miércoles, 6 de agosto de 2014

Capitulo 23


—Si  supiera  más,  te  lo  diría,  por  ello  hemos  tomado  precauciones  extremas  para protegerte.  —Él  vaciló—. En cuanto a las  pruebas,  habrá siete de  ellas,  y  esas  serán la base sobre la cual se decidirá si eres digna de gobernar.
—No  estuve de  acuerdo con ninguna  prueba.  —Hice  una pausa—.  ¿Qué  sucederá si las paso?
Él miró fijamente sus manos. 
—Te convertirás en uno de nosotros.
— ¿Nosotros? ¿En alguien muerto, quieres decir?
—No, eso no es lo que quiero decir. Piensa… sabes el mito, ¿no? ¿Quién era Perséfone?
¿Qué era?
El miedo me apuñaló, cortándome desde el interior. Si lo que decía era verdad, entonces él había secuestrado a Perséfone y la había obligado a casarse con él y, sin importar lo que dijera,  no  pude  evitar  preguntarme  si  iba  a  tratar  de  hacerme  lo  mismo.  Pero  mi  parte racional no podía ver más allá de lo obvio. 
— ¿De verdad crees que eres un Dios? Sabes que suena loco, ¿verdad?
—Soy consciente de cómo debe sonarte —dijo Peter—. He hecho esto antes, después de todo. Pero  sí, soy  un Dios… un  ser inmortal,  si deseas.  Una representación física  de un aspecto  de  este mundo  y,  mientras  esto exista,  yo  también  lo haré.  Si  pasas, también  te convertirás en esto.
Sintiéndome  mareada,  me  levanté  tan  rápido  como  pude  mientras  todavía  estaba  en aquellos condenados tacones. 
—Escucha,  Peter, todo  esto suena genial,  pero  lo que  me estás  diciendo  es de un  mito creado por personas hace miles de años. Perséfone nunca existió, e incluso si lo hizo, no era un Dios, porque no hay tal cosa…
— ¿Cómo quieres que te lo demuestre? —Se levantó conmigo.
—No lo sé —dije, vacilante—. ¿Haciendo algo divino?
—Pensé que ya lo había hecho. —El fuego en sus ojos no se desvaneció—.  Puede haber cosas que no —no puedo— te diré, pero no soy un mentiroso, y no te engañaría.
Retrocedí por la intensidad de su voz. Realmente creía lo que estaba diciendo. 
—Es imposible —dije en voz baja—. ¿Verdad?
—Pero está sucediendo, de modo que tal vez es hora de reconsiderar lo que es posible y lo que no lo es.
Pensé en sacarme a patadas los tacones, y dirigirme por el camino a la puerta principal y salir, pero la idea del sueño con mi madre me detuvo. Mientras la parte de mí que quería quedarse por ella anulaba mi escepticismo, la temperatura bajó veinte grados, y temblé. 
—¿Lali?
Me  congelé,  con  mis  pies  pegados  al  suelo.  Conocía  esa voz  y,  después  de  ayer,  nunca había esperado volver a escucharla.
—Todo es posible si le das una oportunidad  —dijo Peter, centrándose en algo sobre mi hombro. Di la vuelta.
A menos de diez metros de nosotros estaba Afrodita.



No  sé  cuánto  tiempo  estuve  allí  de  pie,  abrazando  a  Afrodita  con  tal  fuerza  que  no podría haber sido capaz de respirar. El tiempo pasó lentamente, y todo en lo que podía pensar era la forma en que sus brazos se sentían alrededor de mis hombros mientras luchaba por no llorar.
—Afrodita  —dije  con  voz  sofocada—.  Pensé…  Hermes  dijo…  todos  pensaron  que  estabas muerta.
—Lo estoy —dijo, con voz suave, pero aún escuché—. O al menos es lo que ellos me dicen.
No pregunté cómo. Peter lo había hecho una vez, y aunque él había dicho que no podía hacerlo  de  nuevo,  tal  vez  lo  había  intentado.  Quizás  había  descubierto  que  no  era  tan imposible después de todo.
Pero si ella estuviera muerta —realmente muerta—, ¿eso significaba que él había estado diciendo la verdad después de todo? ¿Esto era lo que estaba tratando de probar? La tierra se sintió desigual a mis pies. A pesar de que cada parte racional de mi mente gritaba que no podía estar sucediendo, Afrodita se sentía cálida y real en mis brazos, y no había manera de que alguien llegara a tales extremos para lograr una broma. Toda la escuela pensaba que estaba muerta. Hermes pensaba que estaba muerta, y yo confiaba en que él no me mentiría de esta manera.
—Lali —dijo ella, quitándome de encima—. Cálmate. No me iré a ninguna parte.
Me alejé, las lágrimas picaban mis ojos y enturbiaban mi visión. 
—Será mejor que no lo hagas. ¿Te quedarás?
—Tanto como quieras.
Sobre su hombro vi a Peter de pie a un lado, su mirada ausente.
—¿Peter? ¿Puede quedarse?
Él asintió. 
—Puede permanecer en el terreno, pero no puede marcharse.
Nuevamente miré hacia Afrodita, limpiando mis ojos con la palma de mi mano. 
—No es justo.
— ¿Qué no es justo? —dijo ella.
—Que yo pueda salir y tú no.
Afrodita rió, con el alegre sonido de una sacudida.
—Lali,  no  seas  ridícula.  Tengo  aproximadamente  cuarenta  años  antes  de  mis  padres lleguen y me digan qué puedo hacer y qué no puedo hacer, y apuesto a que hay un montón de chicos lindos aquí. Tendré muchas cosas por hacer.
—No demasiadas, espero —dijo Peter—. Afrodita, ¿te importaría darnos unos pocos minutos a solas?
A mi lado, Afrodita sonrió abiertamente. 
—Sí…  ¿puedo  conseguir  algo  para  ponerme?  —Fue  entonces  cuando  noté  que  ella  no llevaba nada más que una larga túnica blanca.
—Tengo todo un armario arriba —le dije—. Pregunta por artemisa. Te mostrará dónde está todo.
—Gracias.  —Afrodita me  dio un  último abrazo,  susurrando—:  Él  es  lindo. —En  mi  oído,  y luego se alejó a saltos hacia la mansión. La vi marcharse.
—No pensé que alguna vez la volvería a ver.
—Comprensible  —dijo Peter. Él  estaba tan cerca  de mí que podía  sentir el  calor  de su cuerpo—. A veces juzgamos mal qué es posible y qué no lo es.

Alcé la vista hacia él, una tensión extraña y desagradable se difundía a través de mí. Una docena de preguntas pasaron por mi mente, pero sólo había una que estaba rodeada  por una  burbuja  delicada  de esperanza.  Si  esperaba  mucho  más  tiempo  antes  de  preguntarle sobre ello, la burbuja podría estallar. 

Continuará... 

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