domingo, 13 de julio de 2014

Capítulo 3


—Después de usted, madeimoselle.
Madeimoselle. Me quedé mirando el suelo para evitar darle una mirada extraña. No quería ser grosera en mi primer día.
—Gracias —murmuré, dando un paso adentro para caminar más rápido. Era más alto que yo, sin embargo, no me paso en ningún momento. Para mi horror, en lugar de pasarme, desaceleró por lo que fuimos caminando juntos.
—¿Te conozco?
¡Oh, Dios! ¿Esperaba que le contestara? Afortunadamente, él parecía creer que no lo haría, porque no me dio la oportunidad de responder.
—Yo no te conozco.
Brillante Observación, Einstein.
—Debería conocerte.
Justo fuera de la oficina, él se volteó, colocándose entre la entrada y yo. Me extendió su mano, me miró expectante.
—Yo  soy  Hermes  —dijo,  y  finalmente  conseguí  un  buen  vistazo  de  su  cara.  Aun  siendo juvenil, se veía mayor de lo que pensaba. Sus facciones se endurecieron, más maduras de lo que esperaba—. Hermes MacDuffy. Ríete y me veré obligado a odiarte.
Al no tener otra opción, me obligué a darle una pequeña sonrisa y le cogí la mano. 
—Lali Esposito.
Se me quedó mirando durante más tiempo de lo que era estrictamente necesario, con una sonrisa tonta en la cara. Como los segundos pasaban, me quedé allí, cambiando incómoda de un pie al otro, y finalmente me aclaré la garganta.
—Ehh… ¿podrías tal vez...?
—¿Qué? Oh. —Hermes dejó caer mi mano  y abrió la puerta, una  vez más, manteniéndola abierta para mí—. Después de ti, Lali Esposito.
Entré,  ubicando mi bolso  más cerca.  Dentro  de la  oficina  había una  mujer  vestida  de la cabeza a los pies de color azul, con el pelo castaño liso.
—Hola, soy…
—Lali Esposito —interrumpió Hermes, ubicándose junto a mí—. Yo no la conozco.
La recepcionista logró suspirar y reír al mismo tiempo. 
—¿Qué es esta vez, Hermes?
—Un neumático desinflado. —Él sonrió—. He tenido que cambiarlo yo mismo.
Ella se puso a escribir en un bloc de color rosa, luego arrancó la hoja y se la entregó. 
—Camina.
—¿Yo? —Amplió su sonrisa—. Sabes, Atenas, si sigues dudando así de mí, voy a comenzar a pensar que no te gusto más. ¿A la misma hora mañana? 
Ella se rió entre dientes, y Hermes finalmente desapareció. Me negué a mirarlo, en vez eso miré fijamente un anuncio pegado en el mostrador. Al parecer, el Día de la Fotografía se había sido hace tres semanas.
—Mariana  Esposito  —dijo  la  mujer  — Atenas—  una  vez  que  la  puerta  de  la  oficina  se cerró—. Te hemos estado esperando.
Ella se puso a mirar un archivo, y yo me quedé parada torpemente, deseando que hubiera algo que decir. No era muy habladora, pero al menos podía mantener una conversación. A veces.
—Tiene un bonito nombre.
Ella arqueó las cejas perfectamente depiladas. 
—¿Lo tengo? Me alegro de que creas eso. Me gusta creerlo también. Ah, aquí vamos. —Sacó una hoja de papel y me lo entregó—. Tu horario, un mapa de la escuela. No debería ser demasiado difícil encontrar los pasillos, están codificados por color, y si te pierdes, sólopregunta. Todos somos lo suficientemente amables por aquí. 
Asentí con la cabeza, tomando nota de mi primera clase. Cálculo. Genial.  
—Gracias.
—Cuando quieras, querida.
Me  volteé  para  salir,  pero  cuando  mi mano tocó  el  pomo  de  la  puerta,  ella se  aclaró la garganta.
 —¿Señorita Esposito? Yo sólo quería decir que lo siento. Acerca de su madre, quiero decir. La conocí hace mucho tiempo, y… bien. Lo siento mucho.
 Cerré los ojos. Todo el mundo lo sabía. No sabía cómo, pero lo sabían. Mi madre dijo que su familia había vivido en Eden durante generaciones, y había sido una estupidez pensar que podía salirse con la mía y pasar desapercibida.
Parpadeando para contener las lágrimas, le di vuelta al pomo y me apresuré a salir de la oficina,  manteniendo  la  cabeza  agachada,  con  la  esperanza  de que Heres  no  tratara  de hablarme otra vez.
Cuando di una vuelta en la esquina, me encontré directamente con lo que parecía ser una pared. Y me encontré en el suelo, el contenido de mi bolso  se derramó por todas partes.
Mis mejillas ardían, y traté de recoger mis cosas cuando alguien murmuró una disculpa.
—¿Estás bien?
Miré hacia arriba. El muro humano me miró y me encontré cara a cara con una chaqueta de  fútbol  americano.  Al  parecer,  Hermes  y  yo  no  éramos  los  únicos  en  llegar  tarde  esta mañana.
—Soy  Ares.  —Se  arrodilló  a  mi  lado,  ofreciéndome  una  mano.  Yo  sólo  la  sostuve  el tiempo suficiente para sentarme.
—Lali —le dije. Él me dio mis cuadernos, y yo se los arrebaté, empujándolos dentro de mi bolso. Dos libros de texto y cinco  carpetas más tarde, me levanté y sacudí mis jeans.
Fue entonces cuando me di cuenta de que él era lindo. No sólo en Eden, sino lindo bajo las normas de Nueva York, también. Aun así, había algo en la forma en que me miraba que me hizo querer alejarme.

Antes de que pudiera hacer precisamente eso, una linda chica rubia se puso a su lado y me miró  una  y  otra  vez.  Ella  podría  haber  estado  sonriendo,  pero  por  la  forma  en  que  se apoyaba  en su  costado y  agarraba  su brazo,  bien  podría  haber  orinado sobre  él. Estaba claramente marcado territorio. 

Continuará...

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