martes, 9 de diciembre de 2014

Capitulo 8




Mi madre alucina porque ha visto en una revista del corazón la reforma del restaurante de un famoso extranjero que hicimos en el estudio. Todavía no puede creerse que a veces el trabajo de su hija salga en los medios y creo que eso le hace sentir orgullosa. Y a mí se me llenan los ojos de lágrimas, claro. No por salir en la prensa, sino por ser orgullo de mi madre. Y de repente me suelta que mi padre también está loco de contento y entonces sí descargo el llanto disimuladamente. 
Pero ella se da cuenta y se calla, sabe que sigue siendo un tema delicado. Así que lo bonito y tierno de la conversación acaba con un adiós tajante y lleno de viejos rencores.

No quiero pensar en lo que pasó ahora, no quiero pensar en todo lo que arrastro desde entonces. Quiero seguir adelante y dejar eso y a Marcos atrás. Marcos. ¿Marcos? Y por primera vez en un año no siento un cuchillo clavándose desde el cuello hasta el estómago al pensar en él. Me asusto. ¿Tener una cita con un tren llamado Íñigo te hace olvidar a Marcos? Estás más mal de lo que crees, Lali, por Peter, digo.
Y es que en estos dos días nos hemos estado mandando whatsapps a todas horas. Algunos un poquito subidos de tono. Otros más normales. Ha insistido hasta la saciedad en quedar antes de hoy pero yo le he dado largas, un poco por miedo. Pero me hace sonreír y no sé por qué, me da buen rollo. Llamadme estúpida, pero me lo da.

Betty Velmonte me tiene toda la mañana dando vueltas. Compra esto, mira lo otro, ve aquí, entra en esta tienda, ahora ve a… ¡Joder, qué estrés de mujer! Ni siquiera me ha dado tiempo a comer. Pero lo cierto es que he dado rienda suelta a toda mi imaginación y estoy empezando a sentirme muy satisfecha con los primeros resultados. Y ella también. En la última conversación por teléfono me pide que me acerque un momento por su pisito del centro para echarle un ojo y que vea cuál es su estilo. Hora: 17:00. Justita.

Cuando subo y entro en su hogar de manos de la asistenta me quedo patidifusa y sin habla. He visto muchas casas hermosas en mi vida pero jamás, jamás había visto la preciosidad del pisazo de Betty Velmonte. Todo. Las paredes, las telas, los armarios, la pintura, el suelo. Todo. Es de ensueño. No tiene un estilo, los tiene todos. Todo armoniza perfectamente. Todo encaja perfectamente. Es elegante. Es moderna. Es antigua. Es chic. Es preciosa, joder.

– ¿Te gusta mi casa?
–Señora Orgoya esta es… nunca había visto nada tan hermoso y he visto cientos de casas hermosas en la vida.
–Muchas gracias, bonita. Y por favor, llámame Betty. Me costó decorarlo muchos años, no te creas. 
No fue tarea fácil. Ya habrás visto que soy un poco exigente.

Me guiña un ojo y sonrío. Ojalá yo tuviera el talento para crear esto.

– ¿Te apetece una taza de té?
–Claro. Muchas gracias.

Y como no, el juego de té es lo más bello que se haya fabricado. Excelente porcelana china grabada finamente con filigranas de oro. Dios, podría morir en esta casa.
–Es un juego de té precioso señora… Betty. Realmente tiene un gusto exquisito. ¿Se dedicó a la decoración?
–Uy no, qué va. Yo fui escritora. Y tutéame.

Quiero ser ella. Directamente. Me cambio. Ya.

 ¡Vaya, escritora! Yo también estoy haciendo mis pinitos. ¿Tiene algún libro publicado? Me encantaría leerlo.
–Oh sí, tengo unos diez. Son de hace tantos años… Te dejaré un par si quieres.
–Por favor, sería un honor. Y ¿qué tipo de libros escribía? ¿Novelas?
–Sí, novelas.

Va a la enorme biblioteca que rodea el salón y se pone a buscar entre sus estantes. Coge un libro.

– ¿Algún genero en concreto?

Pregunto distraída mientras se acerca a mí.

–Oh, sobretodo literatura erótica. Tuve que esperar a que llegara la democracia para que vieran la luz y cuando lo hicieron, publicarlas bajo pseudónimo. Poca gente sabe la verdad sobre su autoría. Espero que me guardes el secreto.

Sonríe y me guiña un ojo. Madre mía ¿Una señora de 75 años escribiendo en la dictadura literatura erótica? ¿Qué escribía, lo guay que es hacer el misionero con la luz apagada y con sábana con agujero por medio? No seas mala, Lali; eso en la cama. Me acuerdo de Peter y sonrío.

–Reconozco que no me lo esperaba. Me encanta la literatura erótica.
–Sí, lo supongo. Hoy en día está de moda y las chicas jóvenes necesitáis leer que existen los príncipes azules.
–Al menos que existan en los libros.
–Lali cariño, si dices eso es que todavía no has encontrado al tuyo.
–Bueno, yo solo he conocido ranas así que creo que en realidad no existen.
– ¿Entonces cómo vas a encontrar algo que no existe? Mira, si tú encuentras un hombre que te hace feliz, aunque haya momentos en los que le matarías, ese es tu príncipe azul. Quizá no sea apuesto, quizá no sea caballeroso ni educado, o quizá no te haga gemir tanto que te desmonte.

Me sonrojo. Dios. Oír eso de Nero es normal. Oírlo de Beatriz Velmonte de Orgoya, no.

–Pero si te hace feliz y no te hace sentir una desgraciada a su lado, es tu príncipe azul.

Asiento porque no quiero entrar en una discusión sobre príncipes azules.

Terminamos el té hablando de literatura. Es increíble lo que sabe esta mujer de libros. Y con ella la conversación fluye sola. Hablamos de todo, de libros, de cine, de arte, de filosofía, otro té, de la guerra, de que se fue a Francia a vivir justo cuando empezó y de que no volvió hasta que la dictadura terminó (de ahí su mentalidad abierta y liberal, claro). Fluye y fluye y fluye y de repente el reloj de pared da las siete y media.

–Betty, discúlpame pero he estado tan a gusto que se me ha hecho tardísimo y tengo que irme. He quedado con alguien.

Betty sonríe. Es como si ya supiera todo.

–Claro bonita. Llévate el libro y cuando lo termines, vienes y me lo devuelves. No hace falta que me llames, tú ven directamente.

Me acompaña hasta la puerta y me da un beso en la mejilla.

–Todos sapos son a veces príncipes y todos los príncipes son a veces sapos. Mientras no quieras siempre lo uno o te conformes siempre con lo otro, irás bien.


Ya, ya. Que no busque al hombre perfecto pero que no me conforme con patanes. Lo pillo Betty, no metas a los príncipes por medio. Disney siempre me ha dado mucho repelús.

Miro el reloj. Ocho y cinco. Uf, menos mal; justita. En la puerta de El Canterbury no hay nadie. Dudo un segundo y entro por si acaso. No había estado nunca. Es una cafetería tipo pub de Dublín, con todo el suelo de madera, las paredes llenas de cuadritos de cerveza y espejitos con lemas irlandeses. Bueno, es bonito pero muy típico. Busco con la mirada a Íñigo. Y me desmayo.

Está sentado en una mesa algo apartada, mirando su móvil. Serio. Concentrado. Su barba de dos días ahora es de tres y está para comérselo. Me imagino sin querer pasando mi lengua por esa barbita incipiente; rascándome con ella entre mis muslos mientras me… Lo que me lleva a fijarme mejor en su boca. Tiene los labios muy proporcionados, gruesos pero sin tener una boca grande. ¡Lo que le haría! Lleva una camisa azul de rayas y un pantalón de pinzas azul marino. Zapatos Oxford y veo en la silla una americana. Mmm mi ¿ejecutivo? ¿Mi? Lali… Es que es mirarle y siento que convulsiono. Está buenísimo y desprende algo… sensual. Dos chicas en la barra no le quitan ojo. Cuatro amigas en otra mesa lo van mirando por turnos. Jodeos zorras, ha quedado conmigo.

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