capitulo 12
Obre las siguientes
dos semanas, tuve una opción: olvidar el trato que había hecho, cancelarlo por
ridículo, y seguir con mi vida. Incluso si hubiera tenido otra opción, la salud
de mi madre se cercioraba de que toda mi atención estuviera enfocada en ella.
Pero Hermes
y Afrodita no me dejarían olvidarlo. Con cada día
que pasaba, ellos peleaban en susurros al otro lado de la mesa
del almuerzo, algunas veces parecía que olvidaban que yo estaba allí. Hermes
parecía determinado a hablarme de eso, señalando lo poco que conocía sobre Peter,
y cómo él tenía que estar un par de colores por debajo de un arcoíris para incluso
pensar en invitarme a quedarme con él por la mitad del resto de mi vida. Pero
por cada falla en el trato que Hermes traía a colación, Afrodita contraatacaba.
Ella defendía a Peter implacablemente,
aunque ninguno de
nosotros sabía algo
sobre él, pero
era lo suficientemente fácil
adivinar porqué lo hacía. Sin Peter, ella estaría muerta; por supuesto, sentía
algo de lealtad hacia él.
Ellos analizaban el
mito, ambos apropiándose en gran medida de éste para darle peso a sus argumentos, y
me pedían repetidamente
que les dijera
exactamente lo que
había dicho Peter, pero
había sólo un
poco de información
que podía darles.
Parte de mi se preocupaba y
contaba los días
con ellos, pero
una mayor parte
de mí estaba
demasiado enfocada en cuidar a mi madre. Las pesadillas también
continuaron, dejándome con sólo unas horas de sueño en la noche, pero nadie
comentaba sobre los círculos oscuros bajo mis ojos. Eden era un pueblo pequeño,
y todos sabían sobre mi madre.
Unos días antes del
inicio del otoño, llegué a casa para encontrarla sentada en medio del jardín
ahogado por hierbas, y un nudo de pánico se formó en mi garganta. Salí de mi
auto, me apresuré a su lado, arrodillándome cerca de ella para así poder
obtener un buen vistazo de su cara.
— ¿Mamá? —Dije,
mi voz ahogada
con preocupación—. Deberías
estar adentro descansando. — ¿Cómo
tenía la energía para hacer esto? Miré a Hestia, que estaba sentada el porche,
tejiendo.
Hestia se encogió de
hombros
—Ella insistió.
—Estoy bien, dormí
todo el día —dijo mamá, ondeando la mano para alejarme, pero
no antes de que
pudiera tener un buen
vistazo de ella. Su
piel estaba pálida
y fina como
el papel, pero había un brillo en sus ojos que no había estado allí en
las últimas semanas.
—Vamos —dije, tomándola del codo gentilmente y
tratando de hacerla levantarse. Pero permaneció obstinadamente sentada, y yo
estaba demasiado asustada de herirla para poner fuerza en esa tarea.
—Sólo otros
minutos —dijo, mirándome
suplicante—. No he
pasado tiempo afuera
en años. El sol se siente maravilloso.
Me dejé caer de nuevo
sobre mis rodillas. No había razón para pelear con ella.
— ¿Necesitas ayuda? —Hice
una cara ante
el lecho enredado
de hierbas. ¿Cuánto
había pasado desde que alguien lo hubiera atendido?
Su expresión se
alegró considerablemente ante mi oferta.
—No necesito ninguna,
pero me gustaría un poco. Justo empiezo a tirar de ellas.
Era un trabajo sucio,
pero juntas continuamos desyerbando el pequeño claro que ella ya había creado.
No quería pensar en cuánto tiempo había estado allí afuera. No tenía energía que
perder en esta clase de cosa, pero cuando mi madre ponía su mente en algo, no
había nada que la sacara de eso.
—Estaré de vuelta en
unos minutos —dijo Hestia desde el
porche, y fue hacia el interior, cerrando la puerta detrás de ella, y dejándonos
solas. Miré a mi madre por el rabillo del ojo mientras tiraba de una hierba que
era casi la mitad de alta de lo que yo era. Ante la primera señal de
problemas, la llevaría adentro.
Pero ella no había
estado así de energética y lúcida en días. No le había dicho lo que había pasado
en la fiesta, esperando no preocuparla, pero con el equinoccio de otoño
acercándose, y Hermes y
Afrodita en desacuerdo
entre ellos, encontré
que quería decirle,
si no la
historia completa, entonces al menos algo. Nunca le había escondido nada
como esto antes, y no habría muchas más
oportunidades para hablarle sobre ello.
— ¿Mamá? —dije
vacilando—. ¿Conoces la Mansión Eden?
—Por supuesto. —La
arruga en medio de su frente se profundizó mientras tiraba de una hierba
particularmente dura—. ¿Qué hay con ella?
Agarré la base de del
tallo debajo de su puño y ayudé. Después tiramos juntas, y ésta salió libre con
una lluvia de tierra
—¿Alguien llamado
Peter vive allí?
Ella se enderezó, sin
molestarse en tratar de esconder su sorpresa.
— ¿Por qué preguntas?
—Porque. —Me
moví inquieta sobre el
pasto, mis rodillas
ya empezaban a doler.
Sabía que debería haberle dicho y que ella querría saberlo, ¿pero qué si
trataba de hacer algo?
¿Qué si yo la
asustaba, y eso la hería?
Así que mentí.
—Algunos chicos de mi
escuela estuvieron hablando —dije,
incapaz de verla mientras la culpa me carcomía. Nunca le mentía a menos que
tuviera que hacerlo—. Simplemente me preguntaba si sabías algo de él.
Sus hombros
se hundieron, y se
inclinó hacia adelante para
poner un mechón
suelto de cabello largo detrás de mi oreja.
—Si insistes en
hablar de temas difíciles, ¿al menos podemos hablar de lo que va a pasar cuando
muera?
Estuve de pie en un
instante, todos mis pensamientos sobre Peter alejándose de mi cabeza.
—Es hora de ir
adentro.
Sus ojos se
estrecharon.
—Iré adentro cuando
hables conmigo.
—Estoy hablando
contigo —dije—. Por favor, mamá. Te vas a poner peor.
Ella sonrió sin
humor.
—No veo cómo. ¿Vas a
hablarme sobre eso o no?
Cerré mis ojos,
ignorando el escozor de las lágrimas. Esto no era justo. Todavía teníamos que tener
algo de tiempo,
¿no? Ella había
llegado tan lejos,
que seguramente podría hacerlo unos
meses más. Navidad,
pensé. Sólo una
navidad más juntas,
y luego podría aceptar decirle adiós. Había hecho el
mismo trato por los últimos cuatro años y, hasta el momento, había funcionado.
—No quiero
que me extrañes —dijo—.
Deberías vivir tu
propia vida, cariño,
y no ser agobiada por mí, especialmente una vez
que me vaya.
Continuará...
0 comentarios:
Publicar un comentario