Capitulo 5
Mientras caminaba hacia mi auto después de que la última campana sonara, Hermes me alcanzó, con música saliendo de los auriculares que colgaban de su cuello, pero, por lo menos, él estaba en silencio. Seguía molesta porque no me ayudó con Afrodita, así que esperé
hasta que llegué a mi
auto para acusarlo.
—¿Se me
cayó algo? —dije,
incapaz de pensar
en cualquier otra
manera de aclarar
mi punto. No quería hablar con él.
—¿Qué? No, por
supuesto que no. Si lo hicieras, te lo devolvería. —Su desconcierto me confundía. ¿Realmente no había entendido?
Me detuve con la
llave en la cerradura, preguntándome cuanto iba a durar esto. ¿Era sólo por
hoy, o tenía que esperar que mi status de nueva curiosidad desapareciera? Me
habían estado observando durante todo el día, pero nadie más además de Hermes,
Ares y Afrodita se habían acercado a mí. No estaba sorprendida. Ellos se
conocían entre sí desde que usaban pañales, y habían forjado sus grupos desde
el preescolar, más que probable. No pertenecía a ningún lugar aquí. Lo sabía,
ellos lo sabían, y eso me parecía perfecto.
—No tengo citas.
Las palabras salieron
antes de que pudiera detenerme, pero ahora que las dije, tenía que seguir.
—Incluso en
mi antigua casa, no
salía con chicos.
Es sólo... no
lo hago. No es nada personal. No estoy inventando excusas.
Lo digo en serio... no salgo.
En ves de
lucir decepcionado o
cabizbajo, Hermes me miró con
sus grandes ojos azules
y una expresión en blanco. Mientras los segundos pasaban, sentí mis
mejillas enrojecer. Al parecer, salir conmigo había sido la última cosa en su
mente.
—Creo que eres
bonita.
Pestañeé. O quizás
no.
—Pero eres por lo
menos un ocho, y yo soy un cuatro. No se nos permite salir juntos. Lo dice la
sociedad.
Mirándolo, traté
de averiguar si
estaba hablando en
serio. No lucía
como si estuviera bromeando, y me estaba mirando de
nuevo, como si estuviera esperando alguna clase de respuesta además de un
bufido.
—¿Un ocho? —exclamé.
Fue la única cosa que pude decir.
—Quizás un nueve, si
te maquillas un poco. Pero me gustan las ocho. A las ocho no se les sube a la
cabeza. Las nueve lo hacen. Y las diez no saben ser otra cosa que dioses...
como Afrodita.
Él estaba hablando en
serio. Giré la llave en la cerradura, deseando tener un celular para fingir que
alguien me llamaba.
—Bueno… gracias,
supongo.
—De nada. —Hizo una
pausa—. ¿Lali? ¿Puedo preguntarte algo?
Me mordí el labio para detenerme de señalar que ya lo
había hecho.
—Seguro, dispara.
—¿Qué está mal con tu
madre?
Me congelé,
y mi estómago se
revolvió. No dije
nada por varios instantes, pero
él aún esperaba una respuesta.
Mi madre. Su enfermedad
era la última cosa sobre la que quería hablar. Parecía equivocado difundirlo, como
que estaba de
alguna manera difundiéndola
a ella también.
Y egoístamente quería mantenerla
para mí misma,
por esos pocos
últimos días, semanas, meses… por el tiempo que me quedara
con ella, quería que sólo fuera ella y yo. Ella no era
una exposición rara a
la que pudieran ver o algún chisme que pudieran susurrar una y otra vez, no los
dejaría hacerle eso a ella. No los dejaría contaminar su memoria así.
Hermes se
inclinó contra mi
auto, y vi
un destello de
simpatía en sus
ojos. Odiaba ser compadecida.
—¿Cuánto tiempo le
queda?
Tragué saliva. Para
alguien con cero habilidades sociales, podía leerme como un maldito libro. O tal
vez realmente era eso obvio.
—Los doctores le
dieron seis meses de vida cuando yo era una estudiante de primer año.
—Agarraba las llaves
de mi auto tan fuerte que el metal cortaba mi piel. El dolor era una distracción bienvenida,
pero no era lo suficiente
para hacer al
nudo de mi
garganta desaparecer—. Ella ha estado esperando por un largo tiempo.
—Y ahora ella está
lista.
Me sentí aturdida.
Mis manos me temblaban.
—¿Tú lo estás?
El aire alrededor de
nosotros parecía sobrenaturalmente pesado para septiembre. Cuando me concentré
en Hermes nuevamente, atormentando mi cerebro por algo que decir que lo hiciera
irse antes de que comenzara a llorar, me di cuenta de que casi todos los otros
autos se habían ido.
Hermes llegó a mi
alrededor y abrió la puerta.
—¿Estás bien para
manejar a casa?
¿Lo estaba?
—Sí.
Él esperó mientras me
subía al auto y, gentilmente, cerró la puerta detrás de mí. Bajé mi ventanilla
tan pronto como arranqué el motor.
—¿Quieres que te
lleve?
Él sonrió, inclinando
su cabeza como si hubiera dicho algo sorprendente.
—He caminado a casa
cada solitario día de la preparatoria hasta ahora, en la lluvia, nieve, aguanieve,
granizo, cualquier cosa. Tú eres la primera persona que se ofrece a llevarme a casa.
Me ruboricé.
—No es gran cosa. La
oferta sigue en pie, si quieres.
Hermes me miró por un
momento, como si estuviera tomando algún tipo de decisión sobre mí.
—No, está bien,
caminaré. Sin embargo, gracias.
No estaba segura de
si estar aliviada o sentirme culpable por querer sentirme aliviada.
—Te veo mañana
entonces.
Él asintió,
y puse el
auto en reversa.
Justo antes de que quitara
mi pie del
acelerador,
Hermes estaba al lado
de la ventanilla de nuevo.
—¿Oye, Lali? Tal vez
ella esperará un poco más.
No dije
nada, desconfiando de mí para
mantener la compostura.
Él miró mientras
me retiraba del espacio,
y cuando giré
sobre la calle
principal, capturé un
vislumbre de él atravesando el estacionamiento. Se había
puesto sus auriculares de nuevo
A mitad de camino a
casa, tuve que parar y darme tiempo para llorar.
Continuará...
El último de hoy espero que les hayan gustado los capítulos mañana seguimos con más.
Besos!
0 comentarios:
Publicar un comentario