viernes, 9 de enero de 2015

Capitulo 31



A las ocho y media bajo por el ascensor echa un manojo de nervios. No he visto a Íñigo en todo el día pero me ha estado mandando whatsapps constantemente. Me ha pedido que estuviera puntual en la puerta y que me arreglara  mucho. No ha especificado nada más. Bueno sí, me ha dicho que hoy va a volverme más loca de lo que me ha vuelto nunca. Pura gelatina. Así que Gas y euge y yo nos hemos ido de compras. Nero se ha comprado varios juguetes sexuales, quiere sorprender a Ple dándole una noche de sado light, como dice él. Anda y que no estás tú colado por Ple, le digo, pero Gas calla. Yo también callo, no quiero enfadarle hoy, aunque rezo porque admita de una vez que está enamorado de Ple pero que su inmadurez le hace estar acojonado por quedarse sin su vida de veinteañero. Euge se compra un consolador nuevo, que el que tiene está muy gastado. Toma ya. Y yo me compro lencería fina híper sexy e híper cara llena de ligueros, bustiers, transparencias y encajes. Sé que a Peter le vuelve loquísimo la lencería así que no me corto. Estoy a punto de comprar un juguetito para ir probando, pero justo me llama mi hermano y se me olvida. Esas son nuestras compras.

Así que mientras el ascensor baja, yo pienso en mis medias, mi liguero, mis braguitas de plumeti y mi sujetador semi transparente y me siento más segura. Más femenina. Es el poder que tiene la lencería. Por supuesto estreno zapatos, unos salones imitación de piel de serpiente gris, de Zara, con un tacón altísimo de aguja. Y también vestido, corto justo a la rodilla, liso, negro, ceñidísimo, con escote corazón pero encaje hasta el cuello, con unas pequeñas mangas también de encaje. Híper sencillo pero híper femenino. Al menos eso creo. Clutch animal print, pelo suelto con ondas y echado a un lado con horquillas, eye liner exagerado y labios rojos.
¡Vamos femme fatal!
Nada más llegar al portal, Peter me agarra del culo y me morrea como si no hubiera un mañana. Adiós labios rojos. Aunque como soy muy espabilada, llevo toallitas en el clutch, para los dos. Pero lo bueno de MAC es que siempre se mantiene en su sitio impertérrito, así que cuando nos despegamos ¡aquí no ha pasado nada!

–Estás increíble, La. Joder, estoy por llevarte arriba y no dejarte salir nunca más de la cama.
–No sería mal plan. Tú sí que estás guapo.

Y lo está. Lleva unos pantalones de pinzas y americana negros y camisa blanca, sin corbata, con dos botones desabrochados. Quiero arrancárselo todo con la boca. Nos miro y me río porque parece que vayamos de boda, madre de Dios. Nos saco una foto con el móvil y se la mando a Lascivos. Me llega otra de Gas con esposas y látigos. Dios.
En contra de lo que creía, cogemos un taxi. Peter le indica el nombre de un pueblecito que está a unos pocos kilómetros. Es un pueblo bastante normal así que no tengo ni idea qué vamos a hacer él y yo allí… vestidos de gala. Durante el trayecto no para de cogerme la mano y besarla, de besarme a mí o de acariciarme la rodilla. Veo la mirada incómoda del taxista por el retrovisor y se lo digo con los ojos a Peter, que sonríe y se encoge de hombros. Sigue a lo suyo y la pepita ya está a punto. Así de facilona soy.

Antes de llegar al pueblo, nos bajamos del taxi al comienzo de un estrechísimo sendero asfaltado y continuamos andando. Sí, con mis tacones de aguja. No entiendo por qué el taxi no podía venir por aquí, porque además pasan varios coches, pero aun así es perfecto. Vamos paseando cogidos del brazo o de la cintura; parecemos los protagonistas de una película de los años cuarenta. Es una noche cálida de principios de Julio y además como está totalmente oscuro y despejado se ve todo el cielo estrellado. Quizá por eso vamos caminando y no en taxi. Es espectacular.
Peter y yo vamos hablando de nuestra infancia y riéndonos de las anécdotas que solo los niños pueden protagonizar. Cuando mis pies suplican un descanso, él me coge en brazos y anda un rato conmigo a cuestas. Yo no paro de reírme y él también. Debemos parecer unos pijos de la leche, vestidos de esta guisa en un pueblo de unos cien o doscientos habitantes.
Cuando me baja oigo una música de fondo, pero lejana. ¿Eh? Me agarra de la cintura y me besa como solo él sabe besarme. Me hundo en ese beso y le agarro del pelo y del cuello. Le hago mío. Le quiero. Y él hace lo mismo conmigo. Me coge la cara y terminamos el beso que nos ha dejado temblando.

–Dios, lali, no tienes ni idea de lo que despiertas en mí. Ni idea. En todos los sentidos.
–Lo mismo digo.
–Esta noche quiero hacerte tres regalos. Uno, por tu premio. Otro, porque adoro verte disfrutar y el otro, porque te quiero. ¿Cuál quieres primero?
–El de porque me quieres.

Sonrío como una tonta y él me besa.

–Sabía que lo elegirías primero.

Su sonrisa descarada de malote me vuelve loca. Me pone las manos en su cintura y me besa otra vez dejándome sin aliento. Me agarra con una mano la cara pero la otra está en su ¿bolsillo? A los pocos segundos la mano sale del bolsillo y me coge una mano, sin dejar de besarme. Noto algo duro y frío en mi mano. Paro el beso y miro ceñuda qué me ha dado.

–Quiero que vivamos totalmente juntos. Porque te quiero.

Son sus llaves de casa. Me quedo muerta y empiezo a temblar. Estoy feliz no, lo siguiente. Aunque prácticamente ya vivimos juntos, repartidos entre las dos casas, hacerlo de forma oficial es dicha pura. Le miro y me muerdo el labio, sonriendo tímidamente. A él le vale esta respuesta porque me aúpa y me da una vuelta entre risas. Le abrazo y lloro sin poder evitarlo.

 ¡Oye, que se supone que es algo feliz!

Me sonríe y me baja. Le agarro del cuello y me pego más a él, que me rodea con sus cálidos brazos.

–Oh, Peter. Es más que feliz. Es que estoy alucinada y como en una nube tan, tan, tan alta que ni se ve la tierra. Nunca había estado así y solo espero que si caigo, me agarres fuerte para que no me rompa la crisma.

Sorbo los mocos. Se jodió el glamour. Él se ríe.

– ¡No vas a caer!

Me agarra muy fuerte.

–No te dejaré.

Me besa. Ahora sí, MAC no tiene nada que hacer.
Nos vamos recomponiendo y limpiando los labios con las toallitas. Miro las llaves.  

– ¿En tu casa?
–Bueno, era un gesto simbólico. Donde tú quieras me parece bien.

Sonrío y de la mano me lleva un poco más lejos por el sendero.
Llegamos a un caserón iluminado. Es inmenso. Empiezo a ver ángulos y muebles. Peter me pone la mano en la espalda y me invita a entrar. 

Atravesamos un patio enorme todo de piedra y muebles antiguos, y en la pared de enfrente hay una puerta abierta por la que va entrando gente. La cruzamos y es precioso. Da a un jardín, no muy grande, con mesas para dos y cuatro personas por todo el césped. Cada mesa tiene velitas encendidas y mantelería fina. Hay árboles por todo el jardín, sobretodo distingo una higuera ¡qué mágico!, un cerezo y un olivo. Por encima de nuestras cabezas, a modo de techo, se enrollan entre los árboles y sus ramas decenas de bombillitas blancas. Y al fondo se ve y oye el mar. Es idílico.

Nada más sentarnos comienzan a traernos cosas: agua, pan, selecto aceite de oliva que Peter y yo degustamos, y vino con el que brindamos por mi premio. Enseguida comienzan a sacarnos platos, sin carta ni menús. Me encanta.
La cena está deliciosa. Un mix de cocina mediterránea a base de ensalada, cuscús, musaka, salteado de verduras… Si esto no es el paraíso, que baje Dios y lo desmienta. O como sea el dicho. La gente nos mira, lo noto. Las mujeres no quitan ojo a Peter. No me extraña, yo tampoco. Todavía me quedo sin respiración cuando le miro y le veo tan increíblemente guapo y atractivo. Y todo mío. Pero los ojos indiscretos también se clavan en mí. Me siento demasiado vestida para este restaurantito tan encantador y rural.

–Todo el mundo nos mira. Deben pensar que somos neoyorquinos o algo.

Peter se ríe.

–Que piensen lo que quieran. Quería traerte a este sitio hace tiempo y quería que un día tan feliz e importante como hoy te vistieras de punta en blanco y exquisita, como has hecho, porque sé que te encanta. Y a mí también. Así que calla esa boca y come.

Cuando terminamos el café y nos sirven dos gin tonics, se encienden unas luces un poco más luminosas y caigo en que en un lateral hay un pequeño escenario que no había visto. De la nada sale una mujer de unos cincuenta, y cuatro hombres con varios instrumentos. Miro a Peter y me guiña un ojo. Tras prepararse debidamente, una música de guitarra tenue y lenta comienza a sonar. Y la voz de la mujer me deja pegada a la silla. Dios ¡qué voz! Una voz ronca, desgarradora, que le sale de las entrañas se abre paso por todo el jardín. Es un grupo de fado. Adoro el fado, me parece uno de los cantos más íntimos que hay en la Tierra. Y la voz de esta mujer me traspasa el alma y derramo una sola lágrima sin ni siquiera enterarme. Peter me coge de la mano y se acerca a mí. Me pasa el brazo por la cintura y me aprieta. Cuando termina la canción aplaudo como una loca.

–Por muchos premios más.

Sonrío y brindamos con nuestras copas.

Al cabo de varias canciones, algunas parejas se animan a bailar discretamente. Yo sigo embelesada con este grupo del que quiero saber hasta sus horóscopos así que casi ni me entero cuando Peter se levanta abrochándose la chaqueta y me tiende la mano. ¡Dios qué vergüenza! Pero ante su baila conmigo nena, no puedo resistirme. Nos abrazamos y movemos lentamente. Veo los ojos de algunas mujeres y algunos hombres dándonos un repaso de aúpa. Normal, hay gente que ha venido con pantalón de trecking y yo voy con taconazos de trece centímetros y vestido ceñido con encaje en el escote. Bien, lali. Al final de la canción, Íñigo me besa inclinándome ligeramente hacia abajo. Me da tanta vergüenza como emoción. A él en cambio le da enteramente igual lo que los demás piensen o hagan. Admiro eso de él. Va a lo suyo y no deja que nadie se interponga en su camino… ni en el mío.

–Vámonos a casa nena, tengo el regalo para que disfrutes.
–Estoy deseando llegar ya.

Taxi. Y esta vez me da enteramente igual la mirada feroz del taxista de turno. Acabamos besándonos en el coche con ansia. Íñigo me toca el culo y yo jadeo y me dejo llevar. Hasta que la cordura y un gin tonic de menos vienen a mí y paro un poco el espectáculo pre-erótico que el taxista aguanta estoicamente.

Entramos en su ¡nuestra! casa. Lo primero que hago es quitarme los zapatos y morirme de gusto. Peter me coge como si fuera un saco. Mis chillidos no le detienen. Me lleva a la cocina, me sienta en la encimera y saca una botella de champán de la nevera y dos copas de un armario. Se coloca entre mis piernas y brindamos otra vez por mi premio, por nosotros y por los pasos importantes.

Y ahora sí, nos besamos. Pero no con ansia ni desenfreno. Despacio. Muy despacio. Saboreándonos. Saboreando los calambres que tengo al notar sus manos levantarme el vestido hasta la cintura y acariciar mi liguero. Saboreando sus gemidos y él los míos cuando deslizo su americana por sus brazos y le desabrocho la camisa. Saboreando el placer de desnudarle poco a poco, mirándonos, comiéndonos con los ojos, retrasando el momento. Esto no es solo sexo desenfrenado, también es amor y se respira en cada beso.


Espero que os guste

Besos!
@onlyespos_

1 comentarios:

Anónimo 9 de enero de 2015, 18:35  

Me encantaaa quieroooo masss :) besos @zairasantos7

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