sábado, 19 de julio de 2014

Capitulo 21


Hera pensó un momento antes de caer en la cuenta. 
— ¡Oh! La última. La última chica, quiero decir. La última que Henry tuvo aquí.
¿Había otra chica? 
— ¿Cuánto tiempo hace de eso?
Hera intercambió una mirada con Artemisa, que permaneció en silencio. 
— ¿Veinte años, tal vez?
Así que al parecer Peter había sido un niño la última vez.
A menos que él estuviera diciendo la verdad sobre gobernar la muerte, pero yo no estaba dispuesta a aceptar eso. 
— ¿Por qué tengo que estar aquí entonces? ¿Por qué no está ella aquí?
—Porque ella…
Artemisa golpeó su mano sobre la boca de Hera con tal fuerza que el sonido retumbó en la habitación. 
—Porque ella no era la chica —dijo bruscamente—. No es nuestro trabajo explicarte esto, Mariana.  Si  quieres  saber  por  qué  estás  aquí,  pregúntale  a  Peter.  Y  tú…  —Miró airadamente hacia Hera.
—Oh —dije suavemente mientras otra idea se me ocurrió—. Él… él dijo que todos aquí estaban muertos. ¿Es verdad? ¿Ustedes dos están…?
Ni Artemisa ni Hera se mostraron sorprendidas por mi pregunta. En cambio Artemisa retiró su mano, dejando que Hera respondiera.
—Todos  aquí  están  muertos, sí —dijo, frotando su  mejilla  y  dándole  a Artemisa una mirada sucia—. O son como Peter, quien nunca estuvo vivo en el primer lugar.
— ¿Cuándo… uh, naciste?
Hera inhaló. 
—Una señorita no revela su edad.
Artemisa resopló, y Hera la fulminó con la mirada.
—artemisa es tan vieja que ni siquiera sabe en qué año nació —dijo Hera, como si eso fuera algo de lo cual avergonzarse. Sacudí mi cabeza, estupefacta,  sin saber si  debía realmente creerme todo esto o no.
Artemisa no dijo nada. En cambio, abrió otra puerta, revelando finalmente una gran habitación con  una  mesa  tan  grande  que  podrían  fácilmente  haberse  sentado  treinta  personas.  Mi cabeza estaba girando por la  historia de Hera, y me tomó un momento darme cuenta que la habitación ya estaba llena de personas.
—Tu  jurado  —dijo  Artemisa  secamente—.  Criados,  tutores,  cualquier  persona  con  la  cual alguna vez tendrás contacto. Todos querían conocerte.
Me detuve en seco en la entrada, sintiendo que la sangre desaparecía de mi rostro. Había docenas de pares de ojos mirándome y, de repente, estuve dolorosamente consciente de mí misma.
— ¿Se quedarán aquí mientras como?  —susurré. No podía pensar en una mejor forma de hacerme perder el apetito.
—Puedo despacharlos, si lo deseas —dijo Hera, y asentí. Saltó hacia adelante y, con dos palmadas de sus manos, la mayor parte de ellos comenzaron a salir en fila. Unos cuantos que manejaban los alimentos permanecieron, junto con dos hombres que estaban a un lado, cada  uno equipado  con armas  formidables. El  alto y  rubio  estaba  tan quieto  que  podría haber sido una estatua, y el moreno estaba inquieto, como si estar quieto y silencioso era algo en lo cual no era muy bueno. Él no podía tener más de veinte años.
—Siempre  serás  protegida  —dijo  Artemisa,  y  yo  la  miré,  sorprendida.  Debe  haberme  visto observando. Artemisa siguió adelante con la gracia de un ciervo e hizo un gesto a un lugar al pie de la mesa—. Tu asiento.
La seguí, tratando fuertemente de no tropezar con el dobladillo de mi largo vestido, y me senté. Ahora sólo había una docena de personas en la habitación, pero todos aún estaban mirándome.
—Su desayuno, Su Alteza —dijo un hombre, dando un paso adelante para colocar un plato tapado  delante  de  mí.  Ella  levantó la  tapa,  sin  darme  la  oportunidad de  hacerlo  por  mí misma. Lucía tan aburrida como lo había hecho en mi habitación.
—Um,  gracias  —dije,  desconcertada.  ¿Su  Alteza?  Tomé  un  tenedor,  preparada  para atravesar  en  un  pedazo  de  fruta  y  comerlo,  pero  una  mano  pálida  arrebató  mi  muñeca antes de que pudiera hacerlo.
Alcé la vista, sorprendida al ver Hera sobre mí, con sus amplios ojos azules. 
—La probaré primero —insistió—. Es lo que se supone que debo hacer.
Sobresaltada, espeté: 
— ¿Pruebas mi comida?
—Cuando decides comer, sí —dijo tímidamente—. Probé tu cena anoche, también. Pero no  tienes  que  comer  mientras  estás  aquí,  sabes.  Tarde  o  temprano  olvidarás  lo  que  se siente. Sin embargo, si deseas hacerlo, tengo que…
—No  —dije,  empujando  mi silla hacia atrás  con  tal  fuerza  que chilló contra el  suelo  de mármol.  El  estrés  del  día  anterior  y  la  confusión de  aquella  mañana  cayeron  sobre  mí, destrozando hasta el último pedazo de auto control que tenía—. No, eso no sucederá. Es ridículo…  ¿probadores  de comida?  ¿Guardias  armados?  ¿Su  Alteza? ¿Por qué?  ¿Qué se supone que debo estar haciendo aquí?
Todos parecían sorprendidos por mi arrebato de cólera, y pasó un buen rato antes de que alguien hablara. Cuando lo hicieron, fue Artemisa. 
—Accediste quedarte aquí por seis meses al año, ¿no?
—Sí —dije, frustrada. Ellos no entendían—. Pero no estuve de acuerdo con probadores de comida ni… ni nada de esto.
—Lo hiciste —dijo con calma—. Es parte del trato.
— ¿Por qué?
Nadie me contestó. Apreté mi falda con tanta fuerza que pensé que se desgarraría. 
—Déjenme ver a Peter —dije—. Quiero hablar con él.
El silencio era ensordecedor, y algo dentro de mí se rompió.
— ¡Déjenme hablar con él!
—Estoy aquí.
El  sonido  de  su  voz,  baja  y  suave,  me  sobresaltó.  Girando  alrededor,  logré  perder  el equilibrio, apenas alcanzando sostenerme de la silla. Peter se detuvo frente a mí, mucho más cerca de lo que esperaba. Su joven y perfecto rostro estaba en blanco, y mi corazón dio un vuelco. Cuando logré recuperar mi voz, salió más como un chillido, pero no me importó.
Quería respuestas.
— ¿Por qué? —le dije—. ¿Por qué estoy aquí? No soy tu princesa, y no me inscribí para nada de esto, ¿entonces por qué está sucediendo?
Henry  me  ofreció  su  mano,  y  vacilé,  pero  finalmente  la  acepté.  Su  piel  se  sentía sorprendentemente cálida contra la mía. No sé lo que había esperado… hielo, tal vez. No calor. No alguna prueba de vida.

Continuará...

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