Capitulo 54
Pasé el resto de la
mañana en la cama llorando. Me dolía la cabeza y mi cuerpo entero estaba tan adolorido que levantarme parecía imposible, pero en
todo lo que podía pensar era el modo en
que Peter me había mirado antes
de haberse ido. Como si nunca fuese a volver a ver.
No era justo, y juro
por mi vida que no entendía por qué estaba haciendo esto. ¿Era porque le había
dicho que lo amaba? Había sido rápido, y no lo había pensado mucho, pero
después de que lo dije, supe que era verdad. Estaba dispuesta a hacer cualquier
cosa con tal que me diera otra oportunidad, incluso si significaba renunciar a
cualquier elección que tuviera en
mi vida
y si eso
no equivalía al
amor, no sabía
lo que lo
hacía. Pero no
era como que esperaba que él me amara a cambio. Cuanto
más pensaba acerca de ello, más juntaba las piezas. La confesión que se
desprendió de mi lengua en una lluvia de
palabras que no pude detener —la repentina necesidad de estar con él— la advertencia
de no comer. Había sido envenenada. Excepto que esta vez, también lo estaban Peter
y Hera, y todos habíamos sobrevivido.
No había sido
diseñado para matarme. Era un afrodisíaco.
Una vez
que lo entendí,
todo parecía mucho
más claro para mí.
La única pregunta
era ¿quién? ¿Alguien estaba
intentando darnos a
mí y a Peter
un
empuje en la
dirección correcta, o había
algo más? Y
si lo había,
¿quién me odiaba lo
suficiente para incluso intentarlo?
La única persona en
que podía pensar era Artemisa. Artemisa odiaba a Afrodita, y tal vez si pensaba
que estaba de su lado… o tal vez pensaba que deshacerse de mí significaría
deshacerse de Afrodita, también. Con la manera en que Afrodita se había
comportado últimamente, no podía culparla.
Pero, ¿qué gana Artemisa?
¿Hermes? Descarté el
pensamiento tan rápido como apareció. La última cosa que quería era que Peter y
yo nos acercáramos más. Era
posible que esta fuera su intención, para que Peter saliera furioso y me
ignorara por el resto de
mi estancia, pero era un riesgo
que estaba segura que Hermes no tomaría. Darle a Peter cualquier excusa
para enamorarse de mí y luchar por su reino sería peligroso. Además la única manera
segura de detenerlo era hacerme fracasar en un examen, y…
Mi sangre se
convirtió en hielo en mis venas. Por supuesto. Los exámenes. La Gula, los siete
pecados capitales… lujuria.
La desesperación
llenó la boca de mi estómago. Había
fallado, ¿no? Incluso si no era mi culpa,
incluso si había sido un afrodisíaco, no importaba. Ése tenía que ser el porqué
de que Peter estuviera tan disgustado.
Algo más no tenía sentido, a menos que
hubiera estado forzando afecto por mi
bien.
No quería pensar
sobre eso. No quería pensar sobre la posibilidad de fracasar tampoco, así que
en su lugar me arrastré fuera de la cama, agradecida de que Hefesto estuviera
fuera de mi habitación
en lugar de
adentro. Sin ningún
analgésico, tuve que
lidiar con las molestias y dolores, aparentemente
efectos secundarios de cualquiera que sea la droga que me habían dado, pero
incluso esos eran más leves ahora.
Me vestí,
y a pesar
de mi protestante
cuerpo, agarré mis
ropas de la
noche anterior y rehíce la cama. El consejo tenía que ver lo
que ocurrió, que nos habían tendido una trampa.
Si todos
ellos eran imparciales
y justos, no
podían culparme por
esto. Me aferré
a esa esperanza, a
esa última oportunidad,
y me forcé
a hacer caso
omiso de cualquier
otra posibilidad. Todo estaría bien. Tenía que estarlo.
Hera llegó poco antes
del atardecer, viéndose casi tan enferma como yo me sentía. Artemisa estaba
pálida y temblorosa, y en lugar de decirle que se fuera, como Hefesto había
hecho con cada otro criado que intentaba verme, le ofreció su brazo y la
escoltó hacia dentro.
—¿Hera? —dije desde
mi sitio cerca de la ventana, hecha un ovillo en uno de los sofás mullidos—.
¿Estás bien?
—Estoy bien
—dijo ella con
una mirada cansada
mientras Hefesto la
ayudaba en una silla—. La pregunta más importante es,
¿cómo estás tú?
Esperé hasta
que Hefesto saliera para
contestar, aunque estaba
segura de que
podría escuchar todo por la puerta.
—Cansada —admití—. Me
duele mucho.
Eso tuvo resultados
inesperados. La cara de Hera se arrugó, y en menos tiempo del que me tomó a mí
arrastrarme fuera de mi silla, ella estaba sollozando.
—¡Oh, Lali!
Lo lamento tanto, no supe
hasta después de que lo
tiré, e intenté enviar a alguien para advertirte, pero era tan
tarde, y no sabía qué hacer…
Me arrodillé al lado
de su silla, tomando su mano.
—No te
disculpes. No tenías
manera de saber,
y lamento que
ellos llegaran hasta
ti, también.
Su labio inferior
temblaba, pero parecía estar haciendo un valiente esfuerzo en mantenerse controlada.
—Debería haber
esperado unos minutos.
Fue estúpido de
mi parte, y
podría haberte matado.
—Pero no lo hiciste
—dije—. Ambos estamos bien. Los tres estamos bien.
Artemisa me miró, sus
ojos casi sobrenaturalmente estrechos.
—Pero tú y Peter…
Tragué el nudo en mi
garganta.
—Está bien, Hera, en
verdad. Si esto se resuelve, luego lo más probable es que hubiera ocurrido eventualmente
de todos modos.
Y si no
lo hace, no lo
recordaré, de cualquier manera.
La oscura mirada en
su cara me decía que no me creía. Yo no creía en mí misma tampoco.
La extrema reacción
de él hacia la droga me había distraído de pensar sobre el hecho de que algo
importante había ocurrido
la noche anterior,
y no se
sentía como si
todo se hubiera hundido.
Se suponía que
era gran problema;
se suponía que debía sentirme disgustada y sucia, o como mínimo
confundida sobre lo que había sentido acerca de todo el asunto. Pero en ese
punto, estaba mucho más preocupada por Peterque por mí misma.
—¿Por qué piensas que
era inevitable que fuera a la cama contigo? —dijo Hera en una cautelosa voz
que no pude
descifrar—. Hay rumores
de que él
nunca ha… que
él y Perséfone ni siquiera… —Su
voz se fue apagando, claramente incómoda.
Abrí mi
boca, con toda
la intención de
decir algo inteligente,
pero la única
cosa que conseguí soltar fue:
—¿Él era virgen?
—Nadie lo
sabe a ciencia
cierta —dijo Hera
rápidamente—. Era muy
posesivo con Perséfone, pero
la amaba. Sólo
que ella no
lo amaba, eso
es todo. Tenían
habitaciones separadas y todo.
Fruncí el ceño.
—No tiene que
preocuparse por eso conmigo.
—¿Con cuál parte?
—La parte donde ella
no lo amaba. Quiero decir, si nos hubiéramos conocido en la calle o algo, probablemente
no me habría
incluso molestado… quiero
decir, es hermoso. —
Recordé lo que Hermes
había dicho hace muchos meses y logré sonreír—. Él es un diez. Un doce, incluso, yo
estoy muy lejos de eso. Nunca habría tenido el valor de hablar con él por cuenta
propia. Pero llegándolo a conocer… —Era patético y duro para mí admitirlo, pero
era la
verdad. Y tal
vez si Hera entendía, no
se sentiría tan
culpable por dejar
que ocurriera en primer
lugar—. Lo amo.
No entiendo cómo
alguien podría conocerlo
y no amarlo.
Hera miró fijamente
hacia el sofá, sus mejillas rojas.
—Yo tampoco.
Estuve en silencio,
no sabiendo cómo responder. ¿Había siquiera
tenido la intención por mí de escucharlo? Pero ella no dijo nada más, así que
no la presioné. Eventualmente me puse de pie sobre mis piernas adoloridas y me
dejé caer de vuelta en mi silla, haciendo una mueca de
dolor cuando mi
cabeza protestó. No
era el fin
del mundo, pero
era lo suficientemente malo
alegrarme de que no tenía que caminar hasta el comedor para la cena.
—Tengo una idea —dijo
Hera alegre. Su humor feliz, tan diferente de lo que había sido sólo segundos
antes, me sobresaltó.
—¿Si? —dije, no queriendo sonar tan desconfiada
como lo hacía.
—Un picnic… mañana,
una vez que ambas estemos recuperadas. Podemos irnos hasta el río y llevar una
manta y todo. Se supone que será un
día cálido.
Después de mirar bien
la manera en que ella estaba reluciendo,
no había manera de que pudiera haber
dicho que no. Se sentía lo suficientemente mal por llevarnos a Peter y a mí a
una trampa, y una tarde lejos del drama y la confusión de la mansión sonaba
maravillosa.
El pensamiento del río aún enviaba un
estremecimiento por mi columna
vertebral, pero hice lo mejor de
mí para ignorarlo.
—Eso suena
genial —dije, y Hera sonrío
abiertamente. Como mínimo serviría como una linda distracción de la posibilidad de que ya hubiese
fracasado. Peter no apareció
esa noche y, por
primera vez desde Navidad, dormí
sola. Intenté no pensar
sobre ello mucho, pero en la
oscuridad con Pogo hecho un ovillo a
mi lado, era imposible no hacerlo. ¿Estaba enojado
conmigo porque lo había hecho dormir conmigo y posteriormente había
fracasado por ello?
Pero yo no lo había hecho,
¿o si? Él no
había intentado detenerme.
¿Estaba enojado
porque dije que lo amaba,
y ahora que
la droga había
dejado de hacer efecto,
se dio cuenta
de cuán estúpido
sonaba? ¿O se
sentía culpable por
ello? No me interesaba
si aún amaba
a Perséfone. Aunque
ella no me
gustaba exactamente, él era dedicado y fiel, y que él pudiera todavía amar a alguien
que había sido tan horrible
con él… no había nada de lo que sentirse culpable.
A menos
que se sintiera
culpable porque amaba
mucho a su
esposa. ¿Sentía como
si la hubiese traicionado?
@heartespos
Besos
1 comentarios:
Creo k Peter estará más preocupado ,x no darse cuenta d lo k pasó con el chocolate,y d no ver el peligro para protegerla.
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