Capitulo 17
El camino estaba
alineado con árboles ubicados a intervalos parejos, y se inclinaba hacia
arriba. Me llevó
unos pocos minutos
subir la colina,
pero cuando lo
hice, me detuve,
la boca abierta. Lo que fuese que había esperado, no era eso.
Una enorme mansión
estaba desparramada sobre el terreno, tan grande que no podía ver lo que había
detrás aun desde la
cima de la colina. El camino en
el que estaba se volvía pavimentado, y rodeaba el frente de la
mansión, formando un óvalo perfecto.
Yo sólo había visto
edificios como estos en las fotos de palacios europeos, y estaba segura de
que en
ningún otro lugar de la Península Superior
—quizás aun en todo el estado—
existía un lugar como éste. Brillaba blanca y dorada, y todo en ella lucía
majestuoso.
Mientras estaba
parada ahí, me llevó un momento darme cuenta que no estaba sola. Una docena de
jardineros y trabajadores me miraban, y de repente me volví consciente de mí
misma. Estaba dentro de las puertas, ¿ahora qué?
En la distancia
vi a una mujer apresurándose hacia
mí, sosteniendo el borde de su
falda mientras trepaba la colina. Más que dar un paso hacia atrás, me mantuve
firme, atrapada entre el asombro, el miedo y la determinación. Sin importar
cuán hermosa su casa fuera, yo todavía necesitaba ver a Peter y pronto.
— ¡Bienvenida, Lali!
—dijo la mujer y, al oír su voz, tuve que mirar dos veces.
— ¿Hestia?
Cuando se
acercó, la reconocí
como la enfermera
que me había
ayudado a cuidar
de mi madre las
últimas semanas. La miré,
sorprendida, pero Hestia
actuó como si
nada de eso fuera importante. Cuando ella
llegó a mi lado, sus mejillas
estaban rosadas y sonreía
de oreja a oreja. Ella tomó mi brazo.
—Nos estábamos
preguntando si alguna vez vendrías, querida. ¿Cómo está tu madre?
Me tomó un segundo
encontrar mi voz.
—Muriendo —dije—.
¿Qué estás haciendo aquí?
—Vivo aquí. —Ella
comenzó a guiarme hacia la casa, y yo
la dejé, intentando no mirar demasiado.
— ¿Conoces a Peter?
—Por supuesto —dijo
ella—. Todo el mundo conoce a Peter.
— ¿Tú también puedes
levantar a los muertos? —murmuré, y Hestia hizo sonar la lengua
— ¿Tú puedes?
Apreté mis
puños.
—Necesito verlo.
—Lo sé, querida. Allí
es hacia donde estamos yendo.
Le eché un vistazo,
insegura de si ella estaba siendo condescendiente o evasiva o ambas a la vez.
Ella ignoró mi
mirada y me
llevó por el camino oval
hasta que llegamos
a las grandes puertas corredizas,
las cuales se abrieron sin ningún tipo de incitación por parte de Hestia. En
lugar de seguirla dentro, me detuve y miré.
La parte externa no
era nada comparado con el magnífico salón de entrada. Era simple y de buen
gusto, no muy llamativo, pero lejos de ser ordinario.
El piso era
mayormente de mármol blanco, y pude ver el indicio de una alfombra de lujo
en el
otro lado del
salón. Los muros
y el cielorraso
estaban hechos de
espejos, y estos hacían al enorme salón lucir aun más
grande de lo que ya era.
Pero era
el suelo en
el centro del
cuarto lo que
atrapó mi atención.
Había un perfecto círculo hecho de cristal, y era de
lejos la cosa más increíble en el salón. Brillaba, los colores parecían nadar
juntos, mezclándose y dividiéndose mientras yo miraba. Mi boca se abrió,
pero no
me importó… todo
acerca de eso
era surrealista, y yo apenas
podía creer que todavía estaba en Michigan.
— ¿Lali?
Me aparté y
finalmente presté atención a Hestia. Ella estaba de pie unos centímetros más
allá, y me dio una sonrisa dubitativa.
—Lo lamento —dije.
Caminé hacia ella, pisando
alrededor del círculo de cristal como si
fuera agua de verdad. Por todo lo que yo sabía, lo era—. Es sólo que…
—Es hermoso —dijo
ella alegremente, tomándome del brazo una vez más y dirigiéndome más allá de
una gran escalera en espiral que conducía a una parte de la casa que no podía
ver. No me atreví a tratar de mirar, no queriendo perder ni un minuto.
—Sí. —Fue lo mejor a
lo que pude llegar, pero por lo demás estaba sin palabras. Lo que sea que había
estado esperando, no había sido esto.
Me llevó
a través de una serie
de habitaciones, cada
una con una
decoración única y exquisita.
Una de las habitaciones era de
color rojo y dorado;
mientras que otra era de color
azul celeste, con
murales pintados en
las paredes. Habían
salas de estar,
salas de juegos, estudios e
incluso dos bibliotecas. Parecía imposible que todas ellas estuvieran en la misma casa y, al
parecer, sólo pertenecía a un muchacho que no era mucho mayor que yo, a menos
que sus padres vivieran aquí, también, pero nunca parecía terminar.
Finalmente pasamos
otra sala y
entramos en una
habitación que tenía
paredes verde oscuro y bordes
dorados. El mobiliario parecía más viejo y cómodo aquí que en las otras
habitaciones, y Hestia me dirigió hacia un sofá de cuero negro.
—Siéntate, cariño,
y llamaré a
alguien para que
traiga refrescos. Peter debe
de estar contigo en breve.
Me senté, no
queriendo que me dejara sola, pero podía hacer esto. Tenía que hacerlo. La vida de
Afrodita estaba en
juego, y ésta
era la única oportunidad que
tendría para hacerlo razonar. Si Henry quería mantenerme
aquí, entonces estaba bien. Mientras que trajera de vuelta a Afrodita, yo haría
cualquier cosa que quisiera que hiciera, incluso si eso significa pasar el
resto de mi vida detrás de las cercas. Aparté de mi mente lo que Hermes había
dicho en el coche sobre Afrodita no siendo mi madre. Eso no era por lo que
estaba aquí.
Pero incluso mientras lo pensaba, sabía que estaba
mintiéndome a mí misma. ¿No era la mera posibilidad de que Peter pudiera salvar
a mi madre, o de alguna manera protegerme del dolor de perderla, exactamente el
porqué estaba aquí? Haría todo lo posible para salvar a Afrodita, pero ella
había estado muerta por horas, y todo el pueblo lo sabía. Peter, sin duda,
querría un precio más alto para traerla de nuevo por segunda vez, y no importa
la buena cara que pusiera, el pensamiento de estar detrás de esas cercas para
el resto de mi vida me aterrorizaba. Yo había
querido decir lo que había dicho, acerca de
hacer todo lo
posible para tratar de traerla de vuelta, pero aún si eso era imposible,
como Hermes había dicho, mi madre
no había muerto
todavía. Todavía había
una oportunidad de que Peter
pudiera hacer algo para salvarla.
No sé cuánto tiempo
me senté allí en silencio, mirando fijamente a una estantería llena de libros
encuadernados en piel. Repasé el discurso en mi cabeza, asegurándome de que
todo lo que quería
decir estaba allí.
Tenía que escucharme,
¿cierto? Incluso si
no quisiera hacerlo, si hablaba
lo suficiente, tenía al menos que escucharme. Tenía que intentarlo.
Por el rabillo de mi
ojo, me di cuenta de que Peter estaba en la puerta, sosteniendo una bandeja
llena de comida. Mis dedos
excavaron en el sofá, y todas las palabras que había
practicado salieron volando de mi cabeza.
—Lali —dijo en una
voz baja, y agradable. Adentrándose, puso la bandeja sobre la mesa delante de
mí y se sentó en el sofá frente a mí.
—P-Peter —dije,
odiándome a mí misma por tartamudear—. Tenemos que hablar. Inclinó la cabeza,
como si en silencio me diera permiso para hablar. Abrí y cerré mi boca,
sin saber qué decir.
Mientras él esperaba, nos sirvió
a ambos una taza de té.
Yo nunca había tomado el té en una taza de porcelana antes.
—Lo siento —le dije.
Mi garganta estaba seca—. Por no escucharte ayer, quiero decir. No estaba
pensando, y yo no pensé que ibas en serio. Mi mamá está muy enferma, y yo sólo…
por favor. Estoy aquí. Me quedaré. Voy a hacer lo que quieras. Simplemente trae
a Afrodita de vuelta.
Bebió un
sorbo de su
té y me
indicó que tomara
del mío. Así
lo hice con
las manos temblorosas.
—Tiene diecisiete
años —dije, mi voz cada vez más desesperada con cada palabra—. Ella no debería
tener que perder toda su vida sólo por mi estúpido error.
—No fue tu
error. —Dejó la taza sobre la mesa y se centró en mí. Sus ojos seguían
del mismo tono extraño de la luz de la luna, y me retorcí bajo la intensidad de
su mirada—.
Tu amiga
hizo su elección
cuando decidió saltar
en el río
y abandonarte. No
te rindo cuentas por la muerte de
tu amiga. No deberías hacerlo tú tampoco.
—No entiendes. Yo no
sabía que ibas en serio. No lo entendí. No sabía que realmente iba a
morir, pensé que
estabas bromeando o... no
sé. No bromeando,
pero algo. No
sabía que podías hacer
eso, y ahora
que lo sé…
por favor. Ella
no se merece
morir por cometer algunos errores.
—Y no te mereces
renunciar a la mitad del resto de tu vida por ella.
Suspiré, tan
frustrada que estaba a punto de llorar. ¿Qué quería de mí?
—Tienes razón, no me
quiero quedar aquí. Este lugar me da miedo. Tú
me asustas. No sé lo que eres o lo que es este lugar, y la última cosa que
quiero hacer es pasar el resto de mi vida aquí. Tal vez Afrodita no era lo
mejor para mí al principio, pero ella es mi amiga ahora.
Ella no
merecía morir, y
su muerte… es mi
culpa. Debería haber sido
yo, no ella, y no
puedo vivir con
eso. No puedo
mirarme en el espejo todos
los días sabiendo
que es mi culpa que su familia tenga que pasar por
el dolor de perderla justo como… —Me detuve.
Justo como yo estaba
pasando por el dolor de perder a mi madre—. No puedo. Así que si eso significa
que Afrodita vuelva, entonces me quedaré aquí todo el tiempo que quieras, te lo
prometo. Por favor.
No era exactamente el discurso
que había planeado, pero era lo suficientemente cercano.
Continuará...
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