domingo, 13 de julio de 2014

Capitulo 5


Mientras  caminaba  hacia  mi  auto  después  de  que  la  última  campana  sonara,  Hermes  me alcanzó,  con  música  saliendo  de  los  auriculares que  colgaban  de  su  cuello,  pero,  por  lo menos, él estaba en silencio. Seguía molesta porque no me ayudó con Afrodita, así que esperé
hasta que llegué a mi auto para acusarlo.
—¿Se  me  cayó  algo?  —dije,  incapaz  de  pensar  en  cualquier  otra  manera  de  aclarar  mi punto. No quería hablar con él.
—¿Qué? No, por supuesto  que no.  Si lo hicieras, te  lo devolvería.  —Su desconcierto  me confundía. ¿Realmente no había entendido?
Me detuve con la llave en la cerradura, preguntándome cuanto iba a durar esto. ¿Era sólo por hoy, o tenía que esperar que mi status de nueva curiosidad desapareciera? Me habían estado observando durante todo el día, pero nadie más además de Hermes, Ares y Afrodita se habían acercado a mí. No estaba sorprendida. Ellos se conocían entre sí desde que usaban pañales, y habían forjado sus grupos desde el preescolar, más que probable. No pertenecía a ningún lugar aquí. Lo sabía, ellos lo sabían, y eso me parecía perfecto.
—No tengo citas.
Las palabras salieron antes de que pudiera detenerme, pero ahora que las dije,  tenía que seguir.
—Incluso  en  mi  antigua  casa,  no  salía  con  chicos.  Es  sólo...  no  lo  hago.  No  es  nada personal. No estoy inventando excusas. Lo digo en serio... no salgo.
En ves  de  lucir decepcionado o  cabizbajo,  Hermes me  miró con  sus  grandes  ojos azules  y una expresión en blanco. Mientras los segundos pasaban, sentí mis mejillas enrojecer. Al parecer, salir conmigo había sido la última cosa en su mente. 
—Creo que eres bonita.
Pestañeé. O quizás no.
—Pero eres por lo menos un ocho, y yo soy un cuatro. No se nos permite salir juntos. Lo dice la sociedad.
Mirándolo,  traté  de  averiguar  si  estaba  hablando  en  serio.  No  lucía  como  si  estuviera bromeando, y me estaba mirando de nuevo, como si estuviera esperando alguna clase de respuesta además de un bufido.
—¿Un ocho? —exclamé. Fue la única cosa que pude decir.
—Quizás un nueve, si te maquillas un poco. Pero me gustan las ocho. A las ocho no se les sube a la cabeza. Las nueve lo hacen. Y las diez no saben ser otra cosa que dioses... como Afrodita.
Él estaba hablando en serio. Giré la llave en la cerradura, deseando tener un celular para fingir que alguien me llamaba. 
—Bueno… gracias, supongo.
—De nada. —Hizo una pausa—. ¿Lali? ¿Puedo preguntarte algo?
Me mordí el labio para detenerme de señalar que ya lo había hecho. 
—Seguro, dispara.
—¿Qué está mal con tu madre?
Me  congelé,  y  mi  estómago se  revolvió.  No  dije  nada  por  varios instantes,  pero  él  aún esperaba una respuesta.
Mi madre. Su enfermedad era la última cosa sobre la que quería hablar. Parecía equivocado difundirlo,  como  que  estaba  de  alguna  manera  difundiéndola  a  ella  también.  Y egoístamente  quería  mantenerla  para  mí  misma,  por  esos  pocos  últimos  días,  semanas, meses… por el tiempo que me quedara con ella, quería que sólo fuera ella y yo. Ella no era
una exposición rara a la que pudieran ver o algún chisme que pudieran susurrar una y otra vez, no los dejaría hacerle eso a ella. No los dejaría contaminar su memoria así.
Hermes  se  inclinó  contra  mi  auto,  y  vi  un  destello  de  simpatía  en  sus  ojos.  Odiaba  ser compadecida. 
—¿Cuánto tiempo le queda?
Tragué saliva. Para alguien con cero habilidades sociales, podía leerme como un maldito libro. O tal vez realmente era eso obvio. 
—Los doctores le dieron seis meses de vida cuando yo era una estudiante de primer año.
—Agarraba las llaves de mi auto tan fuerte que el metal cortaba mi piel. El dolor era una distracción  bienvenida,  pero  no  era  lo  suficiente  para  hacer  al  nudo  de  mi  garganta desaparecer—. Ella ha estado esperando por un largo tiempo.
—Y ahora ella está lista.
Me sentí aturdida. Mis manos me temblaban.
—¿Tú lo estás?
El aire alrededor de nosotros parecía sobrenaturalmente pesado para septiembre. Cuando me concentré en Hermes nuevamente, atormentando mi cerebro por algo que decir que lo hiciera irse antes de que comenzara a llorar, me di cuenta de que casi todos los otros autos se habían ido.
Hermes llegó a mi alrededor y abrió la puerta. 
—¿Estás bien para manejar a casa?
 ¿Lo estaba? 
—Sí.
Él esperó mientras me subía al auto y, gentilmente, cerró la puerta detrás de mí. Bajé mi ventanilla tan pronto como arranqué el motor.
—¿Quieres que te lleve?
Él sonrió, inclinando su cabeza como si hubiera dicho algo sorprendente. 
—He caminado a casa cada solitario día de la preparatoria hasta ahora, en la lluvia, nieve, aguanieve, granizo, cualquier cosa. Tú eres la primera persona que se ofrece a llevarme a casa.
Me ruboricé. 
—No es gran cosa. La oferta sigue en pie, si quieres.
Hermes me miró por un momento, como si estuviera tomando algún tipo de decisión sobre mí. 
—No, está bien, caminaré. Sin embargo, gracias.
No estaba segura de si estar aliviada o sentirme culpable por querer sentirme aliviada. 
—Te veo mañana entonces.
Él  asintió,  y  puse  el  auto  en  reversa.  Justo  antes  de  que  quitara  mi  pie  del  acelerador,
Hermes estaba al lado de la ventanilla de nuevo.
—¿Oye, Lali? Tal vez ella esperará un poco más.
No  dije  nada,  desconfiando  de  mí  para  mantener  la  compostura.  Él  miró  mientras  me retiraba  del  espacio,  y  cuando  giré  sobre  la  calle  principal,  capturé  un  vislumbre  de  él atravesando el estacionamiento. Se había puesto sus auriculares de nuevo
A mitad de camino a casa, tuve que parar y darme tiempo para llorar. 

Continuará...

El último de hoy espero que les hayan gustado los capítulos mañana seguimos con más.

Besos!

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