Capitulo 21
Hera pensó un momento
antes de caer en la cuenta.
— ¡Oh! La última. La
última chica, quiero decir. La última que Henry tuvo aquí.
¿Había otra
chica?
— ¿Cuánto tiempo hace
de eso?
Hera intercambió una
mirada con Artemisa, que permaneció en silencio.
— ¿Veinte años, tal
vez?
Así que al parecer Peter
había sido un niño la última vez.
A menos que él
estuviera diciendo la verdad sobre gobernar la muerte, pero yo no estaba
dispuesta a aceptar eso.
— ¿Por qué tengo que
estar aquí entonces? ¿Por qué no está ella aquí?
—Porque ella…
Artemisa golpeó su
mano sobre la boca de Hera con tal fuerza que el sonido retumbó en la
habitación.
—Porque ella no era
la chica —dijo bruscamente—. No es nuestro trabajo explicarte esto, Mariana. Si
quieres saber por
qué estás aquí,
pregúntale a Peter.
Y tú… —Miró airadamente hacia Hera.
—Oh —dije suavemente
mientras otra idea se me ocurrió—. Él… él dijo que todos aquí estaban muertos.
¿Es verdad? ¿Ustedes dos están…?
Ni Artemisa ni Hera
se mostraron sorprendidas por mi pregunta. En cambio Artemisa retiró su mano,
dejando que Hera respondiera.
—Todos aquí
están muertos, sí —dijo, frotando
su mejilla y
dándole a Artemisa una mirada
sucia—. O son como Peter, quien nunca estuvo vivo en el primer lugar.
— ¿Cuándo… uh,
naciste?
Hera inhaló.
—Una señorita no
revela su edad.
Artemisa resopló, y Hera
la fulminó con la mirada.
—artemisa es tan
vieja que ni siquiera sabe en qué año nació —dijo Hera, como si eso fuera algo
de lo cual avergonzarse. Sacudí mi cabeza, estupefacta, sin saber si
debía realmente creerme todo esto o no.
Artemisa no dijo
nada. En cambio, abrió otra puerta, revelando finalmente una gran habitación
con una
mesa tan grande
que podrían fácilmente
haberse sentado treinta
personas. Mi cabeza estaba
girando por la historia de Hera, y me
tomó un momento darme cuenta que la habitación ya estaba llena de personas.
—Tu jurado
—dijo Artemisa secamente—.
Criados, tutores, cualquier
persona con la
cual alguna vez tendrás contacto. Todos querían conocerte.
Me detuve en seco en
la entrada, sintiendo que la sangre desaparecía de mi rostro. Había docenas de
pares de ojos mirándome y, de repente, estuve dolorosamente consciente de mí
misma.
— ¿Se quedarán aquí
mientras como? —susurré. No podía pensar
en una mejor forma de hacerme perder el apetito.
—Puedo despacharlos,
si lo deseas —dijo Hera, y asentí. Saltó hacia adelante y, con dos palmadas de
sus manos, la mayor parte de ellos comenzaron a salir en fila. Unos cuantos que
manejaban los alimentos permanecieron, junto con dos hombres que estaban a un
lado, cada uno equipado con armas
formidables. El alto y rubio
estaba tan quieto que
podría haber sido una estatua, y el moreno estaba inquieto, como si
estar quieto y silencioso era algo en lo cual no era muy bueno. Él no podía
tener más de veinte años.
—Siempre serás
protegida —dijo Artemisa,
y yo la
miré, sorprendida. Debe
haberme visto observando. Artemisa
siguió adelante con la gracia de un ciervo e hizo un gesto a un lugar al pie de
la mesa—. Tu asiento.
La seguí, tratando
fuertemente de no tropezar con el dobladillo de mi largo vestido, y me senté.
Ahora sólo había una docena de personas en la habitación, pero todos aún
estaban mirándome.
—Su desayuno, Su
Alteza —dijo un hombre, dando un paso adelante para colocar un plato
tapado delante de mí. Ella
levantó la tapa, sin
darme la oportunidad de hacerlo
por mí misma. Lucía tan aburrida
como lo había hecho en mi habitación.
—Um, gracias
—dije, desconcertada. ¿Su
Alteza? Tomé un
tenedor, preparada para atravesar en
un pedazo de
fruta y comerlo,
pero una mano
pálida arrebató mi
muñeca antes de que pudiera hacerlo.
Alcé la vista,
sorprendida al ver Hera sobre mí, con sus amplios ojos azules.
—La probaré primero
—insistió—. Es lo que se supone que debo hacer.
Sobresaltada,
espeté:
— ¿Pruebas mi comida?
—Cuando decides
comer, sí —dijo tímidamente—. Probé tu cena anoche, también. Pero no tienes
que comer mientras
estás aquí, sabes.
Tarde o temprano
olvidarás lo que se
siente. Sin embargo, si deseas hacerlo, tengo que…
—No —dije,
empujando mi silla hacia
atrás con tal
fuerza que chilló contra el suelo
de mármol. El estrés
del día anterior
y la confusión de
aquella mañana cayeron
sobre mí, destrozando hasta el
último pedazo de auto control que tenía—. No, eso no sucederá. Es
ridículo… ¿probadores de comida?
¿Guardias armados? ¿Su
Alteza? ¿Por qué? ¿Qué se supone
que debo estar haciendo aquí?
Todos parecían
sorprendidos por mi arrebato de cólera, y pasó un buen rato antes de que
alguien hablara. Cuando lo hicieron, fue Artemisa.
—Accediste quedarte
aquí por seis meses al año, ¿no?
—Sí —dije, frustrada.
Ellos no entendían—. Pero no estuve de acuerdo con probadores de comida ni… ni
nada de esto.
—Lo hiciste —dijo con
calma—. Es parte del trato.
— ¿Por qué?
Nadie me contestó.
Apreté mi falda con tanta fuerza que pensé que se desgarraría.
—Déjenme ver a Peter
—dije—. Quiero hablar con él.
El silencio era
ensordecedor, y algo dentro de mí se rompió.
— ¡Déjenme hablar con
él!
—Estoy aquí.
El sonido
de su voz,
baja y suave,
me sobresaltó. Girando
alrededor, logré perder
el equilibrio, apenas alcanzando sostenerme de la silla. Peter se detuvo
frente a mí, mucho más cerca de lo que esperaba. Su joven y perfecto rostro
estaba en blanco, y mi corazón dio un vuelco. Cuando logré recuperar mi voz,
salió más como un chillido, pero no me importó.
Quería respuestas.
— ¿Por qué? —le
dije—. ¿Por qué estoy aquí? No soy tu princesa, y no me inscribí para nada de
esto, ¿entonces por qué está sucediendo?
Henry me ofreció
su mano, y
vacilé, pero finalmente
la acepté. Su
piel se sentía sorprendentemente cálida contra la
mía. No sé lo que había esperado… hielo, tal vez. No calor. No alguna prueba de
vida.Continuará...
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