capitulo 13
Mi garganta
se sentía áspera,
pero no dije
nada. No sabía
cómo vivir mi
propia vida.
Incluso en
Nueva York, ella
había sido mi
mejor amiga… mi
única amiga durante
los últimos cuatro años. ¿Esperaba que yo empacara y siguiera adelante?
—Y quiero que te
enamores y empieces
tu propia familia, una que se quede aquí mucho más de lo que
yo lo hice.
—Tomó mi mano,
apretándola gentilmente—. Encuentra
a alguien que sea bueno contigo y nunca lo dejes ir, ¿de acuerdo?
Me sentí como si me
estuviera ahogando.
—Mamá. —Me atasqué—.
No sé cómo hacer algo de eso.
Ella me sonrió tristemente.
—Nadie lo sabe, Lali, no al principio. Pero estás lista para esto, te lo prometo. Yo hice todo lo que
pude. —Por un momento su voz se desvaneció y miró hacia nuestras manos unidas—.
Estás lista, y serás grandiosa, cariño. Vas a hacer lo imposible, puedo
sentirlo, e incluso si no crees que estoy aquí contigo, siempre lo estaré.
Nunca voy a dejarte, recuerda eso, ¿está bien? Algunas veces podría sentir como
que me he ido, pero siempre estaré aquí cuando más me necesites.
Limpié mis
ojos con mi
mano libre, apretando mi
agarre sobre ella. Algo
dentro de mí estaba
desmoronándose más rápido de lo que
podía mantenerlo junto, y tampoco quería hacerlo. Pero
era una realidad
que estaría enfrentando
mucho antes de
lo que estaba preparada. La quería, a mi madre… no a
un recuerdo.
—Prométeme que serás
tú misma y hagas lo que hagas serás feliz, no importa qué —dijo, tomando mi
mano entre las suyas—. Estás destinada a cosas grandes, cariño, pero cuanto más
pelees contra quién eres, más difícil será. Cualquier obstáculos que enfrentes,
recuerda que puedes conseguir
superar cualquier cosa
si lo quieres
lo suficiente. Y
lo harás. —
Sonrió, y lo que sea
que quedaba de pie dentro de mí se rompió—. Eres mucho más fuerte de lo que
crees. ¿Me prometes que tratarás de ser feliz?
Quería decirle que no
sabía cómo ser feliz sin ella, que no sabía quién sería cuando ella no
estuviera aquí, y que no
era lo suficientemente fuerte
para hacer esto,
pero su mirada suplicante era demasiado para mí. Así
que mentí por segunda vez.
—De acuerdo
—murmuré—. Lo prometo.
Su sonrisa sólo me
hizo sentir más culpable.
—Gracias —dijo—. Será
mucho más fácil irme cuando sé que estarás bien.
La ayudé
a ponerse de
pie, sin confiar
en mí misma
para hablar. Dejando
las hierbas desarraigadas
abandonadas en medio del jardín, limpié la tierra de sus rodillas y medio la
cargué hacia la casa, deseando con toda mi fuerza que ella nunca tuviera que
irse en primer lugar.
Al día siguiente,
mientras la profesora comenzaba a divagar sobre las conjugaciones de los
verbos irregulares en
francés, la puerta del aula se abrió,
y Atenas de la oficina principal
entró. Todas las cabezas, incluida la mía, se volvieron a mirarla, pero la única persona a quien miró
fue a mí. Sintiendo que mis entrañas estaban llenas de líquido, me puse de pie,
sintiendo las miradas de Hermes y Afrodita en la parte de atrás de mi
cabeza.
Crucé el aula,
ignorando los susurros que creaba.
—Lali —dijo Atenas en
un tono amable una vez estuvimos en el pasillo y la puerta del aula estaba
detrás de nosotras, cerrada—. La enfermera de tu madre llamó.
Las paredes dieron
vueltas y, por un momento, me olvidé de cómo se respiraba.
— ¿Ha muerto?
—No —dijo Atenas. Y el alivio me inundó—. Está en el hospital.
Sin otra palabra, me
volví y corrí pasillo abajo, olvidando la clase. Lo único que quería era llegar
al hospital antes de que fuera demasiado tarde.
— ¿Lali?
Era tarde, y yo
estaba sentada en la sala de espera del hospital, agotada. Había pasado las
últimas tres horas sola y hojeando unas revistas sin leer una palabra,
esperando a que los doctores salieran y me dijeran cómo estaba.
— ¡Hermes!
Me puse de pie con
las piernas temblorosas y lo abracé como si se me fuera la vida en ello.
Duró más
de lo estrictamente
necesario, pero necesitaba
sentir su abrazo
cálido en mí.
Había pasado mucho
tiempo sin abrazar a nadie que no fuera frágil.
—Mi madre está mal y
nadie me dice…
—Lo sé —dijo—. Atenas
me contó.
— ¿Y si éste es el
momento? —Dije, ocultando el rostro en
su pecho—. Ni siquiera pude despedirme. No pude decirle que la amo.
—Lo sabe —murmuró,
acariciando mi pelo—. Te juro que lo sabe.
Pasó las siguientes
horas conmigo, sólo desapareciendo para traer algo de comer, y estaba a mi
lado cuando el doctor finalmente
apareció y dijo lo
que me temía: mi madre había caído en coma, y no
quedaba mucho tiempo.
Hermes estuvo
a mi lado
cuando entré a
ver a mi
mamá, quien se
veía tan pequeña
y delicada en la cama del hospital, con su cuerpo conectado a más
máquinas y monitores de los que podía contar.
Su piel estaba resquebrajada, e
incluso si el doctor no me
lo había dicho, sabía que
no duraría mucho
más. Mentalmente repasé
todo lo ocurrido
el día anterior, odiándome un
poco más cada vez que recordaba cómo la había dejado estar en el jardín. Quizás
si no se hubiera excitado así, seguiría bien.
Ahora, acostada en
ese cuerpo moribundo, no había señales de ella. Así no era cómo quería recordar
a mi madre, como una cáscara vacía sin vida, un eco de lo que había sido, pero
no podía evitarlo.
Poco antes
de las diez,
una enfermera entró
y me dijo
que el horario
de visitas había acabado. Muchos
minutos más tarde,
cuando aún no
podía irme, Hermes
se puso de pie
detrás de mí.
—Lali. —Sentí su mano
en mi espalda, y me tensé—. Cuanto antes consigas dormir algo, más pronto
despertarás y vendrás a verla mañana. Vamos, te llevaré a casa.
—Ya no es casa —dije
huecamente, pero lo dejé llevarme.
Miré por la ventana
todo el camino a Eden, agradecida de que no quisiera charlar.
Incluso si
lo hubiera hecho, no estaba segura
de haber sido
capaz de responder. No fue
hasta que nos detuvimos en la acera, con
el motor aún encendido,
que Hermes habló.
De fondo, había una canción tan suave en la radio que me esforcé en
seguir. Estaba haciendo tiempo. No quería
volver a esa casa. Me había
preparado para esto por años, pero ahora que estaba llegando, no podía
soportar la idea de estar sola.
— ¿Seguro que estás
bien?
—Estoy bien —respondí.
Hermes sonrió tristemente.
—Volveré a buscarte
mañana en la mañana.
—No iré a la escuela.
—Lo sé.
No quitó sus ojos de
los míos.
—Te llevaré al
hospital.
—Hermes… no tienes
que hacer eso.
— ¿No es eso lo que
los amigos hacen? —Dolía oír la inseguridad en su tono—. Eres mi amiga, Lali, y estás
triste. ¿Qué podría ser humanamente más importante que cuidarte?
Mi barbilla tembló, y
era sólo cuestión de tiempo antes de que comenzaran las cataratas.
Sin saber qué
más hacer, me incliné y lo
abracé. Nunca había tenido
un amigo como
él, alguien que habría abandonado toda su rutina para acompañarme en el
lecho de muerte de mi madre. Había venido a Eden esperando estar sola cuando
todo terminara, y en su lugar encontré a Hermes. Si había alguna vez una razón
para considerar quedarme, era él.
—Al menos llévate el
auto —dije sobre mi hombro—. No deberías ir a casa caminando a oscuras.
Comenzó a protestar,
pero lo empujé y lo miré, y entonces asintió.
—Gracias.
Para cuando me las
arreglé para alejarme de él y salir del auto, era un desastre de lágrimas, pero
no me importó. Junto a la acera, podía ver la mugre del césped, y la pila de hierbas abandonadas en el césped.
Entré, con las manos
temblando, pero sabía que no había razón en temerle a una casa vacía, sin importar
cuán fuerte fuera
la esencia de
mi madre. Estaría
viviendo sola por mucho tiempo.
Vagando sin rumbo, pasé mi mano por cada superficie, mirando en blanco a
la oscuridad que enfrentaba. Esta
noche marcó el
final del único
capítulo de mi
vida que alguna
vez había conocido, y no sabía cómo enfrentar al vacío.
Continuará...
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