Capitulo 44
—Tu regalo —dijo—. Tampoco está envenenado.
—Gracias —le dije. Me senté y le entregué el suyo, pero lo puso a un lado
para verme abrir el mío. Arranqué el papel de regalo de plata,
revelando una caja normal.
Entrecerrando los ojos en la poca luz, quité la tapa y aparté el papel
de regalo, encontrando una foto a blanco y negro enmarcada.
Me quedé helada. Era mi foto favorita de mi madre y yo, de cuando
tenía siete años.
Estábamos en medio de Central Park el día de mi cumpleaños, el lugar exacto
donde nos reunimos todas las noches en mis sueños, y teníamos un completo y
perfecto día de campo, que había sido arruinado por un gran perro que se
escapó de su dueño. Lo único que había sobrevivido fueron los pastelitos que
le ayudé a hacer.
En la foto, nos habíamos sentado en el medio del lío de lo que había sido
nuestro almuerzo, cada una con un pastelito. De chocolate con
merengue púrpura, recordé, una sonrisa tirando de mis labios. Ella tenía sus
brazos a mi alrededor y mientras los dos estábamos sonriendo, no mirábamos a la cámara. El dueño del perro había tomado una serie de fotos de nosotras
para compensarnos por arruinar nuestro día de campo y, al final, esta
foto había sido la que había pasado los últimos once años en mi mesita de
noche.
Pero mientras la miraba, me di cuenta que no era la misma. Tenía
profundidad, como la imagen en la habitación de Perséfone. Una reflejo,
Peter había dicho, pero a diferencia de la de Perséfone y él, esta no era una
esperanza o un deseo. Era real.
Me limpié los ojos con el dorso de mi mano.
—Peter, yo no…
Él levantó una mano, y me quedé en silencio.
—No hasta que yo haya abierto el mío.
Esperé, con mi visión borrosa, mientras él desenvolvía la gran caja. Me
había tomado cuatro intentos obtener la envoltura adecuada. Levantando la
tapa, se detuvo.
—¿Qué es esto? —dijo perplejo, mientras examinaba la manta que había
decorado meticulosamente. Me había negado a permitir que nadie más me
ayudara, a pesar de que sabía que habría tardado días en lugar de semanas
si lo hacía.
—Es el cielo nocturno —dije, abrazando la foto a mi pecho—. ¿Ves los
puntos? Son estrellas. Me acordé de lo que dijiste acerca de las estrellas
en movimiento. Dijiste que eran diferentes cuando conociste a Perséfone,
y así es como están ahora. Cuando me conociste a mí.
Peter estudió las constelaciones que yo había arreglado con esmero en la
manta, y pasó los dedos suavemente sobre la que reconocí como la Doncella.
Virgo. Lali.
—Gracias. —Él me miró con sus ojos de luz de luna y algo había cambiado. La
barrera que había estado allí todo este tiempo se había ido y, por un
momento, casi parecía una persona diferente—. Por todo. Nunca había
recibido un regalo tan maravilloso.
Levanté una ceja.
—No estoy segura de creerte. —Deberías. —Continuó dirigiendo su mano a través de la tela—. Ha pasado mucho tiempo desde que recibí un regalo tan extraordinario como tú.
Incapaz de mirar a otro lado, le miré fijamente, absorbiendo cada detalle de
su rostro. Con la barrera destruida, era casi como si pudiera ver quién era
él realmente, alguien solo y asustado, que no quería nada más que ser
amado.
—¿Puedo probar algo? —dije—. Si no te gusta, me detengo.
Él asintió con la cabeza y respiré hondo, tratando de hacer que mi estómago
dejara de dar saltos mortales. Recopilando todo el valor que pude encontrar,
me incliné hacia delante y presioné mis labios contra los suyos castamente. Yo
sólo había besado unos cuantos chicos en mi vida y me sentía extraña, pero
no incómoda. Agradable, pensé. Se sentía bien.
Parecía sorprendido, pero no se resistió. Fue doloroso por unos segundos, pero
finalmente se relajó y me devolvió el beso, su mano sujetando mi cuello. El
calor de su piel contra la mía era casi insoportablemente caliente.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que me obligué a alejarme. Mientras
recuperaba el aliento, vi a Peter cautelosamente, con miedo de que
estuviese arrepentido. Él se quedó quieto, con expresión neutral y, finalmente,
yo no podía permanecer en silencio por más tiempo.
—Eso —dudé y le ofrecí una sonrisa—. Eso me gustó. Mucho.
Después de lo que sentí como una era, me devolvió la sonrisa con un
pequeño:
—A mí también.
Nerviosa entrelacé mis dedos con los suyos, mirando a nuestras manos en lugar de verlo directamente a él. La mía era tan pequeña que parecía perderse en la suya.
—¿Peter? No malinterpretes esto…
Yo lo sentí tenso y de inmediato me sentí culpable, aunque hice un esfuerzo
para taparlo con una mirada provocadora.
—Déjame terminar —le dije—. No lo tomes a mal, pero como es
Navidad y todo... ¿te quedarías conmigo esta noche?
Sus ojos se abrieron una fracción de centímetro y rápidamente sacudí mi
cabeza, mis mejillas ruborizadas de vergüenza.
—No así. Tienes que ganártelo, y cuesta mucho más que una foto, ya sabes.
—Mi débil intento de broma tratando de romper la tensión lo suficiente para
que hacerlo romper en una sonrisa de disculpa—. Pero, ¿podrías
sólo…quedarte esta noche?
Pasaron unos segundos y yo me pateé mentalmente por pedírselo… como si
yo fuera un adolescente hormonal que sólo quería eso. Pero yo no quería eso.
Yo quería su compañía. Él me hacía feliz y ésta, de todas las noches, yo no
quería estar sola. Por encima de todo, yo no quería que él lo estuviera.
—Sí —dijo—. Me quedaré.
No pasó nada.
Pasamos el resto de la noche hablando y viendo las luces en el árbol.
Cuando llegó el momento de ir a dormir, yo me acurruqué a su lado y,
sin sentir vergüenza, utilicé su pecho como una almohada, pero eso fue
todo. Yo no lo besé de nuevo, demasiado contenida como para arriesgarme
a arruinar las cosas.
Él no merecía ser presionado de esa manera, y mientras el tomar el siguiente
paso abría un nuevo grupo de oportunidades, por ahora quería apreciar
su compañía.
Besos
@heartespos
1 comentarios:
Hermosos regalos los d los dos.
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