martes, 9 de diciembre de 2014

Capitulo 6



Han pasado cuatro días. Desde que conocí a Peter, digo. Y lo digo porque es lo único interesante que me ha pasado en el último año. Desde que Marcos se fue, como la canción de Laura Pausini. Me acuerdo de cuando Marcos y yo nos conocimos, y yo borracha le cantaba esa canción como riéndome de él, haciéndome la payasa gallita. Y él, en lugar de soltarme un sopapo, me dijo al oído «Si te quitas la careta y me dejas ver qué hay debajo, te juro que yo no me iré». Marcos se ha marchado para no volver.

Todavía no le he respondido. Lo he intentado eh, que conste. Le he mandado cientos de whatsapps o mensajes o lo que sea imaginarios. Incluso algunos los escribí del todo. Pero me cago de miedo. Me da, no sé, coraje, que sonría al leerlo en plan «lo sabía nena, tienes las braguitas temblando». Me da, no sé, pena, que mire su móvil vacío y diga «vaya, si me pareció maja y su cuaderno interesante» ¿Pena? Ya te diré yo dónde sofoca este su pena. Y ¡coño! Al pensarlo ¡ostras! ¡No!. Al pensar dónde sofoca éste su pena siento ¿celos? Pero celos… celos. Me lo imagino allí, desnudo, sudando, cingando sin parar y gritando como un animal con una morenaza de ojos verdes, cuerpazo de escándalo y guapísima de cara que le da lo que él quiere. ¡Aaaaggghhh! ¡Zorra! ¡Es mío! ¡Es mi genio de la lámpara y deseo con todas mis fuerzas que sea mío y me rompa las bragas! Hala, que le den al mundo. Como si sí, como si no.

«Hola Peter. Solo quería decirte que me encantó tu nota y que ojalá llegues a leer, empedernidamente o no, el resultado de tanta chaladura. Y oye, no te avergüences, que la marranilla chupa todo tenía buen culo, las chonis también pueden tenerlo :)».

Espero. Espero. Espero. Mierda, para qué le habré enviado nada. Seguro que ni le ha hecho gracia. Estará zumbando con la choni. Espero. Espero. Espero. Bueno pues copa de vino, cigarro y a dormir. Apuro la última calada. Espero. Nada. Que le follen. Y no seré yo. Mierda ¿Qué esperabas Lali? ¿De verdad creías que te iba a contestar? Por Dios, ¿tú te has mirado bien, niña? Tiene razón mi madre: estoy cogiendo kilos. Y tiene razón Vera: estaba haciendo castillos en el aire. Malditos castillos en el aire. Me ilusionan y desilusionan a la velocidad de la luz y no puedo ni digerirlos. Trato de no ser victimista y pensar que tengo mala suerte en casi todo. Lo intento con todas mis fuerzas. Trato de ser fuerte y sobreponerme a la realidad de que un tiazo haya pasado de mí de forma tan descarada. Lali: se fuerte.

Pero lo cierto es que mientras me meto en la cama tengo esa sensación de perdedora municipal con corona y banda de honor. Debería saludar a mis fans perdedores como yo. Quizá antes de que apague la luz responde. Bueno, quizá antes de que me meta del todo en la cama responde. Bueno, quizá antes de que me eche a llorar responde. Bueno, quizá no.

– ¿Pero tú ves normal llegar a estas horas? ¡Hija de Satán que tengo a la Basona y a la Orgoya esperando, al borde del colapso!
–Solo son las once, Gas, olvídame. Me pongo con ambas ya mismo y luego te hago una mamadita si quieres pero, por favor, olvídame.
–Lali, no. De verdad que esto sí que no. No me quiero poner en plan jefe contigo pero esto no te lo voy a consentir. Me da igual que llegues tarde, que vengas con un humor de perros, que entres y salgas como Pedro por tu casa, porque es tu casa. Y sé que trabajas como una burra, sé que tiro de ti todo lo que la confianza me permite y sé que te debo horas y vacaciones pero no me vuelvas a hacer esto. No vuelvas a presentarte a las once cuando dos de las familias más importantes del país nos están esperando desde las diez y media.
–Lo siento. Te juro que lo siento en el alma. Y te prometo por lo que más quiero que no volverá a pasar.

Las lágrimas están a punto de borrarme la raya de Yves Saint Laurent.

–Lo que más quieres soy yo así que más te vale, putón verbenero. Anda mueve tus tetazas y tira; las he entretenido con catálogos y mierdas.

Luzco la mejor de mis sonrisas. Pongo las mil y una excusas. La señora Basona me pone dolor de cabeza. Grita y grita y grita más fuerte. La señora Orgoya en cambio solo nos mira. Primero a Gas. Luego a mí. Me mira y me mira y me mira más. Oiga Orgoya, deje de repasarme que no soy lesbiana. Es algo mayor que la Basona; le echo unos 75. Y, como bien la califican todas las revistas del corazón en las que aparece a menudo, es elegante hasta decir basta. Al final capeo el temporal y ambas quedan contentas con las propuestas y el peloteo que les hace Gas. Mi Gas.
Las acompañamos a la puerta. Gas va con Basona que rima con imbécil y yo un poco más atrás con Orgoya que rima con… Cállate, Lali. Comentamos sobre los tiradores que ha elegido y de repente me coge del brazo y me susurra algo al oído.

–Eres aún demasiado joven para tener los ojos tan tristes. Ningún él lo merece. Ningún tú tampoco.

Me quedo tan flasheada que no sé ni qué decir. Me encanta la gente que ve a las personas con solo mirarlas. Me hace la vida más fácil porque yo soy muy complicada. Asiento agachando la cabeza porque no sé qué hacer.

–No bonita, no agaches nunca la cabeza. La cabeza siempre por encima de tus hombros, aunque por dentro estés llorando a mares.

Wow.

–Gracias. No sabe lo que esas palabras significan para mí, señora Orgoya. Y cambiando de tema, he pensado que quizá la columna del salón…
–Querida, no me llames señora Orgoya. Orgoya es mi marido y además el apellido tiene mala rima.

Me parto viva y muerta y entera.

–Las mujeres deberíamos dejar de consentir que nos llamen señora de. Es anacrónico y estúpido. Yo soy Beatriz Velmonte. Beatriz para los amigos, Betty para ti.


Me guiña un ojo y salimos. Y siento que amo a esa mujer por encima de todas las cosas. Realmente amé a Betty Velmonte por encima de muchas cosas.


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@lalisod

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