Capitulo 6
Han
pasado cuatro días. Desde que conocí a Peter, digo. Y lo digo porque es lo
único interesante que me ha pasado en el último año. Desde que Marcos se fue,
como la canción de Laura Pausini. Me acuerdo de cuando Marcos y yo nos
conocimos, y yo borracha le cantaba esa canción como riéndome de él, haciéndome
la payasa gallita. Y él, en lugar de soltarme un sopapo, me dijo al oído «Si te
quitas la careta y me dejas ver qué hay debajo, te juro que yo no me iré».
Marcos se ha marchado para no volver.
Todavía
no le he respondido. Lo he intentado eh, que conste. Le he mandado cientos de
whatsapps o mensajes o lo que sea imaginarios. Incluso algunos los escribí del
todo. Pero me cago de miedo. Me da, no sé, coraje, que sonría al leerlo en plan
«lo sabía nena, tienes las braguitas temblando». Me da, no sé, pena, que mire
su móvil vacío y diga «vaya, si me pareció maja y su cuaderno interesante»
¿Pena? Ya te diré yo dónde sofoca este su pena. Y ¡coño! Al pensarlo ¡ostras!
¡No!. Al pensar dónde sofoca éste su pena siento ¿celos? Pero celos… celos. Me
lo imagino allí, desnudo, sudando, cingando sin parar y gritando como un animal
con una morenaza de ojos verdes, cuerpazo de escándalo y guapísima de cara que
le da lo que él quiere. ¡Aaaaggghhh! ¡Zorra! ¡Es mío! ¡Es mi genio de la
lámpara y deseo con todas mis fuerzas que sea mío y me rompa las bragas! Hala,
que le den al mundo. Como si sí, como si no.
«Hola Peter. Solo quería decirte que me encantó tu nota y que ojalá llegues a leer,
empedernidamente o no, el resultado de tanta chaladura. Y oye, no te
avergüences, que la marranilla chupa todo tenía buen culo, las chonis también
pueden tenerlo :)».
Espero.
Espero. Espero. Mierda, para qué le habré enviado nada. Seguro que ni le ha
hecho gracia. Estará zumbando con la choni. Espero. Espero. Espero. Bueno pues
copa de vino, cigarro y a dormir. Apuro la última calada. Espero. Nada. Que le
follen. Y no seré yo. Mierda ¿Qué esperabas Lali? ¿De verdad creías que te iba
a contestar? Por Dios, ¿tú te has mirado bien, niña? Tiene razón mi madre:
estoy cogiendo kilos. Y tiene razón Vera: estaba haciendo castillos en el aire.
Malditos castillos en el aire. Me ilusionan y desilusionan a la velocidad de la
luz y no puedo ni digerirlos. Trato de no ser victimista y pensar que tengo
mala suerte en casi todo. Lo intento con todas mis fuerzas. Trato de ser fuerte
y sobreponerme a la realidad de que un tiazo haya pasado de mí de forma tan
descarada. Lali: se fuerte.
Pero
lo cierto es que mientras me meto en la cama tengo esa sensación de perdedora
municipal con corona y banda de honor. Debería saludar a mis fans perdedores
como yo. Quizá antes de que apague la luz responde. Bueno, quizá antes de que
me meta del todo en la cama responde. Bueno, quizá antes de que me eche a
llorar responde. Bueno, quizá no.
–
¿Pero tú ves normal llegar a estas horas? ¡Hija de Satán que tengo a la Basona
y a la Orgoya esperando, al borde del colapso!
–Solo
son las once, Gas, olvídame. Me pongo con ambas ya mismo y luego te hago una
mamadita si quieres pero, por favor, olvídame.
–Lali,
no. De verdad que esto sí que no. No me quiero poner en plan jefe contigo pero
esto no te lo voy a consentir. Me da igual que llegues tarde, que vengas con un
humor de perros, que entres y salgas como Pedro por tu casa, porque es tu casa. Y sé que
trabajas como una burra, sé que tiro de ti todo lo que la confianza me permite
y sé que te debo horas y vacaciones pero no me vuelvas a hacer esto. No vuelvas
a presentarte a las once cuando dos de las familias más importantes del país
nos están esperando desde las diez y media.
–Lo
siento. Te juro que lo siento en el alma. Y te prometo por lo que más quiero
que no volverá a pasar.
Las
lágrimas están a punto de borrarme la raya de Yves Saint Laurent.
–Lo
que más quieres soy yo así que más te vale, putón verbenero. Anda mueve tus
tetazas y tira; las he entretenido con catálogos y mierdas.
Luzco
la mejor de mis sonrisas. Pongo las mil y una excusas. La señora Basona me pone
dolor de cabeza. Grita y grita y grita más fuerte. La señora Orgoya en cambio
solo nos mira. Primero a Gas. Luego a mí. Me mira y me mira y me mira más.
Oiga Orgoya, deje de repasarme que no soy lesbiana. Es algo mayor que la
Basona; le echo unos 75. Y, como bien la califican todas las revistas del
corazón en las que aparece a menudo, es elegante hasta decir basta. Al final
capeo el temporal y ambas quedan contentas con las propuestas y el peloteo que
les hace Gas. Mi Gas.
Las
acompañamos a la puerta. Gas va con Basona que rima con imbécil y yo un poco
más atrás con Orgoya que rima con… Cállate, Lali. Comentamos sobre los
tiradores que ha elegido y de repente me coge del brazo y me susurra algo al
oído.
–Eres
aún demasiado joven para tener los ojos tan tristes. Ningún él lo merece.
Ningún tú tampoco.
Me
quedo tan flasheada que no sé ni qué decir. Me encanta la gente que ve a las
personas con solo mirarlas. Me hace la vida más fácil porque yo soy muy
complicada. Asiento agachando la cabeza porque no sé qué hacer.
–No
bonita, no agaches nunca la cabeza. La cabeza siempre por encima de tus
hombros, aunque por dentro estés llorando a mares.
Wow.
–Gracias.
No sabe lo que esas palabras significan para mí, señora Orgoya. Y cambiando de
tema, he pensado que quizá la columna del salón…
–Querida,
no me llames señora Orgoya. Orgoya es mi marido y además el apellido tiene mala
rima.
Me
parto viva y muerta y entera.
–Las
mujeres deberíamos dejar de consentir que nos llamen señora de. Es anacrónico y
estúpido. Yo soy Beatriz Velmonte. Beatriz para los amigos, Betty para ti.
Me
guiña un ojo y salimos. Y siento que amo a esa mujer por encima de todas las
cosas. Realmente amé a Betty Velmonte por encima de muchas cosas.
Dejad abajo vuestros twitter para que os avise
@lalisod
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