Capitulo 31
A las ocho y media bajo por
el ascensor echa un manojo de nervios. No he visto a Íñigo en todo el día pero
me ha estado mandando whatsapps constantemente. Me ha pedido que estuviera
puntual en la puerta y que me arreglara mucho. No ha especificado nada
más. Bueno sí, me ha dicho que hoy va a volverme más loca de lo que me ha
vuelto nunca. Pura gelatina. Así que Gas y euge y yo nos hemos ido de compras.
Nero se ha comprado varios juguetes sexuales, quiere sorprender a Ple dándole
una noche de sado light, como dice él. Anda y que no estás tú colado por Ple,
le digo, pero Gas calla. Yo también callo, no quiero enfadarle hoy, aunque
rezo porque admita de una vez que está enamorado de Ple pero que su inmadurez
le hace estar acojonado por quedarse sin su vida de veinteañero. Euge se compra
un consolador nuevo, que el que tiene está muy gastado. Toma ya. Y yo me compro
lencería fina híper sexy e híper cara llena de ligueros, bustiers,
transparencias y encajes. Sé que a Peter le vuelve loquísimo la lencería así
que no me corto. Estoy a punto de comprar un juguetito para ir probando, pero
justo me llama mi hermano y se me olvida. Esas son nuestras compras.
Así que mientras el
ascensor baja, yo pienso en mis medias, mi liguero, mis braguitas de plumeti y
mi sujetador semi transparente y me siento más segura. Más femenina. Es el
poder que tiene la lencería. Por supuesto estreno zapatos, unos salones
imitación de piel de serpiente gris, de Zara, con un tacón altísimo de aguja. Y
también vestido, corto justo a la rodilla, liso, negro, ceñidísimo, con escote
corazón pero encaje hasta el cuello, con unas pequeñas mangas también de
encaje. Híper sencillo pero híper femenino. Al menos eso creo. Clutch animal
print, pelo suelto con ondas y echado a un lado con horquillas, eye liner
exagerado y labios rojos.
¡Vamos femme fatal!
Nada más llegar al
portal, Peter me agarra del culo y me morrea como si no hubiera un mañana.
Adiós labios rojos. Aunque como soy muy espabilada, llevo toallitas en el
clutch, para los dos. Pero lo bueno de MAC es que siempre se mantiene en su
sitio impertérrito, así que cuando nos despegamos ¡aquí no ha pasado nada!
–Estás increíble, La.
Joder, estoy por llevarte arriba y no dejarte salir nunca más de la cama.
–No sería mal plan. Tú
sí que estás guapo.
Y lo está. Lleva unos
pantalones de pinzas y americana negros y camisa blanca, sin corbata, con dos
botones desabrochados. Quiero arrancárselo todo con la boca. Nos miro y me río
porque parece que vayamos de boda, madre de Dios. Nos saco una foto con el
móvil y se la mando a Lascivos. Me llega otra de Gas con esposas y látigos.
Dios.
En contra de lo que
creía, cogemos un taxi. Peter le indica el nombre de un pueblecito que está a
unos pocos kilómetros. Es un pueblo bastante normal así que no tengo ni
idea qué vamos a hacer él y yo allí… vestidos de gala. Durante el trayecto no
para de cogerme la mano y besarla, de besarme a mí o de acariciarme la rodilla.
Veo la mirada incómoda del taxista por el retrovisor y se lo digo con los ojos
a Peter, que sonríe y se encoge de hombros. Sigue a lo suyo y la pepita ya está
a punto. Así de facilona soy.
Antes de llegar al
pueblo, nos bajamos del taxi al comienzo de un estrechísimo sendero asfaltado y
continuamos andando. Sí, con mis tacones de aguja. No entiendo por qué el taxi
no podía venir por aquí, porque además pasan varios coches, pero aun así es
perfecto. Vamos paseando cogidos del brazo o de la cintura; parecemos los
protagonistas de una película de los años cuarenta. Es una noche cálida de
principios de Julio y además como está totalmente oscuro y despejado se ve todo
el cielo estrellado. Quizá por eso vamos caminando y no en taxi. Es
espectacular.
Peter y yo vamos
hablando de nuestra infancia y riéndonos de las anécdotas que solo los niños
pueden protagonizar. Cuando mis pies suplican un descanso, él me coge en brazos
y anda un rato conmigo a cuestas. Yo no paro de reírme y él también. Debemos
parecer unos pijos de la leche, vestidos de esta guisa en un pueblo
de unos cien o doscientos habitantes.
Cuando me baja oigo una
música de fondo, pero lejana. ¿Eh? Me agarra de la cintura y me besa como solo
él sabe besarme. Me hundo en ese beso y le agarro del pelo y del cuello. Le
hago mío. Le quiero. Y él hace lo mismo conmigo. Me coge la cara y terminamos
el beso que nos ha dejado temblando.
–Dios, lali, no tienes
ni idea de lo que despiertas en mí. Ni idea. En todos los
sentidos.
–Lo mismo digo.
–Esta noche quiero
hacerte tres regalos. Uno, por tu premio. Otro, porque adoro verte disfrutar y
el otro, porque te quiero. ¿Cuál quieres primero?
–El de porque me
quieres.
Sonrío como una tonta y
él me besa.
–Sabía que lo elegirías
primero.
Su sonrisa descarada de
malote me vuelve loca. Me pone las manos en su cintura y me besa otra vez
dejándome sin aliento. Me agarra con una mano la cara pero la otra está en su
¿bolsillo? A los pocos segundos la mano sale del bolsillo y me coge una mano,
sin dejar de besarme. Noto algo duro y frío en mi mano. Paro el beso y miro
ceñuda qué me ha dado.
–Quiero que vivamos totalmente juntos.
Porque te quiero.
Son sus llaves de casa. Me quedo
muerta y empiezo a temblar. Estoy feliz no, lo siguiente. Aunque prácticamente
ya vivimos juntos, repartidos entre las dos casas, hacerlo de forma oficial es
dicha pura. Le miro y me muerdo el labio, sonriendo tímidamente. A él le vale
esta respuesta porque me aúpa y me da una vuelta entre risas. Le abrazo y lloro
sin poder evitarlo.
– ¡Oye, que se
supone que es algo feliz!
Me sonríe y me baja. Le
agarro del cuello y me pego más a él, que me rodea con sus cálidos brazos.
–Oh, Peter. Es más que
feliz. Es que estoy alucinada y como en una nube tan, tan, tan alta que ni se
ve la tierra. Nunca había estado así y solo espero que si caigo, me agarres
fuerte para que no me rompa la crisma.
Sorbo los mocos. Se
jodió el glamour. Él se ríe.
– ¡No vas a caer!
Me agarra muy fuerte.
–No te dejaré.
Me besa. Ahora sí, MAC
no tiene nada que hacer.
Nos vamos recomponiendo
y limpiando los labios con las toallitas. Miro las llaves.
– ¿En tu casa?
–Bueno, era un gesto
simbólico. Donde tú quieras me parece bien.
Sonrío y de la mano me
lleva un poco más lejos por el sendero.
Llegamos a un caserón
iluminado. Es inmenso. Empiezo a ver ángulos y muebles. Peter me pone la mano
en la espalda y me invita a entrar.
Atravesamos un patio enorme todo de piedra
y muebles antiguos, y en la pared de enfrente hay una puerta abierta por la que
va entrando gente. La cruzamos y es precioso. Da a un jardín, no muy grande,
con mesas para dos y cuatro personas por todo el césped. Cada mesa tiene
velitas encendidas y mantelería fina. Hay árboles por todo el jardín, sobretodo
distingo una higuera ¡qué mágico!, un cerezo y un olivo. Por encima de nuestras
cabezas, a modo de techo, se enrollan entre los árboles y sus ramas decenas de
bombillitas blancas. Y al fondo se ve y oye el mar. Es idílico.
Nada más sentarnos
comienzan a traernos cosas: agua, pan, selecto aceite de oliva que Peter y yo degustamos, y vino con el que brindamos por mi premio. Enseguida comienzan
a sacarnos platos, sin carta ni menús. Me encanta.
La cena está deliciosa.
Un mix de cocina mediterránea a base de ensalada, cuscús, musaka, salteado de
verduras… Si esto no es el paraíso, que baje Dios y lo desmienta. O como sea el
dicho. La gente nos mira, lo noto. Las mujeres no quitan ojo a Peter. No me
extraña, yo tampoco. Todavía me quedo sin respiración cuando le miro y le veo
tan increíblemente guapo y atractivo. Y todo mío. Pero los ojos indiscretos
también se clavan en mí. Me siento demasiado vestida para este restaurantito
tan encantador y rural.
–Todo el mundo nos mira.
Deben pensar que somos neoyorquinos o algo.
Peter se ríe.
–Que piensen lo que
quieran. Quería traerte a este sitio hace tiempo y quería que un día tan feliz
e importante como hoy te vistieras de punta en blanco y exquisita, como has
hecho, porque sé que te encanta. Y a mí también. Así que calla esa boca y come.
Cuando terminamos el
café y nos sirven dos gin tonics, se encienden unas luces un poco más luminosas
y caigo en que en un lateral hay un pequeño escenario que no había visto. De la
nada sale una mujer de unos cincuenta, y cuatro hombres con varios
instrumentos. Miro a Peter y me guiña un ojo. Tras prepararse debidamente, una
música de guitarra tenue y lenta comienza a sonar. Y la voz de la mujer me deja
pegada a la silla. Dios ¡qué voz! Una voz ronca, desgarradora, que le sale de
las entrañas se abre paso por todo el jardín. Es un grupo de fado. Adoro el
fado, me parece uno de los cantos más íntimos que hay en la Tierra. Y la voz de
esta mujer me traspasa el alma y derramo una sola lágrima sin ni siquiera
enterarme. Peter me coge de la mano y se acerca a mí. Me pasa el brazo por la
cintura y me aprieta. Cuando termina la canción aplaudo como una loca.
–Por muchos premios más.
Sonrío y brindamos con
nuestras copas.
Al cabo de varias canciones,
algunas parejas se animan a bailar discretamente. Yo sigo embelesada con este
grupo del que quiero saber hasta sus horóscopos así que casi ni me entero
cuando Peter se levanta abrochándose la chaqueta y me tiende la mano. ¡Dios qué
vergüenza! Pero ante su baila conmigo nena, no puedo resistirme. Nos abrazamos
y movemos lentamente. Veo los ojos de algunas mujeres y algunos hombres
dándonos un repaso de aúpa. Normal, hay gente que ha venido con pantalón de
trecking y yo voy con taconazos de trece centímetros y vestido ceñido con
encaje en el escote. Bien, lali. Al final de la canción, Íñigo me besa
inclinándome ligeramente hacia abajo. Me da tanta vergüenza como emoción. A él
en cambio le da enteramente igual lo que los demás piensen o hagan. Admiro eso de
él. Va a lo suyo y no deja que nadie se interponga en su camino… ni en el mío.
–Vámonos a casa nena,
tengo el regalo para que disfrutes.
–Estoy deseando llegar
ya.
Taxi. Y esta vez me da
enteramente igual la mirada feroz del taxista de turno. Acabamos besándonos en
el coche con ansia. Íñigo me toca el culo y yo jadeo y me dejo llevar. Hasta
que la cordura y un gin tonic de menos vienen a mí y paro un poco el
espectáculo pre-erótico que el taxista aguanta estoicamente.
Entramos en su ¡nuestra!
casa. Lo primero que hago es quitarme los zapatos y morirme de gusto. Peter me
coge como si fuera un saco. Mis chillidos no le detienen. Me lleva a la cocina,
me sienta en la encimera y saca una botella de champán de la nevera y dos copas
de un armario. Se coloca entre mis piernas y brindamos otra vez por mi premio,
por nosotros y por los pasos importantes.
Y ahora sí, nos besamos.
Pero no con ansia ni desenfreno. Despacio. Muy despacio. Saboreándonos.
Saboreando los calambres que tengo al notar sus manos levantarme el vestido
hasta la cintura y acariciar mi liguero. Saboreando sus gemidos y él los míos
cuando deslizo su americana por sus brazos y le desabrocho la camisa.
Saboreando el placer de desnudarle poco a poco, mirándonos, comiéndonos con los
ojos, retrasando el momento. Esto no es solo sexo desenfrenado, también es amor
y se respira en cada beso.
Espero que os guste
Besos!
@onlyespos_
1 comentarios:
Me encantaaa quieroooo masss :) besos @zairasantos7
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