Capitulo 4
—¿Quién es tu amiga, Ares? —dijo ella, apretando su agarre.
Ares la miró
fijamente, y se tomó un momento antes de poner su abrazo alrededor de
ella.
—Uh, Lali. Ella es
nueva.
Su sonrisa falsa
creció, y ella me tendió su mano.
—¡Lali! Soy Afrodita.
He oído hablar mucho de ti. Mi padre, que es un agente de bienes raíces, me
dijo todo acerca de ti y tu mamá.
Por lo menos ahora
tenía alguien a quien culpar de la filtración de información.
—Hola, Afrodita
—dije, mordiendo la bala y tomándole la mano—. Es un placer conocerte.
Por la
forma en que
me miraba parecía
que me gritaría
que me fuera
al bosque y me enterrara
viva.
—Es un placer
conocerte, también.
—¿Cuál es tu primera
clase? —dijo Ares, estirando el cuello para mirar en mi agenda—. Cálculo. Yo…
nosotros podemos mostrarte dónde está, si lo deseas.
Abrí la boca para
objetar, pensando que no había razón para tentar a la suerte más de lo que ya
lo estaba haciendo por continuar la conversación, ahora que Afrodita estaba
aquí, pero antes de que pudiera decir una palabra, él me cogió por el codo y me
guío por el pasillo.
Miré a Afrofita,
estaba a punto de pedirle disculpas por secuestrar a su novio, pero cuando vi el
color rojo en sus mejillas y como apretaba su delicada mandíbula, las palabras
murieron en la punta de mi lengua.
Tal vez mi madre
sobreviviría a mí después de todo.
Yo no era
espectacularmente bonita. Deseé
poder serlo, pero yo era
sólo yo. Nunca modelé, nunca tuve a chicos babeando
por mí, y nunca fui gran cosa al lado de la alta sociedad, bendecida
genéticamente, que asistían a mi preparatoria.
Por eso, no entendía
porqué Ares seguí mirándome.
Me estuvo observando
en Historia, en Química, y en el almuerzo. Comí sola, al final de una mesa
vacía, con mi nariz enterrada en un libro, sin querer molestarme en hacer
amigos.
De todos modos, no
iba a estar aquí por mucho tiempo, así que no tenía muchas razones para hacer
amigos. Una vez que esto hubiera terminado, tenía intenciones de volver a la Ciudad de
Nueva York y
recoger las pocas
piezas de mi
vida anterior que
pudiera encontrar.
Además, casi siempre
almorzaba sola. Tampoco tenía muchos amigos en casa, ya que mi madre se había
enfermado al principio de mi primer año, y yo pasaba todo mi tiempo fuera de la
escuela, acampando al lado de su cama en el hospital, mientras ella pasaba una
y otra vez por quimioterapia y radiación. No me quedaba mucho tiempo para
pijamadas, ni citas, ni salidas con gente
que posiblemente no pudiera entender por lo que estábamos pasando.
—¿Está ocupado este
asiento?
Sorprendida, miré
hacia arriba, casi esperando ver a Ares parado allí. Pero, sosteniendo una bandeja
de la cafetería
llena de papas
fritas y usando unos enormes
auriculares que escondían sus
orejas de elefante, Hermes me miraba, con una sonrisa alegre en su rostro. No sabía
si estar horrorizada o aliviada.
Silenciosamente sacudí
mi cabeza, pero
no importaba de
todas maneras. Él
ya se había sentado. Miré mi libro, tratando lo
mejor posible de ignorarlo para que se fuera. Pero las palabras se borraban
frente a mí, y leí la misma oración cuatro veces, demasiado consiente de la
presencia de Hermes como para concentrarme.
—Técnicamente, estás
en mi asiento —dijo él. Buscando en su mochila, sacó una botella de Ketchup
de tamaño grande,
y mis ojos
casi se salen
de sus cuencas
mientras abandonaba toda pretensión de leer. ¿Quién iba por ahí con una
botella de Ketchup?
Él debió ver mi
mirada, porque mientras lo derramaba sobre la masiva pila de papas fritas, acerco
la bandeja hacia mí
—¿Quieres un poco?
Sacudí mi cabeza. Yo
tenía una manzana y un sándwich, pero la llegada de Hermes me había mareado un
poco. No era que no pensara que él fuera un chico dulce, sólo quería estar
sola.
Como una excusa para
evitar hablarle, mordí mi manzana, tomándome mi tiempo mientras la masticaba.
Hermes comenzó a sumergirse en sus papas fritas y, por unos breves segundos, esperaba
que la conversación hubiera terminado.
—Ares te esta mirando
—dijo él, y antes de que pudiera tragar y dejar claro que no me interesaba para
nada Ares, Hermes asintió a algo detrás de mí—. Viniendo.
Fruncí el
ceño y me
di vuelta, pero Ares seguí
sentado al otro
lado de la
cafetería. Aunque no me tomó mucho
tiempo ver de lo que estaba
hablando. Afrodita se
dirigía hacia nosotros.
—Genial —murmuré,
tirando mi manzana
en la servilleta. ¿Era
mucho pedir pasar
mi último año ilesa? Y si eso fuera realmente imposible, ¿no podía
tener, por lo menos un día para establecerme antes de que todo el drama
comenzara?
—¿Lali? —La voz aguda
de Afrodita era inconfundible. Suspiré interiormente y me forcé a mí
misma a girarme,
plasmando una sonrisa inocente en mi rostro.
—Oh, hola... Afrodita,
¿no?
Las esquinas de su
boca temblaron. Apuesto que nadie preguntó su nombre dos veces.
—¡Correcto! —dijo
ella, su voz escurriendo un falso entusiasmo—. Me alegra mucho que lo
recuerdes. Escucha, quería preguntarte... ¿tienes planes para mañana a la
noche?
¿Además de fregar
calentadores para la cama, cambiar las sábanas de mi madre, y dosificar su medicamento para
la próxima semana?
—Tengo algunas cosas
planeadas. ¿Por qué?
Inhaló con
arrogancia, pero después pareció recordar qué estaba tratando de interpretar el
papel de niña buena.
—Vamos a
hacer una fogata
en los bosques…
es una reunión
dinámica, más o
menos, excepto que no…
bueno, ya sabes.
Patrocinada por la
escuela. —Ella rió
y puso un mechón
de pelo detrás de su oreja—.
De todas formas, me preguntaba
si querías venir.
Pensé que
sería una buena
manera de que
los conozcas a
todos. —Mirando sobre
su hombro a una
larga mesa llena
de atletas, sonrío—.
Sé que algunos
de ellos están realmente impacientes por conocerte.
¿De eso
era lo que
se trataba? ¿Ella
quería encontrarme un
novio para que Ares me dejara en paz?
—No salgo.
La boca de Afrodita
se abrió.
—¿En serio?
—En serio.
—¿Por qué no?
Me encogí
de hombros y
miré a Hermes,
quien parecía determinado
a no mirar
a Afrodita mientras construía
una elaborada tienda
indígena con papas
fritas. Él no
iba a ser de
ninguna ayuda.
—Escucha —dijo Afrodita, olvidándose de su falsa
actuación—. Es sólo una fiesta. Una vez que todos te conozcan,
dejarán de mirarte. No es gran
cosa. Sólo una hora o algo así, y
luego no lo tendrás que hacer nada de nuevo. Hasta te ayudaré con tu pelo y el
maquillaje... puedes tomar uno de mis vestidos, si no son demasiado pequeños.
¿Se dio cuenta de que
me había insultado? Traté de negarme, pero ella insistía.
—Por favor —dijo
ella, su voz quebrada por la sinceridad—. No me hagas suplicar. Sé que probablemente
no es como en Nueva York, pero será divertido, lo prometo.
La miré, mientras me
daba una mirada indefensa y suplicante. No iba a tomar un no por respuesta.
—Bien —dije—.
Me quedaré una
hora. Pero no necesito tu
maquillaje o tus
vestidos, y después de esto, me dejarás en paz, ¿cierto?
Su sonrisa estaba de
vuelta, y esta vez no era falsa.
—Trato hecho. Estaré
en tu casa a las siete.
Después de que
escribí mi dirección en una servilleta, Afrodita se paseó de nuevo hasta su
mesa, con sus caderas balanceándose escandalosamente mientras prácticamente
todos los ojos de los hombres se giraron hacia
ella. Miré a Hermes, quien
todavía estaba enfocado
en construir esa ridícula choza.
—Vaya ayuda eres.
—Parecía que lo
estabas manejando bien.
—Si, bueno,
gracias por tirarme
a los lobos. —Cogí
una papa frita
del plato, asegurándome de
tomar la que
sostenía toda la
estructura. Se derribó,
pero a Hermes pareció no
importarle. Si no
que cogió otra
papa frita, la
metió en su
boca y masticó pensativamente.
—Bueno —dijo él, una
vez que tragó—. Parece que, oficialmente, has hecho una cita con el diablo.
Gemí.
Continuará...
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