Capitulo 23
—Si supiera
más, te lo
diría, por ello hemos tomado
precauciones extremas para protegerte. —Él vaciló—. En cuanto a las pruebas,
habrá siete de ellas, y
esas serán la base sobre la cual
se decidirá si eres digna de gobernar.
—No estuve de
acuerdo con ninguna prueba. —Hice
una pausa—. ¿Qué sucederá si las paso?
Él miró fijamente sus
manos.
—Te convertirás en
uno de nosotros.
— ¿Nosotros? ¿En
alguien muerto, quieres decir?
—No, eso no es lo que
quiero decir. Piensa… sabes el mito, ¿no? ¿Quién era Perséfone?
¿Qué era?
El miedo me apuñaló,
cortándome desde el interior. Si lo que decía era verdad, entonces él había
secuestrado a Perséfone y la había obligado a casarse con él y, sin importar lo
que dijera, no pude
evitar preguntarme si iba a
tratar de hacerme
lo mismo. Pero
mi parte racional no podía ver
más allá de lo obvio.
— ¿De verdad crees
que eres un Dios? Sabes que suena loco, ¿verdad?
—Soy consciente de
cómo debe sonarte —dijo Peter—. He hecho esto antes, después de todo. Pero sí, soy
un Dios… un ser inmortal, si deseas.
Una representación física de un
aspecto de este mundo
y, mientras esto exista,
yo también lo haré.
Si pasas, también te convertirás en esto.
Sintiéndome mareada,
me levanté tan
rápido como pude
mientras todavía estaba
en aquellos condenados tacones.
—Escucha, Peter, todo
esto suena genial, pero lo que
me estás diciendo es de un
mito creado por personas hace miles de años. Perséfone nunca existió, e
incluso si lo hizo, no era un Dios, porque no hay tal cosa…
— ¿Cómo quieres que
te lo demuestre? —Se levantó conmigo.
—No lo sé —dije,
vacilante—. ¿Haciendo algo divino?
—Pensé que ya lo
había hecho. —El fuego en sus ojos no se desvaneció—. Puede haber cosas que no —no puedo— te diré,
pero no soy un mentiroso, y no te engañaría.
Retrocedí por la
intensidad de su voz. Realmente creía lo que estaba diciendo.
—Es imposible —dije
en voz baja—. ¿Verdad?
—Pero está
sucediendo, de modo que tal vez es hora de reconsiderar lo que es posible y lo
que no lo es.
Pensé en sacarme a
patadas los tacones, y dirigirme por el camino a la puerta principal y salir,
pero la idea del sueño con mi madre me detuvo. Mientras la parte de mí que
quería quedarse por ella anulaba mi escepticismo, la temperatura bajó veinte grados,
y temblé.
—¿Lali?
Me congelé,
con mis pies
pegados al suelo.
Conocía esa voz y,
después de ayer,
nunca había esperado volver a escucharla.
—Todo es posible si
le das una oportunidad —dijo Peter,
centrándose en algo sobre mi hombro. Di la vuelta.
A menos de diez
metros de nosotros estaba Afrodita.
No sé
cuánto tiempo estuve
allí de pie,
abrazando a Afrodita
con tal fuerza
que no podría haber sido capaz de
respirar. El tiempo pasó lentamente, y todo en lo que podía pensar era la forma
en que sus brazos se sentían alrededor de mis hombros mientras luchaba por no
llorar.
—Afrodita —dije con voz
sofocada—. Pensé… Hermes
dijo… todos pensaron
que estabas muerta.
—Lo estoy —dijo, con
voz suave, pero aún escuché—. O al menos es lo que ellos me dicen.
No pregunté cómo. Peter
lo había hecho una vez, y aunque él había dicho que no podía hacerlo de
nuevo, tal vez
lo había intentado.
Quizás había descubierto
que no era
tan imposible después de todo.
Pero si ella
estuviera muerta —realmente muerta—, ¿eso significaba que él había estado
diciendo la verdad después de todo? ¿Esto era lo que estaba tratando de probar?
La tierra se sintió desigual a mis pies. A pesar de que cada parte racional de
mi mente gritaba que no podía estar sucediendo, Afrodita se sentía cálida y
real en mis brazos, y no había manera de que alguien llegara a tales extremos
para lograr una broma. Toda la escuela pensaba que estaba muerta. Hermes
pensaba que estaba muerta, y yo confiaba en que él no me mentiría de esta
manera.
—Lali —dijo ella,
quitándome de encima—. Cálmate. No me iré a ninguna parte.
Me alejé, las
lágrimas picaban mis ojos y enturbiaban mi visión.
—Será mejor que no lo
hagas. ¿Te quedarás?
—Tanto como quieras.
Sobre su hombro vi a
Peter de pie a un lado, su mirada ausente.
—¿Peter? ¿Puede
quedarse?
Él asintió.
—Puede permanecer en
el terreno, pero no puede marcharse.
Nuevamente miré hacia
Afrodita, limpiando mis ojos con la palma de mi mano.
—No es justo.
— ¿Qué no es justo?
—dijo ella.
—Que yo pueda salir y
tú no.
Afrodita rió, con el
alegre sonido de una sacudida.
—Lali, no
seas ridícula. Tengo
aproximadamente cuarenta años
antes de mis
padres lleguen y me digan qué puedo hacer y qué no puedo hacer, y
apuesto a que hay un montón de chicos lindos aquí. Tendré muchas cosas por
hacer.
—No demasiadas,
espero —dijo Peter—. Afrodita, ¿te importaría darnos unos pocos minutos a
solas?
A mi lado, Afrodita
sonrió abiertamente.
—Sí… ¿puedo
conseguir algo para
ponerme? —Fue entonces
cuando noté que
ella no llevaba nada más que una
larga túnica blanca.
—Tengo todo un
armario arriba —le dije—. Pregunta por artemisa. Te mostrará dónde está todo.
—Gracias. —Afrodita me
dio un último abrazo, susurrando—:
Él es lindo. —En
mi oído, y luego se alejó a saltos hacia la mansión.
La vi marcharse.
—No pensé que alguna
vez la volvería a ver.
—Comprensible —dijo Peter. Él estaba tan cerca de mí que podía sentir el
calor de su cuerpo—. A veces
juzgamos mal qué es posible y qué no lo es.
Alcé la vista hacia
él, una tensión extraña y desagradable se difundía a través de mí. Una docena
de preguntas pasaron por mi mente, pero sólo había una que estaba rodeada por una
burbuja delicada de esperanza.
Si esperaba mucho
más tiempo antes
de preguntarle sobre ello, la
burbuja podría estallar.
Continuará...
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