Mientras pasaban las
semanas, me sentí más y más cómoda en mi nuevo hogar. El resto del personal
no se me quedaba viendo
mientras caminaba, y lentamente
todos nos acostumbramos los unos
a los otros.
Era casi pacífico, con
mis mañanas con Atenea, mis medios días con Poseidón
y Afrodita, y mis tardes con Peter. Y mis noches… yo vivía por mis noches, cuando
le contaba todo
lo que pasaba
a mi mamá,
y ella estaba
allí para escucharme. Más allá
de los setos, ella
estaba muriendo, pero dentro
de mis sueños ella estaba muy viva, y quería
mantenerlo de esa forma tanto tiempo como fuera posible. Sabía que no
sería capaz de
escapar de la
oscura realidad que
me esperaba una
vez esto terminara, pero
por ahora, podría
fingir que vivir
en Eden significaba
permanecer intocable del mundo real.
Era mitad
de noviembre cuando Atena
anunció que mi primera
prueba me sería dada el siguiente lunes.
Para el momento
en que dejé
la habitación, estaba
casi enferma de ansiedad, y debí haberlo demostrarlo.
—¿Lali? —dijo Hera en
una voz preocupada mientras yo cerraba la puerta de tras de mí.
—Hay una prueba —dije
temblando—. El lunes.
Artemisa parecía
menos que preocupada.
—¿Nunca has tomado
una prueba antes?
Negué con la cabeza.
Artemisa no entendía.
—Prueba —repetí—. La clase de prueba en
la que todo mi
futuro cuelga de un hilo, si fallo…
Los ojos de Hera se
agrandaron.
—Oh, esa clase de
prueba.
—Sí. —Comencé a
caminar en dirección a mi habitación, no interesada en el almuerzo. Mi apetito
había desaparecido.
—Uh… ¿Lali? El
comedor está en esa dirección. Hicieron pollo frito para ti.
Podía escucharla
trotar para mantener mi paso, pero no me hizo ir más despacio.
—Necesito
estudiar.
Si fallaba todo lo
que había hecho habría sido inútil, mi madre moriría, Peter perdería su lugar
de reinar lo que sea que el reinaba, y la muerte de Afrodita hubiese sido para
nada. No iba dejar que eso pasara.
Pasé los siguientes
dos días con mi nariz metida profundamente en un libro de mitología
—o “historia” como todos parecían llamarlo, e Ateneas se
aseguraba que supiera cuando la historia
era real o un mito—, incluso Peter me dejaba sola en las noches. En lugar de ir
al comedor, las comidas me eran traídas, pero comía tan rápido que no tenía
sabor. Dormía exactamente ocho horas
ni un minuto
más, pero incluso
cuando dormía mi
madre me interrogaba sobre el
material que estudiaba. Memoricé las
doce labores de Hércules, los nombres de
nueve Musas, y la plaga soltada cuando Pandora abrió su caja, pero aún había
cientos de historias.
El rey Midas
cuyo toque convertía
todo, incluso su
hija, en oro. Prometeo quien robó fuego de los dioses,
se lo dio a los humanos y fue castigado por ello. Ícaro que voló para escapar
de su prisión, sólo que voló tan alto que la cera que sostenía sus alas
se derritió. Los
celos de Hera,
la belleza de
Afrodita, la ira de Ares…
nunca terminaban, y me sumergí tanto en eso que todo comenzó a mezclase,
pero tenía que pasar.
—Te estás lastimando.
Salté cuando escuché
la voz de Peter detrás de mí. Era domingo en la noche, menos de doce horas
antes de tomar
el examen, y
aún tenía unos
cuantos capítulos difíciles
por revisar. Si no
usaba cada minuto
que tuviera —y
me saltaba el
desayuno la siguiente mañana— no podría lograrlo.
—Estoy bien
—murmuré, dándole sólo
un vistazo antes
de volver al enorme
libro que Ateneas me había dado. Estaba a punto de leer sobre el Minotauro,
pero las palabras nadaban frente a mí y tenía que entrecerrar los ojos para
concentrarme. Mi cabeza me latía y mi estómago se sentía enfermo, pero tenía
que hacer esto.
—Si no lo supiera
mejor, te confundiría con uno de los muertos —dijo Peter, con su voz en mi
oído. Cerré mis ojos, sin atreverme a moverme, no cuando él estaba tan cerca.
Podía sentir el calor irradiando de su cuerpo, mucho más caliente que el frío
de mi habitación, y el deseo de
cerrar la distancia
entre nosotros me
abrumaba. Me estremecí,
usualmente cuando no estaba tan cansada,
era mejor ignorándolo. Estaba aquí
por mi madre no por Peter.
En lugar
de Peter tocándome, escuché
el susurro de
las hojas, y
cuando miré el libro
estaba cerrado y empujado a un lado y Peter se sentó frente a mí.
—Si no lo sabes
ahora, no lo aprenderás a tiempo para tu prueba. —Su voz era gentil—.Necesitas dormir.
—No puedo —dije
miserablemente—. Tengo que pasar.
—Pasarás, lo prometo.
Dejé mi asiento.
—¿Qué, ahora puedes
predecir el futuro también? No puedes prometerme eso. Voy a fallar tan
espectacularmente que van a venir en medio de la prueba y me van a llevar. Tal
vez nunca me volverás a ver.
Él se rió entre
dientes y resoplé indignada.
—Nunca he visto a
nadie estudiar tan duro para una prueba como tú los has hecho durante este fin
de semana. Si no pasas, pues no hay esperanza para ninguno de nosotros.
Antes de poder
señalar exactamente cuán mala era mi suerte, la puerta de mi habitación se abrió.
Afrodita saltó al interior seguida de cerca por Heray un hombre que no
reconocía.
—¡Lali! —dijo
ella, salto hacia
a mí. Le
di a Peter
una mirada de
disculpa, pero a él
parecía no importarle. En su lugar, estaba observando al hombre que acababa de
llegar, el cual estaba vestido en un uniforme negro y miraba hacia el piso,
como si quisiera estar en cualquier lugar menos aquí.
—Afrodita, se supone
que estoy estudiando —dije, pero esto no la detuvo de todos modos.
—Vamos, has estado
estudiando toda la semana, tienes que divertirte en algún momento.
—Sacó el labio
inferior en un puchero—. Todos en los
jardines se están divirtiendo, hay música y nado y toda clase de cosas. Aún
necesito enseñarte como, ya sabes.
La posibilidad
de forzarme a
nadar fue suficiente
para alejarme de
la idea, y
no estaba segura de
que sería capaz
de llegar allí
de todos modos,
y mucho menos
hablar de disfrutarlo. El hecho
de que fuera una fiesta más o menos garantiza que no lo haría.
—Estoy realmente cansada
—dije mirando de
Afrodita a Hera,
quien se mantuvo
en la puerta y mirando a Peter.
—¿Y qué? Puedes
dormir después —dijo Afrodita—. Eres inteligente, pasarás, además tienes que
conocer a Apolo …
—¿Ustedes dos no se
han conocido? —Peter sonaba sorprendido. Se
puso de pie. Hizo señas al hombre que estaba en el fondo para que se
acercara. Apolo se movió secamente, y tenía una mirada sobre él, que dejaba
claro que se tomaba a sí mismo muy en serio—. Lali, éste es Apolo, mi maestro de guardia. Es su trabajo
vigilar todo lo
que pasa en el lugar.
Apolo, ésta es Lali
Esposito.
—Un placer
—dijo Apolo inclinando su cabeza
en una reverencia.
Le di una
sonrisa cansada y le ofrecí mi mano. Él la apretó ligeramente, como si
tuviera miedo de romperla.
Su palma era más
suave que la mía.
—Encantada de
conocerte también —dije—. Afrodita habla demasiado sobre ti.
—No lo hago —protestó
Afrodita. Miró a Apolo y frunció el ceño—. No.
—Lo hace —dije y Apolo
sonrió. No había parecido entre él y Artemisa. Hasta donde podía ver.
—Vamos, vayamos —dijo
Afrodita en un arrebato, tirando de su brazo.
Sintiendo que había
herido su orgullo, cuando ella me miró al salir, le di un encogimiento de
hombros a modo de disculpa.
—Iré a la próxima, lo
prometo.
—Como sea
—dijo ella, jalando
a Apolo. Él logró
hacer una leve
reverencia hacia la dirección
de Peter antes de salir,
dejándome sola con Peter
y Hera, la cual permanecía en la puerta.
—Supongo que te veré
mañana. —Sus mejillas brillando de un color rojo.
—Hasta mañana —dije
forzando una sonrisa. No estaba
engañando a nadie.
Incluso yo podía escuchar el
nerviosismo en mi voz.
Una vez
que Hera se había ido y cerrado
la puerta, Peter se puso de pie
y cruzó la habitación hacia el
gran ventanal. Mientras él miraba hacia la noche que parecía tinta, hizo una
seña para que me le uniera.
—Peter, no puedo
—dije con un suspiro—. Tengo que estudiar.
—Le pediré a Atenea que no te haga un examen de las últimas cien páginas —dijo Peter—. Ahora ven y
siéntate conmigo, por favor.
—No creo
que ella acceda
a eso —murmuré,
pero hice lo que me
pidió. Mis pies
se arrastraban contra la alfombra y mi cabeza se sentía tan pesada para
mi cuerpo, pero de alguna forma llegué al otro lado de la habitación sin
colapsar.
Una vez que estaba
allí, él envolvió sus brazo a mi alrededor, y otro estremecimiento de
placer bajó por mi espalda.
Era el mayor
contacto que había
tenido con él
desde que llegamos, y era lo
suficientemente fácil recostarme contra él y dejar que soportara mi peso.
—Mira hacia arriba
—dijo él, sus brazos
ajustados alrededor de
mis hombros mientras descasaba contra él. Volví mi cabeza
hacia el candelabro, pero la luz de éste era muy débil para que yo pudiese ver.
Él rió entre dientes-. No, el cielo. Mira las estrellas.
Continuará...