domingo, 13 de julio de 2014

Capitulo 4


—¿Quién es tu amiga, Ares? —dijo ella, apretando su agarre.
Ares la miró fijamente, y se tomó un momento antes de poner su abrazo alrededor de ella. 
—Uh, Lali. Ella es nueva. 
Su sonrisa falsa creció, y ella me tendió su mano. 
—¡Lali! Soy Afrodita. He oído hablar mucho de ti. Mi padre, que es un agente de bienes raíces, me dijo todo acerca de ti y tu mamá. 
Por lo menos ahora tenía alguien a quien culpar de la filtración de información. 
—Hola, Afrodita —dije, mordiendo la bala y tomándole la mano—. Es un placer conocerte.
Por  la  forma  en  que  me  miraba  parecía  que  me  gritaría  que  me  fuera  al  bosque  y  me enterrara viva. 
—Es un placer conocerte, también.
—¿Cuál es tu primera clase? —dijo Ares, estirando el cuello para mirar en mi agenda—. Cálculo. Yo… nosotros podemos mostrarte dónde está, si lo deseas. 
Abrí la boca para objetar, pensando que no había razón para tentar a la suerte más de lo que ya lo estaba haciendo por continuar la conversación, ahora que Afrodita estaba aquí, pero antes de que pudiera decir una palabra, él me cogió por el codo y me guío por el pasillo.
Miré a Afrofita, estaba a punto de pedirle disculpas por secuestrar a su novio, pero cuando vi el color rojo en sus mejillas y como apretaba su delicada mandíbula, las palabras murieron en la punta de mi lengua.
Tal vez mi madre sobreviviría a mí después de todo.
Yo no era espectacularmente bonita. Deseé  poder  serlo,  pero yo era  sólo  yo.  Nunca modelé, nunca tuve a chicos babeando por mí, y nunca fui gran cosa al lado de la alta sociedad, bendecida genéticamente, que asistían a mi preparatoria.
Por eso, no entendía porqué Ares seguí mirándome.
Me estuvo observando en Historia, en Química, y en el almuerzo. Comí sola, al final de una mesa vacía, con mi nariz enterrada en un libro, sin querer molestarme en hacer amigos.
De todos modos, no iba a estar aquí por mucho tiempo, así que no tenía muchas razones para hacer amigos. Una vez que esto hubiera terminado, tenía intenciones de volver a la Ciudad  de  Nueva  York  y  recoger  las  pocas  piezas  de  mi  vida  anterior  que  pudiera encontrar.
Además, casi siempre almorzaba sola. Tampoco tenía muchos amigos en casa, ya que mi madre se había enfermado al principio de mi primer año, y yo pasaba todo mi tiempo fuera de la escuela, acampando al lado de su cama en el hospital, mientras ella pasaba una y otra vez por quimioterapia y radiación. No me quedaba mucho tiempo para pijamadas, ni citas, ni salidas con gente que posiblemente no pudiera entender por lo que estábamos pasando.
—¿Está ocupado este asiento?
Sorprendida, miré hacia arriba, casi esperando ver a Ares parado allí. Pero, sosteniendo una  bandeja  de  la  cafetería  llena  de  papas  fritas y usando  unos  enormes  auriculares  que escondían sus orejas de elefante, Hermes me miraba, con una sonrisa alegre en su rostro. No sabía si estar horrorizada o aliviada.
Silenciosamente  sacudí  mi  cabeza,  pero  no  importaba  de  todas  maneras.  Él  ya  se  había sentado. Miré mi libro, tratando lo mejor posible de ignorarlo para que se fuera. Pero las palabras se borraban frente a mí, y leí la misma oración cuatro veces, demasiado consiente de la presencia de Hermes como para concentrarme.
—Técnicamente, estás en mi asiento —dijo él. Buscando en su mochila, sacó una botella de  Ketchup  de  tamaño  grande,  y  mis  ojos  casi  se  salen  de  sus  cuencas  mientras abandonaba toda pretensión de leer. ¿Quién iba por ahí con una botella de Ketchup?
Él debió ver mi mirada, porque mientras lo derramaba sobre la masiva pila de papas fritas, acerco la bandeja hacia mí
—¿Quieres un poco?
Sacudí mi cabeza. Yo tenía una manzana y un sándwich, pero la llegada de Hermes me había mareado un poco. No era que no pensara que él fuera un chico dulce, sólo quería estar sola.
Como una excusa para evitar hablarle, mordí mi manzana, tomándome mi tiempo mientras la masticaba. Hermes comenzó a sumergirse en sus papas fritas y, por unos breves segundos, esperaba que la conversación hubiera terminado.
—Ares te esta mirando —dijo él, y antes de que pudiera tragar y dejar claro que no me interesaba para nada Ares, Hermes asintió a algo detrás de mí—. Viniendo.
Fruncí  el  ceño  y  me  di  vuelta,  pero  Ares  seguí  sentado  al  otro  lado  de  la  cafetería. Aunque  no me  tomó mucho  tiempo ver  de lo  que estaba  hablando. Afrodita  se dirigía  hacia nosotros.
—Genial  —murmuré,  tirando  mi  manzana  en  la servilleta.  ¿Era  mucho  pedir  pasar  mi último año ilesa? Y si eso fuera realmente imposible, ¿no podía tener, por lo menos un día para establecerme antes de que todo el drama comenzara?
—¿Lali? —La voz aguda de Afrodita era inconfundible. Suspiré interiormente y me forcé a mí
misma a girarme, plasmando una sonrisa inocente en mi rostro.
—Oh, hola... Afrodita, ¿no?
Las esquinas de su boca temblaron. Apuesto que nadie preguntó su nombre dos veces.
—¡Correcto! —dijo ella, su voz escurriendo un falso entusiasmo—. Me alegra mucho que lo recuerdes. Escucha, quería preguntarte... ¿tienes planes para mañana a la noche?
¿Además de fregar calentadores para la cama, cambiar las sábanas de mi madre, y dosificar su medicamento para la próxima semana? 
—Tengo algunas cosas planeadas. ¿Por qué?
Inhaló con arrogancia, pero después pareció recordar qué estaba tratando de interpretar el papel de niña buena. 
—Vamos  a  hacer  una  fogata  en  los  bosques…  es  una  reunión  dinámica,  más  o  menos, excepto  que  no…  bueno,  ya  sabes.  Patrocinada  por  la  escuela.  —Ella  rió  y  puso  un mechón  de pelo  detrás de  su oreja—.  De todas  formas,  me preguntaba  si  querías venir.
Pensé  que  sería  una  buena  manera  de  que  los  conozcas  a  todos.  —Mirando  sobre  su hombro  a  una  larga  mesa  llena  de  atletas,  sonrío—.  Sé  que  algunos  de  ellos  están realmente impacientes por conocerte.
¿De  eso  era  lo  que  se  trataba?  ¿Ella  quería  encontrarme  un  novio  para  que  Ares  me dejara en paz?
—No salgo.
La boca de Afrodita se abrió. 
—¿En serio?
—En serio.
—¿Por qué no?
Me  encogí  de  hombros  y  miré  a  Hermes,  quien  parecía  determinado  a  no  mirar  a  Afrodita mientras  construía  una  elaborada  tienda  indígena  con  papas  fritas.  Él  no  iba  a  ser  de ninguna ayuda.
—Escucha  —dijo Afrodita,  olvidándose de  su falsa  actuación—. Es sólo una fiesta. Una vez que todos te conozcan, dejarán  de  mirarte. No es  gran  cosa.  Sólo una hora o algo así, y luego no lo tendrás que hacer nada de nuevo. Hasta te ayudaré con tu pelo y el maquillaje... puedes tomar uno de mis vestidos, si no son demasiado pequeños.
¿Se dio cuenta de que me había insultado? Traté de negarme, pero ella insistía.
—Por favor —dijo ella, su voz quebrada por la sinceridad—. No me hagas suplicar. Sé que probablemente no es como en Nueva York, pero será divertido, lo prometo.
La miré, mientras me daba una mirada indefensa y suplicante. No iba a tomar un no por respuesta. 
—Bien  —dije—.  Me  quedaré  una  hora. Pero  no necesito  tu  maquillaje  o  tus  vestidos, y después de esto, me dejarás en paz, ¿cierto?
Su sonrisa estaba de vuelta, y esta vez no era falsa. 
—Trato hecho. Estaré en tu casa a las siete.
Después de que escribí mi dirección en una servilleta, Afrodita se paseó de nuevo hasta su mesa, con sus caderas balanceándose escandalosamente mientras prácticamente todos los ojos de los  hombres  se  giraron  hacia  ella.  Miré  a  Hermes,  quien  todavía  estaba  enfocado  en construir esa ridícula choza. 
—Vaya ayuda eres.
—Parecía que lo estabas manejando bien.
—Si,  bueno,  gracias  por  tirarme  a  los  lobos.  —Cogí  una  papa  frita  del  plato, asegurándome  de  tomar  la  que  sostenía  toda  la  estructura.  Se  derribó,  pero  a  Hermes pareció  no  importarle.  Si  no  que  cogió  otra  papa  frita,  la  metió  en  su  boca  y  masticó pensativamente.
—Bueno —dijo él, una vez que tragó—. Parece que, oficialmente, has hecho una cita con el diablo.

Gemí. 

Continuará...

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