capitulo 30
—Yo tengo
una familia —dijo
él, pero antes de
que pudiera corregirme, continuó—. Si quieres decir niños, entonces no, nunca
creí que tendría eso en mi futuro.
—¿Pero es lo que
quieres?
Sonrió débilmente.
—He estado solo por
un largo tiempo. Esperar algo más en los años venideros sería una estupidez.
A pesar
del hecho de
que sólo se
veía un par de años más viejo
que yo, no
podía imaginarme qué tan
viejo era en
realidad… no estaba
segura de si
quería saberlo, realmente. Pero,
¿cómo alguien podría vivir por tanto tiempo y estar solo? Apenas pude manejar el
par de noches que había pasado en casa
sin mi mamá. Multiplica eso
por la eternidad… no podía
entender eso.
—¿Peter?
—¿Si?
—¿Qué te sucederá si
no paso?
Estuvo en
silencio por un
largo rato, sus
dedos corriendo ociosamente
a través de las
líneas de seda de su traje.
—Desapareceré —dijo
silenciosamente—. Alguien más se hará cargo de mi reino y, por lo tanto, ya no
tendré razón para existir.
—Así que morirás. —La
gravedad de la situación me golpeó con fuerza, y miré a un lado, incapaz de
mirarlo. No era solamente la vida de mi madre la que dependía de mi habilidad para
pasar esos exámenes.
—Desapareceré —corrigió—.
Los vivos mueren,
y sus almas
permanecen en el Inframundo por la eternidad. Sin embargo,
mi tipo no tiene alma. Dejamos de existir por completo, sin que un pedazo de
nosotros permanezca. Uno no puede morir si nunca vivió en primer lugar.
Apreté mi puño
alrededor de la manta. Era entonces incluso peor que morir.
—¿Quién?
Me dio una mirada
desconcertada.
—¿Quién qué?
—¿Quién se queda con
tu trabajo si te das por vencido?
—Ah. —Sonrió con
tristeza—. Mi sobrino.
—¿Quién es? ¿Cuál es
su nombre? ¿Está en el consejo?
—Sí, está en el
consejo —dijo Peter—, pero me temo que no puedo decirte su nombre.
—¿Por qué no?
—Parecía que nadie estaba dispuesto a confiarme la verdad en este lugar, y
mientras podía entender que Hera no me diera toda la historia, Peter sabía. Peter
debería decirme.
Aclaró su garganta y
al menos tuvo la decencia de mirarme a los ojos.
—Porque me
temo va a
molestarte y ya
eres lo suficientemente infeliz
como estás. No deseo hacerlo peor
Me quedé en
silencio mientras intentaba
pensar en quién
podría ser que
me molestara.
Nadie me vino a la
mente.
—No lo entiendo.
No había
nada que pudiera
decir contra eso,
y debió saberlo,
porque en lugar de observarme expectante, regresó a su libro.
Lo miré, buscando alguna señal de que no fuera humano. Los ángulos de su cara
eran demasiado simétricos para ser normales, su lisa piel
desprovista de
incluso una pista
de barba, su
cabello negro espeso
como el carbón
que colgaba un centímetro sobre sus hombros, y el desconcertante color de
sus ojos… eran lo que sus ojos
hacían, estanques con
remolinos de plata
que parecían moverse constantemente. En la débil luz, casi
brillaban.
No fue hasta que
aclaró su garganta que me di cuenta de que estaba mirándolo. Aunque todavía estaba
molesta por el
hecho de que
no me confiara
la verdad, quería
romper la tensión, así que dije
lo primero que se me vino a la mente.
—¿Qué haces durante
el día? Quiero decir, cuando no estás aquí. ¿O siempre estás aquí?
—No estoy siempre
aquí. —Deslizó un marcalibros entre las páginas de nuevo y colocó su novela a
un lado—. Mis hermanos y hermanas y yo, todos, tenemos deberes que atender.
Yo gobierno a los
muertos, así que la mayor parte del tiempo lo paso en el Inframundo, tomando decisiones
y asegurándome de que todo vaya bien. Es mucho más complicado que eso, por
supuesto, pero si pasas, aprenderás los pros y los contras de lo que hago.
—Oh. —Mordí mi
labio—. ¿Cómo es el Inframundo?
—Todo a su debido
tiempo —dijo, estirándose para colocar su mano brevemente sobre la mía. Su
palma estaba cálida, y luché contra la necesidad de temblar ante su toque—.
¿Qué hay de ti? ¿Qué disfrutas hacer con tu tiempo?
Me encogí de hombros.
—Me gusta
leer. Y dibujar,
aunque no soy
muy buena en
eso. Mamá y
yo solíamos cultivar juntas, y me
enseñó cómo jugar con cartas. —Lo miré—. ¿Sabes cómo jugar?
—Soy adecuado en un
par de juegos, aunque no sé si todavía son populares.
—Quizás podamos jugar
algo alguna vez —dije—. Si
vas a estar aquí todas las noches, quiero decir.
Asintió.
Caímos en
silencio otra vez.
Se veía cómodo,
recostado en la
cama como si
lo hubiera hecho cientos de veces
antes. Por todo lo que sabía, lo había hecho, pero no quería pensar en eso. No
era la primera, pero sería la última.
Rechazarlo no nos
haría ningún bien a ninguno de los dos —mi corazón latió fuertemente en protesta
con el pensamiento— y, desde
que estaba atrapada
aquí por seis meses, no tenía ninguna intención de caer en
su lado malo. Estaba, sin embargo, exhausta.
Luché contra mí misma
por varios segundos, yendo y viniendo entre lo que estaba bien y lo que quería.
Debía hablar con él, hacerle más preguntas, llegar a conocerlo, pero todo lo que
quería hacer era dormir, lo que no llegaría a hacer si se quedaba, incluso si
no hacía ningún ruido. Sin importar
lo que dijera
acerca de deberes
y expectativas, esa
clase de ansiedad no iba a
desaparecer durante la noche.
—Peter —dije
suavemente. Había regresado a leer su libro, pero en un instante sus ojos estaban
sobre los míos—. Por favor no te lo tomes a mal, pero estoy muy cansada.
Se levantó,
llevando su libro
con él. Sin embargo,
en vez de verse molesto
o herido, su expresión era tan neutral como siempre.
—Ha sido un largo día
para ambos.
—Gracias. —Le brindé una sonrisa agradecida esperando que
aliviara cualquier aspereza que no estuviera sintiendo.
—Por supuesto.
—Caminó hasta la puerta—. Buenas noches, Lali.
Era una
cosa tan pequeña,
pero el rastro
de afecto en
su voz hizo
que mis mejillas
se sonrojaran.
—Buenas noches —dije,
esperando que no pudiera ver mi sonrojo a través de la habitación.
—Así que
te gusta. —No
era una pregunta, y miré
a mi sonriente madre mientras nos sentábamos en un banco, viendo pasar a
personas trotando y a gente paseando a sus perros.
—No dije
eso —dije, andando sin
ganas. A mi lado
mi madre se
sentó serena, como si estuviera cenando con la
realeza en vez de pasando la tarde en Central
Park—. Sólo no quiero que muera, eso es todo. Nadie más debería morir
por mi culpa.
—Nadie ha muerto por
tu culpa —dijo ella, corriendo sus dedos a través de mis cabellos y cepillándolos lejos
de mis ojos—.
Incluso si no
pasas, no será
tu culpa. Mientras
lo intentes lo mejor que puedas, todo estará bien.
—Pero ¿cómo
puedo hacer mi
mayor esfuerzo cuando
ni siquiera sé
cuáles son las pruebas?
—Coloqué mis manos entre mis rodillas—.
¿Cómo se supone que
voy a hacer esto?
Envolvió su brazo
alrededor de mis hombros.
—Todo el
mundo cree en ti
excepto tú misma,
Lali —dijo gentilmente—.
Quizás eso deba decirte algo.
Incluso si
todos creían en mí, eso
no significaba que
estuvieran en lo
correcto, y no significaba que fuera a tener éxito. Todo
lo que significaba era que por encima de todo lo demás, tenía
que preocuparme por
decepcionarlos, también. O
en el caso
de Peter, forzarlo a un retiro
temprano de su existencia entera.
—Pero te gusta,
¿cierto? —dijo mi madre luego de que varios minutos pasaran. Estiré mi cuello
para verla, sorprendida de ver una preocupación real en su rostro.
—Es simpático —dije con precaución, preguntándome a dónde
iba con esto—. Creo que podríamos ser amigos.
—¿Piensas que es
lindo?
Rodé mis ojos.
—Es un Dios, madre.
Por supuesto que es lindo.
Una sonrisa mezclada
con una mueca se esparció a través de sus ojos.
—Ya era tiempo de que
admitieras que es un Dios.
Me encogí de hombros
y miré lejos.
—Es medio
difícil pretender que no lo
es ahora. Pero
es amable, así
que supongo que mientras no intente volverme una pila de
cenizas, podría acostumbrarme a esto.
—Bien. —Artemisa
me abrazó y me dio un beso en la
sien—. Me alegro de que te guste. Él podría
ser bueno para ti, y no deberías estar sola.
Suspiré sin cuidado,
sin molestarme en corregirla. Si la hacía feliz pensar que me gustaba Peter de
esa forma, entonces así sería. Artemisa se merecía un poco de felicidad antes
de que me convirtiera en una gran decepción.
Yo esperaba que los
días en la Mansión Eden pasaran muy despacio, pero su reiteración los hacía
pasar muy rápido.
Continuara...
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