Capítulo 3
—Después de usted, madeimoselle.
Madeimoselle. Me
quedé mirando el suelo para evitar darle una mirada extraña. No quería ser
grosera en mi primer día.
—Gracias —murmuré,
dando un paso adentro para caminar más rápido. Era más alto que yo, sin
embargo, no me paso en ningún momento. Para mi horror, en lugar de pasarme, desaceleró
por lo que fuimos caminando juntos.
—¿Te conozco?
¡Oh, Dios! ¿Esperaba
que le contestara? Afortunadamente, él parecía creer que no lo haría, porque no
me dio la oportunidad de responder.
—Yo no te conozco.
Brillante
Observación, Einstein.
—Debería conocerte.
Justo fuera de la
oficina, él se volteó, colocándose entre la entrada y yo. Me extendió su mano,
me miró expectante.
—Yo soy
Hermes —dijo, y
finalmente conseguí un
buen vistazo de
su cara. Aun
siendo juvenil, se veía mayor de lo que pensaba. Sus facciones se
endurecieron, más maduras de lo que esperaba—. Hermes MacDuffy. Ríete y me veré
obligado a odiarte.
Al no tener otra
opción, me obligué a darle una pequeña sonrisa y le cogí la mano.
—Lali Esposito.
Se me quedó mirando
durante más tiempo de lo que era estrictamente necesario, con una sonrisa tonta
en la cara. Como los segundos pasaban, me quedé allí, cambiando incómoda de un
pie al otro, y finalmente me aclaré la garganta.
—Ehh… ¿podrías tal
vez...?
—¿Qué? Oh. —Hermes
dejó caer mi mano y abrió la puerta,
una vez más, manteniéndola abierta para
mí—. Después de ti, Lali Esposito.
Entré, ubicando mi bolso más cerca.
Dentro de la oficina
había una mujer vestida
de la cabeza a los pies de color azul, con el pelo castaño liso.
—Hola, soy…
—Lali Esposito —interrumpió Hermes, ubicándose junto a mí—. Yo
no la conozco.
La recepcionista
logró suspirar y reír al mismo tiempo.
—¿Qué es esta vez,
Hermes?
—Un neumático
desinflado. —Él sonrió—. He tenido que
cambiarlo yo mismo.
Ella se puso a
escribir en un bloc de color rosa, luego arrancó la hoja y se la entregó.
—Camina.
—¿Yo? —Amplió su
sonrisa—. Sabes, Atenas, si sigues
dudando así de mí, voy a comenzar a pensar que no te gusto más. ¿A la misma
hora mañana?
Ella se rió entre
dientes, y Hermes finalmente desapareció. Me negué a mirarlo, en vez eso miré
fijamente un anuncio pegado en el mostrador. Al parecer, el Día de la
Fotografía se había sido hace tres semanas.
—Mariana Esposito —dijo la mujer
— Atenas— una vez que
la puerta de
la oficina se cerró—. Te
hemos estado esperando.
Ella se puso a mirar
un archivo, y yo me quedé parada torpemente, deseando que hubiera algo que
decir. No era muy habladora, pero al menos podía mantener una conversación. A veces.
—Tiene un bonito
nombre.
Ella arqueó las cejas
perfectamente depiladas.
—¿Lo tengo? Me alegro
de que creas eso. Me gusta creerlo también. Ah, aquí vamos. —Sacó una hoja de
papel y me lo entregó—. Tu horario, un mapa de la escuela. No debería ser
demasiado difícil encontrar los pasillos, están codificados por color, y si te
pierdes, sólopregunta. Todos somos
lo suficientemente amables por aquí.
Asentí con la cabeza,
tomando nota de mi primera clase. Cálculo. Genial.
—Gracias.
—Cuando quieras,
querida.
Me volteé
para salir, pero
cuando mi mano tocó el
pomo de la
puerta, ella se aclaró la garganta.
—¿Señorita Esposito? Yo sólo quería decir que
lo siento. Acerca de su madre, quiero decir. La conocí hace mucho tiempo, y…
bien. Lo siento mucho.
Cerré los ojos. Todo el mundo lo sabía. No
sabía cómo, pero lo sabían. Mi madre dijo que su familia había vivido en Eden
durante generaciones, y había sido una estupidez pensar que podía salirse con
la mía y pasar desapercibida.
Parpadeando para
contener las lágrimas, le di vuelta al pomo y me apresuré a salir de la oficina, manteniendo
la cabeza agachada,
con la esperanza
de que Heres
no tratara de hablarme otra vez.
Cuando di una vuelta
en la esquina, me encontré directamente con lo que parecía ser una pared. Y me
encontré en el suelo, el contenido de mi bolso
se derramó por todas partes.
Mis mejillas ardían,
y traté de recoger mis cosas cuando alguien murmuró una disculpa.
—¿Estás bien?
Miré hacia arriba. El
muro humano me miró y me encontré cara a cara con una chaqueta de fútbol
americano. Al parecer,
Hermes y yo
no éramos los
únicos en llegar
tarde esta mañana.
—Soy Ares.
—Se arrodilló a mi lado,
ofreciéndome una mano.
Yo sólo la
sostuve el tiempo suficiente para
sentarme.
—Lali —le dije. Él me
dio mis cuadernos, y yo se los arrebaté, empujándolos dentro de mi bolso. Dos
libros de texto y cinco carpetas más
tarde, me levanté y sacudí mis jeans.
Fue entonces cuando
me di cuenta de que él era lindo. No sólo en Eden, sino lindo bajo las normas
de Nueva York, también. Aun así, había algo en la forma en que me miraba que me
hizo querer alejarme.
Antes de que pudiera
hacer precisamente eso, una linda chica rubia se puso a su lado y me miró una
y otra vez.
Ella podría haber
estado sonriendo, pero
por la forma
en que se apoyaba
en su costado y agarraba su brazo, bien
podría haber orinado sobre
él. Estaba claramente marcado territorio.
Continuará...
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