domingo, 9 de noviembre de 2014

Capitulo 54



Pasé el resto de la mañana en la cama llorando. Me dolía la cabeza y mi cuerpo entero estaba  tan adolorido que levantarme parecía  imposible, pero  en  todo  lo que  podía pensar era  el modo en  que Peter me  había mirado antes de  haberse ido. Como  si nunca fuese a volver a ver.
No era justo, y juro por mi vida que no entendía por qué estaba haciendo esto. ¿Era porque le había dicho que lo amaba? Había sido rápido, y no lo había pensado mucho, pero después de que lo dije, supe que era verdad. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal que me diera otra oportunidad, incluso si significaba renunciar a cualquier elección que tuviera en
mi  vida  y  si  eso  no  equivalía  al  amor,  no  sabía  lo  que  lo  hacía.  Pero  no  era  como  que esperaba que él me amara a cambio. Cuanto más pensaba acerca de ello, más juntaba las piezas. La confesión que se desprendió de mi lengua en  una lluvia de palabras que no pude detener —la repentina necesidad de estar con él— la advertencia de no comer. Había sido envenenada. Excepto que esta vez, también lo estaban Peter y Hera, y todos habíamos sobrevivido.
No había sido diseñado para matarme. Era un afrodisíaco.
Una  vez  que  lo  entendí,  todo  parecía  mucho  más  claro  para  mí.  La  única  pregunta  era ¿quién?  ¿Alguien  estaba  intentando  darnos  a  mí  y  a  Peter  un  empuje  en  la  dirección correcta,  o  había  algo  más?  Y  si  lo  había,  ¿quién  me  odiaba  lo  suficiente  para  incluso intentarlo?
La única persona en que podía pensar era Artemisa. Artemisa odiaba a Afrodita, y tal vez si pensaba que estaba de su lado… o tal vez pensaba que deshacerse de mí significaría deshacerse de Afrodita, también. Con la manera en que Afrodita se había comportado últimamente, no podía culparla.
Pero, ¿qué gana Artemisa?
¿Hermes? Descarté el pensamiento tan rápido como apareció. La última cosa que quería era que Peter y yo  nos acercáramos  más. Era  posible que esta  fuera su  intención, para  que Peter saliera furioso  y me  ignorara  por el  resto de  mi  estancia, pero  era un riesgo  que estaba segura que Hermes no tomaría. Darle a Peter cualquier excusa para enamorarse de mí y luchar por su reino sería peligroso. Además la única manera segura de detenerlo era hacerme fracasar en un examen, y…
Mi sangre se convirtió en hielo en mis venas. Por supuesto. Los exámenes. La Gula, los siete pecados capitales… lujuria.
La desesperación llenó la boca  de mi estómago. Había fallado, ¿no? Incluso si no era  mi culpa, incluso si había sido un afrodisíaco, no importaba. Ése tenía que ser el porqué de que Peter estuviera  tan disgustado. Algo más no tenía sentido, a menos  que hubiera  estado forzando afecto por mi bien.
No quería pensar sobre eso. No quería pensar sobre la posibilidad de fracasar tampoco, así que en su lugar me arrastré fuera de la cama, agradecida de que Hefesto estuviera fuera de  mi  habitación  en  lugar  de  adentro.  Sin  ningún  analgésico,  tuve  que  lidiar  con  las molestias y dolores, aparentemente efectos secundarios de cualquiera que sea la droga que me habían dado, pero incluso esos eran más leves ahora.
Me  vestí,  y  a  pesar  de  mi  protestante  cuerpo,  agarré  mis  ropas  de  la  noche  anterior  y rehíce la cama. El consejo tenía que ver lo que ocurrió, que nos habían tendido una trampa.
Si  todos  ellos  eran  imparciales  y  justos,  no  podían  culparme  por  esto.  Me  aferré  a  esa esperanza,  a  esa  última  oportunidad,  y  me  forcé  a  hacer  caso  omiso  de  cualquier  otra posibilidad. Todo estaría bien. Tenía que estarlo.
Hera llegó poco antes del atardecer, viéndose casi tan enferma como yo me sentía. Artemisa estaba pálida y temblorosa, y en lugar de decirle que se fuera, como Hefesto había hecho con cada otro criado que intentaba verme, le ofreció su brazo y la escoltó hacia dentro.
—¿Hera? —dije desde mi sitio cerca de la ventana, hecha un ovillo en uno de los sofás mullidos—. ¿Estás bien?
—Estoy  bien  —dijo  ella  con  una  mirada  cansada  mientras  Hefesto  la  ayudaba  en  una silla—. La pregunta más importante es, ¿cómo estás tú?
Esperé  hasta  que  Hefesto saliera  para  contestar,  aunque  estaba  segura  de  que  podría escuchar todo por la puerta. 
—Cansada —admití—. Me duele mucho.
Eso tuvo resultados inesperados. La cara de Hera se arrugó, y en menos tiempo del que me tomó a mí arrastrarme fuera de mi silla, ella estaba sollozando. 
—¡Oh,  Lali!  Lo lamento  tanto, no  supe  hasta después  de que  lo  tiré,  e  intenté enviar  a alguien para advertirte, pero era tan tarde, y no sabía qué hacer…
Me arrodillé al lado de su silla, tomando su mano. 
—No  te  disculpes.  No  tenías  manera  de  saber,  y  lamento  que  ellos  llegaran  hasta  ti, también.
Su labio inferior temblaba, pero parecía estar haciendo un valiente esfuerzo en mantenerse controlada. 
—Debería  haber  esperado  unos  minutos.  Fue  estúpido  de  mi  parte,  y  podría  haberte matado.
—Pero no lo hiciste —dije—. Ambos estamos bien. Los tres estamos bien.
Artemisa me miró, sus ojos casi sobrenaturalmente estrechos. 
—Pero tú y Peter…
Tragué el nudo en mi garganta. 
—Está bien, Hera, en verdad. Si esto se resuelve, luego lo más probable es que hubiera ocurrido  eventualmente  de  todos  modos.  Y  si  no  lo  hace,  no  lo  recordaré,  de  cualquier manera.
La oscura mirada en su cara me decía que no me creía. Yo no creía en mí misma tampoco.
La extrema reacción de él hacia la droga me había distraído de pensar sobre el hecho de que  algo  importante  había  ocurrido  la  noche  anterior,  y  no  se  sentía  como  si  todo  se hubiera  hundido.  Se  suponía  que  era  gran  problema;  se  suponía  que  debía  sentirme disgustada y sucia, o como mínimo confundida sobre lo que había sentido acerca de todo el asunto. Pero en ese punto, estaba mucho más preocupada por Peterque por mí misma.
—¿Por qué piensas que era inevitable que fuera a la cama contigo? —dijo Hera en una cautelosa  voz  que  no  pude  descifrar—.  Hay  rumores  de  que  él  nunca  ha…  que  él  y Perséfone ni siquiera… —Su voz se fue apagando, claramente incómoda.
Abrí  mi  boca,  con  toda  la  intención  de  decir  algo  inteligente,  pero  la  única  cosa  que conseguí soltar fue:
 —¿Él era virgen?
—Nadie  lo  sabe  a  ciencia  cierta  —dijo  Hera  rápidamente—.  Era  muy  posesivo  con Perséfone,  pero  la  amaba.  Sólo  que  ella  no  lo  amaba,  eso  es  todo.  Tenían  habitaciones separadas y todo.
Fruncí el ceño. 
—No tiene que preocuparse por eso conmigo.
—¿Con cuál parte?
—La parte donde ella no lo amaba. Quiero decir, si nos hubiéramos conocido en la calle o algo,  probablemente  no  me  habría  incluso  molestado…  quiero  decir,  es  hermoso.  —
Recordé lo que Hermes había dicho hace muchos meses y logré sonreír—. Él es un diez. Un doce, incluso, yo estoy muy lejos de eso. Nunca habría tenido el valor de hablar con él por cuenta propia. Pero llegándolo a conocer… —Era patético y duro para mí admitirlo, pero era  la  verdad.  Y  tal  vez  si  Hera entendía,  no  se  sentiría  tan  culpable  por  dejar  que ocurriera  en  primer  lugar—.  Lo  amo.  No  entiendo  cómo  alguien  podría  conocerlo  y no amarlo.
Hera miró fijamente hacia el sofá, sus mejillas rojas. 
—Yo tampoco.
Estuve en silencio, no sabiendo cómo responder.  ¿Había siquiera tenido la intención por mí de escucharlo? Pero ella no dijo nada más, así que no la presioné. Eventualmente me puse de pie sobre mis piernas adoloridas y me dejé caer de vuelta en mi silla, haciendo una mueca  de  dolor  cuando  mi  cabeza  protestó.  No  era  el  fin  del  mundo,  pero  era  lo suficientemente malo alegrarme de que no tenía que caminar hasta el comedor para la cena.
—Tengo una idea —dijo Hera alegre. Su humor feliz, tan diferente de lo que había sido sólo segundos antes, me sobresaltó.
—¿Si? —dije, no queriendo sonar tan desconfiada como lo hacía.
—Un picnic… mañana, una vez que ambas estemos recuperadas. Podemos irnos hasta el río y llevar una manta y todo. Se supone que será un día cálido.
Después de mirar bien la manera  en que ella estaba reluciendo, no había manera  de que pudiera haber dicho que no. Se sentía lo suficientemente mal por llevarnos a Peter y a mí a una trampa, y una tarde lejos del drama y la confusión de la mansión sonaba maravillosa.
El  pensamiento del río aún enviaba un estremecimiento por  mi  columna  vertebral,  pero hice lo mejor de mí para ignorarlo.
—Eso  suena  genial  —dije, y Hera sonrío abiertamente. Como mínimo serviría como una linda distracción de la posibilidad de que ya hubiese fracasado.  Peter no  apareció  esa noche  y,  por  primera vez desde  Navidad,  dormí  sola.  Intenté  no pensar  sobre  ello  mucho, pero en  la  oscuridad  con  Pogo hecho un ovillo  a  mi  lado,  era imposible no hacerlo. ¿Estaba enojado conmigo porque lo había hecho dormir conmigo y posteriormente  había  fracasado  por  ello?  Pero yo  no  lo había  hecho,  ¿o  si? Él  no  había intentado detenerme.
¿Estaba  enojado  porque  dije  que  lo  amaba,  y  ahora  que  la  droga  había  dejado  de  hacer efecto,  se  dio  cuenta  de  cuán  estúpido  sonaba?  ¿O  se  sentía  culpable  por  ello?  No  me interesaba  si  aún  amaba  a  Perséfone.  Aunque  ella  no  me  gustaba  exactamente,  él  era dedicado  y fiel, y que él pudiera todavía amar a  alguien  que  había sido tan  horrible  con él… no había nada de lo que sentirse culpable.

A  menos  que  se  sintiera  culpable  porque  amaba  mucho  a  su  esposa.  ¿Sentía  como  si  la hubiese traicionado?

@heartespos
Besos 

1 comentarios:

Chari 10 de noviembre de 2014, 5:48  

Creo k Peter estará más preocupado ,x no darse cuenta d lo k pasó con el chocolate,y d no ver el peligro para protegerla.

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:3

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