martes, 15 de julio de 2014

Capitulo 6


Mamá se pasó la mayor parte de la noche agachada sobre un lavabo teniendo arcadas, y pasé la mayor parte de ella tirando su cabello hacia atrás. Para cuando la mañana llegó y Hestia,  la  enfermera  de  día,  apareció,  mi  madre  apenas  tenía  suficiente  energía  para reportarme enferma, excusándome de mis clases, y ambas dormimos el día entero.
Después de otra ronda de escalofriantes pesadillas,  me  desperté bruscamente después de las cuatro, mi corazón latiendo con fuerza y la sangre fría en mis venas. Podía sentir aún al agua  llenar  mis  pulmones  mientras  luchaba  por  respirar,  podía  aún  ver  los  oscuros remolinos de sangre que me rodeaban mientras que la corriente me derrumbaba, y cuanto
más  luchaba,  más  me  hundía.  Me  tomó  varios  minutos  calmarme,  y  una  vez  que  pude respirar  regularmente  de  nuevo,  apliqué  un  poco  de  corrector  debajo  de  mis  ojos  para ocultar las oscuras ojeras. La última cosa que quería era que mi madre se preocupara de mí también.
Cuando fui a verla, Hestia se sentaba en una silla frente a su puerta, tarareando suavemente para sí misma mientras tejía un suéter morado. Ella se veía tan alegre que nunca habrías sabido que mi madre se estaba muriendo en el otro lado de la puerta.
— ¿Está despierta? — dije, y Hestia sacudió su cabeza—. ¿Incluiste su medicación?
—Claro, querida —dijo amablemente, y dejé caer mis hombros—. ¿Vas a ir a la fiesta esta noche?
— ¿Cómo sabes acerca de eso?
—Tu madre lo mencionó —dijo—. ¿Es eso lo que vas a usar?
Bajé la mirada hacia mi pijama. 
—No voy a ir.  —Era una hora con mi madre que nunca recuperaría, y no nos quedaban muchas como esas juntas. Hestia chasqueó su lengua con desaprobación, y le di una  sucia mirada—. ¿No harías lo mismo si ella fuera tu madre? Preferiría pasar esta noche con ella.
—¿Es  eso  lo  ella  querría  que  hicieras?  — dijo  Sofía  mientras  depositaba  su  tejido—. ¿Poner tu vida en suspensión mientras esperas que ella se muera? ¿Crees que eso es lo que
la haría feliz?
Miré a lo lejos. 
—Ella está enferma.
—Ella estaba enferma  ayer, y estará  enferma mañana  —dijo Hestia gentilmente. Sentí su cálida  mano  en  la  mía,  y  la  aparté,  cruzando  mis  brazos  con  fuerza  sobre  mi  pecho—. Querría que tú tuvieras una noche para ti misma.
—No sabes eso —dije bruscamente, mi voz temblando con una emoción que se rehusaba a quedarse enfrascada—. No la conoces, así que deja de actuar como si lo hicieras.
Hestia se paró y cuidadosamente arregló el tejido en su silla. 
—Yo sé que todo sobre lo que habla es acerca de ti. —Ella me dio una triste sonrisa que no pude aguantar ver, así que miré hacia la alfombra en su lugar—. Ella no quiere nada más que saber que tú estarás feliz y bien sin ella. ¿No piensas que  una hora o dos de tu tiempo podría valer darle una pequeña paz y consuelo?
Apreté mis dientes. 
—Claro, pero…
—Pero nada. —Cuadró sus hombros, e incluso aunque ella era de mi estatura, de repente la vi mucho más alta—. Ella quiere que seas feliz, y puedes darle mucho de eso saliendo esta noche y haciendo amigos. Me quedaré y me aseguraré de que ella esté cuidada, y no tomaré un no por respuesta.
No dije nada, mirando a Hestia mientras mi cara ardía con enojo y frustración. Ella miraba de regreso, sin ceder un centímetro, y finalmente tuve que apartar la mirada. Ella no sabía cuán  preciado  era  cada  minuto  para  mí,  y  no  había  manera  de  que  lo  entendiera,  pero estaba en lo cierto sobre mi madre. Si eso la haría feliz, lo haría.
—Bien. —Limpié mis ojos con mi manga—. Pero si algo le ocurre a ella mientras estoy fuera…
—No pasará —dijo Hestia, la calidez de vuelta en su voz—.  Prometo que no pasará. Ella incluso podría no notar que estás fuera, y cuando regreses tendrás una historia que contar, ¿o no?
Si Afrodita se salía con la suya, estaba segura de que lo haría.

Mi última esperanza era que Afrodita se olvidara de recogerme, pero cuando de mala
gana  me  arrastré  hasta  el  porche  cinco  minutos  después  de  las  siete,  vi  un enorme Range Rover estacionado en la calzada, haciendo que mi coche pareciera un juguete en comparación. Mi madre aún estaba durmiendo cuando fui a ver como estaba, y en lugar de dejarme despertarla para decir adiós, Sofía me mandó lejos. Al momento de irme, yo no estaba muy feliz.
—¡Lali!  —chilló Afrodita cuando abrí la puerta del pasajero, ajena a mi mal humor—. Estoy tan contenta de que vengas. ¿No te has contagiado, verdad? 
Con esfuerzo, subí y me sujeté el cinturón de seguridad. 
—No estoy enferma.
—¡Menos mal! —dijo Afrodita—. Tienes tanta suerte de que tu madre te permita saltártela.
Mis manos se apretaron en puños, y no dije nada. Suerte no era la palabra exacta.
—Te  va  a  encantar  esta  noche  —dijo  Afrodita,  sin molestarse en mirar por el retrovisor al salir de la calzada—. Va venir todo el mundo, por lo que tendrás un montón de gente por conocer.
—¿Va a venir Hermes? —Me preparé mientras Afrodita le daba al acelerador, y el Range Rover se precipitó hacia delante, llevándose mi estómago con él.
Por  una  fracción  de  segundo,  Afrodita  parecía  tan  disgustada  por  el  pensamiento  de  Hermes apareciendo  por  su  fiesta, que casi retiro  mi pregunta, pero la mirada se  fue  tan  pronto como llegó. 
—Hermes no está invitado.
—Oh. —Dejé caer. No había esperado que Hermes viniera de todas formas; él y Afrodita no se movían exactamente en los mismos círculos, después de todo—. ¿Lo está Ares?
—Por supuesto. —Su alegre voz sonó tan falsa como sus uñas, y cuando me miró a través de la tenue luz del coche, vi un destello de algo en sus ojos. Ira, tal vez, o envidia, celos.
—No voy detrás de él —le dije, en caso de que no hubiera recibido el mensaje todavía—. Lo dije en serio cuando dije que no tenía citas
—Lo  sé.  —Pero  la  manera  en  que  ella  se  negó  a  mirarme  decía  mucho,  y  suspiré.  No debería  importarme,  pero  en  Nueva  York  había  visto  a  un  montón  de  chicos aprovechándose  de  sus  novias  mientras  se  veían  con  otra  persona  por  detrás.  Nunca terminaba bien. No importaba cuantas veces pasara. No importaba cuanto me odiara Afrodita, ella no merecía eso.
—¿Por qué estás con él de todos modos?
Por un momento, ella se sorprendió. 
—Porque él es Ares—dijo, como si fuera obvio—. Es lindo, inteligente, y es el capitán del equipo de fútbol. ¿Por qué no querría estar con él?
—Oh, no sé —dije—. ¿Porque él es un cerdo que, probablemente sólo sale contigo porque eres magnífica y casi con certeza una animadora?
Ella sorbió por la nariz. 
—Soy la capitana del escuadrón y capitana del equipo de natación.
—Exactamente.
Afrodita giró el volante, y los neumáticos chirriaron contra el pavimento cuando el coche giró bruscamente. La imagen de una vaca en medio del camino pasó por mi mente, y apreté los ojos cerrados, rezando silenciosamente.
—Hemos estado juntos por años —dijo Afrodita—. Yo no voy a dejarle porque una chica que piensa que es mejor que nosotros viene y me dice que estoy siendo estúpida.
—No  pienso que  soy mejor  que tú  —le  dije con  firmeza—.  Yo  no vine  aquí para  hacer amigos.
Se quedó en silencio mientras nos dirigíamos a través de la oscuridad. Al principio pensé que no iba a decir nada, pero cuando lo hizo un minuto más tarde, su voz era tan débil que tuve que esforzarme para oírla. 
—Papá dice que tu madre está muy enferma.
—Sí, bueno, tu papá está en lo correcto.
—Lo siento —dijo—. No sé que haría sin mi mamá.
—Sí —murmuré—. Yo tampoco.
Esta vez, cuando dio la vuelta a la esquina, no me sentí como si fuera lanzada por los aires. 
—¿Lali?
—¿Mm?
—Realmente me gusta Ares. Incluso si sólo está conmigo porque soy una animadora.
—Tal  vez  él  no  lo hace  —dije,  inclinando  mi  cabeza  contra  la  ventana—.  Tal  vez  él  es distinto.
Ella suspiró. 
—Tal vez. 

Continuará...

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