martes, 15 de julio de 2014

capitulo 11



—¿Lali?
Estupendo. Ahora sabía que algo andaba mal. 
—Lo siento —murmuré, encorvada.
— ¿Pasó algo en la fiesta?
—No  hubo  ninguna  fiesta.  —No  tenía  sentido  mentirle  sobre  eso.  Él  sería  capaz  de preguntar  y  saber  de  todos  modos,  si  alguna  vez  se  molestaba  en  hablar  con  otras personas—. Fue sólo una estúpida broma de Afrodita. 
— ¿Qué  clase  de  estúpida  broma?  —La  forma  en  que  su  voz  descendió  y  sus  ojos  se endurecieron debió haber hecho sonar una alarma en mi mente, pero yo estaba demasiado ocupada  tratando  de  llegar  a  algún  tipo  de  respuesta  posible.  ¿Cómo  iba  a  describir  la imposibilidad de lo que había pasado al lado del río? No había manera de que él me creyera.
Yo ni siquiera me creía. Y Afrodita…
Me golpeé mentalmente. Todo había sido una broma, ¿verdad? No sólo me dejó allí, sino que ella rompió su cabeza contra una roca, y Henry apareció y pretendió hacer... hacer lo que fuera que él estaba haciendo. Probablemente era el hermano mayor de alguien. Tal vez incluso el de Afrodita. 
Pero, ¿y su cráneo? ¿La forma en que había dejado de respirar? ¿El ángulo de su cuello?
¿Podría realmente haberlo fingido? 
—Hablando del diablo —dijo Hermes, levantando las cejas mientras miraba por encima del hombro. Yo no tenía necesidad de darme vuelta para saber quién era. 
— ¡Lali!  —chilló  Afrodita,  y  se  sentó  a  mi  lado  sin  esperar  una  invitación.  Yo  me  tensé, agarrando mi manzana tan fuerte que podía sentir el fruto magullarse debajo de la piel. 
—Er, hola. — ¿Qué le podía decir a ella?—. ¿Cómo… cómo estuvo tu fin de semana?
Ella pasó las piernas por debajo de la mesa y dejó su bandeja de comida. A diferencia de Hermes,  ella  tenía  un  sándwich  de  pollo  y  un  montón  de  Tater  Tots.
 No  había  manera posible de que los comiera todos los días en el almuerzo y lograra mantenerse tan delgada. 
—Fue  bueno.  Ya  sabes,  descansar  y  nadar  y  esas  cosas.  —Ella  tomó  un  bocado  de  su sándwich y no se molestó en tragar antes de continuar—. Traté de llamarte, pero nunca me contestaste. ¿Mi papá me dio un número equivocado? 
Casi me atraganté. ¿Había sido Afrodita?
—N-no,  esa  era  mi  casa.  —Miré  a  Hermes,  dispuesta  en  silencio  a  que  dijera  algo,  pero parecía estar esforzándose verdaderamente en no mirarnos. 
—Estaba enferma, por eso no contesté.
—Te sientes mejor ahora, ¿verdad?
Dudé. 
—Sí, me siento mejor. 
—Oh, ¡eso es perfecto entonces! Tenía la esperanza de que vinieras en algún momento esta semana. Tenemos una piscina, y yo estaba pensando que tal vez podría enseñarte a nadar. 
La miré boquiabierta. Después de todo lo que había  pasado.  ¿Ella quería que  yo  fuera a nadar con ella? 
—Yo no… yo no nado. —Y después de lo ocurrido el viernes, yo no quería ir a ninguna parte  cerca  de  un  cuerpo  de  agua  nunca  más.  Parecía  inusualmente  cruel  mantenerse alargando una estúpida broma de esa manera, y yo, en silencio, deseaba que la dejara ya. 
Afrodita frunció los labios, y estaba claro que algo en mi voz o mi expresión debió darle una pista. 
—Sin resentimientos acerca de lo que pasó, ¿verdad? —Tal vez me lo estaba imaginando, pero parecía casi nerviosa—. Quiero decir... en cierto modo quería hablar contigo sobre...
—Afrodita —la interrumpí—. ¿Por qué estás sentada conmigo?
Su cara cayó, y ella dejó el sándwich. 
—Rompí con Ares.
—¿Qué?  ¿Por qué?  —Yo miré  a  Hermes,  pero  él  ahora estaba  concentrado  haciendo  una fortaleza de papas fritas. 
—Pensé que habías dicho que lo amabas.
— ¡Lo hago! Lo hice. 
—Entonces, ¿por qué?
—Porque. —Miró por encima del hombro a la mesa de jockey. Al menos media docena de pares de ojos nos miraban,  y  bajó la voz hasta un susurro—. Tú me viste, ¿verdad? Me zambullí en el río y me golpeé la cabeza, y lo siguiente que sé es que estoy en el suelo con un dolor de cabeza. 
Me obligué a dar un encogimiento de hombros indiferente. 
—Así que te golpeaste la cabeza y te saqué antes de que te ahogaras. No es gran cosa.  
—Sí,  lo  es.  —Bajó  la  voz—.  Había  sangre  por  todas  partes.  Mi  madre  me  vio  cuando llegué a casa, y ella tuvo un ataque. Tuve que decirle que era tuya.  
—Pero no era mía.
Nuestros ojos se encontraron. Los suyos estaban rojos y brillantes por las lágrimas. 
—Yo sé —murmuró—. Lali, ¿qué me pasó?
Sobre la mesa, Hermes se quedó quieto, y me di cuenta de que ya no llevaba los auriculares.
Además de decirle a Afrodita lo que había sucedido, ahora tendría que explicárselo a él una vez que ella se hubiese ido. Él no me creería… nadie en su sano juicio lo haría. Ni siquiera estaba segura de creerme yo misma, y todavía no estaba convencida del todo de que fuera una broma muy elaborada. 
Afrodita me observaba de cerca, esperando a que hablara, y yo sabía que no había manera de que  pudiera  mentir  para  salir  de  esto.  Incluso  si  la  hiciera  pensar  que  estaba  loca,  la necesidad de decirle a alguien, para entender lo que había ocurrido, era abrumadora. Tomé una respiración profunda, le di un beso de despedida a mi cordura, y les dije todo. 
Una vez que lo hice, Afrodita me miró fijamente, con los ojos brillantes. 
—Oh, Lali. ¿Tú realmente saltaste al río para salvarme?
Me encogí de hombros y, antes de darme cuenta, ella envolvió sus brazos alrededor de mí y hundió su cara en mi cuello. El abrazo se prolongó durante casi medio minuto, las cosas volviéndose cada vez más incómodas con cada segundo que pasaba. Finalmente me dejó ir, aunque sus manos estaban sobre mis hombros. 
—Eso es lo más lindo que alguien haya hecho por mí. Cuando traté de decirle a Ares... —
Ella se mordió el labio—. Se rió de mí y me dijo que dejara de inventar cosas. 
En la mesa de jockey, Ares estaba rodeado de sus amigos, riendo a carcajadas. A mi lado, Afrodita parecía aplastada. 
—Así que, ¿rompiste con él? —le dije. 
—No importa —dijo ella, recogiendo su sándwich. 
—Él va a estar rogándome que volvamos en una semana. ¿Qué hay de Peter? ¿De verdad le prometiste algo? ¿Qué quería?  
Por el rabillo de mi ojo, vi a Hermes mirar hacia arriba. 
—Yo no estoy muy segura —le dije—. Me preguntó si sabía sobre el mito de Perséfone, y me  dijo  que  el  equinoccio  de  otoño  sería  en  dos  semanas.  Dijo  que  una  vez  que  leyera obre ella, sabría lo que él quería que yo hiciera. Lo he oído antes, pero no sé que tiene que ver con nada…  
Sobre la mesa, Hermes rebuscó en su mochila, lanzando pesados libros y carpetas sobre la mesa. Que aterrizaban con un ruido sordo, y la mitad de la cafetería nos miraba. Yo agaché la  cabeza,  sorprendida,  mientras  trataba  de  averiguar  cómo  todo  eso  cabía  en  su  bolso, pero finalmente sacó un grueso libro y me di cuenta de que era nuestro texto de inglés. Él lo abrió aparentemente al azar, pero cuando estiré el cuello para ver lo que era, vi que no era al azar del todo. 
—Ésta es la historia de Perséfone —dijo, señalando una foto de una chica saliendo de una cueva. Una mujer estaba en el césped, con los brazos abiertos en señal de saludo. 
—La Reina del Inframundo. 
— ¿El Inframundo?  —dijo Afrodita, se inclinó para ver mejor—. ¿Cuál?
Hermes le dio una mirada que podría haber secado a una planta. 
—Al que los muertos van. ¿El Tártaro? ¿Los Campos Elíseos?  
—Mitología griega —le dije, pasando la página—. ¿Ves a este tipo? —Señalé a un hombre de pelo negro cubierto medianamente por la sombra—. Él es Hades, Dios del Inframundo. Gobernante de los muertos. 
—Al igual que Satanás —dijo Hermes. 
—No, no como Satanás —dijo Afrodita. 
Había un dejo de enojo en su voz, pero Hermes no se dio cuenta o no le importó. 
—Satanás es de los cristianos, y el Inframundo no es el infierno. Hades no es un demonio.
No es más que... un tipo que fue puesto a cargo para tratar con las almas de los muertos.
Él les ordena y todo eso. —La miré fijamente. 
—Pensé que no sabías nada acerca de esto. —Ella se encogió de hombros y miró el libro. 
—Podría haber escuchado un par de cosas antes.
—Él  la  secuestró  —dijo  Hermes  en  una  voz  tan  baja  que  lanzó  un  escalofrío  por  mi espalda—. Ella estaba jugando en un campo, y la arrastró hasta el Inframundo con él para ser su esposa. Se negaba a comer, y mientras su madre, Deméter, apelaba a Zeus —rey de los  dioses—  el  mundo  se  volvió  frío.  Eventualmente,  Zeus  hizo  a  Hades  devolver  a Perséfone, pero para entonces ya había comido unas pocas semillas, e insistió en que eso significaba que tenía que pasar parte del año con él. Así que cuando no está con él como su esposa, llega el invierno. Es el mito que explica las estaciones del año para los griegos.
La temperatura parecía haber caído veinte grados. Un horrible pensamiento cruzó por mi mente, y yo miré a Hermes, tratando de averiguar si las implicaciones de la oferta que había hecho con Peter eran remotamente posibles.  Afrodita, por otro lado, soltó un bufido. En voz alta. 
—Así que se sentía solo. Eso no lo convierte en un chico malo… no sabes si ella quería ir allí con él. Ella pudo querer, ya sabes. —Yo no le hice caso y miré a Hermes. 
—¿Crees que Peter va a intentar hacer lo mismo conmigo?
—Eso es ridículo —dijo Afrodita, volteando los ojos—. Si él fuera a secuestrarte, ya lo hubiera hecho, ¿cierto? No es como si no hubiese tenido una oportunidad cuando estábamos en el bosque. 
—No  sé  —dijo  Hermes—.  Es  posible.  Tal  vez  esté  esperando  que  el  equinoccio  de  otoño llegue para hacerlo. Está sólo a unas pocas semanas, es a finales de septiembre. —Yo me le quedé mirando, sus ojos azules eran tan grandes que me preguntaba si se iban a caer de su cabeza. 
— ¿Y si quiere que te quedes con él durante el invierno?
—Realmente no puede esperar que yo deje todo y me mude por un tiempo  —le dije con incertidumbre—. O para siempre.
—Puede que él no lo pregunte —dijo Hermes. 
—¿Qué pasaría entonces?
El  silencio se estableció entre los tres, con sólo  el  zumbido  de  la  cafetería rodeándonos.
Por último, enderecé los hombros y dije con toda la convicción que pude: 
—Entonces le daré una patada en el culo y la policía lo arrestará. Fin de la historia.  
Pero no era el fin, porque ninguno de nosotros mencionó lo que había sucedido en la orilla del río. De alguna manera él había traído a Afrodita de entre los muertos, y yo no sabía cómo explicarlo. 
Hermes cerró la libreta, y yo salté. 

—Tal vez sea así —dijo Hermes—, pero no cambia el hecho de que accediste a casarte con un completo desconocido.

Continuará...

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