martes, 15 de julio de 2014

capitulo 12


Obre las siguientes dos semanas, tuve una opción: olvidar el trato que había hecho, cancelarlo por ridículo, y seguir con mi vida. Incluso si hubiera tenido otra opción, la salud de mi madre se cercioraba de que toda mi atención estuviera enfocada en ella.
Pero  Hermes  y Afrodita  no me dejarían  olvidarlo. Con cada  día  que pasaba,  ellos  peleaban en susurros al otro lado de la mesa del almuerzo, algunas veces parecía que olvidaban que yo estaba allí. Hermes parecía determinado a hablarme de eso, señalando lo poco que conocía sobre Peter, y cómo él tenía que estar un par de colores por debajo de un arcoíris para incluso pensar en invitarme a quedarme con él por la mitad del resto de mi vida. Pero por cada falla en el trato que Hermes traía a colación, Afrodita contraatacaba. Ella defendía a Peter implacablemente,  aunque  ninguno  de  nosotros  sabía  algo  sobre  él,  pero  era  lo suficientemente fácil adivinar porqué lo hacía. Sin Peter, ella estaría muerta; por supuesto, sentía algo de lealtad hacia él.
Ellos analizaban el mito, ambos apropiándose en gran medida de éste para darle peso a sus argumentos,  y  me  pedían  repetidamente  que  les  dijera  exactamente  lo  que  había  dicho Peter,  pero  había  sólo  un  poco  de  información  que  podía  darles.  Parte  de  mi  se preocupaba  y  contaba  los  días  con  ellos,  pero  una  mayor  parte  de  mí  estaba  demasiado enfocada en cuidar a mi madre. Las pesadillas también continuaron, dejándome con sólo unas horas de sueño en la noche, pero nadie comentaba sobre los círculos oscuros bajo mis ojos. Eden era un pueblo pequeño, y todos sabían sobre mi madre.
Unos días antes del inicio del otoño, llegué a casa para encontrarla sentada en medio del jardín ahogado por hierbas, y un nudo de pánico se formó en mi garganta. Salí de mi auto, me apresuré a su lado, arrodillándome cerca de ella para así poder obtener un buen vistazo de su cara.
— ¿Mamá?  —Dije,  mi  voz  ahogada  con  preocupación—.  Deberías  estar  adentro descansando. — ¿Cómo tenía la energía para hacer esto? Miré a Hestia, que estaba sentada el porche, tejiendo.
Hestia se encogió de hombros
—Ella insistió.
—Estoy bien, dormí todo el día  —dijo  mamá, ondeando la mano para alejarme,  pero  no antes  de  que  pudiera  tener un  buen  vistazo  de ella.  Su  piel  estaba  pálida  y  fina  como  el papel, pero había un brillo en sus ojos que no había estado allí en las últimas semanas.
—Vamos  —dije, tomándola del codo gentilmente y tratando de hacerla levantarse. Pero permaneció obstinadamente sentada, y yo estaba demasiado asustada de herirla para poner fuerza en esa tarea.
—Sólo  otros  minutos  —dijo,  mirándome  suplicante—.  No  he  pasado  tiempo  afuera  en años. El sol se siente maravilloso.
Me dejé caer de nuevo sobre mis rodillas. No había razón para pelear con ella. 
— ¿Necesitas  ayuda?  —Hice  una  cara  ante  el  lecho  enredado  de  hierbas.  ¿Cuánto  había pasado desde que alguien lo hubiera atendido?
Su expresión se alegró considerablemente ante mi oferta. 
—No necesito ninguna, pero me gustaría un poco. Justo empiezo a tirar de ellas.
Era un trabajo sucio, pero juntas continuamos desyerbando el pequeño claro que ella ya había creado. No quería pensar en cuánto tiempo había estado allí afuera. No tenía energía que perder en esta clase de cosa, pero cuando mi madre ponía su mente en algo, no había nada que la sacara de eso.
—Estaré de vuelta en unos minutos  —dijo Hestia desde el porche, y fue hacia el interior, cerrando la puerta detrás de ella, y dejándonos solas. Miré a mi madre por el rabillo del ojo mientras tiraba de una hierba que era casi la mitad de alta  de  lo que yo era. Ante la primera señal de problemas, la llevaría adentro.
Pero ella no había estado así de energética y lúcida en días. No le había dicho lo que había pasado en la fiesta, esperando no preocuparla, pero con el equinoccio de otoño acercándose, y  Hermes  y  Afrodita  en  desacuerdo  entre  ellos,  encontré  que  quería  decirle,  si  no  la  historia completa, entonces al menos algo. Nunca le había escondido nada como esto antes,  y no habría muchas más oportunidades para hablarle sobre ello.
— ¿Mamá? —dije vacilando—. ¿Conoces la Mansión Eden?
—Por supuesto. —La arruga en medio de su frente se profundizó mientras tiraba de una hierba particularmente dura—. ¿Qué hay con ella?
Agarré la base de del tallo debajo de su puño y ayudé. Después tiramos juntas, y ésta salió libre con una lluvia de tierra
—¿Alguien llamado Peter vive allí?
Ella se enderezó, sin molestarse en tratar de esconder su sorpresa. 
— ¿Por qué preguntas?
—Porque.  —Me  moví  inquieta sobre  el  pasto,  mis  rodillas  ya  empezaban  a doler.  Sabía que debería haberle dicho y que ella querría saberlo, ¿pero qué si trataba de hacer algo?
¿Qué si yo la asustaba, y eso la hería?
Así que mentí.
—Algunos chicos de mi escuela estuvieron hablando  —dije, incapaz de verla mientras la culpa me carcomía. Nunca le mentía a menos que tuviera que hacerlo—. Simplemente me preguntaba si sabías algo de él.
Sus  hombros  se  hundieron, y  se  inclinó  hacia  adelante para  poner  un  mechón  suelto de cabello largo detrás de mi oreja. 
—Si insistes en hablar de temas difíciles, ¿al menos podemos hablar de lo que va a pasar cuando muera?
Estuve de pie en un instante, todos mis pensamientos sobre Peter alejándose de mi cabeza. 
—Es hora de ir adentro.
Sus ojos se estrecharon. 
—Iré adentro cuando hables conmigo.
—Estoy hablando contigo —dije—. Por favor, mamá. Te vas a poner peor.
Ella sonrió sin humor. 
—No veo cómo. ¿Vas a hablarme sobre eso o no?
Cerré mis ojos, ignorando el escozor de las lágrimas. Esto no era justo. Todavía teníamos que  tener  algo  de  tiempo,  ¿no?  Ella  había  llegado  tan  lejos,  que  seguramente  podría hacerlo  unos  meses  más.  Navidad,  pensé.  Sólo  una  navidad  más  juntas,  y  luego  podría aceptar decirle adiós. Había hecho el mismo trato por los últimos cuatro años y, hasta el momento, había funcionado.

—No  quiero  que  me  extrañes  —dijo—.  Deberías  vivir  tu  propia  vida,  cariño,  y  no  ser agobiada por mí, especialmente una vez que me vaya.

Continuará... 

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