida  arrebató  mi  muñeca antes de que pudiera hacerlo.
Alcé la vista, sorprendida al ver Hera sobre mí, con sus amplios ojos azules. 
—La probaré primero —insistió—. Es lo que se supone que debo hacer.
Sobresaltada, espeté: 
— ¿Pruebas mi comida?
—Cuando decides comer, sí —dijo tímidamente—. Probé tu cena anoche, también. Pero no  tienes  que  comer  mientras  estás  aquí,  sabes.  Tarde  o  temprano  olvidarás  lo  que  se siente. Sin embargo, si deseas hacerlo, tengo que…
—No  —dije,  empujando  mi silla hacia atrás  con  tal  fuerza  que chilló contra el  suelo  de mármol.  El  estrés  del  día  anterior  y  la  confusión de  aquella  mañana  cayeron  sobre  mí, destrozando hasta el último pedazo de auto control que tenía—. No, eso no sucederá. Es ridículo…  ¿probadores  de comida?  ¿Guardias  armados?  ¿Su  Alteza? ¿Por qué?  ¿Qué se supone que debo estar haciendo aquí?
Todos parecían sorprendidos por mi arrebato de cólera, y pasó un buen rato antes de que alguien hablara. Cuando lo hicieron, fue Artemisa. 
—Accediste quedarte aquí por seis meses al año, ¿no?
—Sí —dije, frustrada. Ellos no entendían—. Pero no estuve de acuerdo con probadores de comida ni… ni nada de esto.
—Lo hiciste —dijo con calma—. Es parte del trato.
— ¿Por qué?
Nadie me contestó. Apreté mi falda con tanta fuerza que pensé que se desgarraría. 
—Déjenme ver a Peter —dije—. Quiero hablar con él.
El silencio era ensordecedor, y algo dentro de mí se rompió.
— ¡Déjenme hablar con él!
—Estoy aquí.
El  sonido  de  su  voz,  baja  y  suave,  me  sobresaltó.  Girando  alrededor,  logré  perder  el equilibrio, apenas alcanzando sostenerme de la silla. Peter se detuvo frente a mí, mucho más cerca de lo que esperaba. Su joven y perfecto rostro estaba en blanco, y mi corazón dio un vuelco. Cuando logré recuperar mi voz, salió más como un chillido, pero no me importó.
Quería respuestas.
— ¿Por qué? —le dije—. ¿Por qué estoy aquí? No soy tu princesa, y no me inscribí para nada de esto, ¿entonces por qué está sucediendo?
Henry  me  ofreció  su  mano,  y  vacilé,  pero  finalmente  la  acepté.  Su  piel  se  sentía sorprendentemente cálida contra la mía. No sé lo que había esperado… hielo, tal vez. No calor. No alguna prueba de vida.

Continuará...

viernes, 18 de julio de 2014

Capitulo 20


—Curioso —dijo, aunque sus ojos brillaban con diversión. Yo no vi nada gracioso acerca de la situación—. Me gustaría que me hubieras contado todo esto desde el principio, Lali.
—Lo  siento  —le  dije,  mis  mejillas  ruborizándose  mientras  miraba  hacia  abajo,  a  mis manos—. Pensé que me estaba volviendo loca o algo así.
—No lo creo.  —Ella llegó y me tomó de la barbilla,  guiándola hacia arriba hasta que  la estaba mirando—. Prométeme que vas decirme todo lo que suceda  a partir de ahora, ¿lo harás? No quiero perderme nada.
Asentí con la cabeza. Más tiempo con ella... era todo lo que podía pedir.
Ella sonrió. 
—Lo sé, cariño.
Cuando me desperté a la mañana siguiente, al principio no sabía dónde estaba. El calor del sol de mi sueño aún persistía en mi piel, y abrí los ojos, esperando ver a mi madre, de pie junto a mí, pero era sólo el dosel de la cama.
Gimiendo, me senté y parpadeé el sueño de mis ojos. Algo no estaba bien, y yo no podía decir  qué.  Entonces,  después  de  un  largo  momento,  el  día  anterior  empezó  a  llegar  de nuevo a mí, junto con el trato que había hecho con Peter, y mi corazón dio un vuelco. Por lo tanto, no había sido sólo un sueño después de todo.
— ¿Crees que está despierta ahora? Ella debe estarlo, ¿no?
—Si ella no lo estaba, sin duda lo está ahora.
Me quedé helada. Los susurros venían desde el otro lado de las cortinas que colgaban de mi  cama,  y  no  eran voces  que  reconociera.  La  primera  era  brillante  y burbujeante,  y  la segunda sonó como a alguien que preferiría estar en cualquier lugar excepto aquí. Yo no podía culparla.
— ¿Cómo crees que es? Mejor que la última, ¿no?
—Cualquiera es mejor que la anterior. Ahora cállate antes de que realmente la despiertes. 
Me senté allí durante un largo rato, tratando de asimilar lo que estaba escuchando. Había cerrado  la puerta la noche anterior,  estaba  segura  de ello, así que  ¿cómo  habían llegado allí? ¿Y qué querían decir con “la última”?
Antes de que pudiera hablar, mi estómago gruñó. En voz alta. El tipo de ruido fuerte que hace  que  todos  a  tu  alrededor  den  la  vuelta  y  se  rían,  mientras  que  te  escondes  en  tu asiento  y  tratas  de  no  ponerte  roja.  Cualquier  oportunidad  que  hubiese  tenido  espiando había desaparecido, gracias a mi traidora barriga.
— ¡Está despierta! —Se abrieron las cortinas, y protegí mis ojos de la luz de la mañana—.
¡Oh! ¡Ella es bonita! 
—Y morena. No ha tenido una de ésas en las últimas décadas
—Gracias, supongo —murmuré, pero con el sol brillando en mis ojos, no pude ver quién me estaba hablando—. ¿Quién eres tú?
— ¡Hera! —Ésta era la que hablaba con signos de exclamación, la que me había llamado bonita. Yo forcé mis párpados abiertos lo suficiente para conseguir una mirada decente en ella.  Más  pequeña  que  yo, con el pelo rubio que colgaba pasando su cintura y una cara redonda sonrosada con felicidad.  Ella se veía tan  emocionada que tenía miedo de que se cayera.
—Artemisa  —dijo la segunda chica con voz apagada. Todavía entrecerrado los ojos, tuve una buena mirada en ella  y sentí  una punzada  de celos. Cabello oscuro, alta,  imposiblemente hermosa, y se veía aburrida hasta las lágrimas. 
—Y tú eres Mariana  —dijo Hera—. Hestia nos contó todo sobre ti, como has venido hasta aquí para ayudar a tu amiga y como estarás con nosotros por seis meses y…
—Hera, para, la estás asustando.
Yo no sabía si asustando era técnicamente la palabra correcta, pero funcionaba por ahora.
Mientras  Hera  rebotaba  hacia  arriba  y  hacia  abajo,  acercándose  a  mí  con  cada movimiento que hacía, empecé a inclinarme hacia atrás. Su exuberancia era intimidante.
—Oh.  —Hera  tomó  un  paso  atrás,  sonrojándose  de  nuevo—.  Lo  siento.  ¿Tienes hambre?
Respira profundamente,  pensé.  Dentro y fuera, dentro y fuera, y tal vez las cosas empiecen tener sentido.
—Ella tiene  que  vestirse  en  primer  lugar  —dijo  Artemisa,  avanzando  hacia  un  armario—. Mariana, ¿cuál es tu color favorito?
—Lali. Me llaman Lali —le dije con los dientes apretados. Era demasiado temprano en la mañana para esto—. Y yo no tengo uno.
— ¿No tienes un color favorito? —dijo Hera incrédula mientras se movía para ayudar a Artemisa. Me levanté y me estiré, incapaz de ver qué era exactamente lo que estaban haciendo.
Ambas estaban de pie delante del armario, que parecía como si estuviera lleno de ropa.
—Hoy no —le dije, irritada—. Me puedo vestir, ustedes saben.
Artemisa y Hera  lucharon con algo largo, azul y suave para sacarlo del armario. Ambas se volvieron hacia a mí, sosteniendo…
Oh, no.
—A menos que tengas algún tipo de habilidad inhumana para atarte tú misma el encaje de un  corsé,  vestirse  no  es  una  opción  —dijo  Artemisa,  sus  ojos  brillando.  Yo  no  sabía  si  de diversión o de malevolencia. Posiblemente ambas.
Ellas  levantaron  un  vestido  azul  que  era  tan  escotado,  que  ni  siquiera  Afrodita  lo  hubiera tocado.  Las  mangas  eran  largas  y  estrechas,  sólo  desplegándose  hacia  el  final,  y  había encaje. Encaje.
Mis ojos se abrieron. 
—No pueden ir en serio.
— ¿No te gusta? —Hera frunció el ceño y pasó una mano por la suave tela—. ¿Qué tal algo amarillo? Te verías bien en amarillo.
—Yo no me pongo vestidos —le dije a través de una mandíbula apretada—. Jamás.
Artemisa soltó un bufido. 
—No  me  importa,  porque  lo  haces  ahora.  Estoy  a  cargo  del  vestuario,  y  a  menos  que quieras usar lo que llevas ahora, y sólo el olor ya hace que nadie se acerque a ti, vas a usar esto.
Me quedé mirando la monstruosidad azul. 
—No soy tu muñeca. No puedes hacerme jugar a disfrazarme.
—Sí, sí puedo —dijo Artemisa—. Y lo haré. Tengo miles de años de moda para elegir, y puedo hacer  de tu vida  una pesadilla si intentas luchar  contra eso.  ¿Alguna vez te has sentado con un miriñaque? —Artemisa me dio una mirada fija—. Compórtate, y yo podría considerar darte un día libre de vez en cuando. Pero esta es mi elección, no la tuya. Lo es desde que accediste a quedarte aquí.
—Además,  todos  llevan  vestidos  aquí  —dijo  Hera  intensamente—.  No  puedes  decir que no te gusta hasta que le des una oportunidad.
Artemisa me ofreció el vestido. 
—Tu elección. Vestidos caros y cómodos que no notarás en un día o dos, o los jeans que van a ponerse de pie por su cuenta en una semana. 
Dejando  escapar  un  gruñido  de  la  parte  posterior  de  mi  garganta,  se  lo  arrebaté  de  las manos y me apresuré al baño. Ella podía hacer me lo pusiera, pero eso no significaba que me tuviera que gustar.
Atarlo me llevó casi veinte minutos, y eso que era sin corsé. Ahí es donde tracé la línea, y Artemisa no era lo suficientemente estúpida como para tratar de obligarme a eso, también. El vestido me quedaba bien sin asfixiarme, y eso era suficientemente bueno. Yo no necesitaba tener mi pecho hasta el mentón en el intento.
Una vez que terminé de vestirme, Hera me sentó y prestó atención a mi pelo enredado por unos minutos. Tarareaba mientras trabajaba, y todas las preguntas que traté de hacer fueron  ignoradas  o  aisladas  por  explosiones  al  azar  de  la  canción.  Tan  pronto  como empecé a preguntarme si alguna vez terminaría, anunció que ya había terminado y que el desayuno estaba listo.
Desayuno. Yo estaba tan hambrienta que ni siquiera objeté mientras obligaban a mis pies a entrar en un par de zapatos de tacón. Hablaríamos eso más tarde, sobre todo si  esperaba que bajara escaleras, pero por ahora, mientras hubiera una promesa de comida, estaba de acuerdo en eso.
Todavía  sintiéndome  perdida,  las  seguí  fuera  de  la  habitación,  deseando  entender  más acerca  de  lo  que  estaba  pasando.  ¿Era  así  como  iban  a  ser  todas  las  mañanas  o eventualmente me dejarían vestirme por mi cuenta? ¿Se suponía que iban a ser mis amigas, como  parecía  serlo  Hera o  que  iban  a  mantener  un  ojo  sobre  mí  para  que  no  me escapara?
No  eran  mis  preguntas  más  urgentes,  pero  esas  respuestas,  sospechaba,  sólo  podría dármelas  Peter.  Mientras  tanto,  todavía  había  una  respuesta  que Hera y Artemisa  me debían.
— ¿Hera?  —le  dije  mientras  ella  y  Ella  me  llevaban  a  través  del  laberinto  de habitaciones y pasillos. Supuestamente había una sala de desayuno en la enorme mansión, pero yo no estaba tan segura de creerles. Se sentía como si hubiera estado dando vueltas durante horas—. ¿Qué quisiste decir cuando preguntaste si yo era mejor que la última?
Ella me dio una mirada en blanco. 
— ¿La última?

—Cuando pensaban que yo estaba durmiendo... mencionaste algo de yo siendo mejor que la última. ¿Qué última?

Continuará...

Capitulo 19


Mis  habitaciones  eran  sorprendentemente  cómodas.  A  diferencia  del  resto de  la casa,  no  parecían  estar  demasiado  preocupados  de  que  todo  el  mundo  que tratara con ellos supieran que eran parte de una familia muy rica y poderosa. El lugar donde estaba mi habitación era relativamente modesto, el único lujo real era la cama, que era enorme y con dosel y exactamente del tipo que siempre había soñado tener. Una parte de mí se preguntaba si Peter lo había sabido, también.
Todo el mundo parecía saber que yo estaba allí, como si fuera alguien famoso. Había oído susurros y risas de vez en cuando desde el otro lado de mi puerta, y cuando miraba por la ventana a la gran bahía, podía ver algunos de los trabajadores mirándome fijamente, como si  ellos supieran  que los  estaba  observando.  No  me  gustaba  ser  el tema  de los  chismes, pero no había mucho que pudiera hacer al respecto, excepto cerrar las cortinas y enterrar mi cabeza en una pila de almohadas.
El día pasó rápidamente, y no  pasó mucho tiempo antes de que Hestia me trajera la cena.
Aún me molestaba que ella no me hubiera advertido que era parte de esto antes, así que murmuré  mi  agradecimiento  sin  mirarla  y  me  negué  a  responder  a  ninguna  de  sus preguntas. Lo que estaba haciendo no era un secreto de todos modos.
Cuando se fue, tomé la comida, muy preocupada por lo que fuera a pasar por la mañana para comer. Si bien no estaba confinada en mi habitación, no tenía mucho más que hacer, al menos por ahora, no cuando me di cuenta lo fácil que sería para mí perderme.
Pero no importa cuán buena fuera la habitación o lo amable que fuera el personal, o incluso la  comida,  lo  cierto  es  que  yo  era  esencialmente  una  prisionera.  Pensé  en  Hermes  y  me pregunté  cuánto  tiempo  había  esperado  en  la  puerta  y  si  había  ido  a  ver  a  mi  madre después.  Los  seis  meses  parecían  extenderse  para  siempre  delante  de  mí,  sin  final  a  la vista... ¿él cumpliría su promesa? ¿Estaría allí cuando esto terminara, o habría cambiado?
En el fondo, yo sabía que iba a estar allí. No merecía un amigo como él.
¿Pero mi madre todavía estaría al final, también?
¿Mantendría Peter su promesa? ¿Incluso era capaz de ello? Quería creerlo, creer que ese tipo de cosas eran posibles, porque si realmente podía  mantenerla  con vida, entonces tal vez no tendría que decir adiós, sino hasta que fuera mi hora de morir, también. O tal vez sería capaz de mantener su vida el tiempo suficiente para que se encontrara una cura. No pude salvar a Afrodita, pero todavía había esperanza para mi madre, y no importaba lo que me costara, valdría la pena.
No  recordaba  haberme  quedado  dormida,  pero  cuando  abrí  los  ojos,  ya  no  estaba  en  la
Mansión Eden. En lugar de eso estaba tumbada en una manta en medio de Central Park, mirando hacia un cielo despejado de verano, el calor del sol en mi cara.
Me  senté, confusa,  y miré  a mí  alrededor. Había una  cesta de  picnic  junto a  mí, y  otras personas estaban esparcidas por el césped disfrutando de sí mismos. Sheep Meadow.
Era mi lugar favorito en todo el parque, a la vista del lago, pero lo suficientemente lejos de lo peor de  las trampas para turistas, así no se sentía artificial. Mi madre y yo no habíamos podido  venir  aquí  en  años.  Empecé  a  ponerme  de  pie,  decidida  a  averiguar  qué  estaba pasando, cuando mi boca cayó abierta.
Mi madre, viéndose más saludable de lo que la veía desde hace diez años, mucho antes de que el cáncer la afectara, caminó  hasta la suave pendiente, llevaba  una  falda larga y  una blusa que fluía, que no había visto desde que ella adelgazó demasiado como para usarla.
— ¿Mamá?
Ella sonrió... una sonrisa real, no una débil sonrisa o el tipo de sonrisa que ponía cuando estaba tratando de ocultar la cantidad de dolor que tenía. 
—Hola, cariño. —Ella se sentó a mi lado y me besó en la mejilla.
Todavía vacilé un momento, demasiado  aturdida para moverme, pero cuando  finalmente asimilé que ella estaba allí, sana y brillante y siendo mi madre de nuevo, eché los brazos alrededor de ella, abrazándola con fuerza e inhalando su familiar olor. Manzanas y fresas.
Ya no era frágil, y ella se abrazó a mí con la misma fuerza.
— ¿Qué está pasando? —le dije, tratando de mantener mis ojos secos.
—Vamos a  tener  un  picnic.  —Ella me soltó y  comenzó  a  desempacar la canasta.  Estaba llena de mis comidas favoritas de cuando era niña, sándwiches de mantequilla y mermelada de  maní,  mandarinas  en  rodajas,  macarrones  con  queso  envasados  en  recipientes  de plástico,  y  un  budín  de  chocolate  suficientemente  grande  para  atender  a  un  pequeño ejército. Lo mejor de todo, sacó una caja de baklava tal y como ella siempre lo hacia. Lo observé con asombró, preguntándome lo que había hecho para merecer un sueño increíble,
a pesar de que se sentía demasiado real  para ser uno. Podía sentir  cada brizna  de hierba bajo  mis  manos,  y  la  cálida  brisa  rozaba  las  puntas  de  mis  cabellos  contra  mis  brazos desnudos. Era como si estuviéramos realmente aquí
Y entonces un pensamiento se infiltró a través de mi mente, y la miré con suspicacia. 
—¿Peter te ha traído aquí?
Su sonrisa se ensanchó. 
—Es adorable, ¿no?
Tragué una bocanada de aire, y todos los malos pensamientos que había tenido acerca de Peter  salieron  volando de mi cabeza. Él  mantuvo  su  promesa.  Más  que  eso,  realmente podía hacerlo. 
— ¡Es un sueño, entonces? ¿O es que... es real? 
Ella  me  dio  un  envase  de  macarrones,  junto  con  una  mirada  que  sólo  mi  madre  podría hacer. 
— ¿Hay alguna regla que yo no conozca que diga que no puede ser ambas cosas a la vez?
Un sentimiento de esperanza irracional me llenó. 
— ¿Es verdad lo que él dice?
— ¿Y qué sería eso? —dijo, desenvolviendo un sándwich.
Solté todo lo que había sucedido desde que llegamos a Eden. El ver a Peter, después de casi  chocar  contra  una  vaca  imaginaria...  la  noche  en  el  río  y  la  forma  en  que aparentemente había resucitado a Afrodita... el trato que había hecho, y la forma en que Hermes había  tratado  de  pararme,  la  visita  de  Peter,  y  la  muerte  de  Afrodita  al  día  siguiente,  mi decisión de ir a la Mansión  Eden para tratar de salvarla, y finalmente el trato que había hecho con Peter. De repente, quedarme con él durante seis meses no parecía tan malo, no,

si podía ver a mi madre todas las noches.

Continuará... 

Capitulo 18


En el momento en que terminé, había lágrimas en mis ojos, y agarraba la taza de té con tanta fuerza que era un milagro que no se rompiera.
Delante de mí Peter se quedó en silencio, mirando a su propia taza de té. No tenía ni la menor idea de lo que estaba pensando, y no estaba segura de querer saberlo. Todo lo que importaba era que estuviera de acuerdo.
— ¿Estarías dispuesta a renunciar a seis meses al año por el resto de tu vida para salvar a tu amiga, incluso después de lo que te hizo? —Había una nota de incredulidad en su voz.
—Lo que hizo no merece la pena de muerte —dije—. Hay un montón de gente ahí fuera que la amaba, y ellos no tienen que sufrir de esa manera por mi culpa. —Y tal vez sabiendo que la había salvado ayudaría a que me doliera un poco menos, también.
Tamborileó sus dedos contra el brazo del sofá, con los ojos en mí una vez más. 
—Lali, yo no invito a cualquiera a mi casa. ¿Entiendes por qué te ofrezco esto a ti?
¿Debido a que estaba loco? Negué con la cabeza.
—Porque  a  pesar  de  que  ella  te  abandonó,  en  vez  de  sentir  rencor  o  permitir  que  se muriera,  tú  hiciste  todo  lo  posible  dentro  de  tu  poder…  incluso  encarar  uno  de  tus mayores temores, para salvarla.
No sabía qué decir a eso. 
¿No lo haría cualquiera?
—No. —Su sonrisa era una cansada—. Muy pocas personas lo considerarían. Eres rara, y me intrigas. Cuando declinaste mi oferta ayer, pensé que quizás me había equivocado, pero al venir aquí hoy, sólo has demostrado que eres mucho más digna y capaz de lo que podía haber imaginado.
Parpadeé, alarmada. 
— ¿Digna y capaz de qué?
Ignoró mi pregunta. 
—Voy a hacer mi oferta una vez más. A cambio, yo no puedo darte la vida de tu amiga de nuevo.  Ella  se  ha  ido,  y  me  temo  que  si  la  devuelvo  a  su  cuerpo  ahora,  ella  sería  algo antinatural, y  nunca encontraría  la felicidad. Pero te  prometo que  como está ahora,  está satisfecha.
Mi pecho se sentía vacío. 
— ¿Así que todo esto es para nada entonces?
—No. —Él inclinó su cabeza, sus ojos estrechándose ligeramente—. No puedo deshacer lo que ya se ha hecho, pero puedo evitar.
— ¿Evitar qué?
Me  miró,  y  con  una  oleada  de  esperanza,  comprendí.  Pensaba  que  iba  a  ser  la  que  lo mencionara, pero lo había hecho por mí.
Él podía detener a mi madre de la muerte.
—Tú… ¿tú realmente puedes hacer eso?
Dudó. 
—Sí, sí puedo. No puedo curar a tu madre, pero puedo mantenerla con vida hasta que estés lista para decir adiós. Te puedo dar la oportunidad de pasar más tiempo con ella, y cuando estés lista, me aseguraré de que sea pacífico.
Sus palabras se apoderaron de mí, envolviéndome en una extraña calidez. 
— ¿Cómo? —susurré.
Él negó con la cabeza. 
—No te preocupes por eso. Si estás de acuerdo, tienes mi palabra de que haré cumplir mi parte del trato.
Yo  siempre  había  pensado  que  iba  a  poder  decirle  adiós  a  mi  madre.  Ninguno  de  los escenarios  que  había  reproducido  en  mi  cabeza  envolvía  a  ella  cayendo  en  coma  y deslizándose sin yo llegar a decirle que la amaba por última vez, y ahora...
—Está bien —dije en voz baja—. Tú… tú la mantendrás con vida. Ella tiene un tipo muy agresivo de cáncer, por lo que podría… podría ser difícil. —De repente era difícil ver con la forma en que mis ojos estaban bañados en lágrimas—. Pero no sentirá ningún tipo de dolor, ¿verdad? Sólo… quiero ser capaz de decir adiós.
—Ella no va a sentir ningún tipo de dolor, me aseguraré de ello. —Sonrió con tristeza—.
¿Hay algo más que te gustaría? Estás dando mucho más que yo, y quiero que estés segura.
Tragué. 
— ¿No puedes mantenerla con vida? No puedes… ¿no puedes sanarla?
—Lo siento —dijo—. Pero las despedidas no son para siempre. El amor que le tienes a tu madre no es del tipo que la muerte puede violar.
Agaché la cabeza y miré hacia mi té, porque no quería que me viera desmoronarme. 
—No sé quién soy sin ella.
—Entonces tendrás la oportunidad de descubrirlo antes de que ella se vaya. —Peter dejó su taza—. Y cuando te despidas, ella tendrá la tranquilidad de saber que vas a estar bien.
Asentí, con la garganta demasiado apretada para hablar. Por ella entonces, también. Ella quería  que  yo  estuviera  bien,  y  eso  no  era  algo  que  podía  prometerle  todavía.  Pero  la oportunidad de tener una conversación más, para decirle que la amaba por última vez, y el rayo de esperanza que sería capaz de mirarla a los ojos y prometerle que estaría bien para así poder dejarla ir sin preocupaciones ni culpa, valía la pena.
—Entonces está hecho —dijo Peter con suavidad—. Serás mi invitada para el invierno.
Hestia te acompañará a tu habitación, y nada se te pedirá hasta mañana.
Asentí  otra  vez.  Esto  era  entonces…  estaba  atrapada.  Éste  sería  mi  hogar  durante  los próximos seis meses.
De repente, la habitación parecía mucho más pequeña de lo que parecía antes. 
— ¿Peter? —dije con un chirrido.
— ¿Sí?
— ¿He4stia sabía que esto iba a suceder?
Peter me miró durante unos segundos, como si tratara de decidir si le creería o no. 
—Nosotros hemos estado observándote, sí.
No me atreví a preguntar quiénes eran nosotros.  
— ¿Qué es este lugar?
Él parecía divertido. 
— ¿No lo has descubierto ya?
Sentí que  mis mejillas se ruborizaron. Por  lo menos había  un poco de sangre aún en mi cabeza,  lo  que  significaba  que  tenía  la  oportunidad  de  permanecer  en  pie  sin  perder  el conocimiento. 
—He estado un poco ocupada pensando en otras cosas.
Poniéndose de pie, Peter me ofreció su mano. No la tomé, pero no pareció molestarle.  
—Se  conoce  por  muchos  nombres.  Los  Campos  Elíseos,  Annwn,  el  Paraíso…  algunos incluso lo llaman el Jardín del Edén.
Él sonrió como si hubiera dicho una broma ingeniosa. No lo entendí, y mi confusión debe haberse visto, ya que continuó sin preguntarme.
—Ésta es la puerta entre los vivos y los muertos —dijo—. Todavía estás viva. Los demás sobre los jardines han muerto hace mucho tiempo.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo. 
— ¿Y tú?

— ¿Yo? —La comisura de su boca se  alzó—. Yo gobierno a los muertos. No soy uno de ellos.

Continuará...

Capitulo 17


El camino estaba alineado con árboles ubicados a intervalos parejos, y se inclinaba hacia arriba.  Me  llevó  unos  pocos  minutos  subir  la  colina,  pero  cuando  lo  hice,  me  detuve,  la boca abierta. Lo que fuese que había esperado, no era eso.
Una enorme mansión estaba desparramada sobre el terreno, tan grande que no podía ver lo que  había  detrás aun  desde  la  cima de la colina. El  camino en el  que estaba se  volvía pavimentado, y rodeaba el frente de la mansión, formando un óvalo perfecto.
Yo sólo había visto edificios como estos en las fotos de palacios europeos, y estaba segura de que  en  ningún otro  lugar  de la Península  Superior  —quizás  aun en todo el estado— existía un lugar como éste. Brillaba blanca y dorada, y todo en ella lucía majestuoso.
Mientras estaba parada ahí, me llevó un momento darme cuenta que no estaba sola. Una docena de jardineros y trabajadores me miraban, y de repente me volví consciente de mí misma. Estaba dentro de las puertas, ¿ahora qué?
En la  distancia  vi  a  una mujer apresurándose  hacia  mí, sosteniendo el  borde  de  su falda mientras trepaba la colina. Más que dar un paso hacia atrás, me mantuve firme, atrapada entre el asombro, el miedo y la determinación. Sin importar cuán hermosa su casa fuera, yo todavía necesitaba ver a Peter y pronto.
— ¡Bienvenida, Lali! —dijo la mujer y, al oír su voz, tuve que mirar dos veces.
— ¿Hestia?
Cuando  se  acercó,  la  reconocí  como  la  enfermera  que  me  había  ayudado  a  cuidar  de  mi madre  las  últimas  semanas.  La  miré,  sorprendida,  pero  Hestia  actuó  como  si  nada  de  eso fuera importante. Cuando  ella  llegó a mi lado,  sus  mejillas  estaban  rosadas  y sonreía  de oreja a oreja. Ella tomó mi brazo. 
—Nos estábamos preguntando si alguna vez vendrías, querida. ¿Cómo está tu madre?
Me tomó un segundo encontrar mi voz. 
—Muriendo —dije—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Vivo aquí.  —Ella  comenzó  a  guiarme hacia la casa,  y  yo la dejé,  intentando  no mirar demasiado.
— ¿Conoces a Peter?
—Por supuesto —dijo ella—. Todo el mundo conoce a Peter.
— ¿Tú también puedes levantar a los muertos? —murmuré, y Hestia hizo sonar la lengua
— ¿Tú puedes?
Apreté mis puños. 
—Necesito verlo.
—Lo sé, querida. Allí es hacia donde estamos yendo.
Le eché un vistazo, insegura de si ella estaba siendo condescendiente o evasiva o ambas a la  vez.  Ella  ignoró  mi  mirada  y  me  llevó  por  el  camino  oval  hasta  que  llegamos  a  las grandes puertas corredizas, las cuales se abrieron sin ningún tipo de incitación por parte de Hestia. En lugar de seguirla dentro, me detuve y miré.
La parte externa no era nada comparado con el magnífico salón de entrada. Era simple y de buen gusto, no muy llamativo, pero lejos de ser ordinario.
El piso era mayormente de mármol blanco, y pude ver el indicio de una alfombra de lujo en  el  otro  lado  del  salón.  Los  muros  y  el  cielorraso  estaban  hechos  de  espejos,  y  estos hacían al enorme salón lucir aun más grande de lo que ya era.
Pero  era  el  suelo  en  el  centro  del  cuarto  lo  que  atrapó  mi  atención.  Había  un  perfecto círculo hecho de cristal, y era de lejos la cosa más increíble en el salón. Brillaba, los colores parecían nadar juntos, mezclándose y dividiéndose mientras yo miraba. Mi boca se abrió, pero  no  me  importó…  todo  acerca  de  eso  era  surrealista,  y  yo  apenas  podía  creer  que todavía estaba en Michigan.
— ¿Lali?
Me aparté y finalmente presté atención a Hestia. Ella estaba de pie unos centímetros más allá, y me dio una sonrisa dubitativa.
—Lo lamento  —dije.  Caminé hacia ella,  pisando alrededor del círculo de  cristal como si fuera agua de verdad. Por todo lo que yo sabía, lo era—. Es sólo que…
—Es hermoso —dijo ella alegremente, tomándome del brazo una vez más y dirigiéndome más allá de una gran escalera en espiral que conducía a una parte de la casa que no podía ver. No me atreví a tratar de mirar, no queriendo perder ni un minuto.
—Sí. —Fue lo mejor a lo que pude llegar, pero por lo demás estaba sin palabras. Lo que sea que había estado esperando, no había sido esto.
Me  llevó  a  través  de  una  serie  de  habitaciones,  cada  una  con  una  decoración  única  y exquisita.  Una  de  las habitaciones  era  de color rojo  y  dorado;  mientras que otra  era  de color  azul  celeste,  con  murales  pintados  en  las  paredes.  Habían  salas  de  estar,  salas  de juegos, estudios e incluso dos bibliotecas. Parecía imposible que todas ellas estuvieran en la misma casa y, al parecer, sólo pertenecía a un muchacho que no era mucho mayor que yo, a menos que sus padres vivieran aquí, también, pero nunca parecía terminar.
Finalmente  pasamos  otra  sala  y  entramos  en  una  habitación  que  tenía  paredes  verde oscuro y bordes dorados. El mobiliario parecía más viejo y cómodo aquí que en las otras habitaciones, y Hestia me dirigió hacia un sofá de cuero negro.
—Siéntate,  cariño,  y  llamaré  a  alguien  para  que  traiga  refrescos.  Peter debe  de  estar contigo en breve.
Me senté, no queriendo que me dejara sola, pero podía hacer esto. Tenía que hacerlo. La vida  de  Afrodita  estaba  en  juego,  y  ésta  era  la  única  oportunidad  que  tendría  para  hacerlo razonar. Si Henry quería mantenerme aquí, entonces estaba bien. Mientras que trajera de vuelta a Afrodita, yo haría cualquier cosa que quisiera que hiciera, incluso si eso significa pasar el resto de mi vida detrás de las cercas. Aparté de mi mente lo que Hermes había dicho en el coche sobre Afrodita no siendo mi madre. Eso no era por lo que estaba aquí.
Pero incluso  mientras lo pensaba, sabía que estaba mintiéndome a mí misma. ¿No era la mera posibilidad de que Peter pudiera salvar a mi madre, o de alguna manera protegerme del dolor de perderla, exactamente el porqué estaba aquí? Haría todo lo posible para salvar a Afrodita, pero ella había estado muerta por horas, y todo el pueblo lo sabía. Peter, sin duda, querría un precio más alto para traerla de nuevo por segunda vez, y no importa la buena cara que pusiera, el pensamiento de estar detrás de esas cercas para el resto de mi vida me aterrorizaba.  Yo  había  querido  decir lo que había dicho,  acerca de  hacer  todo  lo  posible para tratar de traerla de vuelta, pero aún si eso era imposible, como Hermes había dicho, mi madre  no  había  muerto  todavía.  Todavía  había  una  oportunidad  de  que  Peter  pudiera hacer algo para salvarla.
No sé cuánto tiempo me senté allí en silencio, mirando fijamente a una estantería llena de libros encuadernados en piel. Repasé el discurso en mi cabeza, asegurándome de que todo lo  que  quería  decir  estaba  allí.  Tenía  que  escucharme,  ¿cierto?  Incluso  si  no  quisiera hacerlo, si hablaba lo suficiente, tenía al menos que escucharme. Tenía que intentarlo.
Por el rabillo de mi ojo, me di cuenta de que Peter estaba en la puerta, sosteniendo una bandeja llena de comida. Mis  dedos excavaron  en el  sofá, y todas las palabras que había practicado salieron volando de mi cabeza.
—Lali —dijo en una voz baja, y agradable. Adentrándose, puso la bandeja sobre la mesa delante de mí y se sentó en el sofá frente a mí.
—P-Peter —dije, odiándome a mí misma por tartamudear—. Tenemos que hablar. Inclinó la cabeza, como si en silencio me diera permiso para hablar. Abrí y cerré mi boca, sin  saber  qué decir.  Mientras  él esperaba,  nos sirvió  a ambos  una taza  de  té. Yo nunca había tomado el té en una taza de porcelana antes.

—Lo siento —le dije. Mi garganta estaba seca—. Por no escucharte ayer, quiero decir. No estaba pensando, y yo no pensé que ibas en serio. Mi mamá está muy enferma, y yo sólo… por favor. Estoy aquí. Me quedaré. Voy a hacer lo que quieras. Simplemente trae a Afrodita de vuelta.
Bebió  un  sorbo  de  su  té  y  me  indicó  que  tomara  del  mío.  Así  lo  hice  con  las  manos temblorosas.
—Tiene diecisiete años —dije, mi voz cada vez más desesperada con cada palabra—. Ella no debería tener que perder toda su vida sólo por mi estúpido error.
—No fue tu error.  —Dejó la taza sobre  la mesa y se centró en mí. Sus ojos seguían del mismo tono extraño de la luz de la luna, y me retorcí bajo la intensidad de su mirada—.
Tu  amiga  hizo  su  elección  cuando  decidió  saltar  en  el  río  y  abandonarte.  No  te  rindo cuentas por la muerte de tu amiga. No deberías hacerlo tú tampoco.
—No entiendes. Yo no sabía que ibas en serio. No lo entendí. No sabía que realmente iba a morir,  pensé  que  estabas bromeando  o...  no  sé.  No  bromeando,  pero  algo.  No  sabía  que podías  hacer  eso,  y  ahora  que  lo  sé…  por  favor.  Ella  no  se  merece  morir  por  cometer algunos errores.
—Y no te mereces renunciar a la mitad del resto de tu vida por ella.
Suspiré, tan frustrada que estaba a punto de llorar. ¿Qué quería de mí? 
—Tienes razón, no me quiero quedar aquí. Este lugar me da miedo. me asustas. No sé lo que eres o lo que es este lugar, y la última cosa que quiero hacer es pasar el resto de mi vida aquí. Tal vez Afrodita no era lo mejor para mí al principio, pero ella es mi amiga ahora.
Ella  no  merecía  morir,  y  su  muerte… es  mi  culpa.  Debería  haber sido  yo,  no ella,  y  no puedo  vivir  con  eso.  No  puedo  mirarme  en  el  espejo  todos  los  días  sabiendo  que  es  mi culpa que su familia tenga que pasar por el dolor de perderla justo como… —Me detuve.
Justo como yo estaba pasando por el dolor de perder a mi madre—. No puedo. Así que si eso significa que Afrodita vuelva, entonces me quedaré aquí todo el tiempo que quieras, te lo prometo. Por favor.
No era exactamente el  discurso que había planeado, pero era lo suficientemente cercano. 

 Continuará...

martes, 15 de julio de 2014

capitulo 16


El rumor en la ciudad decía que ella había tenido un aneurisma cerebral, pero yo sabía la verdad. Mientras Hermes dejaba la escuela atrás con su auto en nuestro camino al hospital,  vi  a  todo  el  cuerpo  estudiantil  amontonado  en  el  estacionamiento, abrazándose unos a otros y llorando. No pude dejar de mirar. 
—Devuélvete.
— ¿Qué?
—Dije que te devuelvas, Hermes. Por favor.
— ¿E ir adónde?
Miré fuera de la ventanilla, incapaz de quitar mis ojos de sus rostros. Aun los chicos que odiaban  a  Afrodita  estaban  llorando.  Respiré  superficialmente,  peleando  para  no  hacer  lo mismo.
Era  mi  culpa.  Afrodita  tenía diecisiete  años.  Tenía  toda  su  vida por delante, y  ahora  estaba muerta por mi culpa. Si él se iba a llevar a alguien, ¿por qué no me había llevado a mí? Yo fui la que estúpidamente descartó su advertencia, no ella.
Cerré mis ojos con fuerza una vez que pasamos la escuela, la imagen de la multitud en luto quemada  en la parte  de atrás  de mis  párpados. ¿Así  era como  iba a  ser mi  vida  entera?
¿Con  todos  lo  que  yo  conocía  muriéndose?  ¿Hermes  sería  el  próximo  o  afortunadamente sería yo?
La ira se hinchó dentro de mí, envolviéndome en culpa hasta que me estaba aferrando al apoyabrazos  tan  fuerte  que  mis  uñas  crearon  marcas  permanentes,  con  forma  de  media luna,  en  el  cuero  gastado.  Afrodita  no  se  merecía  esto,  y  sin  importar  cuánto  le  hubiese disgustado a Peter la broma que ella hizo, eso no le daba el derecho de hacerle esto, a su familia  o  a  esta  ciudad.  ¿Y  para  qué?  ¿Porque  yo  no  le  creía?  ¿Porque  yo  no  quería desperdiciar la mitad del resto de mi vida atendiendo a los deseos de un lunático? Era eso lo que él hacía cuando no se salía con la suya, ¿hacer un berrinche y matar a alguien?
Ignoré la pequeña voz en la parte trasera de mi mente que me recordaba que Peter era la única razón por la que ella había sobrevivido esa noche junto al río.
No podía hacer nada para  ayudar a mi madre, pero podía  ayudar  a Afrodita. Y yo arreglaría esto.
—Lali  —dijo Hermes suavemente, estirándose en su asiento para posar su mano sobre la mía—. No es tu culpa.
—Por supuesto que lo es —estallé, tironeando mi mano—. Ella no estaría muerta ahora mismo si no fuera por mí.
—Ella hubiera muerto hace semanas si no hubiera sido por ti.
—No, no lo hubiera hecho —dije—. Ella nunca hubiera tenido que gastarme esa estúpida broma si yo no hubiera accedido a ir con ella. Ella no se hubiera golpeado la cabeza si yo no me hubiera mudado a Eden. Nada de esto hubiera pasado si yo no hubiera venido aquí.
—Así que porque tú te mudaste aquí, todo es tu culpa. —Su agarre del volante se apretó con irritación—. Afrodita fue la que saltó de cabeza al río. Tú fuiste la que accedió a entregar la mitad de tu vida para mantenerla viva. Le diste más tiempo, Lali, ¿no entiendes?
— ¿Qué bien hacen unas pocas semanas más?  —Escupí, secando mis mejillas con enojo—.
No tiene sentido. Nada de esto debería haber pasado.
—Lali...  —Hermes comenzó a decir, pero me volví en la dirección contraria. Ya habíamos dejado atrás la escuela.
—Sólo conduce, Hermes. Por favor.
— ¿Adónde vamos?
—Si él la trajo de vuelta a la vida una vez, puede hacerlo de nuevo.
Hermes suspiró y dijo en una voz tan suave que no estaba segura de haberlo oído bien:
—No estoy seguro de que funcione así.
Tragué a duras penas. 
—Si alguna vez quieres ver a Afrodita de nuevo, entonces mejor ten esperanzas de que sea así.
Llegamos  al  portón  diez  minutos  más  tarde.  Para  ese  momento  yo  estaba  temblando, atrapada entre la desesperación y la furia. ¿Cómo se atrevía Peter a hacer esto? Tenía que saber  que  yo no había entendido o creído el tipo de cosas sobre las que hablaba, y  él  lo había hecho de todos modos.
Tenía que traerla de vuela. Sin importar lo que demandara, yo lo haría hacerlo.
En lugar de estar cerrados como habían estado cuando mi madre y yo habíamos pasado en el auto, los portones estaban abiertos lo suficiente para que entrara a pie. Eché una mirada Hermes, sin saber que decir.
—No deberías hacer esto —dijo—. No hay garantía que él pueda traer de vuelta a Afrodita, y una vez que entres ahí, puede que no vuelvas a salir.
—No me importa. Haré que la arregle.
Lali, sabes que eso es imposible.
Apreté mis dientes. 
—Tengo que intentar. No puedo dejarla morir, Hermes. No puedo.
—Ella no es tu madre —dijo Hermes delicadamente—. Sin importar cuan duro pelees por la vida de Afrodita, no cambiará lo que ya ha pasado. No la salvará, y tampoco salvará a tu madre.
—Lo sé. —Me ahogué, aunque una pequeña parte de mí se preguntó si realmente lo sabía. Pero ya había visto  a Peter hacer lo imposible una vez.  Podía hacerlo  de nuevo, estaba segura de eso, y quizás si hacia lo que él quisiera, quizás podría salvar a Afrodita esta vez—.
Ésta es mi elección, y si hay siquiera una oportunidad de que esto pueda ser cambiado, voy a averiguar cómo. Por favor —dije, mi voz fallando—. Por favor déjame hacer esto.
Hermes estuvo en silencio por un momento, pero al final asintió, ya sin mirarme. 
—Haz lo que sea que tengas que hacer.
Mis manos temblaron mientras intentaba soltar mi cinturón de seguridad. Hermes se inclinó y lo hizo por mí. 
— ¿Pero que pasa si él  lo dice  en serio?  —dijo—. ¿Qué pasa si quiere que te quedes  por seis meses?
—Entonces  lo  haré  —dije,  mirando  hacia  arriba,  a  las  puertas  gigantes  mientras  una sensación de aprensión me llenó. Me quedaría todo el año si eso la salvaba. Las salvaba—.
Seis meses no son el fin del mundo. Haré lo que tenga que hacer.
Él asintió una vez, una expresión distante en sus ojos. 
—Estaré aquí esperándote entonces. Pero Lali...  —Dudó—. ¿Realmente crees  que  es lo que dice ser?
Mi corazón golpeteó. 
—No creo que sea lo que dijo que es.
Hermes suspiró. Estaba lastimándolo al hacer esto, pero no tenía elección. 
— ¿Qué crees que sea?
Fruncí el ceño, recordando las palabras de Afrodita. 
—Un  tipo  muy  solitario.  —Lo  más  probable  era  que  si  Peter  fuera  a  matarme,  ya  lo hubiera hecho. Yo conocía una salida si él realmente intentaba mantenerme cautiva, pero si me iba a forzar a hacerlo, ya lo hubiera hecho el día anterior. Realmente me había dado una elección, y hasta ahora todo lo que yo había hecho era tomar la elección equivocada. O bien podía aceptar la muerte de Afrodita o bien podía hacer algo al respecto y, francamente, había tenido suficiente de gente muriendo. No iba a dejar que sucediera de nuevo.
Recordando  todas  las  promesas  que  había  hecho  a  mi  madre,  respiré  profundamente, deseando poder hablar con ella. Ella hubiera sabido qué hacer. 
—Tú cuidarás de mi mamá, ¿no es cierto?
Aparentemente él sabía que  era  inútil insistir en que  ella estaría allí cuando yo volviera, cuando sea que eso sucediera.
—Lo prometo. También haré saber en la escuela que no volverás.
—Gracias —dije. Una cosa menos de la que preocuparme.
Los pasos desde el auto hasta el portón fueron los más duros que hubiese dado jamás, pero si  eso  significaba  traer de  vuelta a Afrodita, entregaría mi libertad a Peter.  Él  había tenido razón;  no  tenía  nada  más en mi vida excepto a mi madre.  Una  vez  que ella se fuera, yo estaría vacía. Pero ahora tenía la oportunidad de intercambiar lo que quedaba de mi vida por  alguien  que  la  aprovechara.  La  vida  de  Afrodita  apenas  había  comenzado.  Todas  mis mejores  partes  estaban  ya  detrás  de  mí.  Mi  madre  quería  que  fuera  y  encontrara  la felicidad, pero yo no podía, no sin ella. Al menos de esta manera lo que quedaba de mí no se desperdiciaría.
Caminé  a  través  del  portón  y  hacia  el  terreno,  e  inmediatamente  la  atmósfera  cambió.
Estaba más tibio aquí, y había una especie de electricidad en el aire que no podía identificar.
A la vez que daba más pasos, oí al portón cerrarse detrás de mí, y salté. Volviéndome, vi a Hermes de pie junto al auto, sus ojos sobre mí. Saludé, y le di una sonrisa dolorida.

Continuará...

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