viernes, 18 de julio de 2014

Capitulo 20


—Curioso —dijo, aunque sus ojos brillaban con diversión. Yo no vi nada gracioso acerca de la situación—. Me gustaría que me hubieras contado todo esto desde el principio, Lali.
—Lo  siento  —le  dije,  mis  mejillas  ruborizándose  mientras  miraba  hacia  abajo,  a  mis manos—. Pensé que me estaba volviendo loca o algo así.
—No lo creo.  —Ella llegó y me tomó de la barbilla,  guiándola hacia arriba hasta que  la estaba mirando—. Prométeme que vas decirme todo lo que suceda  a partir de ahora, ¿lo harás? No quiero perderme nada.
Asentí con la cabeza. Más tiempo con ella... era todo lo que podía pedir.
Ella sonrió. 
—Lo sé, cariño.
Cuando me desperté a la mañana siguiente, al principio no sabía dónde estaba. El calor del sol de mi sueño aún persistía en mi piel, y abrí los ojos, esperando ver a mi madre, de pie junto a mí, pero era sólo el dosel de la cama.
Gimiendo, me senté y parpadeé el sueño de mis ojos. Algo no estaba bien, y yo no podía decir  qué.  Entonces,  después  de  un  largo  momento,  el  día  anterior  empezó  a  llegar  de nuevo a mí, junto con el trato que había hecho con Peter, y mi corazón dio un vuelco. Por lo tanto, no había sido sólo un sueño después de todo.
— ¿Crees que está despierta ahora? Ella debe estarlo, ¿no?
—Si ella no lo estaba, sin duda lo está ahora.
Me quedé helada. Los susurros venían desde el otro lado de las cortinas que colgaban de mi  cama,  y  no  eran voces  que  reconociera.  La  primera  era  brillante  y burbujeante,  y  la segunda sonó como a alguien que preferiría estar en cualquier lugar excepto aquí. Yo no podía culparla.
— ¿Cómo crees que es? Mejor que la última, ¿no?
—Cualquiera es mejor que la anterior. Ahora cállate antes de que realmente la despiertes. 
Me senté allí durante un largo rato, tratando de asimilar lo que estaba escuchando. Había cerrado  la puerta la noche anterior,  estaba  segura  de ello, así que  ¿cómo  habían llegado allí? ¿Y qué querían decir con “la última”?
Antes de que pudiera hablar, mi estómago gruñó. En voz alta. El tipo de ruido fuerte que hace  que  todos  a  tu  alrededor  den  la  vuelta  y  se  rían,  mientras  que  te  escondes  en  tu asiento  y  tratas  de  no  ponerte  roja.  Cualquier  oportunidad  que  hubiese  tenido  espiando había desaparecido, gracias a mi traidora barriga.
— ¡Está despierta! —Se abrieron las cortinas, y protegí mis ojos de la luz de la mañana—.
¡Oh! ¡Ella es bonita! 
—Y morena. No ha tenido una de ésas en las últimas décadas
—Gracias, supongo —murmuré, pero con el sol brillando en mis ojos, no pude ver quién me estaba hablando—. ¿Quién eres tú?
— ¡Hera! —Ésta era la que hablaba con signos de exclamación, la que me había llamado bonita. Yo forcé mis párpados abiertos lo suficiente para conseguir una mirada decente en ella.  Más  pequeña  que  yo, con el pelo rubio que colgaba pasando su cintura y una cara redonda sonrosada con felicidad.  Ella se veía tan  emocionada que tenía miedo de que se cayera.
—Artemisa  —dijo la segunda chica con voz apagada. Todavía entrecerrado los ojos, tuve una buena mirada en ella  y sentí  una punzada  de celos. Cabello oscuro, alta,  imposiblemente hermosa, y se veía aburrida hasta las lágrimas. 
—Y tú eres Mariana  —dijo Hera—. Hestia nos contó todo sobre ti, como has venido hasta aquí para ayudar a tu amiga y como estarás con nosotros por seis meses y…
—Hera, para, la estás asustando.
Yo no sabía si asustando era técnicamente la palabra correcta, pero funcionaba por ahora.
Mientras  Hera  rebotaba  hacia  arriba  y  hacia  abajo,  acercándose  a  mí  con  cada movimiento que hacía, empecé a inclinarme hacia atrás. Su exuberancia era intimidante.
—Oh.  —Hera  tomó  un  paso  atrás,  sonrojándose  de  nuevo—.  Lo  siento.  ¿Tienes hambre?
Respira profundamente,  pensé.  Dentro y fuera, dentro y fuera, y tal vez las cosas empiecen tener sentido.
—Ella tiene  que  vestirse  en  primer  lugar  —dijo  Artemisa,  avanzando  hacia  un  armario—. Mariana, ¿cuál es tu color favorito?
—Lali. Me llaman Lali —le dije con los dientes apretados. Era demasiado temprano en la mañana para esto—. Y yo no tengo uno.
— ¿No tienes un color favorito? —dijo Hera incrédula mientras se movía para ayudar a Artemisa. Me levanté y me estiré, incapaz de ver qué era exactamente lo que estaban haciendo.
Ambas estaban de pie delante del armario, que parecía como si estuviera lleno de ropa.
—Hoy no —le dije, irritada—. Me puedo vestir, ustedes saben.
Artemisa y Hera  lucharon con algo largo, azul y suave para sacarlo del armario. Ambas se volvieron hacia a mí, sosteniendo…
Oh, no.
—A menos que tengas algún tipo de habilidad inhumana para atarte tú misma el encaje de un  corsé,  vestirse  no  es  una  opción  —dijo  Artemisa,  sus  ojos  brillando.  Yo  no  sabía  si  de diversión o de malevolencia. Posiblemente ambas.
Ellas  levantaron  un  vestido  azul  que  era  tan  escotado,  que  ni  siquiera  Afrodita  lo  hubiera tocado.  Las  mangas  eran  largas  y  estrechas,  sólo  desplegándose  hacia  el  final,  y  había encaje. Encaje.
Mis ojos se abrieron. 
—No pueden ir en serio.
— ¿No te gusta? —Hera frunció el ceño y pasó una mano por la suave tela—. ¿Qué tal algo amarillo? Te verías bien en amarillo.
—Yo no me pongo vestidos —le dije a través de una mandíbula apretada—. Jamás.
Artemisa soltó un bufido. 
—No  me  importa,  porque  lo  haces  ahora.  Estoy  a  cargo  del  vestuario,  y  a  menos  que quieras usar lo que llevas ahora, y sólo el olor ya hace que nadie se acerque a ti, vas a usar esto.
Me quedé mirando la monstruosidad azul. 
—No soy tu muñeca. No puedes hacerme jugar a disfrazarme.
—Sí, sí puedo —dijo Artemisa—. Y lo haré. Tengo miles de años de moda para elegir, y puedo hacer  de tu vida  una pesadilla si intentas luchar  contra eso.  ¿Alguna vez te has sentado con un miriñaque? —Artemisa me dio una mirada fija—. Compórtate, y yo podría considerar darte un día libre de vez en cuando. Pero esta es mi elección, no la tuya. Lo es desde que accediste a quedarte aquí.
—Además,  todos  llevan  vestidos  aquí  —dijo  Hera  intensamente—.  No  puedes  decir que no te gusta hasta que le des una oportunidad.
Artemisa me ofreció el vestido. 
—Tu elección. Vestidos caros y cómodos que no notarás en un día o dos, o los jeans que van a ponerse de pie por su cuenta en una semana. 
Dejando  escapar  un  gruñido  de  la  parte  posterior  de  mi  garganta,  se  lo  arrebaté  de  las manos y me apresuré al baño. Ella podía hacer me lo pusiera, pero eso no significaba que me tuviera que gustar.
Atarlo me llevó casi veinte minutos, y eso que era sin corsé. Ahí es donde tracé la línea, y Artemisa no era lo suficientemente estúpida como para tratar de obligarme a eso, también. El vestido me quedaba bien sin asfixiarme, y eso era suficientemente bueno. Yo no necesitaba tener mi pecho hasta el mentón en el intento.
Una vez que terminé de vestirme, Hera me sentó y prestó atención a mi pelo enredado por unos minutos. Tarareaba mientras trabajaba, y todas las preguntas que traté de hacer fueron  ignoradas  o  aisladas  por  explosiones  al  azar  de  la  canción.  Tan  pronto  como empecé a preguntarme si alguna vez terminaría, anunció que ya había terminado y que el desayuno estaba listo.
Desayuno. Yo estaba tan hambrienta que ni siquiera objeté mientras obligaban a mis pies a entrar en un par de zapatos de tacón. Hablaríamos eso más tarde, sobre todo si  esperaba que bajara escaleras, pero por ahora, mientras hubiera una promesa de comida, estaba de acuerdo en eso.
Todavía  sintiéndome  perdida,  las  seguí  fuera  de  la  habitación,  deseando  entender  más acerca  de  lo  que  estaba  pasando.  ¿Era  así  como  iban  a  ser  todas  las  mañanas  o eventualmente me dejarían vestirme por mi cuenta? ¿Se suponía que iban a ser mis amigas, como  parecía  serlo  Hera o  que  iban  a  mantener  un  ojo  sobre  mí  para  que  no  me escapara?
No  eran  mis  preguntas  más  urgentes,  pero  esas  respuestas,  sospechaba,  sólo  podría dármelas  Peter.  Mientras  tanto,  todavía  había  una  respuesta  que Hera y Artemisa  me debían.
— ¿Hera?  —le  dije  mientras  ella  y  Ella  me  llevaban  a  través  del  laberinto  de habitaciones y pasillos. Supuestamente había una sala de desayuno en la enorme mansión, pero yo no estaba tan segura de creerles. Se sentía como si hubiera estado dando vueltas durante horas—. ¿Qué quisiste decir cuando preguntaste si yo era mejor que la última?
Ella me dio una mirada en blanco. 
— ¿La última?

—Cuando pensaban que yo estaba durmiendo... mencionaste algo de yo siendo mejor que la última. ¿Qué última?

Continuará...

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