martes, 15 de julio de 2014

capitulo 13


Mi  garganta  se  sentía  áspera,  pero  no  dije  nada.  No  sabía  cómo  vivir  mi  propia  vida.
Incluso  en  Nueva  York,  ella  había  sido  mi  mejor  amiga…  mi  única  amiga  durante  los últimos cuatro años. ¿Esperaba que yo empacara y siguiera adelante?
—Y quiero que te enamores  y  empieces  tu propia  familia,  una que se quede aquí mucho más  de  lo  que  yo  lo  hice.  —Tomó  mi  mano,  apretándola  gentilmente—.  Encuentra  a alguien que sea bueno contigo y nunca lo dejes ir, ¿de acuerdo?
Me sentí como si me estuviera ahogando. 
—Mamá. —Me atasqué—. No sé cómo hacer algo de eso.
Ella me sonrió tristemente. 
—Nadie lo  sabe,  Lali,  no al principio. Pero estás lista  para esto, te lo prometo. Yo hice todo lo que pude. —Por un momento su voz se desvaneció y miró hacia nuestras manos unidas—. Estás lista, y serás grandiosa, cariño. Vas a hacer lo imposible, puedo sentirlo, e incluso si no crees que estoy aquí contigo, siempre lo estaré. Nunca voy a dejarte, recuerda eso, ¿está bien? Algunas veces podría sentir como que me he ido, pero siempre estaré aquí cuando más me necesites.
Limpié  mis  ojos  con  mi  mano  libre,  apretando mi  agarre  sobre  ella. Algo  dentro  de  mí estaba  desmoronándose más rápido  de  lo que  podía mantenerlo junto,  y  tampoco quería hacerlo.  Pero  era  una  realidad  que  estaría  enfrentando  mucho  antes  de  lo  que  estaba preparada. La quería, a mi madre… no a un recuerdo.
—Prométeme que serás tú misma y hagas lo que hagas serás feliz, no importa qué —dijo, tomando mi mano entre las suyas—. Estás destinada a cosas grandes, cariño, pero cuanto más pelees contra quién eres, más difícil será. Cualquier obstáculos que enfrentes, recuerda que  puedes  conseguir  superar  cualquier  cosa  si  lo  quieres  lo  suficiente.  Y  lo  harás.  —
Sonrió, y lo que sea que quedaba de pie dentro de mí se rompió—. Eres mucho más fuerte de lo que crees. ¿Me prometes que tratarás de ser feliz?
Quería decirle que no sabía cómo ser feliz sin ella, que no sabía quién sería cuando ella no estuviera  aquí,  y  que  no  era  lo  suficientemente  fuerte  para  hacer  esto,  pero  su  mirada suplicante era demasiado para mí. Así que mentí por segunda vez.
—De acuerdo —murmuré—. Lo prometo.
Su sonrisa sólo me hizo sentir más culpable. 
—Gracias —dijo—. Será mucho más fácil irme cuando sé que estarás bien.
La  ayudé  a  ponerse  de  pie,  sin  confiar  en  mí  misma  para  hablar.  Dejando  las  hierbas desarraigadas abandonadas en medio del jardín, limpié la tierra de sus rodillas y medio la cargué hacia la casa, deseando con toda mi fuerza que ella nunca tuviera que irse en primer lugar.
Al día siguiente, mientras la profesora comenzaba a divagar sobre las conjugaciones de los verbos  irregulares  en  francés,  la  puerta del aula se  abrió,  y Atenas de la oficina  principal entró. Todas las cabezas, incluida la mía, se volvieron a  mirarla, pero la única persona a quien miró fue a mí. Sintiendo que mis entrañas estaban llenas de líquido, me puse de pie, sintiendo las miradas de Hermes y Afrodita en la parte de atrás de mi cabeza. 
Crucé el aula, ignorando los susurros que creaba.
—Lali —dijo Atenas en un tono amable una vez estuvimos en el pasillo y la puerta del aula estaba detrás de nosotras, cerrada—. La enfermera de tu madre llamó.
Las paredes dieron vueltas y, por un momento, me olvidé de cómo se respiraba. 
— ¿Ha muerto?
—No —dijo Atenas. Y el alivio me inundó—. Está en el hospital.
Sin otra palabra, me volví y corrí pasillo abajo, olvidando la clase. Lo único que quería era llegar al hospital antes de que fuera demasiado tarde.
— ¿Lali?
Era tarde, y yo estaba sentada en la sala de espera del hospital, agotada. Había pasado las últimas tres horas sola y hojeando unas revistas sin leer una palabra, esperando a que los doctores salieran y me dijeran cómo estaba.
— ¡Hermes!
Me puse de pie con las piernas temblorosas y lo abracé como si se me fuera la vida en ello.
Duró  más  de  lo  estrictamente  necesario,  pero  necesitaba  sentir  su  abrazo  cálido  en  mí.
Había pasado mucho tiempo sin abrazar a nadie que no fuera frágil. 
—Mi madre está mal y nadie me dice…
—Lo sé —dijo—. Atenas me contó.
— ¿Y si éste es el momento?  —Dije, ocultando el rostro en su pecho—. Ni siquiera pude despedirme. No pude decirle que la amo.
—Lo sabe —murmuró, acariciando mi pelo—. Te juro que lo sabe.
Pasó las siguientes horas conmigo, sólo desapareciendo para traer algo de comer, y estaba a  mi  lado  cuando el doctor finalmente apareció y  dijo  lo  que  me  temía: mi madre había caído en coma, y no quedaba mucho tiempo.
Hermes  estuvo  a  mi  lado  cuando  entré  a  ver  a  mi  mamá,  quien  se  veía  tan  pequeña  y delicada en la cama del hospital, con su cuerpo conectado a más máquinas y monitores de los que podía contar.  Su piel estaba resquebrajada, e  incluso si  el doctor  no me  lo había dicho,  sabía  que  no  duraría  mucho  más.  Mentalmente  repasé  todo  lo  ocurrido  el  día anterior, odiándome un poco más cada vez que recordaba cómo la había dejado estar en el jardín. Quizás si no se hubiera excitado así, seguiría bien.
Ahora, acostada en ese cuerpo moribundo, no había señales de ella. Así no era cómo quería recordar a mi madre, como una cáscara vacía sin vida, un eco de lo que había sido, pero no podía evitarlo.
Poco  antes  de  las  diez,  una  enfermera  entró  y  me  dijo  que  el  horario  de  visitas  había acabado.  Muchos  minutos  más  tarde,  cuando  aún  no  podía  irme,  Hermes  se  puso  de  pie detrás de mí.
—Lali. —Sentí su mano en mi espalda, y me tensé—. Cuanto antes consigas dormir algo, más pronto despertarás y vendrás a verla mañana. Vamos, te llevaré a casa.
—Ya no es casa —dije huecamente, pero lo dejé llevarme.
Miré por la ventana todo el camino a Eden, agradecida de que no quisiera charlar. 
Incluso  si  lo  hubiera hecho, no estaba  segura  de  haber  sido  capaz  de responder. No fue hasta  que  nos  detuvimos en la acera,  con  el  motor aún  encendido,  que  Hermes  habló.  De fondo, había una canción tan suave en la radio que me esforcé en seguir. Estaba haciendo tiempo. No quería  volver a esa casa. Me había  preparado para esto por años, pero ahora que estaba llegando, no podía soportar la idea de estar sola.
— ¿Seguro que estás bien?
—Estoy bien —respondí. Hermes sonrió tristemente.
—Volveré a buscarte mañana en la mañana.
—No iré a la escuela.
—Lo sé. 
No quitó sus ojos de los míos. 
—Te llevaré al hospital.
—Hermes… no tienes que hacer eso.
— ¿No es eso lo que los amigos hacen? —Dolía oír la inseguridad en su tono—. Eres mi amiga, Lali, y estás triste. ¿Qué podría ser humanamente más importante que cuidarte?
Mi barbilla tembló, y era sólo cuestión de tiempo antes de que comenzaran las cataratas.
Sin saber  qué  más  hacer, me incliné  y  lo abracé. Nunca  había  tenido  un  amigo  como  él, alguien que habría abandonado toda su rutina para acompañarme en el lecho de muerte de mi madre. Había venido a Eden esperando estar sola cuando todo terminara, y en su lugar encontré a Hermes. Si había alguna vez una razón para considerar quedarme, era él.
—Al menos llévate el auto —dije sobre mi hombro—. No deberías ir a casa caminando a oscuras.
Comenzó a protestar, pero lo empujé y lo miré, y entonces asintió. 
—Gracias.
Para cuando me las arreglé para alejarme de él y salir del auto, era un desastre de lágrimas, pero no me importó. Junto a la acera, podía ver la mugre del césped, y la pila de  hierbas abandonadas en el césped.
Entré, con las manos temblando, pero sabía que no había razón en temerle a una casa vacía, sin  importar  cuán  fuerte  fuera  la  esencia  de  mi  madre.  Estaría  viviendo sola  por  mucho tiempo.
Vagando sin rumbo, pasé mi mano por cada superficie, mirando en blanco a la oscuridad que  enfrentaba.  Esta  noche  marcó  el  final  del  único  capítulo  de  mi  vida  que  alguna  vez había conocido, y no sabía cómo enfrentar al vacío.


Continuará...

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