Capitulo 22
—Cierra tus ojos
—murmuró, y lo hice. Poco después, sentí una brisa fresca en mi mejilla, y mis
ojos se abrieron. Estábamos afuera, en medio de un sutil y bien cuidado jardín,
con fuentes tranquilas dispersadas por las flores y setos.
Un camino de piedra conducía desde donde estábamos hasta la parte posterior de
la mansión, el cual se alzaba en la distancia, a unos ochocientos
metros de distancia.
Cerberus, el gran
perro del bosque,
trotó hasta saludar a Peter, y él
le dio una buena rascada detrás de las orejas.
Mi estómago descendió
hasta mis rodillas, y cualquier color que quedaba desapareció de mis
mejillas.
— ¿Cómo has…?
—Con tiempo —dijo.
Aturdida, me senté en el borde de la fuente—. Dijiste ayer que no querías hacer
esto, y no te culpo. Sin embargo, ahora que el trato está hecho, no se puede
deshacer. Mostraste coraje
la noche que
salvaste la vida
de tu amiga,
y te pido
que lo encuentres dentro de ti
una vez más.
Suspiré, tratando de
encontrar un poco de aquel supuesto coraje que él estaba convencido que tenía.
Todo lo que podía encontrar era miedo.
—En Eden, dijiste…
dijiste que si leía el mito de Perséfone, entendería lo que querías —dije con
voz temblorosa—. Mi amigo, Hermes, me dijo que ella era la Reina del
Inframundo, y lo leí en un libro cuando yo tenía… —Negué con la cabeza. Eso no
era importante—. ¿Es verdad?
Asintió.
—Ella era mi esposa.
— ¿Era? ¿Ella
existió?
—Sí —dijo, con voz
más suave—. Murió hace muchos años.
— ¿Cómo?
La expresión de Peter
estaba en blanco.
—Se enamoró de un
mortal, y después de que él murió, decidió unírsele. No la detuve.
Había muchas partes
de aquella declaración, que no
entendía, y no estaba segura de por dónde comenzar.
—Pero ella es un
mito. No es posible que realmente existiera.
—Tal vez —dijo, con
su mirada distante—. Pero si esto está pasando, ¿quién puede decir qué es
posible y qué no lo es?
—La lógica
—dije—. Las leyes
de la naturaleza.
La racionalidad. Algunas
cosas simplemente no son posibles
—Entonces dime, Lali…
¿cómo salimos?
Miré a mi alrededor
una vez más, medio esperando a que se desvaneciera como una ilusión
elaborada.
— ¿Me noqueaste y me
trajiste aquí? —ofrecí débilmente.
—O quizás había una
trampilla que no pudiste ver. —Él
alcanzó a tomar mi mano y me puse
rígida. Suspirando, cepilló sus
dedos contra los míos y
luego se apartó—.
Siempre hay una explicación
racional, pero a
veces las cosas
pueden parecer irracionales
o imposibles si no conoces todas las reglas.
— ¿Y qué?
—dije—. ¿Me estás
diciendo que un
Dios Griego acaba
de construir una mansión en el corazón de los bosques en
un país al otro lado del mundo?
—Cuando tienes eones
para vivir, el mundo se convierte en un lugar mucho más pequeño —dijo—. Tengo
casas en muchos países,
incluyendo Grecia, pero
prefiero la soledad de aquí. Es tranquilo, y disfruto de las
estaciones y del largo invierno.
Me quedé muy quieta,
sin saber qué decir a eso.
— ¿Podrías tratar
de creerme? —Dijo Peter—. Sólo
por ahora. Incluso
si eso significa apartar todo lo que has aprendido,
¿podrías hacerme el favor de tratar de aceptar lo que te estoy diciendo, sin
importar lo improbable que pueda parecer?
Presionando los
labios, miró mis manos.
— ¿Es esto lo que
haces? ¿Jugar con la ficción?
—No. —Podía oír una
sonrisa en su voz—. Pero podría hacerlo, si lo deseas. A ver si de esa manera
se hace más fácil para ti.
Esto no iba a
desaparecer. Incluso si todo era un gran truco, si todo estaba planeado desde
el principio para hacerme quedar como una tonta o sin importar cuál era su fase
final, de modo que todo lo que podía hacer era esperar por la línea final.
Pero la imagen de
Afrodita yaciente en un charco de su propia sangre con el cráneo aplastado
flotó en mi mente, al igual que la sensación de la brisa fresca contra mi
mejilla cuando sólo unos momentos antes, habíamos estado en el corazón de la
mansión. Y mi madre, viva y sana en Central Park, sin importar lo que estaba
pasando, tarde o temprano tendría que enfrentar el hecho de que era algo que
nunca había experimentado antes.
—Bien —dije—.
Pretendamos que esto es realmente es el Paraíso y todos están muertos, y Artemisa
y Hera tienen un millón de años, y que eres realmente quien dices ser…
—No pretendo
ser alguien salvo
yo —dijo, con
la comisura de
su boca tirándose
hacia arriba.
Hice una mueca.
—Bien, entonces
pretendamos que todo esto es real, que la magia es posible y que existe el hada
de los dientes. Y en alguna parte abajo de la línea no me golpeé la cabeza y no
estás certificadamente demente. ¿Qué tiene que ver tu esposa muerta conmigo?
Peter se quedó en
silencio durante un buen rato.
—Como he dicho, ella
eligió morir en vez de quedarse conmigo. Yo era su marido, pero ella
simplemente lo amó más.
A juzgar por su
expresión de dolor, no había nada de simple en ello, pero no lo presioné.
—Sabes que
luces demasiado joven
para haber estado
casado, ¿verdad? —dije
en un intento lamentable por
aligerar el ambiente—. ¿Cuántos años tienes de todos modos?
Las comisuras de sus
labios se tiraron de nuevo.
—Soy más
viejo de lo que parezco.
—Después de un
momento, agregó—: Ella pudo amarme, pero nunca fue su elección. Mi
último regalo para ella fue dejarla ir.
Hubo una nota de
tristeza en su voz que entendí muy bien.
—Lo siento —dije—. De
verdad. Sólo… sigo sin entender por qué estoy aquí.
—He estado gobernando
sólo durante casi mil años, pero hace un siglo, accedí a sólo un centenar de
años más antes de que
mis hermanos y
hermanas me quitaran el reino. No puedo manejarlo sólo, ya no. Hay
simplemente muchas cosas para que las
haga solo. He estado buscando una compañera
desde entonces, y tú eres la última, Lali. Esta primavera, la decisión final
será tomada. Si eres aceptada, gobernarás conmigo como mi reina por seis meses
al año. Si no, volverás a tu antigua vida sin recordar estos momentos.
—¿Es esto
lo que le
sucedió a las
otras? —dije, obligando la pregunta más allá
de mis labios secos.
—Las otras...
—Él se enfocó
en algo a
la distancia—. No
quiero asustarte, Lali,
pero nunca te mentiría. Necesito que confíes en mí, y necesito que
entiendas que eres especial.
Me había rendido
antes de que tú llegaras.
Junté las manos para
impedir que temblaran.
— ¿Qué pasó con
ellas?
—Algunas de ellas se
volvieron locas. Otras fueron saboteadas. Ninguna de ellas llegó al final, y
mucho menos superaron las pruebas.
— ¿Las pruebas? —Lo
miré—. ¿Sabotaje?
Continuará…
0 comentarios:
Publicar un comentario