martes, 15 de julio de 2014

capitulo 10


— ¿Por qué? —dijo, y yo me encogí de hombros patéticamente. ¿Qué es lo que esperaba que dijera?
—Porque —le dije—. Ella, ella no merecía... ella no merecía morir.
Peter se quedó en silencio un largo rato, y miró el cuerpo cubierto de Afrodita. 
— ¿Qué harías para que ella vuelva?
Me esforcé para entender lo que estaba diciendo. 
— ¿Volver? —A la condición que tenía antes de que saltara al agua. Viva.
En mi pánico, ya sabía mi respuesta. ¿Qué haría yo para que Afrodita volviera? ¿Qué es lo que haría para evitar que la muerte estrechara su agarre sobre los fragmentos de mi vida que todavía  no  había  robado?  Había  marcado  a  mi  madre  y  estaba  esperando  las  alas  para llevársela de mí, acercándose más cada día. Ella podría  haber estado lista para darse por vencida, pero nunca dejaría de luchar por ella. Y maldición no iba a dejar que reclamara otra víctima justo en frente de mí, sobre todo cuando era por mi culpa que Afrodita estaba aquí, en primer lugar. 
—Cualquier cosa.
— ¿Cualquier cosa?
—Sí. ¿Puedes ayudarla? —Una esperanza irracional se encendió dentro de mí. Tal vez era un médico. Tal vez él sabía cómo ayudarla.
—Lali... ¿alguna vez has oído la historia de Perséfone?
A mi madre le encantaba la mitología griega, y solía leerme las historias cuando era niña.
Pero, ¿qué tenía eso que ver con esto? 
—¿Qué?  Sí,  hace  mucho tiempo  —le  dije,  desconcertada—.  ¿Puedes  solucionarlo? Está  ella… ¿puedes? ¿Por favor? 
Peter se levantó.
—Sí, si me prometes una cosa.
—Lo que tú quieras. —Estaba de pie, también, con esperanza.
—Lee el mito de Perséfone otra vez, y lo descubrirás. —Dio un paso hacia mí y rozó la punta de los dedos contra mi mejilla. Me aparté, pero mi piel se sentía como si estuviera en llamas, donde me tocó. Puso sus manos en los bolsillos, no le preocupó mi rechazo—. El equinoccio de otoño es en dos semanas. Léelo, y lo entenderás. 
Dio un paso atrás, y me quedé allí, confundida. Volteándome a mirar a Afrodita, dije: 
— ¿Pero, qué pasa con…?
Levanté la mirada y él se había ido. Tropezando hacia adelante, mis pies entumecidos, miré a mi alrededor salvajemente. 
— ¿Peter? ¿Qué hay de…?
— ¿Lali?
Mi  corazón  dio  un  brinco  en  mi  garganta.  Afrodita.  Caí  de  rodillas junto  a  ella,  demasiado asustada  como para tocarla,  pero  sus  ojos estaban  abiertos y no  sangraba más,  y estaba viva.
— ¿Afrodita? —jadeé.
— ¿Qué pasó? —dijo ella, tratando de sentarse y limpiando la sangre de sus ojos.
—Te pegaste en la cabeza y... —Me calmé. ¿Y qué?
Afrodita  tropezó  con  sus  pies  y  se  tambaleó,  pero  me  acerqué  para  sostenerla  con  manos temblorosas. 
— ¿Todo bien? —dije, aturdida, y Afrodita asintió con la cabeza. Envolví mis brazos alrededor de  su  cintura  desnuda  para  ayudarla  a  mantenerse en  posición  vertical.  La  chaqueta  de Peter se había ido—. Vamos a casa.
En el momento en que metí en la cama esa noche después del lavar la sangre de abajo de mis uñas, casi me había convencido a mí misma que no era real. Que haberlo visto hoy y desde  el  coche  a  principios  de  la  semana  había  sido  mi  imaginación.  Era  la  única explicación  lógica.  Me golpeé  la  cabeza  cuando  salté  al  río,  y  en  el  coche  había  estado agotada. Afrodita había estado bien desde el principio, y Peter...
Peter era sólo un sueño.
Ese  fin  de  semana  el  teléfono  sonó  a  todas  horas,  casi  todas  las  horas  antes  de  que  lo desconectara. Mi madre necesitaba descansar, y después de lo que había sucedido, todo lo que quería hacer era cortar con el resto del mundo y hacerle compañía. No sabía quién era, y no me importaba.
El río helado no me había hecho ningún favor, y dormí la mayor parte del fin de semana en la  mecedora  junto  a  la  cama  de  mi  madre.  Fue  un  sueño  agitado,  lleno  de  las  mismas pesadillas que había tenido casi todas las noches desde mi llegada a Eden, pero ahora había una nueva. Pasó exactamente como la  noche  pasada,  con Afrodita zambulléndose  en el río y golpeándose la cabeza, y yo saltando al agua para salvarla. Pero cuando sacaba el cuerpo fuera del río, no era su rostro el que veía, pálido y sin vida, con el charco de sangre en el suelo. Era el mío.
Tuve  que  usar  una  máscara  quirúrgica  alrededor  de  mi  madre.  Me  sentía  con  fiebre  y dolor, y con una tos profunda en el pecho que no podía quitarme, pero alguien tenía que cuidar de ella. Eché la medicina por mi garganta, con la esperanza de que me haría sentir mejor, y para cuando el lunes llegó, me sentí lo suficientemente bien como para desafiar la escuela una vez más. En el momento en que entré en la cafetería a la hora del almuerzo, Hermes se unió a mi lado, ya  con  su  bandeja  llena  de  papas  fritas.  Balbuceó  alegremente  sobre  un  nuevo  CD  que había comprado el fin de semana e incluso me lo ofreció para que lo escuchara, pero negué con la cabeza. No estaba de humor para la música.
— ¿Lali? —Habíamos tomado nuestros asientos, y ya había empapado sus papas fritas en salsa de tomate—. Estás muy silenciosa hoy. ¿Está tu mamá bien? 
Levanté la mirada de mi sándwich sin comer. 
—Ella está aguantando.
—Entonces, ¿qué está mal? —La expresión de su rostro dejó en claro que no iba a dejarlo pasar.
—Nada. Estuve enferma todo el fin de semana, eso es todo. 
—Oh, está bien. —Se metió una fritura en la boca—. Faltaste el viernes. Tengo tu tarea.
—Gracias. —Al menos no me presionaba.
—¿Fuiste a la fiesta con Afrodita?
Me quedé helada. ¿Era tan obvio? ¿Había algo en mi expresión que le dijo? No, era sólo

una conversación ociosa.

Continuará...

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