Capitulo 38
—No es una competencia —dije, más o menos haciendo eco de sus
palabras anteriores.
Pero incluso mientras las decía, sabía que lo era. Si no podía hacer que
Peter se preocupara por mí, no tendría ninguna razón para continuar. Y
en su mente siempre estaría debajo de Perséfone. Pero no era un motivo
para dejar de luchar por él. Se merecía una oportunidad de ser feliz, al igual
que yo, y no estaba lista para decir adiós a otra persona en mi vida.
La expresión de Hermes se suavizó.
—Nunca te amará, Lali, no de la forma que tú mereces ser amada. Se rindió
hace mucho tiempo, y todo lo que haces es prolongar su dolor. Sería más
amable dejarlo en paz.
Me acerqué a Hermes, dividida entre la ira y la urgente necesidad de
tocarlo, para asegurarme de que mi James todavía estaba debajo del astuto
Dios en el que de repente se había convertido, diciendo todas las palabras
que creía que debía saber para convencerme de irme. Para robar la
eternidad a Peter y quedársela él.
—¿Y crees que debería? —dije. Estaba apenas a un pie de distancia de él—.
¿Crees que debería renunciar y dejarlo, así como Perséfone lo dejó?
—Perséfone tenía sus razones —dijo Hermes—. La alejó de todo lo que amaba,
y la obligó a quedarse con él cuando ella no quería. Tú habrías hecho lo
mismo.
Guardé silencio. La diferencia entre Perséfone y yo era que ella había
tenido algo que perder. Hermes se adelantó tímidamente, y lo dejé
envolver sus brazos alrededor de mí, hundiendo su cara en mi cabello.
Lo escuché inhalar profundamente, y me pregunté si podía oler la lavanda
de mi champú, o si era mi miedo y la culpa y la determinación lo que sentía en
su lugar. Después de un momento de tensión, le devolví el abrazo.
—Por favor no te hagas esto, Lali —murmuró en mi oído. Cerré mis ojos,
y por un momento, fingí que era como el viejo Hermes otra vez. No el rival de
Peter, no el Dios a punto de ganar todo debido a mi fracaso, sino mi Hermes.
—¿Harías algo por mí? —dije en su pecho.
—Por supuesto —dijo—. Lo que sea.
Lo solté.
—Aléjate de mí y no vuelvas hasta la primavera.
Sus ojos se abrieron.
—Lali…
—Lo digo en serio. —Mi voz tembló, pero me mantuve firme—. Vete de aquí.
Aturdido, dio un paso hacia atrás y metió las manos en sus bolsillos. Por un
momento parecía que iba a decir algo, pero después se dio la vuelta y se
marchó, dejándome sola en la habitación de Perséfone.
Había pasado cuatro años rechazando dejar a mi madre rendirse, y no
iba a dejar que Peter hiciera lo mismo. Si no quería seguir adelante por sí
mismo, entonces tendría que encontrar la manera que siguiera por mí, en su
lugar.
Horas más tarde, mucho después de que la luna se hubiera elevado tan alto
en el cielo que ya no podía verla desde mi ventana, estaba en la cama y
miraba el techo. Quería dormir y contarle a mi madre todo lo que había
aprendido, preguntarle qué podía hacer para que Peter lo intentara, pero sabía que ella no podía decirme nada que no supiera ya. No era justo que ella arreglara esto; era yo la que había hecho el trato, y no iba a rendirme tan fácilmente.
En las primeras horas de la mañana, escuché un suave golpe en mi puerta, y
enterré mi cara en la almohada. Afrodita se había ido cuando salí de la
habitación de Perséfone, y no estaba de humor para decirle lo que
había sucedido. Necesitaba uno o dos días para resolver las cosas por mí
misma antes de que la casa entera lo supiera, si no lo sabían ya.
A pesar de que permanecí en silencio, escuché la puerta abrirse y cerrarse, y
pasos suaves contra la alfombra. Permanecí lo más quieta posible, con la
espera de quién fuera, saliera
—¿Lali?
No tuve que darme vuelta para reconocer la voz de Peter. Algo vibraba en mi
interior, una nota familiar que envió una ola de confort a través de mi
tenso cuerpo, pero no lo enfrenté.
Se movió tan silenciosamente que no sabía que estaba tan cerca hasta que
sentí el colchón ceder. Fue un largo momento antes de que dijera algo.
—Lo siento. —Su voz estaba hueca—. No deberías haber visto eso.
—Me alegro de haberlo hecho.
—¿Y eso por qué?
Me negué a contestar. ¿Cómo se suponía que le diría que no quería que se
rindiera? Qué estaba arriesgando todo por él... y que lo hacía con mucho
gusto, pero no dejaría esto por nada. No podía hacerlo luchar, pero
encontraría una razón para que no desapareciera.
Oí a Peter suspirar. Forzar el silencio sólo estaba complicando más las
cosas, así que finalmente dije desde mi almohada:
—¿Por qué no me contaste lo de Hermes antes?
—Porque pensé que podrías reaccionar de esta manera, y quería evitarte sufrir
durante el mayor tiempo posible.
—Saber no es lo que me hace daño —dije—. Lo que me duele es que nadie
confía en mí.
Sentí su mano en mi brazo, pero sólo duró un momento.
—Entonces haré el esfuerzo de confiar más en ti. Me disculpo.
Sus disculpas eran falsas para mis oídos, tanto si lo decía en verdad o no.
—Si paso, las cosas van a cambiar, ¿cierto? ¿La vida no será un juego de
mantener lejos a Lali? Porque si la respuesta a eso es cualquiera excepto un
rotundo sí, no creo que pueda hacer esto.
Acarició el dorso de su mano contra mi mejilla, pero también duró sólo un
segundo.
—Sí —dijo—. Un rotundo sí. No es que no confíe en ti ahora. Es sólo que algunas cosas simplemente no se pueden saber aún. Tan frustrante como puede parecer, te prometo que es por tu propio bien.
Por mi propio bien. Al parecer, esa es la excusa que tenía cuando hacían algo
que no me gustaba.
—Y Perséfone —añadí, contenta de que él me diera la espalda, y no pudiera
ver el dolor que sabía que habría en sus ojos cuando pronuncié su nombre—.
Yo no soy ella, Peter.
No puedo ser ella. Y no puedo pasar la eternidad tratando de estar a
la altura de tus recuerdos sobre ella. No soy nadie para ti ahora mismo.
Entiendo que...
—¿Tú no eres nadie? —dijo, con una fuerza sorprendente—. No creo eso. —Déjame terminar. —Abracé mi almohada más fuerte—. Entiendo que
no soy ella y nunca lo seré. No quiero ser ella de todos modos, no con lo
mucho que te ha herido. Pero si esto funciona... si paso, necesito saber que
cuando me mires, vas a verme a mí, no sólo como su sustituta. Que hay
más en ese futuro para mí que permanecer en la sombra mientras tú te
auto compadeces de tu existencia. Porque si Hermes tiene razón, y puedo irme
lejos si quiero, y estás haciendo esto sabiendo perfectamente que pasarás la
mitad del resto de la eternidad conmigo te hará sentirte miserable no
importa lo que haga, entonces dímelo ahora, y nos lo evitaré a ambos.
Nos queda uno por hoy!
@heartespos
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