capitulo 11
—¿Lali?
Estupendo. Ahora
sabía que algo andaba mal.
—Lo siento —murmuré,
encorvada.
— ¿Pasó algo en la
fiesta?
—No hubo
ninguna fiesta. —No
tenía sentido mentirle
sobre eso. Él
sería capaz de preguntar
y saber de
todos modos, si
alguna vez se
molestaba en hablar
con otras personas—. Fue sólo una estúpida broma de Afrodita.
— ¿Qué clase
de estúpida broma? —La
forma en que
su voz descendió
y sus ojos
se endurecieron debió haber hecho sonar una alarma en mi mente, pero yo
estaba demasiado ocupada tratando de
llegar a algún
tipo de respuesta
posible. ¿Cómo iba
a describir la imposibilidad de lo que había pasado al
lado del río? No había manera de que él me creyera.
Yo ni siquiera me
creía. Y Afrodita…
Me golpeé
mentalmente. Todo había sido una broma, ¿verdad? No sólo me dejó allí, sino que
ella rompió su cabeza contra una roca, y Henry apareció y pretendió hacer...
hacer lo que fuera que él estaba haciendo. Probablemente era el hermano mayor
de alguien. Tal vez incluso el de Afrodita.
Pero, ¿y su cráneo?
¿La forma en que había dejado de respirar? ¿El ángulo de su cuello?
¿Podría realmente
haberlo fingido?
—Hablando del diablo —dijo
Hermes, levantando las cejas mientras miraba por encima del hombro. Yo no tenía
necesidad de darme vuelta para saber quién era.
— ¡Lali! —chilló
Afrodita, y se
sentó a mi lado sin
esperar una invitación.
Yo me tensé, agarrando mi manzana tan fuerte que
podía sentir el fruto magullarse debajo de la piel.
—Er, hola. — ¿Qué le
podía decir a ella?—. ¿Cómo… cómo estuvo tu fin de semana?
Ella pasó las piernas
por debajo de la mesa y dejó su bandeja de comida. A diferencia de Hermes, ella
tenía un sándwich
de pollo y
un montón de
Tater Tots.
No
había manera posible de que los
comiera todos los días en el almuerzo y lograra mantenerse tan delgada.
—Fue bueno.
Ya sabes, descansar
y nadar y
esas cosas. —Ella
tomó un bocado
de su sándwich y no se molestó en
tragar antes de continuar—. Traté de
llamarte, pero nunca me contestaste. ¿Mi papá me dio un número equivocado?
Casi me atraganté.
¿Había sido Afrodita?
—N-no, esa
era mi casa. —Miré
a Hermes, dispuesta
en silencio a que dijera
algo, pero parecía estar
esforzándose verdaderamente en no mirarnos.
—Estaba enferma, por
eso no contesté.
—Te sientes mejor
ahora, ¿verdad?
Dudé.
—Sí, me siento
mejor.
—Oh, ¡eso es perfecto
entonces! Tenía la esperanza de que vinieras en algún momento esta semana.
Tenemos una piscina, y yo estaba pensando que tal vez podría enseñarte a
nadar.
La miré boquiabierta.
Después de todo lo que había
pasado. ¿Ella quería que yo
fuera a nadar con ella?
—Yo no… yo no nado. —Y
después de lo ocurrido el viernes, yo no quería ir a ninguna parte cerca
de un cuerpo
de agua nunca
más. Parecía inusualmente
cruel mantenerse alargando una
estúpida broma de esa manera, y yo, en silencio, deseaba que la dejara ya.
Afrodita frunció los
labios, y estaba claro que algo en mi voz o mi expresión debió darle una pista.
—Sin resentimientos
acerca de lo que pasó, ¿verdad? —Tal vez me lo estaba imaginando, pero parecía
casi nerviosa—. Quiero decir... en cierto modo quería hablar contigo sobre...
—Afrodita —la
interrumpí—. ¿Por qué estás sentada conmigo?
Su cara cayó, y ella
dejó el sándwich.
—Rompí con Ares.
—¿Qué? ¿Por qué? —Yo miré
a Hermes, pero
él ahora estaba concentrado
haciendo una fortaleza de papas
fritas.
—Pensé que habías
dicho que lo amabas.
— ¡Lo hago! Lo
hice.
—Entonces, ¿por qué?
—Porque. —Miró por
encima del hombro a la mesa de jockey. Al menos media docena de pares de ojos
nos miraban, y bajó la voz hasta un susurro—. Tú me viste,
¿verdad? Me zambullí en el río y me golpeé la cabeza, y lo siguiente que sé es
que estoy en el suelo con un dolor de cabeza.
Me obligué a dar un
encogimiento de hombros indiferente.
—Así que te golpeaste
la cabeza y te saqué antes de que te ahogaras. No es gran cosa.
—Sí, lo es.
—Bajó
la voz—. Había
sangre por todas
partes. Mi madre
me vio cuando llegué a casa, y ella tuvo un ataque.
Tuve que decirle que era tuya.
—Pero no era mía.
Nuestros ojos se
encontraron. Los suyos estaban rojos y brillantes por las lágrimas.
—Yo sé —murmuró—. Lali,
¿qué me pasó?
Sobre la mesa, Hermes
se quedó quieto, y me di cuenta de que ya no llevaba los auriculares.
Además de decirle a
Afrodita lo que había sucedido, ahora tendría que explicárselo a él una vez que
ella se hubiese ido. Él no me creería… nadie en su sano juicio lo haría. Ni siquiera
estaba segura de creerme yo misma, y todavía no estaba convencida del todo de
que fuera una broma muy elaborada.
Afrodita me observaba
de cerca, esperando a que hablara, y yo sabía que no había manera de que pudiera
mentir para salir
de esto. Incluso
si la hiciera
pensar que estaba
loca, la necesidad de decirle a
alguien, para entender lo que había ocurrido, era abrumadora. Tomé una
respiración profunda, le di un beso de despedida a mi cordura, y les dije
todo.
Una vez que lo hice,
Afrodita me miró fijamente, con los ojos brillantes.
—Oh, Lali. ¿Tú
realmente saltaste al río para salvarme?
Me encogí de hombros
y, antes de darme cuenta, ella envolvió sus brazos alrededor de mí y hundió su
cara en mi cuello. El abrazo se prolongó durante casi medio minuto, las cosas volviéndose
cada vez más incómodas con cada segundo que pasaba. Finalmente me dejó ir, aunque
sus manos estaban sobre mis hombros.
—Eso es lo más lindo
que alguien haya hecho por mí. Cuando traté de decirle a Ares... —
Ella se mordió el
labio—. Se rió de mí y me dijo que dejara de inventar cosas.
En la mesa de jockey,
Ares estaba rodeado de sus amigos, riendo a carcajadas. A mi lado, Afrodita
parecía aplastada.
—Así que, ¿rompiste
con él? —le dije.
—No importa —dijo ella,
recogiendo su sándwich.
—Él va a estar
rogándome que volvamos en una semana. ¿Qué hay de Peter? ¿De verdad le
prometiste algo? ¿Qué quería?
Por el rabillo de mi
ojo, vi a Hermes mirar hacia arriba.
—Yo no estoy muy
segura —le dije—. Me preguntó si sabía sobre el mito de Perséfone, y me dijo
que el equinoccio
de otoño sería
en dos semanas.
Dijo que una
vez que leyera obre ella, sabría lo que él quería que
yo hiciera. Lo he oído antes, pero no sé que tiene que ver con nada…
Sobre la mesa, Hermes
rebuscó en su mochila, lanzando pesados libros y carpetas sobre la mesa. Que
aterrizaban con un ruido sordo, y la mitad de la cafetería nos miraba. Yo
agaché la cabeza, sorprendida,
mientras trataba de
averiguar cómo todo
eso cabía en
su bolso, pero finalmente sacó un
grueso libro y me di cuenta de que era nuestro texto de inglés. Él lo abrió
aparentemente al azar, pero cuando estiré el cuello para ver lo que era, vi que
no era al azar del todo.
—Ésta es la historia
de Perséfone —dijo, señalando una foto de una chica saliendo de una cueva. Una
mujer estaba en el césped, con los brazos abiertos en señal de saludo.
—La Reina del
Inframundo.
— ¿El
Inframundo? —dijo Afrodita, se inclinó
para ver mejor—. ¿Cuál?
Hermes le dio una
mirada que podría haber secado a una planta.
—Al que los muertos
van. ¿El Tártaro? ¿Los Campos Elíseos?
—Mitología griega —le
dije, pasando la página—. ¿Ves a este tipo? —Señalé a un hombre de pelo negro
cubierto medianamente por la sombra—. Él
es Hades, Dios del Inframundo. Gobernante de los muertos.
—Al igual que Satanás
—dijo Hermes.
—No, no como Satanás —dijo
Afrodita.
Había un dejo de
enojo en su voz, pero Hermes no se dio cuenta o no le importó.
—Satanás es de los cristianos,
y el Inframundo no es el infierno. Hades no es un demonio.
No es más que... un
tipo que fue puesto a cargo para tratar con las almas de los muertos.
Él les ordena y todo
eso. —La miré fijamente.
—Pensé que no sabías
nada acerca de esto. —Ella se encogió de hombros y miró el libro.
—Podría haber
escuchado un par de cosas antes.
—Él la
secuestró —dijo Hermes
en una voz
tan baja que
lanzó un escalofrío
por mi espalda—. Ella estaba
jugando en un campo, y la arrastró hasta el Inframundo con él para ser su
esposa. Se negaba a comer, y mientras su madre, Deméter, apelaba a Zeus —rey de
los dioses— el
mundo se volvió
frío. Eventualmente, Zeus
hizo a Hades
devolver a Perséfone, pero para
entonces ya había comido unas pocas semillas, e insistió en que eso significaba que tenía
que pasar parte del año con él. Así que cuando no está con él como su esposa,
llega el invierno. Es el mito que explica las estaciones del año para los griegos.
La temperatura
parecía haber caído veinte grados. Un horrible pensamiento cruzó por mi mente,
y yo miré a Hermes, tratando de averiguar si las implicaciones de la oferta que
había hecho con Peter eran remotamente posibles. Afrodita, por otro lado, soltó un bufido. En
voz alta.
—Así que se sentía
solo. Eso no lo convierte en un chico malo… no sabes si ella quería ir allí con
él. Ella pudo querer, ya sabes. —Yo no le hice caso y miré a Hermes.
—¿Crees que Peter va
a intentar hacer lo mismo conmigo?
—Eso es ridículo —dijo
Afrodita, volteando los ojos—. Si él fuera a secuestrarte, ya lo hubiera hecho,
¿cierto? No es como si no hubiese tenido una oportunidad cuando estábamos en el
bosque.
—No sé —dijo Hermes—.
Es posible. Tal
vez esté esperando
que el equinoccio
de otoño llegue para hacerlo.
Está sólo a unas pocas semanas, es a finales de septiembre. —Yo me le quedé
mirando, sus ojos azules eran tan grandes que me preguntaba si se iban a caer
de su cabeza.
— ¿Y si quiere que te
quedes con él durante el invierno?
—Realmente no puede
esperar que yo deje todo y me mude por un tiempo —le dije con incertidumbre—. O para siempre.
—Puede que él no lo
pregunte —dijo Hermes.
—¿Qué pasaría
entonces?
El silencio se estableció entre los tres, con
sólo el
zumbido de la
cafetería rodeándonos.
Por último, enderecé
los hombros y dije con toda la convicción que pude:
—Entonces le daré una
patada en el culo y la policía lo arrestará. Fin de la historia.
Pero no era el fin,
porque ninguno de nosotros mencionó lo que había sucedido en la orilla del río.
De alguna manera él había traído a Afrodita de entre los muertos, y yo no sabía
cómo explicarlo.
Hermes cerró la
libreta, y yo salté.
—Tal vez sea así —dijo
Hermes—, pero no cambia el hecho de que accediste a casarte con un completo
desconocido.
Continuará...
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