martes, 9 de diciembre de 2014

Capitulo 9



Me adentro en el bar tratando de calmarme. Pienso en que no tengo nada que temer porque voy monísima con mi falda de vuelo plisada y vaporosa rosa palo, mi blusa blanca un poco ajustada y un cinturoncito tremendamente chic, y mi última adquisición: unos peep toes nude con unos taconazos que, unidos a mis 1.67cms de altura, me hacen parecer veinte Gasoles. Lo que no se ven son mis medias color carne de liguitas que me hacen sentir inmensamente sexy. Abrigo en mano porque estoy acalorada ya y mi melenita morena recogida en una despeinada trenza ladeada. Ja, zorrupias. Y pienso que me da igual si solo quiere un polvo. Yo también lo quiero ¿no?

Se mira el reloj y se pone más serio. Me meo de la risa. Mira al frente pero no me ve. Tiene un señor en medio. Vuelve a concentrarse y me planto frente a él.

– ¿Espera a alguien caballero?
–Lo esperaba hace siete minutos pero ya me cansé de esperar, qué pena.
– ¿Siete minutos y ya se cansó? Es usted un hombre demasiado impaciente. ¿Puedo sentarme?
–Está bien, siéntese. Y sí, estoy impaciente por ver cómo aprieta los muslos bajo esa faldita.

Se levanta. Sonríe. Oh my God. Qué sonrisa, qué contagiosa, qué descaro, qué perfección. Si este no es el príncipe azul ya me dirás Betty. Me agarra de la cintura y me da dos besos. Y a pesar de mi altura y mis tacones, sigue siendo más alto que yo. Y tan fuerte, tan ancho… ¡Menudo tocho de tío! 

Noto, es que las noto, las miradas de todas las tías del bar tras de mí. Todas. Las noto porque yo he tenido esa mirada casi toda mi vida: la mirada del quiero y no puedo. Menos estando con Marcos. Pero ¿quién se acuerda de Marcos oliendo a Peter  y su perfume que despide sexo salvaje encima del capó de un cochazo? El camarero trae una caña. Guau, había pedido para mí ya y todo.

– ¿Siempre es usted tan creído?
–Solo cuando veo piernas tan bonitas como las suyas.

Se sienta de nuevo y yo me siento en frente.

–Oh, ya me tiene en el bote.

Lo digo fingiendo desdén y él se ríe.

– ¿De verdad crees que por piropear mis piernas las voy a abrir?
–Si solo quisiera que te abrieras de piernas, créeme, ya lo habrías hecho y yo ya habría borrado tu número.
–Oh, claro, así de fácil. ¿No me digas que eres de los que les gusta que se lo pongan difícil porque están cansados de ligotear?
–Puede. ¿En qué idea me deja eso?
–Definitivamente la 3. ¡Qué decepción!
– ¿El mojabragas de manual? Pues ten cuidado a ver si te vas a enamorar y tenemos un problema. 

A los mojabragas vacíos no nos gustan las chorradas románticas.

–Cuidado tú, en todo caso. Los mojabragas sois los más fáciles de convertir en perritos falderos. Perdéis nuestro interés en seguida.

–Vaya, vaya.Lali: la rompecorazones y experta en mojabragas.

Nos reímos. Cómodos.

–Me da que te gustan más los solitarios atormentados como los de la idea número dos.

Porque yo he sido una solitaria atormentada toda mi vida.

–No creas, tampoco sirven de mucho. Te marean con que si te quiero si no te quiero y al final se largan con la marranilla chupa todo.

Se echa a reír. ¡Ay qué risa tiene por Dios! Hace que me olvide que yo hablaba de Marcos.

– ¿Vas a apretar los muslos cada vez que me oigas reír?

Cerdo.

– ¿Vas a ser tan engreído cada vez que abras la boca?
–No te enfades fierecilla. Solo te tomo el pelo. Me parece que eres una persona que entra al trapo fácilmente.

No sabes cuánto.

–Mucho. Soy cero por ciento sutil. Los dobles sentidos no los pillo nunca.
–Eso significa que eres muy transparente. Y honesta. Me gusta.
– ¡Qué honrada!

Digo sarcásticamente. Todo lo que sale por esa boca parece que sea un favor hacia la humanidad femenina.

–Esa boquita…
–Es la que hay.
–No me quedará más remedio que hacerla callar.

Se pasa la lengua por el labio. Pero de una forma sutil, sensual. Todos sus movimientos son masculinos y seductores. Tanto que hasta la camarera ya ha venido dos veces a ver si necesitamos algo.

–Bueno, ¿empezamos por lo básico?

Doy un respingo. Pienso en: misionero, yo arriba, cuatro patas.

–Me refiero a, no sé, ¿a qué te dedicas Lali? Al final entre tanto mensaje no me lo has dicho.
–Ah, pues siendo tú mentalista creía que ya lo sabrías.

¡Anda qué juego más tonto, hija! Pero él se ríe. Madre mía.

–Vamos a ver… todos los días que te he visto ibas bien vestida, con buen gusto, pero no con ropa cara.

Cerdo.

–Tacones, maquillaje, perfume… Toda una señorita adicta a la moda. Pero vas como atropellada siempre, como a pasos agigantados, fuertes, muy masculinos.
– ¿Me estás llamando travelo?

Se ríe tanto que a mí se me va a salir el estómago. Noto el pulso acelerado y un escalofrío recorriendo mi pecho. Creo que me he puesto roja porque noto que las venas del cuello me van estallar ¿Vale ya o qué? Sigue riendo. Venga, alegría, tú ríete de mí que no me importa. Me quiero ir. Pero qué hago aquí hablando con yo qué sé quién. Me remuevo en la silla y hago un amago. Me voy o no me voy.

– ¡Oye! Lali, perdona; no pretendía ofenderte, te lo juro.
–Ya. Muy bien. ¿Y tú en qué trabajabas?

A ver si cambiamos de tema.

Y de repente se levanta y rodea la mesa. Parece una pantera. Me comería a esta pantera hasta que no quedaran ni los rescoldos. Dios mío. Se sienta a mi lado. Se me acelera el pulso con solo olerle. Me gira hacia él bruscamente descruzándome las piernas y yo le dejo porque ya estoy tan excitada que no puedo moverme. Soy una muñeca de trapo. Me coge de la rodilla y mirándome muy fijamente, serio, casi como enfadado, tira de mí con fuerza hacia él. Creo que no tiene que ser muy listo para saber que mis labios entreabiertos suplican por un beso de esa carnosa boca.

Cierro fugazmente los ojos, deseando sentirle, pero él no se mueve; solo me observa. Me siento como si él fuera un cazador y yo su presa. Una presa que se muere por ser cazada. De repente, sin apartar sus ardientes ojos de los míos, desliza su mano por mi muslo externo. No lo hace rápido: se recrea. Y observa mi reacción. Su tacto por encima de mi media ya es pura combustión. Lo debe notar porque sigue hacia arriba y coge velocidad, hasta llegar a la liga de mis medias. Acaricia muy suavemente con la yema de los dedos la carne por debajo de las siliconas. Entrecierra los ojos un segundo. Un fugaz segundo que me hace mirar a su creciente bulto bajo el pantalón. Dios. Sus dedos avanzan un poco más y el pulgar se hunde con fuerza en mi muslo interno, apretándolo. 

Frunce los labios a la vez, como haciendo más fuerza, como marcando terreno. Y yo solo deseo que suba más arriba y haga esa misma fuerza en el único sitio de mi cuerpo que siento ahora mismo latir. Pero no lo hace. En su lugar, dejando la mano ahí, se inclina hacia mí y me susurra al oído, poniéndome la piel de gallina.
–Tú sigue pisando así de fuerte que a mí se me seguirá poniendo así de dura.

Ah. Una parte de mí quiere llevar la mano a su paquete y comprobarlo. Pero estoy tan aturdida por lo que acaba de hacer y decir que ni siquiera puedo mirarlo. Nunca ningún chico me había tratado así de… obsceno. Nunca ningún chico me había excitado tanto. Y por si no tenía ya bastante con solo un tocamiento de nada, se inclina un poco más y me da un beso en el cuello que hace que mis pezones salgan a relucir al instante. Se me escapa un jadeo e inconscientemente aprieto los muslos tan fuerte que él lo nota en el pulgar. Lo sube ligeramente ¡oh Dios! Está casi rozando mis braguitas. Jadea. Me da otro beso en el cuello, sube sus labios hacia el lóbulo de la oreja y yo… me aparto discretamente.

–Vas a matarme.

Pues tú a mí…, pienso. Creo que ha entendido que le estaba haciendo un poco la cobra porque se yergue y sonríe. Pero no aparta la mano de mis ligas. Apoya su otra mano en el respaldo del banco y me mira con una sonrisilla de triunfador que a mí me excita y me cabrea a partes iguales.

–Eres decoradora, ¿verdad?

Se supone que tengo que responder pero no puedo articular palabra. Estoy todavía en estado de shock erótico festivo. Pero trato de recomponerme rápidamente porque no quiero que piense que además de ser una calentorra, soy imbécil.

–Sí. ¿Cómo lo sabes?
La mano apoyada en el banco alcanza mi hombro y me lo acaricia suavemente.

–Siguiendo con mi análisis, y esperando no volver a meter la pata, iba a decir que tu forma de moverte demuestra que caminas mucho, con prisa, con estrés, de lado a lado. Descartamos oficinas, administrativos… Que siempre que te vea coincida con que vayas de punta en blanco descarta enfermeras, médicos y profesiones de uniforme en general. Pero tu ropa no es cara, fuera abogada, diseñadora o marcharte de arte. Queda decoradora.
–Premio para el caballero. ¿Y tú a qué te dedicas?

A parte de a tocar mi piel como los ángeles.

–Tampoco lo has mencionado nunca.
–Soy abogado.

¿Qué abogado? ¡El que tengo aquí colgado!Lali…


El resto de la velada fluye con menos… intensidad física. Pero él sigue más o menos en la misma posición. Su mano izquierda no se mueve de las ligas y su mano derecha se mueve suavemente por mi hombro, por mi mejilla dulcemente o directamente coge mi mano, acariciándome los nudillos. 

Me sonríe tantas veces que me quedo sin habla otras tantas. Pero la conversación es natural y cómoda. Me gusta. Pensaba que después de Marcos me sería imposible estar relajada delante de un hombre, y más delante de EL HOMBRE. Pero está siendo fluida. Me estoy divirtiendo.

Hay me encanta!
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@lalisod

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