capitulo 10
— ¿Por qué? —dijo, y
yo me encogí de hombros patéticamente. ¿Qué es lo que esperaba que dijera?
—Porque —le dije—.
Ella, ella no merecía... ella no merecía morir.
Peter se quedó en
silencio un largo rato, y miró el cuerpo cubierto de Afrodita.
— ¿Qué harías para
que ella vuelva?
Me esforcé para
entender lo que estaba diciendo.
— ¿Volver? —A la
condición que tenía antes de que saltara al agua. Viva.
En mi pánico, ya
sabía mi respuesta. ¿Qué haría yo para que Afrodita volviera? ¿Qué es lo que
haría para evitar que la muerte estrechara su agarre sobre los fragmentos de mi
vida que todavía no había
robado? Había marcado
a mi madre
y estaba esperando
las alas para llevársela de mí, acercándose más cada
día. Ella podría haber estado lista para
darse por vencida, pero nunca dejaría de luchar por ella. Y maldición no iba a
dejar que reclamara otra víctima justo en frente de mí, sobre todo cuando era
por mi culpa que Afrodita estaba aquí, en primer lugar.
—Cualquier cosa.
— ¿Cualquier cosa?
—Sí. ¿Puedes
ayudarla? —Una esperanza irracional se encendió dentro de mí. Tal vez era un
médico. Tal vez él sabía cómo ayudarla.
—Lali... ¿alguna vez
has oído la historia de Perséfone?
A mi madre le
encantaba la mitología griega, y solía leerme las historias cuando era niña.
Pero, ¿qué tenía eso
que ver con esto?
—¿Qué? Sí,
hace mucho tiempo —le
dije, desconcertada—. ¿Puedes
solucionarlo? Está ella… ¿puedes?
¿Por favor?
Peter se levantó.
—Sí, si me prometes
una cosa.
—Lo que tú quieras.
—Estaba de pie, también, con esperanza.
—Lee el mito de
Perséfone otra vez, y lo descubrirás. —Dio un paso hacia mí y rozó la punta de
los dedos contra mi mejilla. Me aparté, pero mi piel se sentía como si
estuviera en llamas, donde me tocó. Puso sus manos en los bolsillos, no le
preocupó mi rechazo—. El equinoccio de otoño es en dos semanas. Léelo, y lo
entenderás.
Dio un paso atrás, y
me quedé allí, confundida. Volteándome a mirar a Afrodita, dije:
— ¿Pero, qué pasa
con…?
Levanté la mirada y
él se había ido. Tropezando hacia adelante, mis pies entumecidos, miré a mi
alrededor salvajemente.
— ¿Peter? ¿Qué hay
de…?
— ¿Lali?
Mi corazón
dio un brinco
en mi garganta.
Afrodita. Caí de
rodillas junto a ella,
demasiado asustada como para
tocarla, pero sus
ojos estaban abiertos y no sangraba más,
y estaba viva.
— ¿Afrodita? —jadeé.
— ¿Qué pasó? —dijo
ella, tratando de sentarse y limpiando la sangre de sus ojos.
—Te pegaste en la
cabeza y... —Me calmé. ¿Y qué?
Afrodita tropezó
con sus pies
y se tambaleó,
pero me acerqué
para sostenerla con
manos temblorosas.
— ¿Todo bien? —dije,
aturdida, y Afrodita asintió con la cabeza. Envolví mis brazos alrededor
de su
cintura desnuda para
ayudarla a mantenerse en
posición vertical. La
chaqueta de Peter se había ido—.
Vamos a casa.
En el momento en que
metí en la cama esa noche después del lavar la sangre de abajo de mis uñas,
casi me había convencido a mí misma que no era real. Que haberlo visto hoy y
desde el
coche a principios
de la semana
había sido mi
imaginación. Era la
única explicación lógica. Me golpeé
la cabeza cuando
salté al río,
y en el
coche había estado agotada. Afrodita había estado bien
desde el principio, y Peter...
Peter era sólo un
sueño.
Ese fin
de semana el
teléfono sonó a
todas horas, casi
todas las horas
antes de que lo
desconectara. Mi madre necesitaba descansar, y después de lo que había
sucedido, todo lo que quería hacer era cortar con el resto del mundo y hacerle
compañía. No sabía quién era, y no me importaba.
El río helado no me
había hecho ningún favor, y dormí la mayor parte del fin de semana en la mecedora
junto a la
cama de mi
madre. Fue un
sueño agitado, lleno
de las mismas pesadillas que había tenido casi todas
las noches desde mi llegada a Eden, pero ahora había una nueva. Pasó
exactamente como la noche pasada,
con Afrodita zambulléndose en el
río y golpeándose la cabeza, y yo saltando al agua para salvarla. Pero cuando
sacaba el cuerpo fuera del río, no era su rostro el que veía, pálido y sin
vida, con el charco de sangre en el suelo. Era el mío.
Tuve que
usar una máscara
quirúrgica alrededor de
mi madre. Me
sentía con fiebre
y dolor, y con una tos profunda en el pecho que no podía quitarme, pero
alguien tenía que cuidar de ella. Eché la medicina por mi garganta, con la
esperanza de que me haría sentir mejor, y para cuando el lunes llegó, me sentí
lo suficientemente bien como para desafiar la escuela una vez más. En el
momento en que entré en la cafetería a la hora del almuerzo, Hermes se unió a
mi lado, ya con su
bandeja llena de
papas fritas. Balbuceó
alegremente sobre un
nuevo CD que había comprado el fin de semana e incluso
me lo ofreció para que lo escuchara,
pero negué con la cabeza. No estaba de humor para la música.
— ¿Lali? —Habíamos
tomado nuestros asientos, y ya había empapado sus papas fritas en salsa de
tomate—. Estás muy silenciosa hoy. ¿Está tu mamá bien?
Levanté la mirada de
mi sándwich sin comer.
—Ella está aguantando.
—Entonces, ¿qué está
mal? —La expresión de su rostro dejó
en claro que no iba a dejarlo pasar.
—Nada. Estuve enferma
todo el fin de semana, eso es todo.
—Oh, está bien. —Se
metió una fritura en la boca—. Faltaste el viernes. Tengo tu tarea.
—Gracias. —Al menos
no me presionaba.
—¿Fuiste a la fiesta
con Afrodita?
Me quedé helada. ¿Era
tan obvio? ¿Había algo en mi expresión que le dijo? No, era sólo
una conversación
ociosa.
Continuará...
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